Traducido por Den
Editado por Lucy
El protagonista masculino, Diego, parpadeó y prosiguió:
—Es sorprendente verte en persona.
—¿Qué quieres decir?
—¿No lo crees? No tienes ni una cicatriz.
—Fui bendecido por Dios.
«¡Ja, ja!» Casi me echo a reír.
Leandro se quejaba cada vez que los sacerdotes trataban de usar algún poder divino sobre él, calificándolo de inútil. «Míralo ahora, actuando como todo un santo».
Diego lo examinó de arriba a abajo con sus ojos dorados, similares a los de una bestia alada. Ejerció más fuerza sobre la muñeca de Leandro y se acercó a él.
—Interesante. Decían que la enfermedad carcomía el cuerpo del huésped.
—No era una enfermedad… Era una maldición.
—Mi más sentido pésame. Has pasado por muchos momentos difíciles como miembro de la familia imperial.
Diego, que nunca había oído hablar de lo que hizo el emperador, solo creía que Leandro había sido maldecido por accidente.
Al principio se compadeció de Leandro, que había sufrido desde su infancia, pero ese sentimiento pronto se convertirá en repulsión después de que se enamore de Eleonora.
Diego tocó con suavidad el rostro de Leandro con su mano enguantada. Leandro arqueó las oscuras cejas y esquivó su mano.
«Están destinados a luchar a muerte. Quizá no deberías mostrar tanta hostilidad tan pronto». Chasqueé la lengua.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Leandro, tras exhalar un largo suspiro.
—Ah, me disculpo. Debería haber preguntado antes.
Cuando Leandro no respondió, Diego retrocedió, tímido. Se disculpó una vez más por si había sido irrespetuoso. Leandro asintió, torciendo su muñeca libre.
—Te he retenido durante demasiado tiempo. Debes estar ocupado. Lo dejo en tus manos.
—Sí. De nuevo, gracias por venir.
—No tienes que ser tan formal. Nos veremos más a menudo después de que sucedas el título, así que espero que podamos sentirnos más a gusto entre nosotros.
—Lo intentaré…
Diego era de trato fácil como protagonista masculino, pero Leandro aún mantenía en pie su muro y se negaba a aceptar con facilidad su oferta de amistad. Diego se encogió de hombros, se despidió y se retiró.
Leandro volvió a mirar hacia la escalera donde yo estaba, pero no se dio cuenta de que estaba escondida en el hueco, por lo que se marchó.
En el reducido espacio, reflexioné sobre lo que acababa de pasar. Diego era tal y como se le describía en la historia original: con ojos rasgados y la costumbre de humedecerse los labios con la lengua, algo que hacía sentir incómodo a las personas de su alrededor.
Así que Leandro y Diego se conocen cuando son más jóvenes. No obstante, el duque ha fallecido, así que era obvio que el príncipe heredero vendría al funeral.
Por lo general, la relación entre el protagonista masculino y el secundario no era muy buena, dado que peleaban por el amor de la heroína. En cuanto a Diego y Leandro, eran peores que en la historia. La magnitud de los acontecimientos provocados por ambos era tan grande como su voluntad y capacidad de lucha.
En la novela había una escena donde ocultaban sus identidades y se batían en duelo en un torneo. También había otra en la que competían en el concurso de caza que se celebraba cada otoño para conseguir el primer puesto en honor de Eleonora. Cuando se desató la guerra contra los monstruos de la frontera occidental, el duque y el príncipe heredero lideraron la lucha desde el frente.
Hubo muchas ocasiones en las que utilizaron sus espadas, pero ninguno de ellos acabó herido de gravedad, lo cual me hacía preguntarme qué clase de buff [1] habían recibido. Cada vez que los monstruos blandían sus garras, por lo general descuartizaban a los soldados que los rodeaban, pero Diego y Leandro seguían luchando con tanta energía y espíritu que sus espadas emitían un aura.
Y de esa misma manera, hubo otra lucha despiadada para conquistar el corazón de la heroína.
Hacia la segunda mitad de la historia, Leandro y Diego comienzan a odiarse a muerte. Se ridiculizaban y menospreciaban el uno al otro frente a Eleonora.
«Pero ¿qué sentido tiene? De todos modos, el ganador terminará siendo el protagonista masculino, Diego». Al recordar la trama original, volví a sentir pena por Leandro. «Leandro, hiciste demasiado para complacer a Eleonora».
Salí del hueco y me quité el polvo del vestido. Se oía bastante ruido abajo, como si los nobles estuvieran preparándose para partir. Utilicé la salida de los sirvientes y me dirigí al anexo.
Después de vivir toda su vida como un ermitaño, Leandro conoció a demasiadas personas en un solo día. Aunque no estaba acostumbrado, tenía que hacerlo porque era su deber como el próximo cabeza de familia.
Incluso cuando estaba hablando con Diego, se masajeaba la nuca como si estuviera cansado. Recordé el pulcro traje de etiqueta de cuello alto del chico. Su rostro pálido ya se mostraba ensombrecido, tal vez porque estaba agotado por todo el trabajo de hoy. Debió haber sido desagradable que Diego se presentara ante él y le tocara la cara por curiosidad.
Llegué a la conclusión de que la reacción cortante de Leandro hacia Diego debe haber sido por esa misma razón.
Decidí dejar de pensar en la rivalidad amorosa, o lo que sea que les depare el futuro, y preparé un poco de té bueno contra la fatiga para Leandro, que regresará al anexo exhausto.
—Estoy tan cansado…
Después de atender a todos los nobles y despedirlos, Leandro abrió la puerta del dormitorio, masajeándose con fuerza las sienes.
—Estás aquí. Iba a llamarte.
—Por supuesto. Estamos en sintonía, ¿no es así?
Cogí la tetera humeante que había cerca de la chimenea. Leandro sonrió con suavidad. Se acercó y se tumbó en el sofá. Dio vueltas, tratando de encontrar una posición cómoda. Por fin, después de suspirar satisfecho como si la hubiera encontrado, me hizo señas para que me acercara.
Le entregué una taza de té mientras escuchábamos el crujido de la leña. No estaba recostado del todo, pero aun así se incorporó.
Aunque quizá la llama tiñó su rostro de escarlata, sus ojos estaban rojos. Me agaché para mirarlo.
—¿Lloró?
—No.
—¿De verdad?
—¿Por qué lloraría?
—Tiene los ojos rojos.
—Eso es porque no he descansado en todo el día.
«¿De verdad…?» Lo miré escéptica. No obstante, no pude ver ni un rastro de tristeza en la mirada inexpresiva que me dirigía. No mentía. Solo estaba cansado.
Todo el día estuve pensando que la muerte del duque debió haber sido una conmoción para el joven Leandro. Y todo eso se esfumó en un instante.
Me sentí inútil. Sentí como si acabara de recibir un duro golpe. Pero Leandro parecía muy bien.
—Crees que soy aterrador, ¿cierto?
—No, no. No, no es así.
—Entonces, ¿por qué tartamudeas?
Entrecerró sus ojos azules, tratando de averiguar qué pensaba. Me forcé a sonreír, curvando las comisuras de mis labios rígidos.
«Mm». Leandro cogió la taza del aromático té mientras emitía un sonido incomprensible. Luego, tomó un sorbo.
—¿No es extraño?
—¿El qué?
Dejó la taza sobre la mesa de caoba. Se estiró hacia delante como el algodón mojado en agua. Aunque sabía que solo estaba fingiendo que caía hacia adelante, extendí de manera instintiva la mano para atraparlo. Entonces colocó sus manos bajo mis axilas y me levantó. Me sentó a su lado e hizo que me apoyara en él.
—No puedo sentarme a su lado.
—Haz una excepción por hoy.
Intenté volver rápido al suelo, pero me asombró el poder de los ojos tristes de este joven tan apuesto. Ya estaba casi decidida a tolerar cualquier cosa, incluso sus rabietas infantiles, al menos por hoy, así que asentí con la cabeza a regañadientes.
—Está bien…
—Acaríciame el pelo.
Agarró con torpeza el dobladillo de mi delantal rosa, luego estiró sus largos brazos y me rodeó la cintura.
A pesar de que su cuerpo había crecido, seguía siendo un niño. No podía creer que este era el joven noble que recibió a los dolientes con un rostro serio.
Leandro se tumbó con la cabeza sobre mi regazo y aun abrazándome. Acaricié su suave cabello.
—¿Así?
—Sí. Se siente genial.
El chico que solía caber en mis brazos ahora me retenía en su abrazo. Cuando dejé de acariciarle el cabello, me miró. El olor único y refrescante de su jabón penetró en la punta de mi nariz.
—¿Soy extraño? —preguntó mientras se mordía los labios y arqueaba las cejas.
—¿Está continuando con la conversación antes?
—Sí. Respóndeme.
—No estoy segura de lo que quiere decir con extraño…
—Mi padre ha fallecido, pero no siento nada. Ni siquiera pude derramar una sola lágrima —pausó por un momento y, luego, añadió—: Mi madre me preguntó si siquiera era humano. Dijo que era despreciable.
—Usted no es así. En absoluto —enfaticé cada palabra. Ha vivido aislado del resto del mundo. Este joven ansioso era el único que vivía en su mundo. Por fin estaba trepando la valla y comenzaba a explorar el mundo exterior, más allá de sus límites. Y eso por sí solo era admirable. ¿Qué más podrías esperar de alguien como Leandro?
¿Cómo se atreve su madre, que lo había ignorado y abandonado por completo durante sus largos años de enfermedad, a venir ahora a reclamarle como hijo? No podía entender a la duquesa. ¿Cómo podía criticar sin reversas al chico?
Leandro se giró abatido.
—No haga caso a sus palabras.
La duquesa también tenía un amante secreto y pronto sería expulsada de la mansión por sus excesivos gastos en lujos.
«¿Quién se creía para insultarlo?»
En cualquier caso, las personas de esta finca a veces eran horribles. Sabía que, con el tiempo, esto también sucedería. Era consciente de que la duquesa era un personaje que pronto abandonaría la historia.
«Pero eso no significa que vaya a permitir que menosprecie a mi querido Leandrito».
—Después de apenas haber criado a su hijo, ¿cómo se atreve a decir…? ¡Ah!
Sin darme cuenta estaba diciendo mis pensamientos en voz alta. Me di un golpecito en los labios con la mano. Tenía demasiados pensamientos en la cabeza. Tenía que deshacerme de esta mala costumbre de balbucear en alto, un hábito que desarrollé a medida que aumentaba el tiempo que pasaba trabajando sola. Cuando me enfrascaba tanto en la trama original y no podía recordar algunos detalles, empezaba a murmurar como ahora.
Sin embargo, ahora mismo estaba frente a Leandro. Por muy a gusto que me sintiera con él, debía saber dónde poner el límite. Por suerte, Leandro era el único que escuchaba. No sabría cómo explicarlo, aunque me arrastraran a la cárcel por insultar a la nobleza.
Mientras agitaba las manos desesperadas, tratando de poner excusas, Leandro resopló y se rio.
—Siempre… estás de mi lado, ¿cierto? —preguntó—. ¿Cierto? —insistió de nuevo. Sentí el poder detrás de esas palabras mientras me miraba con cariño con sus brazos alrededor de mi cintura. Era un poder desconocido que hacía que fuera imposible resistirme a él.
Asentí, como si estuviera poseída. Sentí que estaba a punto de ser absorbida por las emociones que se agitaban dentro de esos ojos azules como el océano.
Nos miramos el uno al otro por un momento. Recobré el sentido al oír el crepitar de la leña seca. Me volví hacia la chimenea y miré a Leandro, que tiraba de mi delantal como un niño mimado.
—¿Te asustaste cuando te pregunté si te daba miedo? —preguntó en voz baja.
—N-No. Le dije que no.
—Estás tartamudeando de nuevo. Sé cuándo mientes.
—¿Cómo podría…? No lo sabía.
—Pero… no hay nada que puedas hacer.
—¿Sobre qué? —pregunté.
Me agarró la mano y se la llevó a la cabeza. Mientras le acariciaba la cabeza como él me indicaba, movió la cabeza y soltó un profundo suspiro. Sus ojos azules entrecerrados se abrieron de repente y se fijaron en los míos. Apretó sus brazos alrededor de mi cintura y me acercó más a él.
—Porque… nunca te dejaré ir.
[1] Un buff es un atributo que mejora las cualidades de algún personaje con el fin de darle más ventaja competitiva en según qué partidas.