Sin madurar – Capítulo 26: Creciendo (10)

Traducido por Den

Editado por Lucy


—¿Qué quiere decir con eso? Nunca me ha atrapado.

—Estás arruinando el momento —sonrió con suavidad y se frotó la cara contra el dobladillo de mi vestido.

—¿De qué habla? —le volví a preguntar, pero no parecía querer responder. En su lugar, sacó la sábana de debajo de la mesa, la puso sobre mi regazo y recostó la cabeza sobre ella.

—Quiero dormir.

—¿No sería mejor dormir en su cama?

—No, me gusta estar aquí.

—Si usted lo dice… ¿Ha terminado su té? Lo hice para usted.

—Ah, es cierto.

Se incorporó y cogió la taza de té, ahora fría, de la mesa. Se la bebió de un trago. Entonces frunció el ceño, comentando que el trocito de fruta que flotaba era ácido. Aun así, lo masticó y se lo tragó sin decir nada más.

—No tenía que comérselo.

—Pero lo preparaste para mí.

—Bueno, eso me hace feliz.

—¿De verdad?

—Claro.

—Siempre eres así. Sonríes de oreja a oreja por algo insignificante.

—¿Cuándo he sonreído de oreja a oreja?

—Justo ahora.

Leandro estiró los brazos por encima de la cabeza y bostezó. En ese momento, me levanté rápido del sofá y eché más leña a la chimenea.

—¿A dónde vas? —me preguntó malhumorado mientras daba golpecitos en el asiento de al lado.

—El fuego está por apagarse. ¿No tiene frío?

—Por eso te digo que vengas aquí.

—Es mejor encender un fuego más grande que tiritar en la oscuridad.

—Trabajas tan duro…

—Gracias.

—No era un cumplido. ¿Qué tal si te vuelves un poco menos diligente?

—No es algo que deba decir el próximo cabeza de familia. Me pagan bien y disfruto de este trabajo.

Dejé las tenazas con las que había revuelto la chimenea en un rincón.

«¿Qué clase de maestro trata de persuadir a su doncella para que holgazanee en el trabajo? ¿Intenta contagiarme parte de su comportamiento libertino y distraído?»

Entrecerré los ojos y lo miré con atención. Se frotaba los ojos rojos.

—¿Te gusta ser sirvienta?

—Por lo que he oído de las otras mucamas, no creo que exista un trabajo mejor para las plebeyas como yo. A menos que me case.

«Y todavía no tengo intención de hacerlo. Ni siquiera sé leer ni escribir, y no tengo ninguna habilidad especial. Así que, si dejara la finca, ¿cómo sobreviviría?»

Además, ya que trabajaba solo para Leandro, no tenía una carga de trabajo abrumadora. Estaba satisfecha con mi estilo de vida actual.

—¿Casarte?

—Sí, casarme.

—Sí, es una forma.

—Sip. Pero es demasiado pronto.

—Opino lo mismo.

—¿Qué?

—Estoy de acuerdo contigo. Ahora no es el momento.

«Por alguna razón, no creo que estemos hablando de lo mismo…» Ladeé la cabeza. Leandro se acarició la barbilla con sus dedos largos y gruesos, y comenzó a reírse para sí mismo.

«¿Qué demonios?»

Era demasiado aterrador, como si una nube negra de energía flotara detrás de él por alguna razón.

Tras contemplar algo para sí mismo, sus ojos, que brillaban como la luz de las estrellas con el reflejo de la chimenea, me cautivaron. Estaba a punto de quitar la tetera de la parte superior de la chimenea cuando oí su voz grave.

—Espérame —Me detuve y me di la vuelta—, hasta que me convierta en adulto.

—¿Por qué? ¿Me encontrará pareja, maestro?

—A veces eres muy frustrante. Me vuelves loco…

—¿Por qué?

—Olvídalo…

♦ ♦ ♦

El duque Bellavitti y su esposa no tenían una buena relación. Siempre que se encontraban, se menospreciaban, discutían y peleaban. Los sirvientes no sabíamos si se amaban o se odiaban.

Antes de que la duquesa tuviera que casarse con el duque, estaba muy enamorada de otra persona. Era un caballero de una familia de rango bajo, por lo que su amor no pudo florecer. El día de su boda, la duquesa lloró por el dolor de perder a su primer amor.

Después de todo, se trataba de un matrimonio concertado por los intereses de ambas familias. Pero, al parecer, al principio el duque se esforzó mucho por ganarse el corazón de su esposa.

Llenó el jardín de rosas rojas, siguiendo la tradición transmitida por las generaciones anteriores, y le regaló joyas preciosas que fueron extraídas y elaboradas en su ducado. Incluso la invitó a sus viajes a los centros turísticos del ducado.

Sin embargo, fue inútil. Su esposa estaba cegada por su antiguo amor. La duquesa sufrió con el corazón roto durante los primeros años de matrimonio. Para cuando por fin lo superó, el duque tenía una amante.

La duquesa se enfureció al presenciar cómo el duque le susurraba palabras románticas a una mujer cualquiera de un bar, ignorando a su joven y hermosa esposa.

Aunque se peleaban sin cesar, seguían compartiendo la cama porque era su obligación. Tras algunos esfuerzos, nació Leandro. Poco después, su único hijo fue maldecido y se convirtió en un horrible monstruo.

La relación de la pareja era caótica. Incapaz de soportar el abuso de su esposa, el duque pasó la mayor parte del tiempo fuera de casa antes de morir.

Y así, transcurrió un mes desde su funeral.

El periodo de luto no había terminado, por lo que todos los sirvientes de la finca del duque seguían vistiendo de negro. Pero entonces la duquesa apareció de repente con un hermoso vestido de seda rojo, sorprendiendo a todos.

—Ha llegado el momento. Por favor, múdate al edificio principal. Tienes mucho que atender, ¿no es así?

Leandro estaba leyendo un libro en el sofá mientras yo desempolvaba una manta por la ventana en el frío viento invernal. La duquesa arrastró su vestido rojo por la habitación y se sentó frente a él en el sofá.

«Nunca dije que pudieras entrar». Era obvio que Leandro estaba pensando eso. Al ver que su tan esperado tiempo libre había sido perturbado, se mostró disgustado al instante.

—¿Qué llevas puesto?

—No me gusta el tacto áspero y desagradable de la ropa negra en mi piel.

—Aun así, ¿cómo pudiste ignorar el periodo de luto? Es muy irrespetuoso.

—¿Desde cuándo te importan esas cosas?

Calenté en silencio el té mientras escuchaba la conversación. Estaba empleando las hojas de té que la duquesa le había enviado a Leandro hacía tiempo, pero que habían sido olvidadas. La mujer saboreó la fragancia del té y sonrió.

—¿Cuándo piensas volver al edificio principal?

—En realidad, lo he estado meditando desde que la doncella principal vino el otro día a regañarme.

—Irene es una mujer leal.

«Es tan leal que incluso hace las cosas que la señora de la casa se niega a hacer.»

Ahora que lo meditaba, la señora Irene de seguro se consideraba una noble de alto rango. Solía delegar sus responsabilidades a sus subordinados.

Un día, se atrevió a elogiar al joven maestro Bellavitti diciendo: «Parece que está en camino a convertirse en el señor de la casa».

Recordé aquella noche de invierno de no hace mucho tiempo. Azotaba una ventisca. La señora Irene había venido y había molestado sin querer a Leandro.

Aunque Leandro no estaba preparado para asumir el mando, empezó a encargarse poco a poco de algunas responsabilidades como el cabeza de familia. Ya pasaba la mayor parte del día ocupado con las clases, pero con esto lo estuvo aún más.

En sí, la duquesa habría tenido que asumir las responsabilidades del cabeza de familia en representación de Leandro, ya que era menor de edad. Sin embargo, incluso cuando el duque aún vivía, delegó sus obligaciones como la señora de la casa en la doncella principal. Era imposible que la duquesa se ocupara de los asuntos gubernamentales.

Como de costumbre, la señora Irene había acudido a informar a Leandro de sus deberes. Mientras hablaba, se acomodó las gafas y admiró a Leandro por mantener las cosas en marcha a su corta edad. Luego, lo elogió.

Leandro se burló ante la absurda observación. Que asumiera las responsabilidades de la señora de la casa no la convertía en una noble. Aun así, intentaba inmiscuirse poco a poco en muchos asuntos.

Era cierto que la finca no podía funcionar de manera correcta sin ella, así que Leandro no pudo hacer mucho al respecto. Solo se sintió ofendido por su actitud; se había atrevido a ofrecerle su valoración sobre cómo lo estaba haciendo su maestro.

—¿Te preocupa algo de esta familia, madre?

—Una damisela débil y frágil como yo no debe hacer esas cosas.

—Al menos no deberías haber dejado que la doncella principal se encargara de todo.

El niño sufría por culpa de sus terribles padres. Leandro se frotó las sienes y suspiró. La duquesa sonrió de forma inocente mientras miraba de un lado a otro con sus ojos como el mármol, parecidos a los de Leandro.

—Entonces, ¿te mudarás o no?

—Tendré que hacerlo, aunque no quiera…

—Estupendo.

Juntó las manos, muy contenta.

De principio a fin, solo dijo a lo que había venido. En cuanto consiguió lo que quería, se levantó. Las sirvientas detrás del sofá le cepillaron el dobladillo del vestido para que no se arrugara.

—Te veré en el edificio principal, hijo.

—Adiós, madre…

Tras despedirla, Leandro inclinó un poco la cabeza. Tan pronto como la duquesa se retiró de la habitación y la puerta se cerró, se apartó el flequillo de la cara con un soplido. Frunció el ceño mientras abría y cerraba varias veces sus grandes manos.

—Qué irritante.

Parecía descontento con esta situación desesperante.

Tan solo tenía quince años. Aún era joven, sin embargo, no había ningún adulto decente a su alrededor.

La doncella principal tomaba sus propias decisiones respecto al personal y a menudo informaba a Leandro solo después de haber hecho todo por su cuenta. Como al parecer no había nadie más en la casa por encima de ella con poder en la toma de decisiones, se acostumbró cada vez más a esta forma de hacer las cosas.

Por eso, Leandro comenzó a quitarle autoridad primero. Lo hizo poco a poco para que no se diera cuenta y no pusiera resistencia. Pero llevaría algún tiempo.

No había ninguna área en que la señora Irene no estuviera involucrada. Como en verdad no había una señora de la casa, era imposible arrebatarle toda su autoridad de inmediato.

—¿Cómo acabé con unos padres así?

Leandro se cubrió los ojos con las manos.

Extendí la manta con el olor del frío invierno en su regazo. Luego, cogió la pluma de la mesa y se puso a trabajar.

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