Sin madurar – Capítulo 59: El destino cambiado (9)

Traducido por Den

Editado por Lucy


Al final, cabalgué con Leandro. Tras ensillar primero al caballo, me ofreció la mano. Cuando le agarré el robusto antebrazo, me levantó como si fuera ligera como una pluma. Me sentó frente a él y sujetó las riendas.

—Es la primera vez que monto a caballo. Es mi primera vez.

—No hace falta que lo digas dos veces.

—Quiero decir que tengo miedo.

Me agarré la crin del caballo y agaché la cabeza. No estaba acostumbrada al vaivén del animal. Sentía que me sacudía de un lado a otro cuando me inclinaba, así que me enderecé. Pero pronto se me entumeció el trasero.

—Te vas a marear si sigues mirando al suelo.

Al escuchar las palabras de Leandro, levanté la vista.

Estoy segura de que me acostumbraré a esto después de un tiempo. No soy yo quien controla al caballo. Leandro está justo detrás de mí.

—¿Tan incómodo es?

—Sí, pero estaré bien…

—Tu cara me dice otra cosa.

—No, puedo soportarlo.

No quería ser la única que se quejaba cuando todos los demás estaban bien. Aunque, a diferencia de mí, Leandro y los caballeros estaban entrenados para montar a caballo, eso no significaba que yo, una sirvienta, pudiera quejarme en presencia de un noble y sus caballeros.

—Apóyate en mí. Quizás ayude en algo.

—Está bien.

—Solo hazlo.

Me estremecía cada vez que el caballo cambiaba de dirección, así que al final le hice caso. Mi prioridad era sentirme cómoda. Haciendo caso a sus palabras, apoyé mi cuerpo contra su pecho ancho.

Pero al parecer había una distancia considerable entre nosotros, porque cuando intenté apoyar la cabeza, me di cuenta de que estaba más lejos de lo que pensaba. Así que, moviendo un poco las caderas, me eché hacia atrás.

Leandro de repente soltó un sonido extraño.

—Um…

Aun así, moví las caderas para ponerme cómoda. Tras varios intentos, por fin encontré el mejor ángulo para apoyarme en su pecho.

Creo que por fin puedo descansar mi espalda rígida en esta postura.

Solté un profundo suspiro de satisfacción.

—Eh… Evelina…

Al parecer me había acercado un poco demasiado. Podía oír la voz de Leandro justo detrás de mí. Incluso podía oír su suave respiración.

Cuando incliné la cabeza para mirarlo, apretó la mandíbula.

—No te muevas —me advirtió.

Por fin había encontrado una postura cómoda, pero no entendía a qué se refería. Seguí mirándolo, pero él mantenía la vista al frente. Su rostro blanco, como la pálida porcelana del Este, se enrojeció y oscureció.

Entrecerré los ojos cuando el sol me dio en la cara. Seguí con la mirada sus ojos azules, pero Leandro se negaba a hacer contacto visual. Solía ser quisquilloso, pero aun así, en este momento se estaba comportando de forma muy rara.

¿Qué le pasa?

—¿Estoy demasiado cerca? —le pregunté.

—Eh, no. Sí… Quiero decir, no.

Repetía “sí” y “no” como un loro. Era la primera vez que montaba a caballo, así que no tenía ni idea de que Leandro pudiera sentirse igual de incómodo que yo.

—En ese caso me moveré un poco hacia delante.

—Te dije que… no te movieras.

—Bueno, es que parece estar a punto de morir y…

Entonces agachó la cabeza y me susurró al oído:

—Espera. Hay algunas rocas dentadas más adelante.

Por alguna razón, sentí que la parte inferior de mi estómago hervía cuando sentí el aliento caliente que escapaba de sus labios.

—Va… le.

En cuanto le respondí, tiró de las riendas del caballo hacia otra dirección. Me agarré a los brazos de Leandro y parpadeé. El caballo evitó el obstáculo, pero mi cuerpo se sacudió al no poder seguir su movimiento.

—¡Aah!

Leandro me rodeó la cintura con el brazo.

—No te asustes. No pasa nada.

Apoyándome en su fuerza, me incliné y me agarré a la silla. Entonces por fin dejé de sacudirme. Miré a Leandro, sintiéndome un poco aliviada.

Sin embargo, me hizo un gesto para que mirara al frente.

—Ahí hay otra. Maldición. ¿Por qué está tan horrible este camino?

—Tal vez porque llovió hace poco… ¡Aah…!

En medio de mi frase, el caballo saltó de nuevo. Había un charco de barro justo delante. Hice lo que pude por no morderme la lengua. Pensando que debía prepararme para el siguiente salto, enderecé la espalda y me arrimé a los brazos de Leandro. Creía que si me pegaba a su cuerpo podría sentir el flujo de movimientos, pero…

—Te dije… que no te movieras.

—Ah, yo… solo estaba…

—Nunca me haces caso.

No pude encontrar las palabras para responder.

—Lo siento… —me susurró al oído sus disculpas.

No sabía qué decir.

Debido a los baches del camino, nuestros cuerpos estaban muy pegados y nuestras respiraciones estaban casi sincronizadas. Nuestros cuerpos se rozaban por las constantes sacudidas. La incesante fricción era… provocadora. Intenté cambiar de posición y zafarme de los brazos de Leandro, pero tuvo el efecto contrario. No podía tomar el control de mi primera vez montando a caballo.

Cuanto más me movía, más rígido se ponía Leandro. Una mueca se dibujó en su rostro cuando lo miré. Tenía una expresión contraída como si algo le molestara.

—Ja… Por favor…

Junté las manos como si rezara.

—Oh, Dios.

Me costó volver a hacer contacto visual con él. Cuando sentí “eso” en mi trasero, tiró por la borda todo mi esfuerzo por verlo como un niño.

Mierda.

Me cubrí la cara roja. Me desplacé hacia adelante para evitar tocarlo, pero fue inútil porque íbamos cuesta arriba.

—Yo… te lo advertí. Te dije que no te movieras —espetó, rompiendo el silencio incómodo.

Asentí con la cabeza al instante, estando de acuerdo.

—S-Sí. Tiene razón. Esto se debe a que… no le hice caso.

Por fin comprendí por qué no paraba de advertirme con voz casi agonizante.

Por suerte, uno de los caballeros gritó:

—¡Veo el linde del bosque! Hay un arroyo cerca. ¿Deberíamos acampar ahí hoy?

Por fin habíamos salido del bosque. A pesar de la pequeña pelea que tuvimos en medio del bosque, tardamos bastante. Respiré hondo y suspiré. No podría soportar varias horas más de esta incomodidad.

El caballo continuó hasta que llegamos al arroyo. Leandro tiró de las riendas para detenerlo.

—Este lugar parece estar bien. Monten la tienda bajo el árbol.

Siguiendo sus órdenes, los caballeros miraron alrededor para comprobar que fuera seguro y luego montaron la tienda.

Leandro desmontó del caballo primero y luego me tendió la mano. Nuestros ojos se encontraron, pero apartó la mirada. Parecía que también se avergonzaba de lo ocurrido.

Intenté sonreír como si nada y puse mi mano encima de la suya. Luego traté de hacer fuerza con las caderas para levantarme, pero me tambaleé. Sentía las piernas como gelatina después de mi primera cabalgata.

Leandro me agarró cuando perdí el equilibrio y casi me caigo. Bajé la mirada al instante para ver si su “centro” estaba bien. Por suerte, no sobresalía de forma embarazosa.

—¿Qué estás mirando…? Hace un momento, eso estaba fuera de mi control.

—Ah… ya veo.

—No es como si hiciera eso por cualquiera.

—N… No pregunté.

—Solo te lo digo para que lo sepas.

Hizo un mohín.

Aún se comporta como un niño.

Lo miré y esbocé una ligera sonrisa. Asentí con la cabeza y balbuceé la primera tontería que me vino a la mente:

—Vale, vale. Lo entiendo. Solo pasa conmigo.

Luego, al darme cuenta de lo que acababa de decir, me tapé la boca.

Es por esto que hay que pensar antes de hablar.

Leandro tapó la boca con el puño y tosió. Ambos estábamos avergonzados el uno con el otro.

Lily trajo una caja envuelta en papel gris.

—Todo está listo, Alteza. Solo trajimos cecina y galletas. ¿Le parece bien? Eran los únicos alimentos que no se estropearían con el calor.

Desató la cuerda y nos mostró los trozos pequeños de cecina.

—Se ve delicioso —murmuré mientras miraba la caja.

Estaba agotada del viaje en caballo y no estaba en condiciones de ponerme exigente mientras acampaba.

Cuando Lily y yo nos dirigíamos al sur, no teníamos dinero y una vez pasamos hambre durante dos días. Comparado con eso, esto estaba más que bien.

Pero parecía que Leandro no estaba contento con la falta de opciones.

—¿Será suficiente? —preguntó.

—Debe tener mucha hambre —respondí.

—No, yo estoy bien.

—Entonces, ¿cuál es el problema?

—Tú.

—Yo también estoy bien. No es como si estuviéramos comiendo hierba. La cecina es solo carne seca.

¿Cree que soy el tipo de chica que creció en una mansión con comida lujosa?

Le di un mordisquito a la dura cecina y dejé que se deshiciera en mi boca.

Leandro parecía triste, como si el mundo entero se estuviera desmoronando.

—No te traje de vuelta para darte de comer cosas como estas… Debería haber salido a por provisiones yo mismo por muy cansado que estuviera anoche.

—Sus ojos estaban tan inyectados en sangre como los de un conejo anoche.

—La fruta no se daña a la sombra. Claro que eso no lo saben unos caballeros que se pasan el día bajo el sol abrasador.

Chasqueó la lengua mientras partía una galleta por la mitad. Tampoco se olvidó de fulminar con la mirada a los caballeros. Diciendo que me lo comiera con agua, me pasó su cantimplora. Era como si Leandro fuera mi camarero.

Hice un gesto con la mano, sintiéndome incómoda.

¿Cómo podría un poderoso duque del imperio hacer eso?

—Estoy comiendo bien yo sola, así que también debería comer, Alteza.

Leandro bajó la mirada con tristeza.

—Estoy comiendo.

Cediendo, tomé la cantimplora de Leandro y bebí un poco de agua. Por fin sonrió. El estado de ánimo de Leandro cambiaba con cada una de mis palabras y movimientos.

¿Cuánta influencia tengo sobre él?

—Veré si puedo conseguir un carruaje cuando lleguemos al siguiente pueblo. Pareces muy cansada —comentó.

—¿No faltan unos días más para llegar al ducado?

—Si intentas decirme que puedes soportarlo, olvídalo. No soporto ver cómo te lesionas la espalda.

En efecto, me dolía la espalda. Había hecho lo posible por no demostrarlo, pero él tenía un sexto sentido para eso. Quizás se debiera a que había estado todo el día en un castillo pelando cebollas y cortando tomates y ahora de repente viajaba una larga distancia de una forma que nunca antes había probado. Incluso apoyarme en un árbol me resultaba difícil. Me temblaba la espalda.

—Entonces, le estaré agradecida si lo hace.

—Creía que dirías que no, así que ya estaba pensando en todo tipo de razones para persuadirte.

—¿Por qué?

—Supongo que siempre te rebajas y no paras de decir que no eres más que una humilde plebeya, una doncella… Así que pensé que…

Me masajeé la espalda mientras bebía agua. Clavé la mirada en Leandro, que tenía una sonrisa de satisfacción en la cara.

Cierto, ¿por qué dije esas cosas? Por sorprendente que parezca, hasta ahora he sido muy desinteresada. Soy quien cuidó de Leandro cuando era niño y soy quien rompió la maldición.

Dándome cuenta de que merecía ser un poco más egoísta, respondí:

—Si es posible, por favor, consiga el carruaje más cómodo que pueda encontrar. De lo contrario, mi frágil cuerpo no podrá sobrevivir a una marcha tan incómoda.

—No te preocupes por eso. Puede que no encuentre nada igual de cómodo que el anterior carruaje, pero buscaré el mejor que haya.

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