Sin madurar – Capítulo 58: El destino cambiado (8)

Traducido por Den

Editado por Lucy


—No sé quiénes sois, pero estáis gafados —gritó un hombre musculoso con un parche en el ojo—. Si deponéis las armas y os rendís, al menos os perdonaremos la vida.

Agitó de forma amenazadora el mangual[1] por la cadena y lo estrelló contra el suelo.

Lily, que estaba cerca de mí, golpeteó la vaina de su espada y sonrió. Se agachó y metió el dobladillo de mi túnica por debajo del carruaje.

—No salgas, Evie.

—Por supuesto que no. A menos que sea idiota.

—Todo irá bien. No te preocupes —susurró al notar que me temblaba la mano.

Asentí con la cabeza. Era imposible que los fuertes caballeros de la casa de Bellavitti cayeran víctimas de estos matones callejeros. Ya podía intuir que la victoria estaba en manos de Leandro.

Sin embargo, saberlo era muy diferente que presenciarlo de primera mano. Me sentí mareada al ver por primera vez en mi vida la sangre salpicando por todas partes. Los ambrosettianos aparecían sin cesar de entre los arbustos. Tal y como Leandro había dicho, parecían ser más de treinta.

—¡Cállate! —masculló uno a Lily—. ¿Quién dijo que podías moverte? ¡Oye tú, el tipo peliblanco! ¿No escuchaste al jefe?

Levantándose, ella agarró la empuñadura de su espada en la cintura y miró a Leandro.

—Alteza, solo diga la palabra.

Ambos intercambiaron miradas. Luego él levantó la barbilla y se paró con arrogancia mientras preguntaba:

—¿Vosotros sois los responsables de todos los atroces asesinatos, agresiones y robos que se han producido en esta zona?

—Parece que por fin se ha corrido la voz entre los lores y las damas de las torres de marfil —exclamó con orgullo el hombre del parche mientras se rascaba el pelo rubio.

Incluso desde lejos podía ver las manchas de sangre bajo sus uñas. Cerré los ojos con fuerza y luego los abrí.

El hombre tenía una mirada feroz, los ojos sedientos de la sangre de aquellos a quienes había asesinado antes. A diferencia de los muchos otros que estaban detrás de él, vestía ropa lujosa. Sus seguidores parecían muy andrajosos en comparación.

Antes de que pudiera darle muchas vueltas, el hombre gritó con orgullo:

—Hace poco maté a uno de los líderes más importantes del imperio. Fueron osados al creer que podrían atravesar este bosque sin un rasguño.

—No hay otra forma de llegar a la ciudad imperial desde el sur que por aquí —replicó Leandro.

—¡Esto es territorio ambrosettiano! Los súbditos del imperio no pueden pasar sin permiso del reino.

—Pero, ¿Ambrosetti no es parte del imperio? Solo estás inventando excusas para matar súbditos imperiales.

Sin saber cómo responder a eso, el hombre levantó el mangual. Los ambrosettianos de cabello rubio oscuro detrás de él lo imitaron y rugieron.

Leandro desenvainó la mitad de su arma. La hoja blanca y brillante asomó por la vaina.

—El imperio es tan vasto que las noticias tardan en llegar. Pero seguro que el príncipe heredero ya está al tanto de vuestra existencia.

—Más le vale. Hace tres años, el príncipe heredero del supuesto imperio nos sometió a la fuerza. Desde entonces trabajamos sin descanso para sobrevivir. Pero los súbditos del imperio nos tratan peor que a los animales. Lo mejor que podemos hacer es mataros y arrebataros el palacio real.

—¿No empezasteis vosotros también la violencia entonces?

—Eso fue porque no nos hacían caso si no llamábamos su atención.

La conversación terminó. Como si no valiera la pena escucharlos, Leandro desenvainó el resto de su espada. Los caballeros también desenfundaron las espadas y se pusieron en posición de combate.

Me tapé los oídos ante el horrible chirrido del metal. Entonces vi los tensos músculos de la espalda de Leandro a través de la camisa blanca. La vista de sus hombros anchos y espalda me tranquilizó un poco.

—Os superamos en número el triple.

El hombre dio una advertencia final.

—Soltad las armas y rendíos, así al menos os perdonaremos la vida. Mirad vuestras caras delicadas. No queremos rasguñarlas ahora, ¿cierto?

—Cállate y terminemos con esto. No tengo todo el día.

Leandro movió el dedo de arriba abajo, indicando al hombre que se acercara.

Enfadado por su descaro, el maleante empezó a agitar el mangual en el aire. De esa manera, inició la lucha, con el sonido del acero chocando con el acero. Cada caballero se enfrentaba a unos tres o cuatros ambrosettianos.

—Esto es lo que quería. ¡Esto es justo lo que quería! —gritó uno de los caballeros.

A pesar del ambiente tenso, la diferencia de fuerza era abrumadora.

Sí, como esperaba. Un grupo de bandidos en un bosque no es rival para los caballeros armados que supusieron todo un desafío para el palacio imperial durante su rebelión en la historia original.

Los caballeros empuñaban sus espadas con una mano y asestaban puñetazos con la otra. El estilo era un poco tosco y agresivo como para ser descrito como arte marcial. La cara de un ambrosettiano se hundió de un solo puñetazo rápido. Ninguno de los caballeros tenía piedad.

Un caballero enorme dio vueltas con los ambrosettianos colgando de ambos brazos y los lanzó al suelo.

—Os lo tenéis merecido.

La sangre salpicó y los dientes rotos volaron por todas partes cuando uno de los ambrosettiano aterrizó de cabeza.

—¡Aaargh!

Era un espectáculo nauseabundo, así que aparté la mirada al instante.

Leandro y Lily luchaban a ambos lados del carruaje, conmigo en medio. Lily repelía las flechas que se aproximaban con un giro de su espada.

El carruaje de repente se sacudió con violencia. Me cubrí la cabeza y miré alrededor. Pronto me di cuenta de que el hombre del parche había lanzado el mangual y este se había quedado clavado en el carruaje.

—Sabe cómo dar pelea —comentó Lily con voz monótona mientras sacaba el mangual. Trozos de escombros cayeron del agujero perforado.

Sorprendida, me agarré el pecho.

No me pasó nada parecido durante mi viaje al sur. Quizás estoy presenciando esto porque estoy con el segundo protagonista masculino.

—¿Por qué estás tan relajada?

Observé a Lily.

—Nadie se ha acercado aquí todavía. Maldición, quería ver lo oxidada que estaba.

Permaneció de pie allí, repeliendo las flechas.

—Debes estar loca —murmuré al notar su mirada impasible.

—Vamos, lucha como un hombre —gritó el líder de los ambrosettianos.

Leandro miró el agujero gigante en la puerta del carruaje y chasqueó la lengua.

—Qué irónico viniendo de ti.

Luego volvió a centrarse en el hombre delante de él.

El hombre lanzó de nuevo el mangual. Falló por poco, pero estuvo a punto de detruir el carruaje una vez más. Leandro lo repelió con su espada. Eso no fue todo. La espada blanca y pura emanaba un aura azul. Pero el hombre no se percató y comenzó a agitar de nuevo el mangual por la cadena por encima de su cabeza.

—¿Es tu única arma? Parece un poco inútil —comentó Leandro.

—¡Bastardo…! ¿Cómo te atreves?

La cadena del mangual envolvió la espada de Leandro. Era lo que estaba esperando. En cuanto tocó el aura de la espada, esta se rompió. Levantó su arma con una mano y luego la blandió en un tajo vertical.

El aura azul salió disparada de la espada y partió al hombre en dos.

—¡Aaargh! —Su gritó se ahogó a medio camino.

Leandro envainó su espada.

Me tapé la boca con las manos ante la horrible escena que se había desarrollado ante mí. ¿Tenía que usar el aura de la espada? Podría haber acabado con él con los puños…

Leandro volvió a mirarme.

—¿Lo has visto?

—Impresionante… Supongo…

—Entrené duro para ser lo bastante bueno como para protegerte cuando regresaras.

Mientras Leandro se sonrojaba y hablaba en voz baja, me giré hacia Lily. De todos modos no podía captar ni la mitad de lo que decía por la distancia que nos separaba.

Al otro lado, ella estaba apuñalando a dos ambrosettianos como si fueran brochetas. Fue solo un momento, pero pude ver la sed de sangre en sus ojos. Después de todo, en la historia original la apodaban «máquina de matar».

—Eso debería bastar —dijo Leandro.

—Se escaparon —respondió uno de los caballeros.

—De todas maneras los dos no podrán hacer nada. Este lugar está bajo la jurisdicción del príncipe heredero, así que déjalos ser. Tenían unas treinta personas, pero se escondían en el bosque atacando a viajeros porque no podían enfrentarse a los pueblos cercanos.

—¿Avisamos al palacio imperial una vez lleguemos al siguiente pueblo?

—Sí, eso estaba pensando. ¿Por qué tengo que sufrir por culpa de ese patético bastardo?

—Por cierto, Alteza, ni siquiera sudó.

—Vosotros os ocupasteis de ellos, dejándome sin apenas nada que hacer.

Los caballeros sonrieron, rascándose la nariz como si se sintieran halagados. Puede que no lo pareciera, pero esa fue la manera de Leandro de elogiarlos.

Me di cuenta de que un caballero se estaba burlando de su camarada, diciéndole lo mal que había peleado porque estaba todo cubierto de sangre.

¿Cómo pueden bromear y reírse después de haber matado a docenas de personas?, me pregunté.

Leandro se arrodilló.

—Evelina.

Luego metió la mano bajo el carruaje.

Agarré la mano aún cálida y me sacó sin hacer grandes esfuerzos.

Los daños al carruaje eran peores de lo que esperaba. El asiento en el que había descansado durante todo el trayecto estaba destrozado y la puerta tenía un agujero enorme.

—El carruaje no tiene arreglo —dijo Leandro en voz baja al verme observando el vehículo.

No oculté mi tristeza.

Ni siquiera estamos a mitad de camino del ducado. ¿Cómo voy a viajar sin un transporte tan cómodo?, me lamenté para mis adentros.

—Por suerte, tenemos muchos caballos —añadió.

—No sé montar a caballo.

Me llevé ambas manos a la cara y fingí llorar.

—¿Por qué tenemos tantos problemas?

Leandro se acercó corriendo hacia mí. Sin saber qué hacer, trató desesperado de leerme la cara.

—Debes haberte sorprendido mucho. Lo siento.

¿Por qué? 

Levanté la mirada. Estábamos de camino al ducado y ellos nos habían atacado primero. No sabía por qué se disculpaba.

—Fue aterrador, ¿verdad? Debería haberme preocupado por ti primero —dijo.

—N-No… no debería.

—Me aseguraré de que nadie te toque ni un pelo. Lo juro.

Abrí los ojos de par en par ante su voz muy dulce. Recordaba esa frase. Era lo que le había dicho a Eleonora, en la historia original, después de salvarla de unos matones en un callejón de algún festival por el aniversario de Helios III.

—Te lo juro, así que… no llores.

—No estoy llorando.

Me cogió la cara por la barbilla y la movió de un lado a otro para ver si decía la verdad. No había ni una sola lágrima en mi rostro. Solo suciedad de haber estado tumbada en el suelo bajo el carruaje. Me la quitó con cuidado. Cerré los ojos y dejé que hiciera su parte.

Entonces de repente la respiración de Leandro se volvió agitada. Cuando abrí los ojos, me miró ruborizado.

—¿Por qué cerraste los ojos?

—En ese caso, los mantendré abiertos.

—No, ciérralos.

—Los mantendré abiertos.

—Ciérralos, no haré nada raro.

Miré a Leandro con los ojos entrecerrados. Sus pupilas azules como el océano estaban muy concentradas en limpiarme la suciedad de la cara. Divertida por tanta concentración en algo tan trivial, sonreí.


[1] Un mangual es así:

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