Sin madurar – Capítulo 63: En la tormenta (1)

Traducido por Den

Editado por Lucy


—Es del palacio imperial… —dijo mientras me miraba, como si hubiera leído a través de mi cara de confusión.

Parecía que esto no le daba buena espina. Su semblante se volvió más frío que antes.

El águila de ojos dorados era el símbolo de la familia imperial. Tras escuchar las palabras de Leandro, recordé haber visto ese sello cuando me crucé con el séquito de Diego.

—¿Para mí? ¿Del palacio imperial?

El dedo largo de Leandro señaló una palabra en la esquina del sobre.

—Ahí lo pone. Tu nombre.

—Ah… ¿Para mí? ¿Yo? ¿Evelina?

—Sí, para Evelina.

—Eso es imposible. Léalo otra vez.

—¿Crees que soy idiota?

Estaba molesto, pero me hizo caso y volvió a leerlo.

Incluso cuando su voz grave leyó mi nombre en voz alta varias veces, seguí sin poder relajar mi rostro tenso.

¿Una carta para mí…? ¿Del palacio imperial?

—Ya está. Viendo que te has quedado callada ahora, ¿satisfecha?

—¿Por qué me enviarían una carta…?

—No lo sé. No parecen ser buenas noticias.

Al ver mi expresión, extendió la mano. Entonces, como si el sirviente hubiera estado esperando ese momento, le entregó enseguida un abrecartas a Leandro.

Él sabía que yo apenas sabía leer cuentos. Así que me encogí de hombros y le pasé la carta.

Bajó sus largas pestañas y leyó el contenido. Luego, frunció los labios.

—Dice que estás invitada al palacio imperial. Es una invitación, pero es más una orden imperial, dado que tiene el sello del emperador.

—Bueno, de todas formas planeábamos ir a la ciudad imperial, ¿no? —respondí con amargura.

Luego le quité la carta de la mano y la leí para mí misma. Pero no decía nada más aparte de lo que él había leído en voz alta.

—Ah… Hm.

Me rasqué la mejilla, confundida.

—¿El sello de su majestad el emperador es este de aquí?

—Sí. Solo el emperador puede usar este sello.

—¿El mismísimo emperador me invitó?

—Eso es lo que pone.

Tras confirmar que no se decía nada más en la carta, se la devolví a Leandro. Pero la arrugó. Sorprendida, le toqué los dedos.

¿No la necesito para demostrar quién soy cuando entre al palacio imperial?

—¿Por qué arrugó la carta?

—Ah… lo siento. No me di cuenta.

Me devolvió la carta, pero no pude alisarla con facilidad.

No me arrestarán por ofender a la realeza por esto, ¿verdad?, me pregunté.

Al cabo de un rato, dejé de intentar alisar el papel. Me di cuenta de que Leandro estaba contemplando algo con la mano en la barbilla.

—¿Excelencia?

Seguía frunciendo el ceño, así que le presioné la frente con la palma de la mano. Entonces soltó una risita.

—¿Cómo diablos sabe Su Majestad quién soy? ¿Y por qué me convoca?

—Hace unos días recibí un informe… Como te dije, invertí dinero aquí y allá para comprarte un estatus. Pero hubo personas que preguntaron al respecto.

—¿Es posible que…?

—Mandé a investigarlo y me enteré de quién era. Mis investigadores vieron a uno de estos hombres entrando al palacio imperial.

—Ah… Puede que eso tenga algo que ver con esta invitación.

—Es difícil asegurarlo, pero es muy extraño para ser una coincidencia, ¿no?

—Es muy sospechoso.

—Menudo dilema. Ya sabía que me seguía gente del palacio imperial. Pero es habitual que la familia imperial investigue a los nobles de alto rango, así que no le di mucha importancia…

Me sumí en mis pensamientos mientras escuchaba a Leandro. Se suponía que este baile se celebraba poco antes de que iniciara el prólogo de la historia original, donde se anuncia el compromiso de Eleonora y Diego. Pero el emperador me convocó a mí, una humilde extra.

No cualquiera, ¡sino el mandamás del imperio!

Sabía que había arruinado la historia original al andar con Leandro, porque me había sentido muy mal por él.

Pero lo único que hice fue romper la maldición. ¡Eso no tiene nada que ver con lo que pasa después! ¿Por qué diablos me convocó el emperador?

Intenté entenderlo, pero no pude encontrar una respuesta. Leandro tampoco parecía tener una respuesta definitiva. Nuestros ojos se encontraron.

—Para que lo sepas, nadie sabe que tienes algo que ver con mi maldición. Es un secreto entre nosotros dos.

—Sé mejor que nadie que no es el tipo de persona que cotillea.

—Gracias por darte cuenta, pero… mierda.

Se echó de forma agresiva el pelo hacia atrás.

—Sabía que el emperador mostraba demasiado interesado en mí. Debería haber tenido más cuidado…

Tiré del dobladillo de su camisa para consolarlo.

—No es su culpa, Excelencia.

—Que yo te lleve a la ciudad imperial y que te convoque el emperador son cosas muy diferentes.

—Bueno, quiero decir… es un llamado imperial, pero no es que haya cometido ningún crimen… y la carta dice que solo estoy invitada al palacio.

—¿Y qué? ¿Estás contenta?

—No, en realidad no…

—Quería que fuera una cita agradable.

Desvié la mirada fingiendo no haber oído esa última frase.

Así que solo está enfadado porque van a interrumpir nuestra cita, ¿eh? A lo mejor fui la única que se lo estaba tomando en serio. Aun así, como duque, Leandro debe entender mejor la situación.

Lo observé y pensé para mí misma que quizás el emperador solo tenía curiosidad por la mujer a la que Leandro, un miembro de la familia imperial, compró un estatus y trajo de vuelta a su ducado.

♦ ♦ ♦

Y al día siguiente, en cuanto salió el sol, los sirvientes llevaron con rapidez nuestro equipaje al carruaje. Mientras tanto, yo seguía echada en la cama. La suavidad de las sábanas contra mi piel me retenía.

Pero Serena vino y me quitó la sábana.

—Señorita, es hora de levantarse.

Aunque temblé por el viento frío que soplaba por la ventana abierta, me animó.

—Tiene que lavarse y alistarse rápido. Hay un largo camino hasta la ciudad imperial, así que es mejor empezar pronto.

—¿Qué hay de Su Excelencia?

—Dios mío… Son iguales. Escuché qué Su Excelencia preguntó por usted en cuanto se despertó.

—Oh… ya veo.

Quizás Leandro y yo pensamos lo mismo. Quiero decir, ¿desde hace cuánto nos conocemos?

Ignorante a ello, Serena se limitó a felicitarnos, diciendo que hacíamos una pareja estupenda. Con su ayuda, preparé todo y salí de la mansión.

Delante de la mansión había un carruaje enorme, como en el que viajamos a la baronía cuando Leandro vino a traerme de vuelta. Y detrás había otro carruaje para el equipaje. Solo pasaríamos unos días en la ciudad imperial, pero la cantidad de sirvientes que nos acompañaban y de equipaje que llevábamos era sorprendente.

Vi a Leandro recibir el informe del mayordomo y me acerqué a él.

—¿Dormiste bien?

Leandro me saludó cordial, agitando la mano. Pero al ver sus ojos rojos, supuse que no había dormido bien anoche.

—¿Se quedó despierto toda la noche?

Volví a preguntar.

—Creo que dormí unas dos horas.

—Si fuera usted, no sería capaz de mantener los ojos abiertos…

—Bueno, yo no soy tú.

Me encogí de hombros ante su burla.

Pero las personas que me rodeaban, como Serena, Lily, Emmanuel y los demás caballeros, se alejaron de Leandro y tosieron.

Al ver sus reacciones, él suspiró y, mientras se rascaba a la cabeza, murmuró una disculpa.

—Hm, lo siento.

—¿Por qué?

—No lo sé… De todos modos, lo siento. Supongo que no debería haber dicho eso.

—No sé de qué habla… pero está bien. Acepto.

—Si no lo sabes, ¿por qué aceptas la disculpa?

—Entonces, ¿qué quiere que haga?

—Ja… Esto no es lo que esperaba…

—A mí también me lo parece.

Cuando dije eso, Emmanuel emitió un sonido, algo así como una palabra que no pasó el filtro de su cerebro, y se rio.

Leandro enrolló los papeles en su mano y golpeó a Emmanuel en la cabeza. Luego me ofreció la mano. La tomé y subí al carruaje.

Mientras me arreglaba el vestido pomposo, llevó a cabo una revisión final.

—Id a vuestros puestos —ordenó a los caballeros y sirvientes.

Tras abordar el carruaje y sentarse con las piernas largas cruzadas, el vehículo se puso en marcha.

—¿No tiene trabajo que hacer hoy? —pregunté.

—¿Por qué crees que me quedé despierto toda la noche? Terminé una semana de trabajo.

—Ya veo. ¿Cómo puede trabajar tanto sin que le sangre la nariz?

—Este tipo de vida está bien para alguien como yo.

Sonó un poco imbécil, pero asentí porque en cierto modo era verdad. Luego miré por la ventana.

—¿Qué es eso?

Señaló la cesta pequeña que tenía en el regazo.

 —Galletas. Serena me dio algunas para comer en el carruaje.

—Ya veo, disfruta.

—¿No quiere, Excelencia?

—Ya sabes que no me gustan las cosas dulces.

—Solo estaba siendo educada.

—Ya veo.

Entonces, supongo que me puedo comer todas estas galletas.

Abrí la cesta cuando me aburrí de mirar el paisaje por la ventana. Después de observarme un rato, Leandro bostezó, abriendo mucho la boca.

—¿Por qué no duerme un poco? Se ve muy cansado —comenté.

—No pasa nada.

—Pero no me gusta verlo así ni saturado de trabajo —dije con los ojos llorosos.

—Está bien, está bien —agitó las manos—. Me echaré un sueñecito.

Se tumbó con el cojín del respaldo como almohada.

Pero al cabo de poco, entrecerró los ojos ante la luz cegadora que entraba por la ventana. Yo llevaba mangas largas de encaje, así que le ayudé a protegerse de los ojos con el brazo.

—No tienes que hacer eso… —dijo.

—Entonces, ¿por qué sonríe?

—No, quiero decir. Mierda. ¿No puedo ser feliz?

—Je, je.

—¿Por qué estás tan contenta?

Mientras protegía los ojos de Leandro con una mano y sostenía una galleta en la otra, el carruaje pronto giró en la carretera que conducía a la ciudad imperial. En un momento dado, Leandro se quedó dormido. Sonreía como si todo estuviera bien, pero yo seguía preocupada porque había trabajado todas las noches hasta el amanecer.

Espero que descanse bien, al menos durante el festival.

♦ ♦ ♦

Sentía entumecido el brazo extendido, así que giraba la muñeca una y otra vez. Cuando la manga siguió rozando la cara de Leandro, él frunció el ceño. Mientras tanto, oí la fuerte voz de Emmanuel anunciando nuestra llegada al palacio imperial. Asomé la cabeza por la ventana.

Había innumerables torres y una muralla gruesa que las rodeaba. No había pensado mucho en el lugar cuando leí la historia original, pero en realidad era asombroso. No dejaba de exclamar asombrada mientras atravesábamos varias puertas. Dondequiera que mirara, brillaban estatuas talladas con delicadeza y joyas.

Al cabo de un rato, el carruaje se detuvo y Leandro abrió los ojos. Me reí, diciéndole que estaba despeinado. Me miró un momento y de repente inclinó la cabeza hacia mí.

Le dirigí una mirada perpleja.

—¿Qué hace?

—Ayudarte.

—Dijo que ya no era una sirvienta.

—No hace falta ser una sirvienta para ayudar en algo así.

—Sé sincera. Sólo quiere sentir mi mano en su pelo, ¿cierto?

—Sí, me has atrapado. Solo quería sentir tu mano en mi pelo.

Me reí entre dientes y le ayudé a peinarse. Poco después, Leandro llamó a la puerta del carruaje y un sirviente del palacio que esperaba fuera la abrió. Cuando bajó, le tomé la mano y descendí. Cuando perdí el equilibrio y me tambaleé, me rodeó la cintura con el brazo.

—Gracias —le sonreí.

—No hay de qué.

Mientras contemplaba los alrededores con la espalda erguida, el sirviente del palacio que abrió la puerta del carruaje hizo una reverencia ante nosotros. Luego preguntó por la prueba de nuestras identidades. Leandro le enseñó su anillo y yo saqué la carta del emperador del bolsillo. Tras examinarla, el sirviente se inclinó y dijo:

—Bienvenido, duque Bellavitti. Y signorina. Sus habitaciones están preparadas. Por favor, síganme.

Me preocupaba tener que quedarme sola en el palacio, pero todos los nobles por encima del rango de conde se hospedaban en el palacio.

Aliviada, seguí al sirviente y le pregunté:

—¿Nos alojaremos en la misma área?

—Si ambos están de manera oficial en una relación romántica, sí.

—Ah… entonces…

Me quedé a medias.

—Entonces, nos alojaremos en la misma área —intervino Leandro con sonrisa de oreja a oreja.

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