Traducido por Ichigo
Editado por Herijo
Y así, amarían el paso de su tiempo por toda la eternidad.
El niño se despertó solo en una habitación llena del sonido de la lluvia.
Llovía suavemente afuera. El chico, con el pelo del color del crepúsculo y los ojos verde esmeralda, miraba por la ventana, pareciendo un poco feliz.
Hoy era un día lluvioso. Eso significaba que no habría entrenamiento con espada ni vueltas al campo de entrenamiento. Seguramente tendrían clase dentro de casa. El chico sentía curiosidad por la continuación de un libro infantil que no había podido leer debido al entrenamiento.
Bien.
Tenía prohibido leer libros antes de irse a dormir y se los confiscarían si bajaban sus notas en la educación en casa. Por supuesto, tampoco se le permitían derrotas continuas en el entrenamiento con espada.
Criado en un hogar severo, el chico tenía marcas de látigo en las manos. Había sido golpeado el día anterior y le habían estado palpitando hasta ahora. Su hermano mayor había huido del entrenamiento y el chico había sido golpeado por no buscarlo. Al enterarse, su hermano se había enfrentado a su padre por haberle pegado, pero recibió un puñetazo y ahí acabó todo.
En este preciso momento, en otra habitación, su hermano seguro también se alegraba de recibir esta mañana.
—Gilbert.
Llamaron a la puerta. El chico asomó la cabeza fuera de la habitación, aún en pijama.
—Je je, tenemos el día libre. —Con la mejilla hinchada y un moretón en el ojo, su hermano le sonrió con alegría.
Cuando el chico le preguntó si su herida estaba bien, respondió con un “no es nada”. Cuando tomó las manos de Gilbert, las frotó como para calentarlas.
—Siento haberme escapado.
—Hm-hm. —Gilbert negó con la cabeza.
—Pero creo que volveré a hacerlo.
—¿Por qué, hermano? —preguntó Gilbert.
—Porque me fastidia. No solo el viejo, sino todo lo demás.
Gilbert bajó los hombros. Podía entender un poco lo que decía su hermano. Su hermano despreciaba el destino y las obligaciones que les imponían.
—Tú tampoco seas su esclavo. Oye, ¿puedo dormir en tu habitación? Me quitaron el colchón como castigo. Hace tanto frío que no lo aguanto, y además, respecto a la novela que estabas leyendo, ¿puedo leerla yo primero?
—Sí, claro, hermano —contestó Gilbert.
Un día, cuando sea mayor, quiero intentar hacer cosas que me gusten, pensó Gilbert.
♦♦♦
El hombre se despertó en una habitación llena del sonido de la lluvia.
Fue un despertar sin ánimo. Seguro la humedad era alta. Cuando intentó incorporarse, notó un peso sobre su cuerpo.
Había una hermosa mujer entre sus brazos. Con cabello y pestañas doradas y piel de porcelana, dicha mujer estaba profundamente dormida. Tenía extremidades largas y finas, así como un cuerpo esbelto. Era casi una muñeca.
Al principio, Gilbert se asustó por el hecho de que alguien estuviera durmiendo con él.
Violet.
Y luego, se sobresaltó por el hecho de que se trataba de su amada.
La observó con atención. Dormía con tanta quietud que él se preocupó por si respiraba o no. Pudo confirmar el sonido de su respiración acercando el oído a ella, acariciándose el pecho con alivio.
Violet era casi como una muñeca de fábrica cuando dormía.
Tiene la piel tan bonita.
Era demasiado joven para alguien como él, que hacía poco se había encontrado una cana. Los amantes estaban muy separados en edad, pero, aun así, Violet todavía parecía una niña.
Ya tenía un rostro maduro incluso cuando era una niña.
Cuando la gente como ella crecía, algunos acababan pareciendo infantiles. Tal vez debería decir que su edad había alcanzado a sus rasgos faciales, y luego los había superado.
Queriendo darle alguna muestra de afecto, Gilbert tomó un mechón de su cabello dorado y depositó un beso en él, haciendo todo lo posible por no despertarla. Una tímida sonrisa se formó en sus labios.
—Mayor —llamó Violet, con los ojos aún cerrados.
Ese título ya no le correspondía, pero fue la primera palabra que pronunció, además del antiguo rango de Gilbert. Por lo tanto, Gilbert le permitió llamarlo así sin corregirla.
—¿Te he despertado?
—No, ya estaba un poco despierta… —Se frotó los ojos como un gato y luego los abrió para mirarlo.
Cada uno de sus gestos le resultaba fascinante.
—Mayor, está usted aquí —quizá debido a que acababa de despertarse, Violet pronunció una frase extraña.
—Claro que lo estoy.
—Eso me sorprendió.
—Te entiendo. A mí también… Aún es nuestro primer día viviendo juntos. Es natural que ambos nos sorprendamos.
Soltando una leve risita, Gilbert la atrajo suavemente hacia sí para abrazarla, pues ya estaba entre sus brazos. Sus narices se rozaron y se enroscaron uno alrededor del otro como harían los animales.
—Para mí, mayor, a veces es usted tan apasionado que siento que voy a dejar de funcionar.
—¿Por qué hablas haciendo pausas, Violet?
—Lo más probable es que sea por vergüenza.
—Ya veo, así que estás nerviosa. Déjame ver.
—No, no puedo.
—Permíteme.
—No puedo.
Mientras Violet retorcía el cuerpo e intentaba ocultar su rostro con sus pálidas manos, Gilbert se rio, enroscándose de nuevo en torno a ella. Como para objetar, con la cara un poco sonrojada, ella agarró una almohada y la colocó entre la cara de ambos.
—¿Qué es esto?
—Es una barrera.
—No puedo darte un beso de buenos días así.
—Es una barrera.
—Violet, ¿me odias?
—Ese no es el caso.
—¿Entonces para qué es esta barrera?
—Mi cara tiene un aspecto extraño ahora mismo. —La cara de Violet asomó un poco por la barrera de almohadas—. Sería un problema si se la muestro y le parece rara, y acaba tomándome aversión por ello.
Gilbert apartó la almohada de un manotazo y besó a Violet, sin hacer más preguntas.
Mientras llovía, los enamorados tardaron en salir de la cama, y como esta batalla se prolongó, era cerca de mediodía cuando se dieron cuenta.
A mediodía, él preparó la comida y los dos comieron juntos. Como la lluvia no cesaba y como ambos se habían ganado unas vacaciones, pasaron el tiempo sentados en el sofá, leyendo libros.
Pasaban el tiempo haciendo cosas que les gustaban.
♦♦♦
Desde un carruaje, el chico observaba la vista por la ventana.
Nunca había intentado actuar con libertad ni un solo día. Para Gilbert, que tenía la sangre de los Bougainvillea —una familia famosa por producir un gran número de excelentes soldados del ejército—, todo estaba ya decidido.
El tipo de zapatos que llevaba, la tela de su chaqueta, la hora a la que tenía que levantarse por la mañana, qué artes marciales iba a aprender, de quién no debía ser amigo… todo estaba predeterminado. El hecho de que iba a asistir a una academia militar en primavera también estaba decidido desde su nacimiento.
Había dispuesto un carruaje para ir a ver su habitación en la residencia, pero su único acompañante era un mayordomo, ya que sus padres no habían ido. Para empezar, su padre tenía que trabajar y su madre estaba cuidando de su hermana pequeña recién nacida.
Su hermano ya había huido de casa y se desconocía su paradero. Le había enviado una carta solo a Gilbert, informándole de que se había matriculado en la academia militar de la marina, pero desde entonces había perdido el contacto. Había dicho que volvería para celebrar el ingreso de Gilbert, pero no se sabía si era cierto.
El paisaje se movía sin parar fuera de la ventanilla del vehículo. Vio a unos cuantos jóvenes de su edad que caminaban alegremente en grupo. Era gente corriente. En lugar de ir a la academia militar, seguro se harían cargo de un negocio familiar o conseguirían algún tipo de trabajo ordinario. Estaban simplemente de paseo, pero parecían divertirse mucho.
Gilbert, que no hacía más que ir en carruaje, no encontraba diversión en nada. Cuando el cochero le preguntó si quería parar en algún sitio, no se le ocurrió nada. Se le daba especialmente bien la geografía, por lo que conocía bien los nombres de los lugares. Pero era incapaz de decir ninguno en voz alta.
Sabía que no podía huir. Si, por ejemplo, se quejaba aquí de los conflictos y sufrimientos que sentía en su corazón, sería tachado de débil y apartado de su familia, y sus responsabilidades como cabeza de familia recaerían sobre los futuros maridos de sus hermanas menores, que aún eran muy jóvenes. En ese caso, si alguna vez sus hermanas se enamoraban de alguien, no podrían seguir sus sentimientos y tendrían que casarse con alguien a quien no amaran.
La mejor opción era que él lo soportara. Esta era la mejor manera de que el mundo siguiera girando. Después de todo, Gilbert tampoco se valoraba mucho a sí mismo. Creía que, si alguien tenía que desaparecer, debía ser él.
Vio a una pareja de ancianos paseando entre los árboles y, sintiendo celos de ellos por algún motivo, se le saltaron las lágrimas.
♦♦♦
Desde un carruaje, el hombre observaba la vista por la ventana.
Hoy era un día libre. El verdor del exterior era hermoso. Cuando miró a su lado, encontró a alguien aún más hermoso junto a él. Era su amante.
Cuando el carruaje se detuvo junto a un extenso bosque, ambos salieron sosteniendo una voluminosa cesta de picnic. El otro día no pudieron venir debido a la lluvia, pero elegir venir hoy quizá fuera lo mejor. Habían oído decir a un vecino que hoy se verían globos aerostáticos.
—He volado antes en aviones de combate, pero no en globo. Mayor, ¿y usted?
Violet y Gilbert habían tendido una gran manta sobre la hierba; los dos estaban tumbados sobre ella mirando al cielo. Ya habían terminado los sándwiches caseros y el té que había en la cesta de picnic. Ambos eran de poco comer, pero tenían la sensación de que podían comer mucho más de lo habitual. ¿Sería porque estaban pasando un rato despreocupado juntos al aire libre?
—Nunca. Me gusta lo rápidos que son los cazas, pero no sirven para apreciar el paisaje. Esa persona de ahí parece divertirse. ¿Qué tal si montamos en uno juntos algún día?
Un pequeño globo rojo se divisaba en el cielo lejano.
—Me preocupa la falta de seguridad.
—Cierto. No han pensado en hacerlo a prueba de balas.
Con una predisposición natural para lo militar, la pareja empezó a mantener una extraña conversación. Les costaba un poco creer que la gente pudiera montar en semejantes aparatos. Mientras él compartía su opinión de que morirían de inmediato si les dispararan mientras estuvieran subidos, Violet replicó: “Yo estaba pensando lo mismo”.
—No parece que podamos disfrutarlo si vamos a estar preocupados por los francotiradores. ¿Deberíamos ir a montar a caballo, entonces?
—Es fácil huir a caballo. También podemos comérnoslos como último recurso. Buena decisión.
El silencio se hizo presente.
—Cuando tuvimos que comernos uno de nuestros caballos militares, mayor, parecía triste. Mis disculpas. Fue grosero de mi parte decirlo.
—No, así eran los tiempos entonces. No teníamos elección.
—Sí, eran esa clase de tiempos.
Porque eran esa clase de tiempos, muchas cosas habían sido perdonadas. Su relación, por ejemplo.
—Violet. —Gilbert intentó pedir perdón, pero se detuvo a mitad de camino—. Bueno… ¿no tienes frío?
Después de todo, esto ya era un tiempo posterior a haber sido perdonado.
♦♦♦
El joven observaba cómo las gotas de agua resbalaban por los pétalos de una rosa.
Llevaba así varios minutos. El jarrón encima de la mesa no iba a decirle nada.
Su compañera, una prometida elegida para él por sus padres —que, además, había pasado a él desde su hermano mayor por asuntos de herencia—, parecía aburrida. Estaba claro que no se veían porque quisieran. En lugar de utilizar su precioso día libre de la academia militar para quedar con ella en un café, pasar el tiempo con su primer mejor amigo, al que había conocido en la academia militar, en la habitación de este último en la residencia sería mucho más divertido.
Me pregunto qué estará haciendo Hodgins.
No le gustaban mucho las partidas de cartas y las salidas nocturnas de las que le había hablado Hodgins, pero a Gilbert le gustaba estar en su presencia y comer con él. Su relación con Hodgins a veces era desaprobada por los instructores, pero no tenía intención de cortar lazos.
Bueno, tiene amigos aparte de mí, así que estará bien aunque yo no esté.
“Algo interesante” había aparecido en la vida de Gilbert por fin. Era Claudia Hodgins. Sin más pensamientos en la cabeza que su amigo, no había forma de que Gilbert pudiera mantener una conversación agradable con una adolescente.
—Hum, me retiro.
Estas palabras vinieron de su prometida después de un rato, y fue entonces cuando su conciencia volvió a la realidad.
—Lo siento; estaba un poco perdido en mis pensamientos… aunque estoy con usted.
—No, me alegró poder verle. Además, el té de aquí es delicioso.
—Cierto. La comida también estaba buena.
Cuando la acompañó fuera, un sirviente de su casa la esperaba a corta distancia.
—Señor Gilbert, ¿cree que podrá convencerlos?
—Si me dan un poco más de tiempo. Aún soy un estudiante, así que no tengo voz en el asunto.
—Ya veo. Yo tampoco.
—Es decisión de nuestros padres. Seguro llevará algún tiempo, pero hagamos un esfuerzo para convencerles de que revoquen el compromiso.
—Sí… Hum, me alegro mucho… de que se haya convertido usted en mi prometido, señor Gilbert.
Gilbert rio un poco a pesar de no estar muy contento. Porque se daba cuenta de que él no era para ella más que una pieza de ajedrez que podía mover a su antojo.
—En cuanto a mí, creo que mi hermano… siempre lo hizo todo mejor que yo.
Su prometida ladeó la cabeza y se rio, con aspecto incómodo.
.♦♦♦
El hombre observaba cómo las gotas de agua resbalaban por los pétalos de una rosa.
Un aroma fresco y fragante emanaba del ramo que acababa de comprar. Estaba extrañamente avergonzado de sí mismo mientras esperaba en una plaza no muy lejos de su residencia, con la mirada baja todo el tiempo.
Era la primera vez en su vida que compraba un ramo de rosas rojas. Nada fue más incómodo que el momento en que hizo la compra. Antes había regalado ramos de flores a sus hermanas y a su madre, pero nunca había elegido rosas rojas.
Supongo que es porque…
Sentía que debía regalar esas flores cuando encontrara a su verdadero amor. Le preocupaba tanto lo que ella pensaría al recibirlas de la nada que apenas podía soportarlo.
¿Hubieran sido mejores las flores moradas?
Su amante seguro no las rechazaría, pero había muchas posibilidades de que pusiera cara de perplejidad. Ella era esa clase de persona.
Pero quería darle estas. No puedo evitarlo.
Si el deseo de regalarle flores y complacerla era el 30% de él, el deseo de intentar regalar a su amada estas flores tan especiales era el 70%. Incluso ahora, por muy fuerte que fuera el deseo de dárselas, le preocupaba a partes iguales qué hacer si recibir el ramo acababa incomodándola.
En cualquier caso, ya las había comprado. Le había pedido al florista un “ramo de rosas”, había elegido meticulosamente hasta el color de la cinta y luego las había pagado. No había vuelta atrás.
—Mayor.
Violet llegó al punto de encuentro en la plaza. Los dos habían salido juntos de casa, pero se separaron a mitad de camino, ya que ambos tenían asuntos distintos que atender, y luego quedaron en encontrarse.
—Un ramo… ¿Irá a algún sitio después de esto? Puedo llevar sus cosas conmigo.
Al parecer, su entrañable amante pensaba que el ramo era para visitar una tumba. Gilbert se quedó sin palabras por un segundo y luego se echó a reír.
—No, no es eso… compré estas… —Mientras tomaba las cosas de Violet, le entregó el ramo—. Para poder dárselas a la persona que amo.
Al otro lado del ramo de rosas, pudo ver cómo las mejillas de Violet se teñían de rojo y le brillaban los ojos.
.♦♦♦
—Mayor, sus ojos están aquí.
Se quedó mirando a la soldado que había dicho esto. Ella estaba señalando algo. Delante de su dedo blanco, que estaba estirado hacia delante, había un broche de esmeralda. Era similar a las piedras preciosas que Gilbert Bougainvillea, que ahora pertenecía al ejército de Leidenschaftlich, poseía desde su nacimiento. La soldado le lanzó una mirada que pareció atravesar sus hermosos ojos, impregnados de su dolor.
—Me pregunto cómo se llamará esto.
Desde que era una huérfana que apenas había aprendido a hablar, a veces tenía este tipo de facetas. Cuando no encontraba un término apropiado, hablaba como si tuviera dificultades. Al principio, él pensó que preguntaba por la “esmeralda”, el tipo de piedra preciosa, pero se equivocaba.
—Cuando miré esto… me pregunté cuál sería la forma adecuada de describirlo…
En ese momento, Gilbert se dio cuenta y contuvo el aliento.
Hermoso…
Él había sido quien la educó en el habla. Le enseñó muchas palabras. Para que ella fuera capaz de seguir sus órdenes.
Esta soldado tenía una apariencia hermosa, pero en realidad, era una bestia.
Nunca se lo enseñé.
El tipo de bestia que, por alguna razón, solo podía entender la palabra “matar”.
Nunca se lo enseñé.
Por lo tanto, sus intercambios eran, naturalmente, limitados.
—Matar.
—Sí.
—Matar.
—Sí.
—Matar.
—Sí.
—Matar.
—Sí.
—Matar.
—Sí.
Por supuesto, también le había enseñado hábitos cotidianos, para que ella pudiera seguir viviendo después de su muerte. Podría decirse que Gilbert había hecho todo lo posible por ella. Pero ahora se enfrentaba a su negligencia.
Nunca se lo enseñé.
Podía darle órdenes de asesinar, pero nunca le había enseñado una palabra tan simple como “hermoso”.
Nunca se lo enseñé.
A pesar de que era una chica tan apropiada para esa palabra.
Nunca se lo dije.
A pesar de que había habido tantos, tantos momentos en los que pensó que ella era hermosa.
Nunca se lo dije.
Si tan solo ella no tuviera que vivir este tipo de vida con él en el campo de batalla, habría sido halagada con esta palabra tantas veces como fuera posible.
Ella no lo sabe.
Acababa de descubrir la palabra.
Ella no lo sabe, y sin embargo…
Además de eso, llamó “hermosa” a la gema que se parecía a los ojos de Gilbert Bougainvillea.
Te voy a llevar a la guerra, ¿sabes?
¿Por qué había dicho eso? Ella no era de halagar. Las alabanzas nunca salían de su boca. Ese no era su carácter. Solo decía la verdad. No podía mentir. Vivía casi como una máquina.
Por eso, el hecho de que esto fuera verdad y que lo dijera desde el fondo de su corazón era demasiado doloroso.
Duele.
Pensar que aprendería la palabra con la que debía ser halagada mirando los ojos de su amo, el que le daba las órdenes de asesinar gente.
.♦♦♦
Compró el broche y se lo dio, luego se abrió paso entre la multitud nocturna como si quisiera cortar algo de raíz. Quería ir a un lugar tranquilo. Estaba tan avergonzado de sí mismo que no podía soportarlo.
Educar y guiar a una niña en tiempos de guerra era algo exigente. Además, no se trataba de una niña normal. Era ella. La niña bautizada con el nombre de una flor, la doncella de la guerra, Violet.
Gilbert podía ser considerado un gran mentor desde el punto de vista de un tercero, pero él mismo se sentía apuñalado en el pecho por lo que acababa de suceder.
—Mayor, ¿qué hago con esto ahora que lo tengo? —Le mostró el broche que llevaba en la mano.
—Abróchalo donde quieras.
—Acabaré perdiéndolo.
—Ese sería el caso si estuvieras en batalla. Solo tienes que llevarlo en tiempos de paz… En realidad, podría haber sido mejor elegir uno del mismo color azul que tus ojos, sin embargo…
La soldado Violet negó con la cabeza ante estas palabras.
—No, éste era el más “hermoso”.
Su respiración se detuvo ante la clara afirmación de ella.
—He pensado desde hace tiempo que son “hermosos”… No conocía la palabra, así que nunca la había dicho.
Se detuvo por el dolor y la agonía.
—Sus ojos han sido “hermosos” desde que nos conocimos.
Sintió que el afecto le cortaba la respiración y lo mataba.
♦♦♦
—Mayor, su ojo está aquí.
Se quedó mirando a su amante mientras decía esto.
Habían ido a una joyería a comprar anillos. Un maravilloso par de anillos, propios de una pareja feliz.
Sí, eso es lo que se supone que estamos haciendo.
De alguna manera, no se sentía muy real. La joyería bullía de otros amantes que se habían jurado su futuro y el dependiente esperaba su decisión con una amable sonrisa. Este lugar sin duda existía y él mismo estaba en este espacio, sin embargo, no se sentía real.
—Aah, hum… —A mitad de la frase, fue incapaz de articular palabra.
Ella estaba allí. A pesar de su sonrisa de felicidad, en su cabeza había una voz que decía: “Esto está mal”. Se obligó a sonreír, pero su corazón emitía sonidos inquietantes.
Algo va mal.
Sí, algo estaba mal. No sabía qué. Pero era necesario mirar con atención.
¿Qué es lo que está fuera de lugar?
Cabello dorado, ojos azules, labios color cereza. Piel blanca y miembros largos.
No.
Miembros largos.
No.
Tenía manos.
No debería.
Su amante frente a él presumía de una belleza a la que no le faltaba nada. No tenía defectos físicos y era tan hermosa que parecía brillar.
Ah, ya entiendo.
Mirando más de cerca, la fuente de su malestar era algo simple.
—Violet, ¿qué te ha pasado en los brazos?
Se supone que los perdiste en la guerra.
En el instante en que dijo esto, la sonrisa que ella tenía hasta el momento desapareció de forma abrupta. Se quedó inexpresiva, como si careciera de emociones.
—¿Por qué ha tenido que decir eso?
—No, quiero decir que esto es raro.
—No lo es. ¿No es esto lo que quería?
Gilbert estaba confuso. Empezó a sudar y de repente se le secó la garganta. Una gota de sudor le cayó en el ojo. Se frotó el ojo y volvió a abrirlo mientras contenía la respiración, pero al momento siguiente, la joyería había desaparecido.
—¿Violet?
Se había ido.
—Violet.
Se había ido. Todo se había convertido en un espacio completamente blanco.
—Violet, Violet.
Ella también había desaparecido.
—¿Dónde estás, Violet?
Su amada se había ido.
—¡Violet!
La persona que más le importaba se había ido.
—¡Violet!
Ella le era más querida que nadie y él quería protegerla; por eso, podía sacrificar cualquier cosa. La mujer que más amaba se había ido. Lo había perdido todo.
No entendía cómo había sucedido. Más bien, ¿dónde acababa la verdad y dónde empezaba la falsedad?
¿Alguna vez pasé aquellos días felices con ella?
Gilbert empezó a pensar. Empezó a pensar en este espacio blanco y puro que no tenía nada, como él mismo. Sobre lo que había sido real.
Nunca tuvimos esos días felices.
Ella era desafortunada desde el momento en que se conocieron y lo más probable es que nunca le hubieran permitido tener una experiencia personal feliz. Solo una vez la había llevado a la ciudad y le había permitido crear recuerdos como la adolescente que era. Solo cuando le compró el broche de esmeralda.
Entonces, ¿qué fueron aquellos días?
¿Qué eran esos días felices que podía recordar como si de verdad hubieran sucedido? Que fueron creados con amabilidad, casi como una proporción inversa a su pasado
La respuesta era sencilla. Aquello había sido solo un deseo, o tal vez un sueño. Algo pasajero que pronto desaparecería. No era la “verdad”.
No había forma de que Gilbert Bougainvillea hubiera tenido esos días. No había forma de que pudiera ser perdonado. Había desaparecido al terminar la guerra. Después de todo, había llegado a la conclusión de que, para ella, era mejor que él no estuviera cerca..
Sentía que su relación era demasiado codependiente y no era buena para ella.
Eso era exactamente.
Los dos, muy separados en edad, parecían padre e hija, pero la que tenía el control sobre la vida del otro era en realidad Violet; y sin embargo, Gilbert era de quien ella dependía, así que todo era un desastre. Tampoco eran como hermanos. Ningún hermano mayor obligaría a su hermana menor a matar gente. Eran un superior y su subordinada. Eso parecía correcto, pero algo en ellos iba más allá de esa línea.
Nuestra relación es… Nuestra relación es… Nuestra relación es…
Era como si dos personas que estaban solas se hubieran encontrado por destino en un rincón del mundo. La soledad de uno había resonado con la del otro. Gilbert se encontró al borde del afecto por la bella bestia que siempre le seguía por detrás. Al fin y al cabo, era la única que le miraba. En una vida en la que nadie más lo había hecho, ella era la primera persona que lo miraba. Y así como ella se lo rogaba, él también le devolvía la mirada.
Violet adoraba a su amo, que siempre aceptaba su existencia y la guiaba con suavidad. Era algo cercano a la fe religiosa, y no le importaría morir una y otra vez con tal de que él pudiera vivir. Sus órdenes eran la prueba de su razón de existir, pero por encima de eso y de todo, ser abrazada por él cuando se conocieron la había hecho feliz. Que su existencia fuera aceptada la hacía feliz. Ser utilizada por alguien que la trataba con tanta amabilidad la hacía feliz.
Quería ser su bestia, pensó. Si no podía estar a su lado, no quería ni respirar.
Gilbert estaba… Violet estaba…ambos estaban…
Enamorados.
Gilbert derramó una lágrima en el mundo blanco y puro.
No sabía por qué lloraba. ¿Estaba avergonzado? ¿Triste? ¿Frustrado? ¿Sufriendo? ¿Quería morir? ¿Quería vivir? ¿Quería ser perdonado? ¿Quería perdonar? ¿Quería quejarse? ¿Quería disculparse?
No, yo…
Quería ser perdonado.
A medida que la respuesta se acercaba a la verdad, su campo de visión comenzó a nublarse. Pudo darse cuenta de que, sí, este mundo se iba a acabar. Su visión se tambaleaba por las lágrimas desbordantes. Su conciencia también empezó a desvanecerse sin más.
Pronto amanecería. El verdadero Gilbert Bougainvillea estaba a punto de despertar. Seguro no recordaría este sueño después de abrir los ojos. Este sueño desvergonzado. El deseo de que hubiera sido real. La falta de arrepentimiento por lo que hizo.
Iba a ocultar todo esto y seguir viviendo. Sin ser amado por nadie. Sin amar a nadie.
Y luego morir en soledad.
♦♦♦
El hombre se despertó en una habitación llena del sonido de la lluvia.
Fue un despertar sin ánimo. Seguro la humedad era alta. Cuando intentó incorporarse, notó que le dolía el cuerpo. No podía precisar la causa, así que ¿podría ser que estuviera cediendo ante el avance de su edad?
La habitación estaba vacía y no había nadie más alrededor. Tenía una cama enorme para él solo. Con un aspecto algo aturdido, empezó a prepararse para la mañana. Por alguna razón, las lágrimas seguían brotando de su ojo, pero no les prestó mucha atención. Sus propios sentimientos no le interesaban demasiado.
Se cambió su ropa de dormir por una camisa y unos pantalones, salió de su dormitorio y se dirigió a la cocina. Calentó agua y preparó té. Había fruta en la mesa, pero no pan. Ahora que lo pensaba, tenía la sensación de que se le había acabado el pan. Tenía que comprarlo.
Los seres humanos son criaturas que consumen mucho tiempo, pensó Gilbert. Necesitaban dinero para vivir, e incluso después de morir necesitaban dinero para una tumba. Sus cuerpos ansiaban alimento aunque no quisieran comer, y cuando querían hacerlo, tenían que ir a una tienda con dinero en la mano. Si alguna parte de su cuerpo se sentía fatigada, tenían que ir al hospital. Si se les rompía la ropa, tenían que arreglarla.
Sin embargo, con toda seguridad habría días en los que no podrían llevar a cabo estas muchas tareas cotidianas, pasara lo que pasara. Por ejemplo, la mañana siguiente de haber tenido un sueño terrible.
Así que no lo he olvidado.
Había sido un sueño, pero muy vívido. De verdad se sentía como la realidad. Siendo francos, sentía que podía perder de vista qué lado era la realidad y cuál no. Seguro aún estaba medio dormido. Su conciencia se aclararía con el tiempo.
Debería aceptar la realidad y vivir la vida ejemplar que alguien deseaba para él, como siempre. Estaba hecho así. Seguro sería capaz de hacerlo. Al fin y al cabo, siempre lo había hecho. Para no fracasar, para adoptar la forma que la gente quería que adoptara, se había puesto un collar y se había resignado a su destino. Aunque no pudiera, tenía que hacerlo. Hasta el momento de su muerte.
—Mayor…
En ese momento, oyó la voz de alguien. A Gilbert casi se le cae la taza de té que sostenía.
—Mayor, ¿está despierto?
Era una voz que estaba acostumbrado a oír. El tono de voz que resonaba en sus oídos como el canto de una alondra le llamaba por un título que ya no le correspondía.
Gilbert caminó inseguro en dirección a la voz. El pomo de la puerta principal hacía ruido. Alguien intentaba abrirla, pero quizá no lo conseguía, pues no giraba del todo.
Gilbert abrió la puerta con vigor.
—Aah, mayor… Me alegro. Su cara no parece demasiado pálida.
Y allí estaba ella.
—Fui a hacer las compras para el desayuno. El presidente Hodgins y los demás están todavía en el mercado.
El “mayor amor” de Gilbert estaba allí.
—Se tomaron un día libre por primera vez en mucho tiempo para venir a visitarnos, y aun así, se nos acabaron los víveres porque fue muy repentino. Pero, por favor, esté tranquilo. Con esto, el problema está resuelto.
Cabello dorado, ojos azules, labios color cereza.
—Mayor, escondí el licor que el presidente Hodgins le insistió en que bebiera ayer. Benedict también dijo que se sintió enfermo al despertar, así que por favor limítese al menos a vino de frutas esta noche. Me preocupa su estado…
Los brazos protésicos plateados ocultos bajo su vestido chirriaron al dejar las bolsas en el suelo.
—¿Mayor?
Gilbert abrió la boca y tomó aire. Y esta vez, para despertar definitivamente de la pesadilla, pronunció el nombre de su amada.
—Violet.
Bastaba pronunciar este nombre para teñir el mundo de colores un poco más suaves.
—¿Sí?
Cuando ella inclinó la cabeza, Gilbert la abrazó junto a la puerta principal. No pidió ningún tipo de permiso para ello. Hasta ahora, había pedido consentimiento para besarla y abrazarla, pero esta vez, no pidió nada. Quería que ella le perdonara por ello. Violet tampoco lo rechazó, lo que le tomó por sorpresa.
—Mayor, ¿qué… pasa…?
—Me costó despertar…
—Sí, Benedict dijo lo mismo…
—Me desperté sintiendo como si mi sueño y la realidad se hubieran mezclado… Era como si una realidad mezclada con mentiras se hubiera fusionado con la verdad… y se hubiera convertido en algo feo…
—Qué sueño tan terrible.
Al ver que su amante, siempre tan distante, le contestaba así, sintió que podía reírse un poco de lo que le había ocurrido.
—Sí, lo fue. Por eso quise tranquilizarme abrazándote…
Al escuchar esto, Violet rodeó con timidez la espalda de Gilbert con sus brazos para abrazarlo también.
—Gracias.
—No, yo también sueño a veces, así que lo entiendo.
—¿Tú también?
—Sí. No sueño demasiado a menudo, pero… hay veces que tengo un sueño en particular. Un sueño en el que no hago otra cosa que buscarle a usted.
—¿Como tu yo de la infancia?
—Ambas cosas, creo. Pero no importa la forma que adopte, al final, nunca le encuentro. Y así, me encuentro pensando algo. Que si las cosas iban a llegar a esto, habría sido mejor que muriéramos juntos aquella vez.
El silencio reinó en la habitación.
—Pero cuando me despierto, mayor, usted está ahí. Durmiendo a mi lado. “Ah, es cierto. Ahora vivimos juntos. No necesito buscar nada”, pienso, aliviada…
Mientras Violet seguía como susurrando, Gilbert la miraba a la cara.
—Y así, me acurruco de nuevo cerca de usted y vuelvo a dormir. Ya está todo bien.
—Sí.
Al fin y al cabo, los dos eran iguales, pensó Gilbert.
—Sea por la mañana o por la noche, sea cuando pierdo el conocimiento o cuando despierto, puedo confirmarlo. Que usted está ahí.
—Sí, de verdad es así, Violet… Ahora estamos bien.
Cuando se acurrucaron el uno contra el otro, las piezas que les faltaban a cada uno formaron un círculo perfecto. Eso les daba fuerzas para vivir en este mundo tan poco excepcional y cruel.
Después de todo, los dos tenían que seguir viviendo a partir de ahora.
—¿Qué deberíamos hacer para desayunar…? —Mientras Gilbert preguntaba con una suave sonrisa, las comisuras de los labios de Violet también se levantaron.
—Han venido hasta aquí. Quiero ofrecerles algo de hospitalidad.
—Sí, pero de verdad, espero que limiten las visitas sin avisar solo a esta vez.
—Me sorprendió gratamente.
—Me quita tiempo a solas contigo. Y tenemos nuestros propios planes.
—El presidente Hodgins le tiene cariño, mayor.
—Bueno, somos los mejores amigos.
—Y parece que Benedict estaba preocupado por cómo va nuestra vida cotidiana.
—La única que le preocupa eres tú, ¿verdad? Me hizo varias advertencias incluso en nuestra boda.
—El presidente Hodgins propuso que hiciéramos algo divertido hoy.
—Yo me divierto incluso cuando estamos los dos solos.
—Mayor, ¿quizás sea hora de aflojar este abrazo… y, hum, empezar a preparar el desayuno?
—Quiero seguir abrazándote, solo un poco más.
Gilbert era capaz de creer que ahora no temía a nada. Ni a vivir ni a morir.
Ahora que te tengo a ti, mi “gran amor”, ya no le temo a nada.