Yeho – Capítulo 2

Traducido por Miicah

Editado por Luzbri y Nelea

Corregido por Nebbia, Javo y Karu


Un grito tan potente que parecía estar apunto de desgarrarme los tímpanos se escuchó en la habitación de mi hermana; sus cosas volaban por los aires para acabar hechas pedazos por toda la estancia, y en medio de todo ese caos, se encontraba mi madre. Era una mujer de unos 40 años de edad sin una sola arruga en el rostro; siempre iba cuidadosamente maquillada y con un peinado perfecto, aunque ahora no parecía importarle mucho si se estropeaba. Cuando la madre de mi hermana murió la mía era una concubina de su padre, y ésta ocupó su lugar, pese a que anteriormente había sido cortesana. Era el tipo de persona que aunque diera a luz a un niño con una enfermedad pulmonar, seguía dándose aires de grandeza y, lo que es aún peor, trataba mal a mi dulce hermana solo porque era su hijastra.

—¡Hey! ¡Maldita… Puta — Gritaba, frustrada, mientras juraba y perjuraba el nombre de mi hermana

Sonreí para mis adentros.

—Huir es precisamente evitar ser una puta, Madre. ¿O, acaso, cree que vender su cuerpo por dinero y abandonar a su amante no es ser una puta?

—¡Yeho!

—Enviaré un mensaje a Su Majestad explicándole que en realidad, mi hermana es fea y no cuida de su cuerpo, también me disculparé por no poder enviar a alguien tan descuidado al Imperio del Norte.— Me acomode el manto azul sobre los hombros y ya iba a irme cuando la voz aguda y temblorosa de mi madre me llamó atención.

—¡No puedes hacer eso!— Su voz tenía un deje de temor, haciéndome sentir nervioso y no pude evitar preguntarme qué habría hecho esta vez esa mujer inmadura. Lentamente me di la vuelta y fijé mis ojos en sus labios artificialmente enrojecidos.

—Yo… ya regalé quinientas bolsas.

—¿Quinientas? ¿A quién?— Inquirí, con voz acusadora; y ella en respuesta dio un paso atrás, y allí es cuando entendí todo,  —Las diste para pagar tus deudas.— sonreí con suficiencia, ¿Así que eso era?

—Yeho…

—Cierto, por algo todo esto estuvo tan tranquilo últimamente. ¿Así que creías que podías pagar tus deudas vendiendo a mi hermana?

—¿Qué más podríamos haber hecho, Yeho? ¿Eh?— Su voz transpiraba un odio viperino — Trae a esa perra ahora mismo. El carruaje debe estar a punto de llegar, y ella debe estar aquí cuando lo haga. Sabes dónde está, ¿No? Condenado…— Una sonrisa de superioridad apareció en mis labios tras oír los ruegos de mi madre. Mala pécora [1]; una mujer vulgar que ni siquiera es capaz de pensar como es debido. Apostaría lo que sea a que nací con esa enfermedad por el tipo de persona que es mi madre. De hecho, cada día puede apreciar a su estúpido hijo vencido por la enfermedad, pero aún así, no se da cuenta de su pecado.

— Ya veo, ¿No quieres morir?

—Yeho.

—Deja el resto del arroz y márchate, Madre.

—¿Ye..ho?

—Podría perfectamente matarte y acto seguido suicidarme, así que márchate antes de que deje de mostrarme tan compasivo, Madre.

—¿Qué… Qué estás…?

—Sé que soy un hombre débil e incapaz de levantar una espada, incluso puedo oír cómo la gente dice que soy despreciable a mis espaldas, pero la verdadera razón de por qué aún no arremeto contra ti es debido a que todavía quiero tratarte como mi madre. Te odie o no, sigues siendo mi madre. Así que márchate ahora mismo, pero solo con lo que lleves encima.

—Yeho…

—Ni puedo ni deseo traerla de vuelta; no puedo arruinar la vida de mi hermana solo por tu egoísmo. En el Imperio del Norte, una persona tan buena como ella sucumbirá en llanto. No tengo intención de entregarla para salvar nuestras vidas pues por si no te has dado cuenta, estamos en esta situación por tu avaricia. Le dije que escapara porque sabía que Su Majestad no estaría tan enojado si devolvíamos el arroz, pero tú lo convertiste en un pecado, un crimen que se pena con la muerte por desmembramiento. Eso es lo que pasa cuando se engaña al monarca.— Ella guardaba un silencio sepulcral —Te estoy dando la oportunidad de huir. Me das lástima así, tan aterrada ante la perspectiva de tu propia muerte. Si no te vas ahora, seré yo quien acabe con tu vida.— Su cara adquirió un tono cadavérico de inmediato. Probablemente sabía que la amenaza no contenía un ápice de mentira e inmediatamente salió de la habitación.

Sonreí cínicamente; la insté a que huyera sólo con lo que llevaba encima, pero aun así tomó todas las joyas que ocultó durante años en su habitación. Mi hermana estaba siempre ocupada trabajando para ganar dinero para mi medicina, en cambio mi madre desperdiciaba el tiempo decorándose a sí misma. Además, tomaba parte del dinero de mi medicina en secreto y se lo gastaba en juegos de azar. Con todo eso, nunca abandonaría sus joyas. En retrospectiva, al menos eso sí se le daba bien.

Dirigí la vista al interior de la habitación, que había destrozado. En la esquina se encontraba colgado en la pared un vestido de novia de un pulcrísimo color blanco y, sobre éste, estaba el velo hecho de genuina seda fina que lo coronaba.

Me quité, con calma, la manta azul que me colgaba sobre los hombros; desaté mi larga cabellera y me quite el jeogori [2]. Cuando el aire frío entró en contacto con mi piel, tosí. En cuanto logré, no sin dificultad, calmar la tos, me quité los pantalones, y cubrí mis piernas, que parecían más palos de bambú que otra cosa, con unos calzones. Además, sobre ellos me puse varias capas de enaguas y una falda de vestir; me la até alrededor del pecho y me coloqué el jeogori, tan largo que cubría un tercio de la falda. Encima de éste, un cinturón blanco de seda y un vestido largo, también de seda. Vestido así y con un velo cubriendome la cabeza, parecía una mujer. Afortunadamente, como siempre andaba enfermo, no llegué a crecer tanto como cualquier hombre común, de forma que el vestido me sentaba muy bien. Me miré al espejo y, como el velo era de dos capas, no se me podría apreciar la cara con claridad, creía poder llegar hasta al Imperio del Norte sin que me descubrieran.

Se supone que mi hermana sería concubina del Emperador, así que, con suerte, lograría hacer tiempo suficiente para que mi hermana y su amante puedan huir hasta que pudieran formar una familia. En cuanto a mi madre, siempre podría mentir y volver a casarse con algún viejo incauto con las joyas que se llevó consigo. Llegados a ese punto, nadie tendría que lamentarse por mí, incluso si muriese.

Fui hacia la puerta con suma tranquilidad al oír que me llamaban.


[1]  pécora: Persona, especialmente una mujer, astuta, taimada y ruin.

[2] jeogori: Es una prenda superior básica de hanbok , la prenda tradicional coreana, que ha sido usada tanto por hombres como por mujeres. Cubre los brazos y la parte superior del cuerpo del usuario.

5 respuestas a “Yeho – Capítulo 2”

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