¡Juro que no volveré a acosarte! – Capítulo 91: La caja de pandora

Traducido por Lugiia

Editado por Freyna


En retrospectiva, todos los sentimientos más bellos de Violette se remontaban a Yulan. Por muy corrompida que se volviera por el deseo, su amor por él nunca podría empañarse. Como una gema oculta enterrada en el fango, su brillo podría mancharse, pero un poco de lustre lo restauraría… Y, de hecho, pasaba tanto tiempo atesorándolo, que nunca se paraba a examinar qué clase de amor era.

Para ella, solo era algo que siempre estaba ahí: un cariño que no buscaba nada a cambio, sin mayor objetivo, que le ofrecía felicidad por el mero hecho de existir. Mientras él fuera feliz, ella también lo sería. Quizá por eso nunca quiso definirlo. Si tan solo nunca hubiera descubierto la raíz de sus sentimientos, si tan solo nunca los hubiera categorizado, podría haber seguido apreciándolo incondicionalmente.

—¿Se ha calmado, señorita?

—Sí, creo que sí. Gracias.

Violette sostuvo la taza de leche caliente, la especialidad de Marin, en sus manos. Estaba lo suficientemente tibio como para no quemar su lengua sensible al calor. Ligera y dulce, era un estimulante esencial cuando su espíritu estaba por los suelos.

Podía saborear la preocupación de Marin, que viajaba por su lengua y se extendía por cada centímetro de su cuerpo, curando sus heridas emocionales. Cada vez que bebía una taza de esta leche antes de acostarse, caía en un sueño tan profundo que ni siquiera sus ensoñaciones podían alcanzarla. ¿Cómo sabía Marin exactamente lo que necesitaba?

La mayoría de la gente consideraría esta temperatura demasiado tibia para ser agradable, pero para Violette era perfecta. Bebió otro sorbo y dejó escapar un suspiro, no de miseria, sino de alivio. Pensó que confesar sus sentimientos solo la llevaría a la desesperación, pero ahora lo veía más claro.

—Debería descansar un poco. Le llevaré la cena a su habitación —dijo Marin.

—¿Sería posible…?

—¿Pedir una porción más pequeña para esta noche? Por supuesto.

—Gracias.

Resultó que un estado de relajación no tardaba en inducir hambre o somnolencia, y Violette en particular se inclinaba por lo segundo. Poco a poco, el calor de la leche hizo que su mente se relajara. Si a eso le añadimos su reciente insomnio y fatiga mental, los párpados ya se le caían. Antes de dormirse del todo, dejó la taza sobre la mesa y se acercó a la cama dando tumbos, con la vista agradablemente borrosa. Y cuando sus últimas fuerzas se agotaron, se dio cuenta de que había llegado a su destino por la suavidad de la almohada que la abrazaba.

Sintió que alguien se acercaba y luego se alejaba. Poco a poco, la luz se desvanecía, haciéndola sucumbir a la atracción de la gravedad, y la tentación le pareció irresistible.

Su amor se había revelado y ya no tenía dónde esconderse. No importaba dónde lo escondiera, lo encontraría de nuevo. Incapaz de olvidarlo y carente por completo de voluntad para deshacerse de él, inevitablemente lo abrazaría.

Y, sin embargo, de todas las emociones que había en la caja de Pandora —amor, obsesión, envidia, anhelo—, la esperanza no era una de ellas.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

error: Contenido protegido