Traducido por Lucy
Editado por Meli
Kim Hwanseok se puso de pie lentamente en su lugar.
—Kim Hwansung —dijo con voz fría.
—¿Sí, hermano? —contestó un poco avergonzado.
—¿Qué estás haciendo con nuestra hermana?
Se liberó un poco la pesada atmósfera que parecía reprimir a Kim Sanghee.
—Bueno, no sabía que…
—No pongas excusas.
En los ojos de Kim Hwanseok me vía apenas conteniendo las lágrimas. Kim Hwanseok me ignoró y le habló a Shin Sooyoung.
—Te dije que limpiaras la basura.
Casi respondí por reflejo. No importaba lo triste que estuviera, debía obedecer al príncipe. Sin embargo, Kim Hwanseok, quién era famoso por no hablar mucho, continuó.
—¿Por qué mi perro levanta la basura que tiraste?
¿Qué quieres decir con que Shin Sooyoung tiró la basura? ¿Qué está pasando?
El cuerpo de Kim Hwanseok desapareció y se puso frente a Shin Sooyoung. Su talento para el maná era mejor que el del tercer príncipe.
—¿No entiendes el idioma? ¿Olvidaste mi advertencia?
—Príncipe…—Shin Sooyounh tembló.
Kim Hwanseok la agarró por la barbilla y la levantó ligeramente.
—¿Quién te dijo que pusieras esa mierda en el estúpido escritorio de otra persona? —habló sin mirar atrás—. Perro.
—¡Sí, sí! ¡Hermano Hwanseok! ¡La chica está aquí! —respondí alegremente. Mis lágrimas se habían secado.
—Cierra los ojos.
—¿Qué?
Aunque no entendí lo que quería decir, cerré los ojos de inmediato. Él nunca me había dado una orden. Era la primera vez que me había pedido que hiciera algo tan directamente. Fui yo la que había tomado la iniciativa de masajear sus hombros.
—Tápate los oídos.
—Sí, hermano.
Me tapé los oídos y me sentí extraña por un momento, como si algo frío y caliente me envolviera sus ojos y oídos. Kim Hwanseok me había bloqueado los ojos y oídos con su maná, pero era algo que no debería sentir. El maná era la habilidad de un hombre que las mujeres ni siquiera podíamos percibir.
Había pasado un tiempo cuando la voz de Kim Hwanseok se escuchó otra vez.
—Perro, abre los ojos.
—¡Oh, hermano! La chica tenía miedo —lo decía de verdad. Me había sentido como si hubiera estado atrapada en una oscuridad desolada donde no se veía ni se sentía nada.
—Sal del camino porque estás en el medio —Kim Hwanseok empujó a Kim Sanghee y se alejó.
Me tragó una maldición. Normalmente me golpeaba, pero hoy me había empujado fuerte. No había forma de que un hombre con un maná fuerte no pudiera controlar su poder, y eso había sido intencional. Me había lastimado.
Chico malo, no tienes lugar rompiendo las cartas de otras personas.
De repente, encontré algo extraño y me puse rígida.
—¿Dónde está Shin Sooyoung? —pregunté y la busqué, pero ella no estaba ahí.
Hoy no me estoy dando cuenta de nada. ¿Qué está pasando?
—¡Hwanseok, hermano! ¿A dónde vas? La chica quiere ver a su hermano un poco más…
Kim Hwanseok se detuvo.
—Eres ruidosa.
—Hermano, la chica… Está bien, lo tengo. Es culpa de la voz de la chica que su hermano arruinara sus oídos.
Kim Hwanseok miró detrás de él antes de salir por la puerta.
—El segundo cajón del escritorio.
Desapareciendo tras decir eso. Se escuchó de nuevo un sonido.
¡Oh! No sé qué diablos pasó. De repente, no pude ver ni escuchar nada. No lo sé, pero creo que fue algo con magia, así que tengo mucho miedo. Además, cuando me desperté, Shin Sooyoung no estaba aquí.
—¡Hwa, hermano que bestia! —dijo Kim Hwanseok.
—Oh, fue difícil. Espera un minuto, te lo preguntaré un poco más tarde. Me duele el brazo —se quejó Kim Hwansung.
Apuesto a que ese estúpido cree que lo he estado llamando durante todo este tiempo. Algún día resolveré ese absurdo malentendido. Pero, ¿qué pasó?
—Oh, Dios mío, por qué… —quise hablar, pero fui interrumpida.
—Oh, todo es por tu culpa, idiota —me culpó el segundo hermano.
No, no lo es. Bueno, ¿qué hice?
Kim Hwansung liberó su maná porque estaba emocionado sin darse cuenta, y allí estaba Kim Hwanseok. No era de buena educación emitir maná frente a tus superiores.
—¿Sabes lo difícil que es ocupar las manos? Ni siquiera pude usar magia —refunfuñó. Hizo un puchero y fingió estar molesto.
Él solo era un niño travieso que estaba arrodillado y agarrado de las manos, entonces pensé: ¿qué pasaría si él luchara con Han Jinsoo que es considerado un genio? ¿Qué haré para evitar las balas? Estaba frustrada, pero no lo expresé.
—No puedo creer que a mi hermano le duelan los brazos, a la niña le duele el corazón. ¿Te duele mucho el brazo?
—Oh, me estaba muriendo de dolor. Te odio.
Tiré hacia atrás el brazo del niño enfurruñado. Bien. He marcado el camino. Lo hice. Le apreté el brazo mientras ponía una mirada muy preocupada.
—Pero, ¿qué pasó, hermano?
—Tu eres un perro, así que no tienes por qué saberlo.
Eh, después de todo, soy un perro.
—Ya no me duele el brazo. Pero tengo que esperar dos horas para volver a usar magia.
El maná también alivia la fatiga del cuerpo. Se animó en un instante.
Nadie me aclaró lo qué pasó. Creí que había cerrado los ojos solo por un segundo, pero no, habían pasado ya dos horas. ¿Qué demonios había sucedido?
El segundo príncipe giró su brazo como si se hubiera recuperado. Era algo muy perturbador.
—¡Atrápala!
Una muñeca de trapo voló en el cielo.
Voy a matarte. Ve a volarte tú también. Así es como me sentía, pero dije:
—¡Sí, hermano! —Corrí fuerte.
—Te odio hermano —gruñó Kim Hwansung
—Me voy —avisó Kim Hwanseok.
—¡Qué incómodo será no tener maná por dos horas!
Kim Hwanseok volvió a su libro. No se tomó el tiempo para alardear sobre su poder. Por supuesto, su talento para el maná era algo que los genios no envidiaban. Pero no se trataba solo de eso, él seguía siendo un niño de trece años, era una cuestión de carisma o espíritu. Aunque aquél que gritaba tenía un poder mucho más fuerte no se atrevía a enfrentarse a su hermano.
Hwanseok miró sobre de la cabeza que celebraba con una gran sonrisa. No quería acariciarla, ni golpearla, sino una acción incómoda entre esas dos.
—¡Oh, no! —exclamó Hwansung fingiendo estar molesto.
Después de que su expresión se relajara, Hwanseok habló.
—¿Princesa diecisiete?
—La golpeé demasiado —habló con orgullo—. Pensé que la mataría, pero no la maté porque pensé que mi padre me castigaría.
—Hiciste un gran trabajo sin mancharte.
—Por cierto, ¿por qué no podía mancharme de sangre?
¿Sangre?
Hwanseok se sentó en el escritorio de nuevo. Habló mientras indiferentemente pasaba las páginas.
—El perro está asustado de la sangre. Es una niña pequeña.
—¡Ja, ja, ja! ¡Eres un perro de mierda y una cobarde!
En otras palabras, si veía sangre me asustaría. Eso es lo que significaba, pero ninguno lo reconoció.
Hwanseok tosió y el pánico se apoderó del lugar.
—¡Oye! ¿Qué sucede contigo?
—Quédate quieto. No es mucho.
Los dedos de Hwanseok estaban temblando. Entonces escuchó una voz.
—¿Qué…? ¿Qué está pasando? ¿Por qué estás tosiendo?
Los hombres no tosían. Un hombre con al menos media docena de talentos y un poco de maná no se enfermaría. No pueden toser.
—No es nada, padre.
—Dime la verdad.
—Realmente no pasó nada…
—Es una orden. Tu estado no es normal en este momento. ¿Qué ha pasado?
—Creo que está así desde que salió de la habitación del perro, padre —declaró Kim Hwansung inclinó.
Entonces Kim Hwanseok empezó a abrir la boca.
Un gran problema había sucedido en el palacio real. La princesa Shin Sooyoung, la décimo séptima princesa, había sido ejecutada.
¿Qué rayos había pasado?, pregunté, pero nadie me explicó nada.
Solo sabía lo que Song Soojin me dijo: “Creo que ella estaba tratando de dañar al príncipe”.
En mi Corea del siglo XXI, la pena de muerte casi había desaparecido. La pena de muerte era algo terrible de escuchar. Gente asesinando a otra. Me rehusaba a creer que la niña que me visitó hace unos días había sido ejecutada.
Así es como me decidí una vez más a nunca hacer nada que vaya demasiado lejos. La vida de las mujeres no significaba nada para los hombres. La lógica natural del mundo era que se podían hacer hijas, una y otra vez. Los hombres están llenos de maná lo que los hace muy sanos y fértiles. No es difícil embarazar a una mujer. Un rey podría ser llamado un jefe de producción de hijas. Se nota por las treinta y dos princesas que ha traído al mundo. Hay treinta y dos niñas de hasta los quince años de edad, ni siquiera eran adultos.
Oh, ¿cómo he podido nacer en este mundo?
Solo tres hombres nacieron antes que yo, la princesa número treinta y tres. Así es este mundo de hombres. El hombre era el que podía reinar el mundo, pero eran muy pocos comparados con las mujeres. Era un mundo en el que las mujeres estaban llenas de mentiras y los hombres estaban llenos de energía, y las mujeres aparecían en un mundo en dónde tenían que animar a los hombres.
—Oh, es injusto.
¡Espero que le pase algo misterioso a ese rey! Sería genial nacer en un mundo donde pertenecer a la realeza, no sea cuestión de supervivencia extrema. Cuánto más lo pensaba, más triste me sentía. Si ese hubiera sido el caso, hubiera pasado mi tiempo charlando y con buena voluntad con Shin Sooyoung.
Oh, pero dejemos de divagar, creo que olvidé algo. ¿Qué era? Ah, sí. El segundo cajón.
El arrogante, elegante y malicioso Kim Hwanseok me había dicho: “Revisa el segundo cajón”. Pero lo había olvidado hasta ahora. Sí, cuando algo que me molestaba todo se me olvidaba. ¿Era porque todavía tenía ocho años? No tenía maná, no era una genio y tenía la mente de una niña de ocho años. Me sentí triste.
A diferencia de Kim Hwanseok, ¡yo estudiaba mucho todos los días! ¡No era como él que con el maná era como un superordenador! A su lado, era solo un ordenador… No, ni siquiera un ordenador. Tal vez era como un teléfono 2G. Y todavía debía felicitarlo por estudiar mucho cuando él no se esforzaba y aun así, se atravía a menospreciar mis avances. Además, estaba el hecho de que había llorado delante de él y me daba vergüenza. En definitiva, por la noche, le daría unas trescientas patadas a la manta.
Me acerqué al escritorio y abrí el segundo cajón.
—Oye, ¿esto es…?