El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 91

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


—Un exilio

Eran noticias terribles, aunque mejores que la muerte.

—Piensa refugiarse en el país vecino, Sikha, cuando su hijo se recupere. Es un país pequeño pero agradable, con clima cálido.

Sikha era una de las naciones aliadas del Imperio Recardius. Sin duda, ella no sería juzgada por convicciones de que intentó matar a miembros de la familia real.

—Gracias, madre —dijo Leslie, y la duquesa negó con la cabeza.

—Mi hija es demasiado amable para ofrecer piedad a quien intentó matarla. ¿Qué haremos con su amabilidad? —se quejó con una suave reprimenda, y ella soltó una risita.

—Umm, madre… Gracias por venir a rescatarme. Cuando apareciste del fuego, ¡estuviste tan genial!

—¿Lo estuve?

Leslie sonrió satisfecha, sintiendo la palmadita siempre gentil de la mujer en la cabeza.

Estaba tan agradecida que hasta veía a su madre en sueños. Le parecía vergonzoso, así que era mejor mantenerlo en secreto.

—Y madre, ¿puedo pedirte un favor? ¿Puedo… puedo dormir contigo esta noche? Tengo miedo de tener una pesadilla…

La duquesa sonrió ante la inocente petición y asintió con la cabeza.

—Por supuesto.

—¿Pero y papá? Puede que la cama sea demasiado pequeña para todos nosotros.

Preguntó preocupada, y su madre estalló en alegres carcajadas. La inocencia y pureza de la niña eran demasiado preciosas.

—No te preocupes. Podemos hacer que Sai duerma en otra habitación esta noche.

Iba a ser una noche solitaria para Sairaine.

Tras otro escandaloso incidente, comenzó el examen de los 12 primeros sacerdotes.

Por razones obvias, Eli no fue tratada como una princesa como antes. Fue asignada a una habitación alejada del templo, segregada de los demás candidatos. Ya circulaban rumores, y la gente se mofaba y susurraba burlas entre sí cada vez que aparecía. Parecía que todos hablaban de ella a sus espaldas.

Se están burlando de mí. 

Eli estaba segura de que la gente la ridiculizaba por su falta de cuidado. Su pelo rubio ya no brillaba como antes. Estaba sucio y apagado. Sus mejillas estaban hundidas por la falta de comida adecuada, y su vestido estaba pasado de moda y cubierto de suciedad. Su honor estaba enturbiado, y su posición social estaba ahora en lo más bajo de su jerarquía. Estaba seguro de que todos los nobles que la envidiaban se reían de su impotencia. Creía que se debía a su belleza superior.

Tembló, y una sola lágrima rodó por su mejilla cuando resurgieron los recuerdos de las mazmorras donde había sido encerrada, junto con los recuerdos de los dos invitados que vinieron a buscarla.

—Hace… frío.

Se hizo un ovillo, tratando de mantener el calor de la brisa helada que se filtraba por las grietas de piedra. La prisión subterránea estaba helada. Además de las escalofriantes temperaturas, la oscuridad hacía que sus temores recorrieran todo su cuerpo tembloroso. No se permitían velas ni entraba luz exterior. Sus dientes castañeaban mientras sus lágrimas corrían por su pálido rostro.

—Está tan oscuro y hace tanto frío… ¿no hay chimenea? ¿Dónde están mis mantas de seda rellenas de plumas? ¿Dónde está mi lujoso abrigo de visón?

Se puso en pie de un salto y se echó a llorar, con las manos enredadas en los barrotes de hielo helado.

—Hace frío aquí. ¡Hace demasiado frío! ¡Devuélvanme mis cosas!

Pero no obtuvo respuesta, ya que nadie escuchaba sus peticiones. El marqués estaban encerrado en la celda más alejada de ella, y el guardia la ignoraba.

—Devuélvemelas. Devuélvemelas…

Cayó sobre el frío suelo de piedra y empezó a lamentarse. Había sobrevivido, pero no la dejaban salir de las mazmorras. Y carecía de los conocimientos y habilidades necesarios para aprobar el primer examen. Confiaba tanto en su plan para matar a Leslie que no había estudiado nada. Y si de algún modo encontraba la forma de aprobar el examen, seguiría sin tener ni idea de cómo soportar cuatro años de esta vida en las mazmorras.

Lloró y lloró. Su futuro se había apagado. No había nadie que pudiera salvarla. Sin duda, su compromiso con Arlendo se rompería, y su padre, el marqués Sperado, quedaría relegado a la condición de plebeyo. Estaba sola.

—Estás llorando.

No había oído los pasos que se acercaban hasta que la voz llegó a sus oídos porque estaba demasiado ocupada compadeciéndose de sí misma. Levantó la vista y vio a Leslie de pie, sola, con un farol en la mano.

—¡Eres… eres tú!

Eli saltó de nuevo e intentó atacar a la niña al otro lado de los barrotes, en vano. Su cuerpo no podía traspasarlos y sus brazos se agitaban como salvajes, tratando de agarrarla. Lloró como un animal herido durante unos instantes. Cuando cesó con brusquedad, su hermana habló. Sus ojos la recorrieron de arriba abajo.

—Estás sucia y maloliente. Tienes el pelo encrespado y enmarañado, y las uñas rotas.

Eli se miró la mano. Tal como dijo Leslie, estaban rotas. Sus manos extendidas se retrajeron y se palpó su propio pelo encrespado y enmarañado. Su vestido estaba cubierto de suciedad y mugre. Su cuerpo también desprendía un olor nauseabundo. Poco a poco, sus ojos viajaron a su hermana.

Parecía que brillaba a la luz de las velas. Tenía el pelo plateado y suave, las mejillas sonrosadas y sus ojos lilas centelleaban. Su cuerpo estaba cubierto de por un precioso y caro vestido que nunca había visto. Era la copia viviente de los sueños de Eli que ella quería ser. Temblaba de rabia, que rápido se convirtió en vergüenza, con la cara enrojecida.

Leslie continuó con voz fría y sin emoción.

—¿Te avergüenza parecer sucia? ¿Te avergüenza más la apariencia que el hecho de que hayas intentado asesinarme? ¿Te avergüenzas por cosas tan triviales más que por abusar de mí y mentir al emperador?

—¡Cállate! —chilló y se tiró del pelo dorado, que le caía a mechones—. ¡Aún tengo una oportunidad! Una vez fuera, seré Arabella, ¡y saldré libre e inocente!

—¿Y quién te prometió eso?

El silencio llenó las oscuras mazmorras. Convertirse en Arabella no garantizaba su libertad ni su inocencia. Ni el emperador ni los sacerdotes habían dicho eso. Leslie observó a Eli, que, de nuevo, se desplomó en el suelo como una marioneta rota.

—Bueno, esfuérzate, aunque no estoy segura de que superes el primer examen, puesto que mis conocimientos ya no son los tuyos.

Entonces, dio media vuelta y salió de las mazmorras.

¡Leslie, Leslie, esa maldita mocosa!

Todo es culpa de la criada. ¡Ser ridiculizada y tener que hacer este estúpido examen…!

Fue llevada a una habitación diferente el día del examen. Como una criminal, fue custodiada por muchos guardias y obligada a hacerlo sola.

Si fuera antes, nunca tendría que hacer esto. 

Pensó con el ceño fruncido, mientras miraba el examen. Una mirada y supo que no lo pasaría. No sabía nada.

Aprobarlo tampoco era garantía de un futuro mejor. Su mansión estaba en ruinas, y el banco y los colaboradores de deudas confiscaron todas sus pertenencias. Se enteró por un vizconde con muchos años de servicio que vino a verla.

—Con esta noticia pongo fin a mis servicios al marqués. He cumplido con mis deberes hasta el final.

Luego, el hombre hizo una leve reverencia.

—Adiós, señorita Eli, la antigua dama de el marqués de Sperado.

Luego, se apresuró a salir de las mazmorras como si temiera verla suplicándole que la salvara. Eli no lloró por esto. Tal vez no podía porque ya lo había hecho mucho. Se limitó a sentarse y mirar fijo en la oscuridad. ¿Cómo había llegado a esto?

Pero yo sé por qué. 

Todo se debe a esos monstruos y a Leslie. Mordió con fuerza sus labios, que sangraron y arruinaron su vestido. No se detuvo y mordió aún más fuerte.

Les enseñaré. 

No te olvidaré ni a ti ni a ellos por convertir a mi padre en un plebeyo, alejar a mi madre y hacerme así. No te olvidaré… ¡Leslie!

Su odio creció en la oscuridad. Pensó en ello, gastando toda su energía odiando a su hermana. No comía ni dormía.

Siempre que dormía, soñaba con Leslie de pie al otro lado de la barra y riéndose de ella. Gritaba despierta y ya no podía dormir.

Eli estaba perdiendo poco a poco la razón, y cuanto más lo perdía pedazos de su cordura, más crecía su odio.

Hasta que no quedó nada más que odio en ella.

Así que estaba sentada durante el examen, temblando de rabia hirviendo y odiando a Leslie, cuando algo extraño llamó su atención. Había una pregunta, la única que podía leer porque no era ni la lengua sagrada ni la lengua antigua.

¿Qué es esto? 

La última pregunta estaba escrita en la lengua común con una letra minúscula.

[Te busca a ti, Lady Eli.]

Los ojos de Eli se clavaron en esa pregunta. Cuando levantó la vista y escrutó con cautela la sala, sus ojos se clavaron en una de las sacerdotisas, que le sonrió. Sus ojos eran del mismo color que el hielo.

Ah, es la gran sacerdotisa que vi durante el juicio. Comprendió. Sus ojos seguían clavados en los de la mujer. Eli escribió una respuesta con mano temblorosa. La había encontrado.

[Haré lo que sea.]

La mujer sonrió, mirando a Eli escribir con un solo pensamiento. Todo se hará como ella quiera.

♦ ♦ ♦

—¿Ha aprobado?

La duquesa Salvatore frunció el ceño al leer la carta.

Había pasado una semana desde los exámenes. Sin duda, el nombre de Leslie estaba escrito entre los nombres de los que aprobaron el examen. Por desgracia, el nombre de Eli también estaba en ella.

—Cómo hizo ella…

—Sospecho que la flor de Jacaranda había echado raíces desde que se cortó una. Creo que la señorita Eli ha sustituido a su padre.

El ceño de la duquesa se frunció ante las palabras de Jenna. Pero las malas noticias no acabaron allí.

—Y ha habido un informe sobre el marqués. Se ha escapado de los guardias de camino al Raston.

Jenna bajó la cabeza, sin atreverse a mirar a la duquesa a los ojos. Sintió una mirada fría y se le erizaron todos los pelos del cuerpo. Aún así continuó mientras temblaba.

—Hubo un terremoto durante el transporte y el carruaje cayó al lago. Cuando lo encontraron…

—Él ya había escapado.

Qué coincidencia encontrarse con un terremoto y sobrevivir a él.

—No sé si tuvo suerte o mala suerte.

Por suerte, desapareció en las frías tierras del Sur, donde la gente muere congelada incluso en primavera. ¿Podría sobrevivir al viaje sin nada encima?

—Haz un equipo de rastreadores y envíalos tras el marqués. Además, dobla la seguridad por si acaso y dile a Ruenti que instale runas y piedras protectoras. No me importa cuánto cueste.

—Sí, duquesa Salvatore.

—Tendré mi casa más segura que el palacio imperial.

Entonces, se dio la vuelta y abrió la ventana. De inmediato, la risa alegre de un niño resonó en el aire. Era Leslie, que iba a caballito sobre los hombros de Sairaine, riendo y gritando con entusiasmo.

Era despreocupada y de lo más inocente, borrando las preocupaciones de las dos mujeres.

Ambas la observaron con sonrisas afectuosas en los labios.

—Es primavera.

—Sí, ya es primavera.

Cambiaron las estaciones y llegó la primavera. La seguridad se duplicó como tal y como había ordenado la duquesa. Pasaron los años, y llegó otra primavera. Nuevos súbditos fueron nombrados caballeros, y el equipo personal de Leslie fue designado. Por fortuna, como para demostrar que las preocupaciones de la duquesa y de Jenna no eran nada, Leslie estaba sana y salva.

El tiempo fue rápido y no se detuvo. Vino y se fue, y Leslie dio la bienvenida a la decimosexta primavera en el Ducado de Salvatore.

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