El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 93

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


Me pregunto de qué estarán hablando. 

Los ojos de Leslie se entrecerraron de nuevo mientras escribía una carta en un pergamino estampado con el sigilo de Salvatore. Se imaginó al conejito negro de peluche sentado frente a ella ladeando la cabeza con curiosidad. Pero no dejó de escribir y se inclinó hacia delante con su cabello plateado cayendo como una cascada bajo la luz de la luna.

—¿Quiere que le ate el pelo, señorita Leslie?

Preguntó Madel mientras colocaba un ramo de flores en un jarrón al ver que se recogía el pelo detrás de las orejas.

—Hmm… No, está bien. Ya casi he terminado con las catas.

Cuando termine de rechazar todas estas invitaciones, me echaré una siesta. Sacudió la cabeza mientras sus ojos viajaban hacia una pequeña caja azul que había debajo de la mesa redonda.

—Pero puede que tarde un rato.

La caja azul era más pequeña que una caja de zapatos normal. Pero estaba llena hasta el borde de muchos sobres de colores. Llevaba horas escribiendo y empezaban a dolerle las manos, pero las cartas no parecían disminuir.

—¿Sería descortés enviarles la misma respuesta?

—Nadie pensaría eso. Además, no lo compartirán entre ellos.

Madel tomó un peine y una cinta de seda y empezó a peinarla.

—De todos modos, no es de extrañar que nuestra bella dama sea tan popular.

—Es bastante molesto rechazarlos a todos.

Tal y como había aconsejado la duquesa cuatro años atrás, la sociedad había estado muy ocupada intentando llamar su atención. Empezando por la ya olvidada carta de proposición del hijo del conde, muchos más siguieron su ejemplo. Había propuestas, invitaciones y preguntas generales dirigidas a ella, y tuvo que aprender rápido a responder cada una de forma adecuada. Por no hablar de que sus sueños se habían hecho realidad hasta cierto punto.

—Fiesta del té, recital de poesía, recital de piano, club de lenguas antiguas y sagradas…

Empezó a revisar las cartas y las clasificó en una caja de color crema.

—Otra propuesta…

Tendré que dársela a mamá. Era libre de rechazar o aceptar invitaciones generales. Sin embargo, los asuntos importantes, como las relaciones entre las casas a través de matrimonio, se diferían a la duquesa para las decisiones finales.

Metió la carta de proposición en una tercera caja. Ya había más de cinco en él. Madel echó un rápido vistazo y contestó.

—En el último tiempo ha habido muchas, señorita Leslie.

—Me temo que puede haber muchas más que aún no he revisado.

Suspiró exasperada.

—Antes no había tantas…

Tomó una carta al azar y la abrió con un cortapapeles mientras se quejaba un poco, con las manos aún ocupadas entre los hilos de plata.

—Por supuesto. Mírese, señorita Leslie. Es usted la dama más hermosa que he visto nunca. Su pelo brilla más que las estrellas, y sus ojos son más vibrantes que cualquier flor en primavera.

Se sonrojó, y se removió con torpeza ante los elogios.

—Gracias. Pero solo tú y la gente del ducado dicen eso de mí.

Se avergonzaba de vez en cuando cuando los empleados y caballeros del ducado la colmaban de elogios. Le costaba acostumbrarse a los cumplidos, aunque no les ponía freno, pues la hacían sentirse querida y apreciada.

—¡Eso no es cierto en absoluto!

Gritó, de repente exaltada. Empezó a deshacerse en elogios aún más embarazosos que la hicieron encogerse de miedo. Su rostro adquirió un tono rojo brillante cuando Madel dijo que el cabello plateado de Leslie era como fragmentos de estrellas y brillaba incluso en las horas más oscuras de la noche.

Sin embargo, sintió que sus palabras tenían algo de cierto. Su aspecto había cambiado de forma drástica desde que llegó al ducado. Con el paso de los años, había engordado y ya no parecía desnutrida. La habían bañado y masajeado a diario con aceite de flores perfumado y caro, por lo que su piel y su pelo parecían brillar de verdad en ciertos ángulos.

Sonreía con más facilidad y naturalidad que antes. Era más feliz y ya casi no lloraba.

No hay nada que me hiciera llorar o deprimirme desde que estoy aquí. 

Parpadeó pensativa. Aparte del incidente con el marqués, todo era tranquilo y bueno para ella. Hubo una vez que tropezó y se cayó en las escaleras. Al día siguiente, la escalera había desaparecido.

—¿Eso? Me deshice de ella porque era peligrosa. Las nuevas escaleras se mueven solas y te llevan arriba y abajo de los pisos. Es mágica, ¡así que no tienes que moverte para nada!

Le dijo Ruenti con un deje de orgullo en la voz. Añadió que lo hacía para practicar magia, pero ella sabía que esa no era la verdadera razón.

Me alegro de que a los demás les gusten, pero…

Las escaleras mágicas fueron un éxito. Los empleados incluso hacían cola para usarlas.

Se miró en un espejo de la pared opuesta y señaló. Muchas cosas habían cambiado, pero se dio cuenta de que una no.

No he crecido más. 

Incluso el hermano Ruenti siguió creciendo después de cumplir veinte años.

El club de los niños bajitos hacía tiempo que había desaparecido. Él seguía siendo más bajo que Bethrion, pero creció tanto como la duquesa, mientras que ella seguía siendo la pequeña “adorable”.

Quiero ser “genial” en vez de “adorable”. 

Seguía siendo más baja que la media para su edad. Por mucho que comiera, durmiera y se ejercitara, no crecía después de alcanzar cierta altura. Batha incluso lloraba, culpándose por no ser buen cocinero.

Incluso bebía leche todos los días, y todavía no soy ni la mitad de alta que mamá. 

En un mundo ideal, sería tan alta como su madre. Pero la realidad es que apenas superaba la mitad de la estatura de la duquesa, lo que no es ni de lejos suficiente. Hace cuatro años, esperaba llegar a la altura de los hombros de su madre cuando cumpliera dieciséis años, pero no era más que una esperanza. Esta brecha entre sus ideales y la realidad la entristecía y la hacía preguntarse si alguna vez sería como mamá: un caballero alto y fuerte con una armadura brillante.

—Whew.

Apoyó el codo en la mesa y apoyó la cara en la mano mientras suspiraba.

—No es mala idea asistir al menos a una invitación.

Sugirió Madel con una risita. Acababa de terminar de trenzar el lateral de la cabeza de Leslie en pequeñas trenzas y ahora le estaba peinando detrás de las orejas. Le pareció que suspiraba por la cantidad de letras.

Suspiró aún más fuerte. Cierto, todavía tengo que revisarlas todas. 

—Todas son de casas nobles bien establecidas.

—Pero…

Hizo un mohín y tomó una de las cartas del montón que había en la caja.

[Buenos días, Lady Salvatore. ¿Quizás se acuerde de mí? La conocí durante la misa. Me senté tres filas detrás de usted y dos asientos a la izquierda. Me encontré con sus ojos durante las oraciones, y espero que me recuerde. Sería maravilloso que me respondiera.]

¿Cómo se supone que voy a recordar que…?

Aún no había debutado en la sociedad, y no había interacción entre las casas.

La única vez que la veían a ella o a los miembros del ducado era durante la misa de Año Nuevo y la misa ordinaria. De vez en cuando acudían al palacio imperial, pero ella solo se quedaba con los caballeros de Rinche. Sin duda, a los nobles les resultaba difícil acercarse a ella allí.

Para enviar una invitación y mantener correspondencia con ella, necesitaban el más mínimo contacto o interacción. A menudo, las cartas comenzaban con detalles imposibles de recordar para ella.

Al menos esta carta tenía algún tipo de contacto en persona, cercano. La mayoría de las cartas eran absurdas. Algunas decían que la conocían porque iban a al misma boutique a comprar o es declaraban solo porque había estado en el centro.

¡También podrían declararse porque respiramos el mismo aire bajo el mismo cielo!

Su suspiro se hizo más profundo.

No era el único problema. Cuando tomó y dio la vuelta al sobre que contenía una carta, encontró el símbolo de la Casa de Hoedelia. Sus ojos se entrecerraron. Lady Hoedelia era una amiga íntima de Eli a la que ella también conocía. ¿Cómo ha podido enviarme una carta como si Eli ni siquiera existiera?

Sacó otra caja de la carta. Esta era una propuesta.

Y de un hombre que le propuso matrimonio a Eli. 

En efecto. El hombre era uno de los muchos seguidores de su hermana. También había sido muy popular incluso antes de su debut y tenía muchos seguidores que la adoraban. El hombre era uno de los que la seguían solo porque ella le sonrió una vez.

[Me arrepiento de todo corazón de mi pasado.]

Así empezaba y continuaba la carta. Hablaba de lo malvada que era Eli, y de haber conocido su verdadero rostro, nunca había mirado hacia ella, diciendo también que si hubiera sabido lo de Leslie, la habría rescatado de las garras del marqués.

[¡Por favor, permítame una oportunidad, Lady Salvatore! Le escribo con dolor y recuerdos de terrible arrepentimiento.]

Ella se burló de la carta. Sí, claro. Tú habrías querido rescatar a la futura lady Salvatore, no a Leslie Sperado. Qué insultante. 

Tiró la carta a la caja.

Tanto Lady Hoeledia como el autor de la propuesta solían ser los más fieles seguidores de Eli.

Obedecían todos los caprichos del marqués y se habían aprovechado de su estatus. Ahora que se había ido, intentaban hacer lo mismo con ella.

No les contestaré. Se decidió y tomó otra carta. En ese momento, oyó que llamaban a la puerta y un hombre entró en su habitación.

—¡Leslie!

Era Ruenti. Ahora tenía el pelo tan largo que se lo había recogido en una coleta.

—¡Hermano!

Su expresión de desagrado por las cartas desapareció de inmediato y su rostro se ensanchó en una sonrisa brillante.

—¿Has terminado de trabajar?

—¡Sí, ya estoy libre!

Gritó, con los brazos levantados por encima de la cabeza con auténtico regocijo.

Hace poco, Ruenti había sido nombrado el más joven de los diez magos representantes del Consejo Mágico. Como tal, estaba tan ocupado que rara vez podía volver a casa. Además, la duquesa le había confiado los asuntos del ducado. Como era obvio, hacía tiempo que Leslie no lo veía, y se había sentido sola.

Sabiendo lo que su hermana estaba pensando, él sonrió y añadió.

—No te preocupes. Estaré en casa algún tiempo. No iré a ninguna parte. Ni al Consejo Mágico, ni al ducado.

Le dio una palmada en la cabeza a Leslie. Sus ojos se dirigieron a las cartas que había sobre la mesa.

—¿Has estado escribiendo?

—Sí. Invitaciones a fiestas del té y propuestas de matrimonio. Es agotador… hay demasiadas.

—Hmm. ¿Y éstas son cartas de proposición?

Tomó la caja de las cartas y rasgó los sobres, leyendo los seis con increíble rapidez.

—Veamos. Vizconde Araballen, Conde Lepan…

Sonrió satisfecho después de leerlas todas.

—Basura.

De sus manos brotaron llamas, y las cartas se redujeron en un instante a cenizas. Lo había hecho de espaldas a ella debido al miedo de ésta al fuego. Sin embargo, sus ojos se abrieron de asombro y sorpresa al ver las cenizas.

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