Emperatriz Abandonada – Capítulo 10: El joven y la señorita (4)

Traducido por Lugiia

Editado por YukiroSaori


♦ ♦ ♦

La vida como parte del escuadrón de caballeros era más divertida de lo que había esperado. Entrenaba por la mañana con los caballeros en formación y por la tarde, o bien ayudaba al duque en su trabajo o bien entrenaba por mi cuenta.

Como tenía la posición especial de escudera, no tenía que hacer cosas como montar guardia en el palacio y tenía más tiempo personal que otros caballeros. Sin embargo, que tuviera más tiempo personal no significaba que tuviera tiempo para descansar. Eso era porque…

—¡Oye, tienes que moverte más rápido con la espada! ¿No te dije que como no puedes ganar con fuerza, debes ganar con velocidad?

»¿No vas a responder? ¿Es una especie de rebelión contra tu superior?

—Lo entiendo.

—Bien. Hazlo cien veces más.

Aunque tenía mucho que preparar para su nombramiento el mes que viene, Carsein ardía en deseos de ayudarme a convertirme en caballero oficial en el menor tiempo posible.

No sé cómo lo sabía, pero cada vez que tenía algo de tiempo libre, aparecía y me arrastraba al campo de entrenamiento. No podía ni soñar con tomarme un descanso. Mientras recibía la orientación personal del hombre al que llamaban genio de la espada, mis habilidades mejoraron rápidamente. Sin embargo, siendo honesta, sentía como si estuviera a punto de morir.

Cuando terminé de agitar la espada cien veces, me quedé sin aliento. Me dio una palmadita en el hombro y me dijo que había hecho un buen trabajo. Me limité a mirarle un poco. Aunque, por lo general, habría agradecido su ayuda, lo único que sentía era irritación, ya que estaba agotada.

—¿Eh? ¿Me estás mirando mal? ¿Quieres que te regañe?

Hmph.

—¿Hmph?

Carsein se acercó a mí y me dio un golpe en la frente con su dedo.

—¡Oye! ¿Por qué sigues haciendo eso, Carsein?

—No puedo creer que actúes así con tu superior. Esto no servirá. Practícalo cien veces más.

Aunque estaba irritada con él, era un hecho que los resultados de su vicioso entrenamiento eran buenos. Por eso, dejé de mirar a Carsein y suspiré mientras volvía a tomar la espada. Para poder escapar de mi destino fijado en el poco tiempo que me quedaba, tenía que esforzarme al máximo.

Cuando apenas terminé el encargo de Carsein, volví a mi habitación y me lavé rápidamente. Después de escribir mi nombre en el registro de asistencia, me dirigí con él al almacén de carruajes. Fue entonces cuando vi a un hombre de cabello verde claro acercarse desde la distancia. Allendis, quien llevaba un traje con el emblema del departamento de asuntos internos, sonrió y nos saludó.

—Hola, Aristia. Hola, joven Carsein.

—Hola, Allendis. He oído que ahora trabajas para la oficina de administración. Felicidades —respondí.

Un mes después de su decimoséptimo cumpleaños, Allendis, quien aún era menor de edad, fue nombrado burócrata de quinto nivel en el departamento de asuntos internos. Al igual que Carsein, era el burócrata de alto nivel más joven del Imperio.

Me alegré mucho por los increíbles logros de estos dos chicos con talento que se convertirían en la esperanza y el futuro de la facción. También había oído que algunos nobles habían tratado de obtener su favor.

—He oído las noticias, Hierba. Felicidades.

—Gracias, joven Carsein. Por cierto, tomen esto, por favor.

Allendis sonrió y sacó sobres de color verde claro, dándonos uno a cada uno.

—¿Qué es esto, Allendis?

—Mi madre dará una fiesta en el jardín dentro de tres días. Será un té relajado por la tarde.

—¿Fiesta en el jardín? ¿En esta época? —pregunté.

—Sí. Se han enviado invitaciones a algunas familias importantes. He traído la tuya porque quería dártela personalmente.

—Ya veo.

Carsein, quien tenía la mirada perdida en la invitación, puso una expresión llena de duda y preguntó:

—Entiendo que le des una a ella, pero ¿por qué me das esta a mí, Hierba?

—Lo sabrá cuando venga.

Carsein frunció el ceño pero acabó asintiendo. Sonreí a Allendis, quien me dijo que debía estar allí sin falta. Luego, Carsein y yo salimos juntos del palacio, y me dirigí a casa.

♦ ♦ ♦

Tres días después, me dirigí de forma puntual a la mansión de la casa Verita. Como ya había obtenido el permiso de mi padre, no había ningún problema en que fuera.

Sin embargo, al subir al carruaje, suspiré. Era la primera vez que me presentaba en sociedad después de la ceremonia de mayoría de edad del príncipe heredero. Lina se había empeñado en vestirme lo más bonito posible, y mi cabeza aún palpitaba por ello.

—Bienvenida, señorita Aristia. La he estado esperando.

—Gracias por invitarme, duquesa. El invernadero es realmente tan hermoso como dicen.

Mirando alrededor del lugar cubierto de verde fresco, sonreí. A diferencia del exterior, que era tan frío que se podían ver bocanadas de humo de los labios, el aire cálido aquí abrazaba mi cuerpo, recordándome el verano.

Las fiestas regulares se celebraban tradicionalmente en los jardines, pero la de hoy estaba situada en el invernadero. Eso era un hecho, teniendo en cuenta que era invierno. El invernadero de la casa Verita era famoso por su enorme tamaño y variedad de plantas.

Al entrar en el frondoso invernadero, vi a Allendis hablando con cuatro personas. Él me vislumbró enseguida y se levantó, sonriéndome.

—Señorita Aristia, está aquí.

—Gracias por invitarme, joven Allendis.

Como era un lugar con otras personas, hicimos una pequeña reverencia mutua como parte de la etiqueta antes de mirar hacia las cuatro personas que se habían levantado. Una mujer con el cabello castaño claro recogido inclinó la cabeza y se presentó primero.

—Es un placer conocerla, señorita Aristia. Soy la segunda hija del conde Genoa, Ilyia se Genoa.

Empezando por la señorita Ilyia, el resto se presentó como la hija mayor del conde Vir, el hijo mayor del conde Bert y la segunda hija del vizconde Nuen. Después de escuchar todas sus presentaciones, hice lo mismo. Cuando estaba a punto de sentarme, vi entrar a un joven de cabello rojo.

—Llega tarde, joven Carsein.

Allendis sonrió y le levantó una mano. Carsein frunció un poco el ceño ante el tono amistoso de Allendis, distinto al suyo habitual, pero pronto ocultó su expresión y respondió:

—Siento llegar tarde.

—No se preocupe. Estábamos a punto de sentarnos. Tome asiento.

Aunque se trataba de una simple fiesta en el jardín, como los nobles se habían reunido, incluso los asientos debían organizarse de acuerdo con la etiqueta. La persona que ocupaba la posición más alta era Carsein. Aunque yo era la prometida del príncipe heredero, oficialmente era la hija de un marqués, por lo que, siguiendo la jerarquía del Imperio, era la tercera en el rango, después de Carsein y Allendis.

Sin embargo, Carsein me dejó ocupar el asiento de honor en lugar de él, y tomó asiento hacia mi derecha, y Allendis se sentó a mi izquierda. Con ello, me encontré en el centro del grupo y empezamos a conversar.

—Vi su debut en la ceremonia de mayoría de edad del príncipe heredero, pero es la primera vez que le veo en una ocasión así, señorita Aristia.

Cuando la señorita Ilyia inició la conversación, todos empezaron a hablar de dos en dos. Hacía tiempo que no acudía a un evento de este tipo. No fue difícil captar el centro de la conversación, ya que había sido algo que hacía a diario en el pasado. Fue más difícil atraer a Carsein a la conversación, pues parecía aburrido y tenía su atención en otra parte.

Aparecieron las doncellas y colocaron una taza de té delante de cada uno de nosotros. Las tazas dieron una gran impresión con sus elegantes diseños y el brillante té rojo que relucía en su interior.

Es hibisco. Antes de venir, me había preguntado si se serviría malva azul.

YukiroSaori
Hibisco es una flor, llamada comúnmente rosa de China, cayena, amapola, flor de Jamaica. Y la malva azul tambien es una flor.

Al levantar la taza de té y mirar de reojo, vi a Carsein frunciendo el ceño. Suspirando suavemente, saqué un terrón de azúcar del pote y lo puse en su taza de té. Le gustaban las cosas dulces en contraste con su aspecto.

—Gracias —respondió Carsein con una sonrisa, después de haber permanecido en silencio.

Cuando le devolví la sonrisa, me giré al sentir un cambio extraño en el ambiente. Cuatro pares de ojos nos miraban a los dos.

—Señorita Aristia, ¿podría darme también un poco de azúcar? Está un poco lejos de mí —dijo Allendis mientras bajaba su taza de té.

¿Eh? ¿Azúcar?

Aunque desconfiaba de las miradas de los demás que parecían escudriñarme, me giré primero para preguntarle a Allendis:

—Joven Allendis, ¿no le desagradan las cosas dulces? Dijo que nunca ponía azúcar en su té de hibisco porque arruinaba su sabor agrio único.

—Aun así, hoy se me antoja algo dulce por alguna razón.

Aunque era un poco extraño, asentí sin decir nada y saqué un terrón de azúcar del pote y lo puse en su taza. Sonreí a Allendis, quien me dio las gracias, y la señorita Ilyia, cuyos ojos estaban fijos en mí desde antes, dijo:

—Señorita Aristia, usted parece muy cercana a los dos jóvenes.

—¿Verdad? Supongo que es muy unida a los dos. Imaginé que los rumores eran ciertos, ya que conocía sus gustos con tanto detalle. De todos modos, es un alivio. Me había preocupado de que se formara una grieta en la facción…

—Espere un momento, señorita Niave. ¿Qué quiere decir con rumores? —interrumpí.

¿Rumores que podrían formar una grieta en la facción? Cuando la interrogué, las miradas de todos se volvieron a centrar en mí.

—Vaya, ¿no se ha enterado? Claro, siempre son los relacionados con el rumor los últimos en enterarse…

Una punzada de frío recorrió de repente todo mi cuerpo. Con el corazón inquieto, detuve a la señorita Ilyia, quien había estado a punto de decir algo, e interrogué a la señorita Niave:

—¿Qué clase de rumor?

—Un rumor de que la señorita Aristia y el joven Carsein son amantes…

La señorita Niave, quien había estado sonriendo alegremente mientras decía eso, palideció de repente, temblando mientras miraba a Allendis.

—Señorita Niave.

—¿S-Sí?

Aunque no sé por qué se sorprendió tanto, se levantó de repente y volcó la taza de té que tenía delante. El té de color rojo rubí se derramó por todo su vestido de marfil.

—¡Señorita Niave!

—No hace falta que se levanten. Yo le ayudaré.

La señorita Ilyia y yo estábamos a punto de levantarnos, pero Allendis nos detuvo y se acercó a ella.

—Señorita Niave, ¿está bien?

—S-Sí. Estoy bien, joven Allendis.

—Use esto para limpiarlo.

Allendis sacó un pañuelo doblado y se lo entregó. Ladeé la cabeza mirando a la chica que limpiaba el té con una mano temblorosa. ¿Por qué temblaba tanto? Era como si tuviera miedo de algo.

—Oh, Dios mío, señorita. Parece que su hermoso vestido se ha estropeado. ¿Ha preparado algo para cambiarse? —Los banquetes nobles, como las fiestas de té, las cenas y los bailes, solían durar varios días, incluso sin los descansos intermedios. Por ello, los participantes solían llevar ropa extra. En las pequeñas fiestas de té o en los eventos de corta duración, incluso si no llevaban ropa extra, llevaban un chal o ropa sencilla. Era costumbre que se recordara al recibir las invitaciones.

—N-No. No lo he hecho.

—Hmm, aun así, no puedo darle un vestido usado por mi madre, así que ¿qué hacemos?

Allendis sonrió como si no supiera qué hacer y preguntó a una doncella que se acercaba apresuradamente:

—¿Hay algún vestido extra que pueda usar la señorita Niave?

—No. Lo siento, joven amo.

—Oh, querida, ¿qué hacemos?

—E-Está bien, joven Allendis. No puedo quedarme en este estado, así que regresaré primero.

Como la señorita Niave parecía haberse tranquilizado, habló con voz calmada. Sintiéndome mal por ella, miré el vestido manchado de rojo.

Me hubiera gustado darle mi vestido extra que había preparado, pero parecía tres o cuatro años mayor que yo, así que mi ropa no le serviría.

—Señorita Ilyia, señorita Kirina, ¿tendrían algún vestido extra con ustedes? —pregunté.

—No, señorita Aristia.

—Yo tampoco.

Después de que la señorita Kirina dijera que no de inmediato, la segunda también negó con la cabeza. Aunque sospechaba un poco, no podía acusarlas de ello y por eso asentí a la señorita Niave que dijo que se dirigiría a su casa.

—Lo siento, señorita Niave. No me preparé lo suficiente y tuve que hacerle pasar un mal rato. Como disculpa, la acompañaré a su carruaje.

—J-Joven Allendis, no debería…

—Lo hago porque no me siento a gusto. Por favor, discúlpenme un momento todos. No me hagan caso y sigan hablando.

Allendis se excusó para acompañarla a su carruaje. Como siempre, fue muy considerado. Parecía que estaba realmente arrepentido de no haber preparado ropa adicional.

Mientras los dos desaparecían hacia el otro extremo del invernadero, oí de repente una risita a mi derecha.

—¿Joven Carsein?

—Ja, ja, ja, ¡qué espectáculo! Aunque lo vea cada vez, es realmente sorprendente.

—¿Qué… quiere decir, joven Carsein?

Como estaba a punto de hablar de forma informal, me corregí rápidamente y pregunté. Sin embargo, Carsein estaba demasiado ocupado riéndose y no parecía tener margen para responderme. ¿Por qué se reía tanto? Después de reírse a gusto, se volvió hacia mí y respondió en voz baja:

—No sé si eres torpe, o si simplemente crees tanto en él. Bueno, olvídalo. No me voy a meter en algo tan molesto como eso. Me divertí mirando.

»Entonces, ya que el joven Allendis hizo una petición antes de irse, ¿deberíamos seguir hablando hasta que regrese? ¿Cuál sería un buen tema? ¿Los rumores que corren por la sociedad? ¿O quieren hablar mal del joven Allendis? —exclamó Carsein en voz alta y con un tono bromista, aliviando suavemente el frío ambiente que se había generado tras el repentino accidente.

Me quedé pensativa un momento, observando cómo empezaban a hablar con Carsein tomando la iniciativa.

Rumores…

Aunque probablemente no fuera gran cosa, aun así, sentí que debía informarme con más detalle.

Un tiempo después, Allendis se sentó tras volver de escoltar a la señorita Niave. Pensando que debía pedir al departamento de investigación de nuestra familia que lo investigara cuando llegara a casa, no tardé en volver a conversar con los cinco.

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