Emperatriz Abandonada – Capítulo 9: El tiempo fluyó para cada uno de nosotros (5)

Traducido por Lugiia

Editado por Yusuke


♦ ♦ ♦

—Oh, ¿señorita Aristia?

—Ha pasado mucho tiempo, duquesa. Por favor, discúlpeme por visitarla sin una solicitud.

—Está bien. No sabe lo aliviada que estoy de que haya venido personalmente a visitarme. Ha venido a ver a Allendis, ¿verdad?

—Sí, pero…

—Haré que le acompañen hasta él de inmediato. Muchas gracias, señorita Aristia.

—¿Qué? Ah, sí. Gracias, duquesa.

Ladeé la cabeza ante el entusiasmo de la duquesa. Había pensado que podría estar disgustada por la grosera visita, pero parecía muy emocionada de verme.

¿Qué era lo que la aliviaba? ¿Y por qué estaba agradecida? Como no podía entenderlo, me limité a asentir dócilmente. Aunque me confundió ver que la doncella desaparecía a toda prisa después de acompañarme, me encogí de hombros y llamé ligeramente a la puerta.

La habitación estaba cubierta con un cálido papel pintado de color crema, y sobre un amplio escritorio había una variedad de libros y pilas de documentos. Allí había un chico de cabello verde claro que hablaba con una voz fría que nunca había oído antes.

—¿Qué pasa? Te dije que no dejaras entrar a nadie.

Dudé y me quedé quieta cuando la voz tan desconocida sonó al entrar en la habitación. Su voz causaba un escalofrío por mi cuerpo, a diferencia de su calidez habitual, y su actitud era muy fría. Parpadeé con los ojos en blanco.

¿Habré oído mal? No es posible. Aquí no hay nadie más que yo y Allendis.

—Vete de inmediato —exclamó. Al ver que la figura en la puerta no hacía ningún movimiento, se giró hacia mí, diciendo—: ¿No me has oído decir que…? ¿Eh? ¿Tia?

Allendis levantó la cabeza con rabia y se detuvo. Una sonrisa amarga adornó su rostro que parecía un poco demacrado.

—¿Otra vez? —preguntó, desconcertado—. Me enteré que habías vuelto, pero no he recibido ningún mensaje tuyo. Tia, ¿no me has perdonado?

—Allen…

Se congeló al oír mi voz. Luego, de repente, se levantó de un salto, haciendo que la pila de documentos cayera al suelo. Apartando los papeles que se habían esparcido por el suelo, se acercó y me tendió una mano. Sus ojos verde esmeralda temblaban.

—¿Estoy oyendo tu voz ahora?

Cuando su mano tocó mi mejilla, di involuntariamente un paso atrás. Me sobresalté al ver sus ojos temblorosos. Sin embargo, al ver la expresión de dolor en su rostro, recobré el sentido. ¿Qué acababa de hacer?

Rápidamente, estiré mi brazo y agarré su mano con fuerza mientras él estaba allí. Con el calor que provenía de nuestras manos entrelazadas, abrí los labios con vacilación:

—Allen.

—¿Tia…?

—Lo siento. Llego un poco tarde… Quería visitarte, pero no tuve la oportunidad. Lo siento mucho, Allen. ¿Estás molesto?

Allen, quien había estado con la mirada perdida, me atrajo hacia su fuerte abrazo. Envuelta con fuerza en los brazos del chico que parecía haber crecido una cabeza más, lo oí decir una voz ahogada:

—Tia.

—Sí.

—Tia, ¿eres realmente tú? ¿Hmm? ¿Eres realmente mi señorita?

—Sí.

—Tia.

—¿Sí, Allen?

Allendis gritaba continuamente mi nombre y no me dejaba ir. Me sobresalté al sentir algo húmedo. ¿Estaba llorando?

—Pensé que no te volvería a ver.

—Eso no es posible.

—Estaba el asunto de mi desconfianza y después de la carta sobre tu sueño, no recibí respuesta, así que pensé que habías cerrado completamente la puerta de tu corazón. Tenía miedo de haberme precipitado de nuevo.

—Ya estoy bien. Siento haberte preocupado.

Extendí la mano con cuidado y le di unas palmaditas en la espalda. Sentí mucho no haberle enviado un mensaje ya que iba a visitarlo en su lugar. Si hubiera sabido que esto iba a suceder, habría enviado una carta al menos.

Después de un momento, Allendis me soltó y sonrió torpemente. Sus ojos de color esmeralda parecían un poco rojos mientras me miraba con cariño.

—Lo siento, Tia. ¿Te asusté?

—Hmm, ¿un poco?

—Ya veo. Siento haberte sorprendido.

—No pasa nada. Soy yo la que lamenta no haberme puesto en contacto contigo. Pero Allen, pareces muy ocupado. ¿Te molesta mi presencia?

—Tonterías, mi señorita siempre será bienvenida. Hmm, ¿deberíamos movernos a otro lugar? Aquí no hay donde sentarse.

Allendis me sonrió mientras me tendía una mano. Al levantarme con su ayuda, me di cuenta de que entre los documentos que habían caído al suelo, brillaba una carta de color plateado.

¿Hmm? ¿Plateado? Difícilmente alguien utiliza ese color de papel.

Abrí los ojos de par en par y miré de cerca, notando una letra muy familiar. Ah, eso es…

—¿Tia?

Aparté los ojos del papel cuando Allendis me llamó, sonando desconcertada. Sin embargo, no pude olvidar la carta plateada ni siquiera al llegar a la sala de estar.

No podía estar segura debido a la distancia, pero si había visto correctamente, la persona que había enviado la carta era alguien que conocía bien.

Tirando de una cuerda, Allendis sonrió a la doncella que entró enseguida.

—Por favor, tráenos agua caliente y una rodaja de limón.

Asustada por la sonrisa, se tambaleó mientras tomaba su orden y desaparecía.

¿Por qué actuaba así? No era que fuera una nueva empleada. Como si él también sospechara, Allendis miró hacia donde había desaparecido la doncella antes de volverse hacia mí.

—Tienes mucho mejor aspecto que la última vez que te vi, Tia. ¿Cómo fue tu estancia en la casa de campo?

—Pasaron muchas cosas, pero estuvo bien.

—Eso es un alivio. ¿Cómo era la gente?

—Hmm, había muchos caballeros que veía por primera vez, pero todos eran amables y parecían buena gente. A veces había enfrentamientos entre el señor Seymour o Carsein pero no era nada grave.

—¿Con el señor Seymour te refieres a la guardia real?

—Sí.

Me pareció ver que Allendis fruncía el ceño por un momento. ¿Hmm? ¿Había algo que le preocupaba? Al cerrar y abrir lentamente los ojos, le vi mirándome con expresión tranquila. Quizás me había equivocado.

—Ya veo. Pero ¿a qué te referías cuando decías que el joven Carsein se peleaba con los caballeros?

—A veces se metían en pequeñas discusiones. Aun así, no había nada que terminara en peleas de puños o duelos.

—¿Es así?

—Sí. Como sabes, Carsein puede hablar de forma un poco brusca. Al principio discutían un poco por eso, pero luego todos se llevaron bien. Cuando estaba a punto de marcharse, incluso se decepcionaron. Ahora que lo pienso, ¿le va bien a Carsein? Parecía un poco raro cuando volvíamos a la capital.

Mientras pensaba por un momento, la doncella puso tazas de té y una tetera con agua caliente. También había un plato con rodajas de limón. Allendis, quien había estado mirándola como si estuviera sumido en sus pensamientos, se volvió hacia mí.

—¿Te parece bien que me vaya un momento, Tía? Tengo que ir a buscar algo.

—Sí, claro.

Cuando asentí ligeramente, Allendis sonrió con alegría y se levantó. Al cabo de un rato, volvió con una pequeña caja en la mano. ¿Qué podría ser? Tal vez se dio cuenta de mi curiosidad, pues me entregó la caja y me dijo que la abriera. Al abrir la tapa, que tenía dos llaves grabadas, vi que estaba llena de pétalos secos de color púrpura y azul.

—¿Qué es esto, Allen? Nunca los había visto.

—Son flores que solo florecen en nuestra casa de campo. Se llaman malvas azules —explicó Allendis lentamente mientras ponía los pétalos de flores secas en la taza de té. Al verter agua sobre ellos, se extendió un intenso color azul. El hermoso espectáculo me hizo exclamar con admiración.

—Vaya, qué bonito.

—¿Verdad que sí? Pero esto no es todo lo que hay. Mira con atención, Tia.

Allendis tomó una rodaja de limón y exprimió unas gotas de su zumo en el agua azul. Entonces, sorprendentemente…

—El color cambió…

—¿Qué te parece? ¿No es bonito?

El color azul desapareció por completo y se convirtió en un rosa brillante. ¿Cómo sucedió eso? Mis ojos se abrieron de par en par. Giré la taza de té de un lado a otro, mirándola con atención mientras oía a Allendis reírse con ganas antes de entregarme la caja.

—Toma.

—¿Qué?

—Es un regalo. Lo preparé pensando en ti, así que me alegra que te guste.

—¿No es valioso? Dijiste que solo crecían en tu propiedad.

—Está bien. De todos modos, lo preparé para ti.

—¿De verdad?

Sonreí alegremente ante el inesperado regalo. Estaba a punto de darle las gracias, pero Allendis, quien me había estado mirando sin comprender, sacudió de repente la cabeza.

—¿Qué pasa, Allen?

—Es la primera vez que te veo sonreír así.

—¿Qué?

—Es la primera vez que te veo sonreír tan alegremente.

—Hmm, ¿es extraño?

—No. Pero Tia, no sonrías así en otra parte. ¿De acuerdo?

—Oh, deja de bromear.

Me reí un poco mientras miraba la caja de nuevo. El aroma único de las flores secas se extendía sutilmente desde la caja mezclada con azul y púrpura. Qué fascinante. ¿Cómo se convirtió en rosa?

—Tia.

—¿Qué?

—¿Estás bien ahora?

—Pasaron muchas cosas, pero ya estoy bien. Gracias por preocuparte por mí.

—Muy bien, eso es un alivio.

Allendis parecía estar a punto de decir algo más pero, en su lugar, se limitó a asentir. Aunque tenía curiosidad por saber qué iba a decir, no pregunté. Aparte de lo que le había contado, excusándolo como un sueño, no quería hablar más del pasado.

Bebiendo el té rosado que parecía dulce solo por su color, Allendis y yo charlamos cómodamente sobre las muchas cosas que habían pasado los últimos meses. Tal vez porque habían pasado casi seis meses desde la última vez que nos vimos, había mucho que decir.

Mientras llenaba de nuevo mi taza vacía, me sorprendí. ¿Cuándo se hizo tan tarde? Al ver que el paisaje fuera de la ventana comenzaba a oscurecerse, me levanté apresuradamente de mi asiento. Por lo que había dicho Lina, sería una buena idea volver a casa antes de que lo hiciera mi padre.

—Allen, creo que tengo que irme.

—Ah, es cierto, ya es tarde.

Él parecía reacio a dejarme ir. Aunque yo también estaba triste, tenía que regresar ya. Mientras me despedía de la duquesa después de que preguntara por mí, me dirigí al carruaje con Allendis.

—Ahora te escribiré a menudo. Pero ¿dejarás de aprender esgrima? —pregunté.

—No dejaré de hacerlo del todo, pero no puedo ser tan devoto como antes. Ahora necesito ayudar a mi padre.

—Ah, ¿así que eso eran los documentos?

—¿Hmm? Ah, sí.

Allendis pareció sorprenderse por un momento antes de asentir con la cabeza como respuesta. Me sentí decepcionada por los caminos cada vez más diferentes que estábamos tomando. Sabía que acabaría pasando, así que me limité a sonreír sin palabras.

—Tia.

Estaba a punto de subir al carruaje cuando me giré al oír su voz. Inclinando la cabeza, vi a Allendis sonriendo sin ánimo mientras hablaba.

—Ah, no es nada.

—Muy bien. Cuídate, Allen. Te escribiré.

—Oye…

Me di la vuelta una vez más. Allendis me miraba con inquietud. ¿Por qué estaba así? Mientras lo miraba confundida, habló como si acabara de recordar algo:

—La malva azul de antes, no la guardes. Si la terminas, te daré más.

—¿De verdad? Gracias, la disfrutaré.

Sonreí con alegría. Aunque esperé un momento ante su duda, finalmente me despedí de él. Estaba entrando en el carruaje cuando me llamó por mi nombre una vez más. Esta vez, sin embargo, parecía haber una urgencia en su tono.

—Oye, Tia. Um…, te llevaré a casa.

—Me encantaría que lo hicieras, pero ¿no será demasiado molesto?

—Está bien. Les diré que se preparen rápidamente. No te he visto en mucho tiempo, no me siento bien enviándote así.

—Muy bien, entonces por favor hazlo. Gracias, Allen.

Después de que Allendis desapareciera para decirle a los sirvientes que prepararan el carruaje, le dije a mi conductor que regresara primero. Tal vez sabía de la estrecha relación entre Allendis y yo, ya que se limitó a asentir sin decir nada.

No había pasado mucho tiempo cuando oí que se acercaban los cascos de los caballos junto con un carruaje. Como si se tratara de una demostración del frío, de la boca del caballo salían bocanadas de humo blanco.

—Debes haber tenido frío. Vamos.

—Sí.

Aunque no llevábamos mucho tiempo fuera, la oscuridad empezaba a caer por la ventana.

¿Qué debo hacer? Mi padre volverá pronto.

Como la casa de la familia Verita no estaba muy lejos de nuestra mansión, llegamos bastante rápido.

No debía ser demasiado tarde, ya que los guardias de la puerta solo nos dieron la bienvenida y no una advertencia.

—Gracias por acompañarme, Allen.

—Está bien, Tia. Es bastante tarde, así que date prisa en entrar.

—Bien, ya me voy. Ten cuidado en tu regreso.

Mientras saludaba a Allen, escuché el sonido de cascos de caballos desde la distancia. En el otro carruaje que se acercaba a la mansión, había un emblema de un escudo de plata y cuatro lanzas cruzadas. Oh, ¿por qué tenía que llegar ahora?

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