Espada y Vestido – Vol 3 – Capítulo 1 (1): Leyendo novelas románticas como referencias

Traducido por Ichigo

Editado por Meli


—De verdad, no quiero alejarme así de ti…

Agarré con fuerza ambas manos del capitán Jullius. Había subestimado la eficiencia del ayudante Sieg, que puso en marcha el plan de inmediato.

—Así es como debe ser —le expliqué, un poco apenada—. Aunque sigo en deuda contigo por tu amable hospitalidad.

Él asintió con la cabeza, con un gesto melancólico.

—Desearía que lord Roel no se fuera, pero… no hay nada que podamos hacer.

—Sí. Y capitán, por favor, llamame Roel.

—¿Eh…?

—Ya no soy una caballera sagrada. Te dije que podías llamarme por mi nombre después de volver de la Santa Iglesia. No hace falta ningún honorífico.

—Roel… —Sus ojos grises se humedecieron con lágrimas.

—Sí. Capitán Jullius —respondí, suplicando en mi interior que no fuera a llorar.

—Entonces, yo también… —dudó y dejó de hablar.

—Si quieres decir algo, te escucho —lo insté—. No pasa nada. Si está en mis manos, te apoyaré con cualquier cosa.

Ofrecí mi ayuda porque sabía que podría echar mano de los que me rodean.

—Me gustaría que me llamaras solo por mi nombre también… —dijo al fin el capitán.

—¡¿Por qué no puedes decírmelo sin más?! ¿Creíste que no accedería a tal petición?

Solo me miró, en silencio. Me sentí frustrada, él me agradaba, pero su actitud reservada me hacía creer que lo obligaba a estar a mi lado, que lo intimidaba. ¿No lo trataba bien?

Al ver su mirada apagada y triste, solté un suspiro.

—Me preocupa un poco dejarte así. Por supuesto, hasta ahora te ha ido bien sin mí, pero me inquieta.

—Entonces, por favor, llévame contigo.

Ortzen, que había observado en silencio, interrumpió:

—No se comporten así ni se tomen de la mano, en mi oficina, como si ustedes dos fueran los únicos aquí.

—Aún están limpiando mi dormitorio y no puedo ir a hacer mi equipaje… Además, el ayudante Sieg dice que no debo estar con el capitán a solas en la misma habitación.

—Claro. Pero si tanto te preocupa, puedes llevarlo contigo. Él puede ir y venir aquí.

—Puede ser, pero…

Ladeé la cabeza mientras reflexionaba. Sería un impulso significativo para el capitán Jullius, ya que pronto se convertirá en el conde de Epheria

—¿Lo permitirá el ayudante Sieg?

—El caballero Siegfred puede administrar la casa, pero lord Roel es la ama, ¿verdad? El capitán no posee una residencia privada. Y ya que están comprometidos, puede asignarle un edificio separado. Aunque no es prudente que un hombre y una mujer solteros vivan juntos, a ninguno de ustedes le importa. Al contrario, ayudará a mejorar la imagen de lord Roel de alguna manera, así que él no se opondrá demasiado a la idea.

¿Es así? Entonces sería algo bueno Me giré para mirar al capitán Jullius y le pregunté de nuevo:

—Capitán… no, Jullius. —Me sentí rara al llamarlo por su nombre—. ¿Qué piensas? ¿Quieres vivir conmigo?

—Mientras Roel esté bien conmigo… —contestó, se veía avergonzado—. Entonces estoy bien.

¿Por qué el ambiente se volvió incómodo? Me aclaré la garganta una vez y miré a Ortzen.

—Entonces iré a preguntar. Si no lo permite, bueno, insistiré en hacerlo a mi manera.

—Iré contigo y te ayudaré. Capitán, debería pedirle a Clauen que le ayude a empacar su equipaje.

—De acuerdo —asintió y se marchó.

Me dirigí con Ortzen a mi dormitorio, donde se encontraba el ayudante Sieg. Había escapado de allí, no porque no quisiera ayudar a empaquetar mis cosas, sino para evitar el regaño sobre cómo me convertí en una aprovechada en el cuartel general del Escuadrón de Tareas Especiales.

—Creo que el capitán es demasiado tímido.

Mientras caminábamos por el pasillo, saqué el tema que tenía en mente desde hacía algún tiempo.

—Es algo más que eso, quizás debería ser más atrevida y tomar la iniciativa de acercarse a él. Vaya, parece que me he entrometido demasiado… —Ortzen me miró y continuó—: Siendo sincero, creo que la señorita Epheria llevó una vida despreocupada.

—Sí. —No lo negué, después de todo, él debió enterarse por mi ayudante—. Pero qué tiene que ver eso con el asunto del capitán…

—Porque ambos tienen circunstancias diferentes. Usted nunca ha sido odiada por los demás, ¿verdad?

—Hay mucha gente que me odia.

Algunos ancianos me consideraban un adefesio, y también en la alta sociedad, a diferencia de las mujeres que solo cotillean, yo les daba su merecido a los imbéciles que venían a buscar pelea y causaban algunas disputas.

—Déjeme explicarme, apuesto a que la señorita nunca fue rechazada por alguien que le agradaba.

—Uhm… creo que nunca pasó algo así.

—Esa es la diferencia. Mientras la señorita se lo propusiera, con facilidad causaba buena impresión en los demás. Si le gustaba alguien, se acercaba sin dudarlo, ¿no? No temía que la rechazaran.

—Bueno, eso… sí, es cierto.

Los imbéciles que intentaron meterse conmigo no me caían bien, pero los demás eran amables conmigo.

—Si alguien hermoso y deslumbrante, se acerca de manera amistosa, pocos se alejaran. Sin embargo, al capitán Jullius siempre le preocupa que lo odien, más si es alguien que le gusta. Su apariencia es intimidante y sería aun peor si los demás conocieran sus secretos. Por eso tiende a ser tímido y cauto. No sabe cuándo le van a echar, así que no puede evitar ponerse a la defensiva.

—No haré eso…

—Aunque lo diga, la gente puede cambiar de opinión en cualquier momento.

—Creo que ni una sola vez me he cansado de alguien que me gusta.

Tal vez mis palabras no eran ciertas del todo, pues recordé que el ayudante Sieg me contó que hizo que Caín se ocupara, a discreción, de Palma, mi antiguo camarada caballero sagrado, luego de que este cometiera un error, con el fin de que yo no me enterara y me sintiera traicionada.

—¿No significa que el capitán Jullius no confía en mí? —Hice un puchero y Ortzen sonrió—. Porque solo trata de manera cómoda al ayudante Ortzen y a Clauen.

—Más bien, al capitán le gusta la señorita Epheria mucho más que Clauen o yo.

—¿Incluso mucho más que a ustedes dos…?

—Sí. —Suspiró y continuó—: Él es muy reservado y cauteloso en sus relaciones interpersonales, pero no es porque no confíe en usted. Se debe más bien a que no cree en sí mismo, no esperara gustarle a alguien.

Eso sonó un poco triste.

—Teme que lo rechacen, por eso trata a los demás con frialdad y brusquedad. Aunque a veces es mejor ignorarlos desde el principio, como al vicecapitán.

—Mhm, cuando conocí al capitán, fue un poco frío. Pero se relajó bastante rápido y fue amable.

—Eso es porque la señorita es única en su tipo. Para él, fue la primera vez que una dama noble lo trató con gentileza. Hubiera sido aún más extraño que no se enamorara con facilidad.

—¿Es así?

Capitán Jullius, eres tan transparente. Supongo que debería prestarte más atención.

—Sí. Debido a esto, él procura causar una impresión favorable; le preocupa ser odiado por la señorita Epheria.

—En resumen: ¿se vuelve tímido delante de quien le gusta mucho?

—Sí, es así. Él es tan introvertido que carece de experiencia en las relaciones interpersonales. No sabe cómo debe comportarse para agradar a la señorita.

Ahora sabía qué hacer con el capitán, que es bastante lindo.

—Pero sigue sin gustarme que se encoja, como si lo intimidara. ¿Hay alguna manera de arreglarlo?

—Aunque cometa un error, tiene que convencerle de que no le odiarás y que le seguirá gustando de igual manera. Será como domar a un animal salvaje, colmándolo de afectos, y sin utilizar la violencia.

—Un animal salvaje, ¿verdad?

Pensé en darle algo de comida, pero no era tan buena cocinera como Ira o a Sana. Tal vez debería buscar un entrenador de caballos salvajes para que me aconseje.

Cuando entré en la habitación, Sofía, que llevaba una bolsa bastante grande en la mano, me dio la bienvenida.

—Señorita, ya solo queda irse.

Había empacado rápido, quizás porque no tenía muchas pertenencias.

—¿Dónde está el ayudante Sieg?

—Bajó a preparar el carruaje. Por cierto… —Su expresión se tornó sombría antes de susurrar—: ¿De verdad va a ser el mayordomo de la casa Epheria?

—Eso dijo, pero aún no estoy segura.

Esperaba que no lo hiciera. Sofía parecía angustiada.

—Umm, se rumorea que el caballero Siegfred es el hermano mayor oculto de la señorita Kidea. Entonces, es un príncipe, ¿no…?

—Eh, sí, es un príncipe. Pero no tiene derecho a heredar el título de duque, y creo que no tiene adónde ir.

—Eso no importa, ¡sigue siendo un príncipe! Dios mío… —Se sonrojó.

Aunque era un príncipe, tenía mal carácter, no era como en los cuentos de hadas.

—Oh cielos, oh cielos… tener al príncipe como mayordomo… P-Por casualidad, ¿Él siente algo por usted, señorita…?

—No, no lo siente.

—No se me ocurre ninguna otra razón por la que un caballero así, quiera ser un simple mayordomo.

—Solo es así.

No había manera de que el ayudante Sieg tuviera sentimientos por mi antiguo yo. En ese entonces, quienes se enamoraban de mí eran todos homosexuales, porque actuaba para aparentar ser un hombre.

—Aún así, nunca se sabe… —cedió luego de un rato, cabizbaja.

—Ya te he dicho que no es así. Además, mi prometido es el capitán Jullius.

—Bueno, es verdad, pero… —respondió, contrariada.

Esa bribona, ¿qué tenía de malo mi prometido? El título de príncipe atraía a las mujeres, pero no a mí. Además, la personalidad del capitán es mejor, no es más guapo de lo que fui yo en el pasado, pero si me supera un poco en la habilidad para el combate. Por el contrario, el ayudante Sieg presume ser más inteligente que nosotros dos, ¡Odiaría tener como prometido a una persona tan fastidiosa y quisquillosa!

Como era de esperar, mi Jullius… es el mejor.

—Bajemos ahora —habló Ortzen, mientras recibía un equipaje de Sofía.

—¿No tienes que decirle todavía al caballero Siegfried sobre el hecho de que la señorita Epheria y el capitán Jullius van a vivir juntos?

—¡¿V-vivir juntos?! —Los ojos, casi desorbitados, de Sofía viajaron de Ortzen a mí—. ¡Señorita! ¿Qué quiere decir con vivir juntos? ¡Es demasiado pronto para eso!

—¿Por qué?

—Eso es…

—Estamos prometidos, así que no hay nada de malo.

—Ya han dormido juntos, así que no es nada nuevo —expuso Ortzen, con seriedad.

—¡Lo único que hicieron fue dormir!

—De todas formas, ¿eso no sigue siendo dormir juntos?

—P-Pero…

Esos dos… en especial Sofía, ¿por qué exageraba? Solo se trataba de una habitación, tal vez no le gustaba el capitán Jullius tanto como creí.

—Sofía.

—Sí, señorita…

—El capitán Jullius es una buena persona. No seas tan mala.

—Sí… —contestó de manera hosca.

Sabía que el capitán Jullius no dejaba una buena impresión en las mujeres normales, pero me gustaría que se llevaran bien. Supongo que iba a ser difícil.

Al salir del edificio, el ayudante Sieg estaba de pie junto a un carruaje grande y elegante tirado por cuatro caballos. Contra todo pronóstico, dio con facilidad su consentimiento para que mi prometido viviera conmigo.

Poco después, el capitán Jullius bajó con su equipaje y el carruaje partió hacia el nuevo hogar.

—Como es difícil encontrar gente de confianza en poco tiempo, conseguimos una mansión más pequeña de lo esperado —explicó el ayudante Sieg, sentado enfrente de mí.

El capitán Jullius montaba a Blackie y Sofía iba afuera de la cabina del carruaje, aún no sabía la verdad y no podía escuchar algunas conversaciones. Debía buscar una oportunidad, para contarle todo.

—Cuanta más gente sea, más probabilidades hay de que se filtre la información. Incluso si más de la mitad de los edificios están vacíos.

—Entonces ¿solo debemos hablar de cosas cruciales dentro de la sede del Escuadrón de Tareas Especiales? ¿Nada de tener una reunión confidencial en la mansión?

—No tan así, pero dado que usted es más sociable, existe la posibilidad de que alguien se entere por accidente. El caballero Rizar es un hombre de pocas palabras.

—Durante mi estancia en la residencia del conde, nadie descubrió mi identidad como Roel, ni que que soy un sacrificio.

—Eso es porque vivías en un pabellón aislado con una sola criada.

—¡También lo oculté cuando me quedé dentro del cuartel general del Escuadrón de Tareas Especiales! Ortzen tampoco lo sabía.

—Sí, has hecho un buen trabajo. Sin embargo, no es lo mismo ocultarlo de todos que solo de unos cuantos. Podrías pensar que solo se lo cuentas en secreto a alguien, pero así es como los rumores empiezan a extenderse.

Tenía razón, hubo ocasiones en las que las damas me susurraron secretos mientras decían: «solo se lo cuento a lord Roel».

—Yo trataré con todos los bocazas que pueda, pero por favor, también sean cautos. Además, los empleados no tratarán con la señorita sí no es necesario. Aparte de eso, Sofía debería ser suficiente para atender sus necesidades básicas.

—También me siento más cómoda con pocas personas sirviéndome. Por favor, dale a Sofía un salario generoso.

El carruaje se detuvo un momento antes de atravesar la puerta principal y entrar en la mansión. Dijo que buscaría una mansión no muy lejos del palacio imperial, pero resultó estar muy cerca.

El elegante edificio principal de ladrillo gris azulado de la mansión, se veía viejo, pero en buen estado, como cualquier residencia de los alrededores del palacio imperial. Los nobles conservaban, con reparaciones mínimas, los edificios que habían existido durante mucho tiempo, orgullosos de compartir la historia del Imperio.

—¿No había nadie viviendo aquí?

—Se han mudado —declaró con indiferencia.

—¿A dónde?

—Creo que a un lugar cerca de aquí.

Los echó de manera pacífica, ¿no?

Me gustaba el hermoso aire antiguo que emanaba la mansión. Igual que las paredes cubiertas de hiedra.

En ese momento, dos criadas y un criado salieron del edificio y se acercaron a nosotros a paso rápido. Se inclinaron de manera cortés ante nosotros, o para ser exactos, ante el ayudante Sieg. Era como si el amo de la casa fuera él, no yo.

—Muevan el equipaje —les ordenó el ayudante Sieg.

—Sí.

Los empleados comenzaron a descargar todo del carruaje. El capitán Jullius entregó las riendas de Blackie al mozo de cuadra y luego se acercó a mí. Le tomé de la mano y miré al ayudante Sieg.

—¿Puedo echar un vistazo a la mansión?

—Por favor. El dormitorio de la señorita está en el centro del tercer piso.

—Vamos, capitán.

Quería encontrar un espacio vacío en el que se pudiera entrenar.

—Está bien.

Caminamos bastante, hasta llegar a la parte trasera de la mansión. Había un gran estanque. En medio de él, se veía una isla creada por muros bajos de piedra blanca. Sobresalía un enorme sauce, con algunas ramas caídas. Supuse que debió de haber una niña entre los antiguos residentes, porque un bonito columpio blanco colgaba del sauce.

—Capitán… no, Jullius. ¿Te gusta el estanque?

Asintió de manera breve y aclaró:

—Me gusta el agua.

—A mí también me gusta mucho. Aunque no se me da bien nadar, solía pescar bastantes cabezas de serpiente en el pasado. Era divertido.

Es aburrido lanzar una caña de pescar y esperar, pero es divertido correr de un lado a otro con un arpón. Pero no podemos hacer tal cosa en ese estanque.

—Echemos un vistazo por allí.

Solté la mano del capitán y salté por los escalones hasta la isla artificial. Al otro lado había un puente de piedra blanca. Más allá se veía un refinado edificio independiente. El ayudante Sieg no permitiría que el capitán se quedara en el mismo edificio que yo, pero podía darle ese, que era el más cercano al edificio principal.

Había muchos peces, bajo la clara superficie de agua estancada, pude ver unas cuantas carpas; algunos pececillos, cuyo nombre desconocía, y un par de tortugas del tamaño de la palma de la mano de una persona. Después de un rato, me dejé caer en el columpio. El capitán Jullius se acercó y se sentó a mi lado. La silla chirriaba un poco y las hojas del sauce revoloteaban al viento. Quizás por el agua, era muy fresco.

—A partir de ahora estaré a tu cuidado. Hasta que los dos tengamos a alguien a quien queramos.

Si uno de los dos salía con otra persona, el compromiso se anularía y dejaríamos de vivir juntos. Creo que estaré muy triste cuando llegue el momento.

—Yo… —musitó, luego de un largo silencio.

Ahí va, dudando una y otra vez. No lo presioné. Ortzen dijo que lo domara dándole mucho afecto, así que me abstuve de usar un tono áspero.

—Yo… Si me enamorara de alguien, entonces…—Hizo otra pausa y prosiguió—: Desearía que la persona a la que amara fuera Roel.

—¿Qué…? ¿Yo?

—¿No puedo…? —Sus ojos gris pálido, un poco asustados, me miraban con atención.

—¡Puedes hacerlo! No hay nada que no se pueda hacer.

—Entonces me gustaría que así fuera.

—Sí. En realidad, a mi también —dije apresurada, como si algo me persiguiera—. ¡Si amara a alguien, desearía que esa persona fuera el capitán Jullius!

—Sin «capitán»…

—Uy, sí, Jullius.

Si fuera a enamorarme, lo preferiría a él, que es muchas veces mejor que cualquier otro hombre. La mayoría de los nobles me pondrán de los nervios; además, no puedo revelar con facilidad mi identidad a los demás. Así que el capitán es el mejor candidato. Por otra parte, enamorarse es algo que sucede de manera inesperada, ¿verdad?

—Me alegro de que lo digas…

—Yo también.

—¿Qué debo hacer para amarte, Roel?

—No lo sé…

Contesté con sinceridad, había mucha gente que decía que me amaba, pero…

—En primer lugar, ¿sentirse atraído por mi apariencia?

—¿Apariencia?

—Sí. La mayoría de las damas que me enviaron cartas de amor, alababan mi apariencia. Lo mismo ocurre con el Sumo Sacerdote.

En especial cuando se trata de amor a primera vista, es casi debido al aspecto.

—Pero siendo francos, ambos somos un poco inferiores comparados con mi yo anterior y el Sumo Sacerdote.

Aunque Silla Epheria era toda una belleza y el capitán Jullius también entraba en la categoría de guapos. No era como para enamorarse solo con mirarse a la cara.

—Sin embargo, creo que eres bonita.

—¡Oh!, pero no me puedo comparar con el Sumo Sacerdote. De todas formas, no importa cuán hermoso seas, en el amor hay otros factores.

—¿Cómo cuáles?

—Veamos, como…

¿Qué más hay?

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

error: Contenido protegido