Espada y Vestido – Vol 3 – Capítulo 2 (2): Beso de buenos días por la mañana

Traducido por Ichigo

Editado por Meli


Ladeé la cabeza, confundida. Debido a mi comportamiento, me había preparado para una gran reprimenda por parte del Primer Ministro, sin embargo, él detuvo su monólogo. Estaba siendo indulgente, pues acostumbraba atacar con su lengua afilada.

¿Qué había hecho el ayudante Sieg para apaciguarlo?

El Primer Ministro carraspeó un poco y cambió el tema:

—Me han dicho que su compromiso es un camuflaje para protegerla de todos los sinvergüenzas que aspiran a su título y riqueza. Así que por el momento, debe ser educada para convertirse en una dama noble y así poder debutar de manera formal en la alta sociedad.

—Yo…

El ayudante Sieg me hizo una señal con la mano para que dejara de hablar. Su gesto significaba que me lo explicaría más tarde. Como nunca me había hecho nada malo, decidí confiar en él. No obstante, si intentaba usar al Primer Ministro para separarme del capitán Jullius, me opondría .

—Sí, así fue al inicio, pero deseo hacerlo. Además, debo casarme en menos de medio año para mantener mi título. Y siendo honesta, en ese corto tiempo, no creo que pueda terminar esa educación.

Aunque tuviera diez años sería imposible, convertirme en una dama es algo que no quiero hacer. Así que al final, el matrimonio con el capitán Jullius es lo correcto.

—Resolveré ese asunto.

—¿Sí…?

—Puedo ser tu padrino por un tiempo. Por supuesto, se supone que el papel de padrino, es definitivo, pero el título de conde y demás serían solo solo una carga para mí.

—Bueno… no estoy preocupada por eso…

¿Algo así se podía hacer? Eché un vistazo al ayudante Sieg. ¿Estaban tratando de apuñalarme por la espalda?

—Tú solo debes prepararte para convertirte en una dama, el resto déjalo a nosotros.

—Trabajaré duro… —mentí.

—De acuerdo. No hay nada de lo que debas preocuparte, así que quédate tranquila. Si necesitas algo, no dudes en decírmelo.

—Sí, sí.

Se había ablandado mucho. ¿Me trató bien porque regresé de la muerte? Es algo que no esperaba. Tal vez él también se sintió incómodo por su actitud; tosió un par de veces antes de levantarse de su asiento.

—No hay ningún problema en la preparación del banquete, ¿verdad?

—Sí. No hay nada de qué preocuparse.

—De acuerdo, ponte en contacto conmigo si hay algún problema. Hasta entonces. Roel…, no pasa nada si nos vemos antes.

—Claro.

El Primer Ministro Mord me miró antes de salir de la habitación. Luego de acompañarlo al carruaje, volví al interior con el ayudante Sieg.

—¿Por qué le contaste lo de mi compromiso?

Todo empezó como un compromiso de camuflaje, era cierto, pero ahora deseaba casarme con el capitán.

—El problema no reside en el caballero Rizar —Suspiró.

—¿Entonces en qué?

—El general Herva es el problema.

—¿Qué…?

El general era un hombre agradable y tranquilo.

—El Primer Ministro Mord… odia al general Herva.

—¿Y? ¿Qué tiene que ver eso conmigo?

—Porque el caballero Rizar es el ahijado del general Herva.

—Lo sé. No me digas, ¿por eso está en contra de que me case con el capitán Jullius?

El capitán Jullius era solo un ahijado, no su hijo biológico. El Ministro no podía ser tan estrecho como para no entender eso ¿verdad?

—Dijo que no tenía la menor intención de convertirse en suegro del general Herva.

—¡Es solo un ahijado, sabes! O yo podría renunciar a convertirme en su ahijada. Él puede solo ser mi tutor como antes.

—Eso no es posible. Es una señorita noble sin padres. No es conveniente tener solo un tutor.

—No tienes que ser tan estricto.

—Si el Primer Ministro se convierte en su padrino, será muy beneficioso para nosotros. Cuantas más manos amigas podamos conseguir, mejor.

Solo quiero vivir una vida pacífica, pero me pregunto hasta dónde quería llegar el ayudante Sieg.

—Por eso tienes que fingir que es un compromiso de camuflaje, para que podamos atraer al Primer Ministro a nuestro bando.

—¿Quieres que ceda?

—Sí. Si sientes que se complica, puedes intentar armar un escándalo: llorar y dejar de comer y beber.

No creo que pueda exprimir ninguna lágrima… ¿Debería poner pimienta en mis globos oculares?

Me sentí aliviada de que el ayudante Sieg estuviera de mi lado.

—Por cierto, ¿qué pasará si el general Herva también odia al Primer Ministro Mord…? Sería problemático si ambas partes se oponen a mi relación con el capitán Jullius.

—Aunque el general Herva es una persona respetada, parece que sus hijos lo evitan. Intentaré investigarlo.

—Sí, él parecía ser una buena persona.

—Así es. Me temo que es algo más.

También creí que había más, por la forma en que me trató el Ministro que fue inesperada, aunque resultó agradable que no me regañara.

—¿Es todo? Debo volver al cuartel general del Escuadrón de Tareas Especiales.

Intenté salir de la habitación con naturalidad, pero el ayudante SIeg no parecía tener intención de dejarme marchar.

—Por favor, deje de huir. La señorita debe prepararse para el próximo banquete.

—¿Qué hay que preparar? He asistido a un sinnúmero de eventos así.

—¿Alguien tan versado, dejaría sin iluminación la sala de banquetes para comer postres?

¡Ortzen, chismoso!

—¡Lo hice porque tenía hambre!

—El problema no es lo que hace, sino la posibilidad de que la descubran y sobre todo, la probabilidad de causar un accidente.

Cada vez que charlaba con él me sentía confundida, sobre si me regañaba o me daba un consejo. Pero si había hecho algo mal, solo debía ser directo.

Me senté en el sofá. Si decía huir, el capitán Jullius se vería afectado. Él es una persona tímida, que debo proteger.

—Muy bien, lo entiendo. Por cierto, ayudante Sieg.

—Ya solo soy un mayordomo.

—Sigues siendo un clérigo.

—El Sumo Sacerdote me permitió dejar el sacerdocio, aunque el procedimiento lleva tiempo.

—De todos modos, ¿qué quieres de mí? Si solo haces esto por diversión, mejor recoge unas cuantas damas nobles caídas y críalas. Quiero vivir con tranquilidad y moderación.

Apreciaba su ayuda, pero era demasiado. Él dejó escapar un pequeño suspiro.

—Capitana Roel.

—¿Eh?

¿Por qué de repente usó el título…?

—El puesto de capitán del Escuadrón de Caballeros Sagrados sigue vacante.

—Oh, ¿no será promovido el vicecapitán Testa?

—Se suponía que sí, pero lo rechazó después de enterarse que estás viva.

—¿Por qué? No tengo intención de volver a ser clérigo.

—No importa, sigue viva y es solo su cuerpo el que ha cambiado. El poder sagrado, que es lo más crucial, sigue siendo el mismo.

—No reveles que estoy viva… He decidido no hacerlo.

—Sí, por ahora. El peligro sigue existiendo. No sabemos quién está tras bastidores. Debemos exponer los secretos de los enemigos y ocultar los nuestros.

¿Qué…? Pensé que viviría una vida ordinaria y pacífica después de retirarme de ser clériga, pero resulta que hay un montón de problemas pendientes. Me había estado autoengañando.

La identidad de la condesa Epheria se desconocía, también los motivos para matar a Silla; además, estaba todo lo implicado con el capitán Jullius. Tenía la sensación de que incluso si atrapamos al Rey Demonio, solo sería el inicio.

—Uh, ¿el Sumo Sacerdote estuvo de acuerdo con esto?

—Sí. Aunque no previó que todo terminara así, él fue quien hizo que el emperador acogiera al caballero Rizar.

—¿Qué? ¿Por qué lo hizo?

—Solo sé que escapó del Desierto Negro, y rompió todo lazo con los demonios; entonces su majestad lo puso bajo su protección. Incluso se decía que el caballero Rizar era el hijo oculto del emperador.

Claro que habría rumores así si el mismo monarca acogía a un muchacho sin motivo alguno. Me pregunto si el Sumo Sacerdote lo obligó a hacerlo.

—Umm, ¿pero por qué no mencionó que fue a petición del Sumo Sacerdote?

—Así se decidió desde el Palacio Imperial. En la superficie, la Iglesia y la Familia Imperial, son dos poderes separados. Si se sabe de la intervención del Sumo Sacerdote, entonces la afiliación del caballero Rizar cambiaría del Palacio a la Iglesia.

—Pero, ¿por qué?

—El Sumo Sacerdote y yo tampoco sabemos la razón específica. Por eso debemos estar preparados ante cualquier eventualidad que surja en el Palacio Imperial.

Me sorprendió que incluso el ayudante Sieg no supiera la razón detrás de todo.

—En resumen, ¿te quedas conmigo porque hay un problema que tiene que ser resuelto?

—Así es. Y ahora la capitana se ha convertido en una noble dama.

—El escuadrón de Caballeros Sagrados no puede entrometerse en los asuntos de la Familia Imperial, pero yo sí. ¿Es este tu objetivo?

—Sí.

Debido a esa supuesta separación de poderes, el Escuadrón de Caballeros Sagrados solo intervino en el asunto del príncipe heredero hasta el último momento. Si hubieran dejado actuar a la Iglesia desde el inicio, yo no me habría precipitado sola al castillo del Rey Demonio.

—¿Por qué me lo cuentas ahora?

—Porque preguntaste.

—Si no te lo hubiera preguntado, ¿nunca me lo habrías contado?

—Decidí que no había razón para hacerlo. Mientras sea posible resolver el asunto por nuestra cuenta, no teníamos intención de involucrarla.

—Estás siendo sobreprotector.

—No hay nada malo en ello.

Yo no soy una niña.

Ahora sabía que no se ofreció a ser mayordomo porque sí, eso me quitó un peso de encima. Cuando todo termine, volverá a la Iglesia o a su ducado, ¿verdad?

—No sabemos qué va a pasar, así que señorita, debe mezclarse con la Corte Imperial y ganar su confianza ¿entiendes?

—No tengo confianza…

—No te preocupes. —Sonrió—. Todo lo que tienes que hacer es seguir mis órdenes.

Esa es la razón por la que no tengo confianza, pensé.

♦ ♦ ♦

Mi cuerpo… no, ¿mi alma? En fin, me desperté a la hora habitual por costumbre, pero no me levanté. No quería ser molestada por el ayudante Sieg como el día anterior.

Pensé en dormir todo el día o fingir que estaba indispuesta, aunque yo no podía enfermarme podría argumentar que se debía a mi cuerpo nuevo.

Decidí levantarme. Quería despedirme del capitán Jullius antes de que fuera al trabajo y por supuesto, darle su beso de buenos días.

Me retorcí un rato bajo la manta y salí gateando. Me cambié de ropa y salí de la habitación. Atravesé el salón y cuando abrí la puerta, escuché un ruido sordo.

—¿Qué fue eso? —Asomé la cabeza y vi al capitán Jullius agachado frente a la puerta mientras se frotaba los ojos—. ¿Capitán…?

¿Qué hace aquí? ¿Cuándo ha llegado?

—Roel… —Sonrió, somnoliento.

Parecía lindo. ¿Se quedó toda la noche en el pasillo? ¿Y si alguien lo oyera llamándome por mi verdadero nombre? La habitación de enfrente es el dormitorio de Sofía.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí…? No, entremos primero.

Lo agarré del brazo y rápido lo jalé hacia adentro, hasta que lo hice sentarse en el sofá. Él bostezaba, lucía un poco avergonzado.

¿Qué le pasaba a primera hora de la mañana? Todavía no era hora de que se levantara. No, a juzgar por su estado, parecía que llevaba mucho tiempo sentado frente a la puerta de la habitación.

—¿Por qué estabas delante de mi puerta?¿Cuánto tiempo llevas ahí?

El capitán volvió a bostezar y contestó despacio:

—Al principio tenía intención de levantarme temprano y venir aquí.

—¿Y?

—Pero no confiaba en poder levantarme antes que Roel. Aquí no hay nadie que me despierte, y tú te despiertas muy temprano.

Volvió a frotarse los ojos con las yemas de los dedos. Su voz se hizo más clara, como si hubiera conseguido deshacerse de su somnolencia:

—Por eso decidí venir a medianoche y esperar en la puerta.

—Pero te quedaste dormido.

—Tenía sueño, así que dormí un rato.

No creo que sea un poco.

—Debiste haber entrado. Ni siquiera cerré la puerta.

—Pero… ¿Su alteza Siegfried? No, ¿el mayordomo?

—Solo llámalo mayordomo Sieg. Él mismo insiste en ello.

Mi prometido, el capitán Jullius, no necesitaba usar honoríficos para dirigirse a él. Si estaba descontento con eso, no debería haber dicho que sería mayordomo.

—El señor mayordomo Sieg es…

—No uses honoríficos, no hasta que él decida que no será más mi mayordomo.

A diferencia de los caballeros normales, el comandante de los Caballeros Imperiales recibía el mismo trato que los altos funcionarios de la Corte Imperial. La mayoría procedían de familias influyentes y era habitual que ascendieran a puestos más altos en el ejército como el general Herva que fue capitán de la Brigada Especial. El capitán Jullius era más bien un caso excepcional, pero un capitán es un capitán de todos modos.

—Creo que al mayordomo Sieg no le gustará…

—¿Y qué si al ayu…, mayordomo no le gusta?

La hija del conde era muy superior al mayordomo que le servía. Me pregunto si también debería llamarlo mayordomo. Es incómodo, pero no puedo seguir llamando ayudante a alguien que quiere dejar de ser sacerdote.

—Ortzen me dijo que no fuera contra el mayordomo Sieg en la medida de lo posible.

—Sí, creo que es mejor hacer eso.

No sería bueno recibir reprimendas del Sumo Sacerdote ni de Ortzen. No traté mucho al ayudante Sieg mientras estaba en el Escuadrón de Caballeros Sagrados, pero creo que es una persona peligrosa en muchos sentidos. Sin embargo no importa ya que él está de mi lado por ahora.

—Si nadie se entera no hay problema. La próxima vez entra a hurtadillas. De todos modos, no hay nadie más que el mayordomo Sieg y Sofía por la noche.

—Me dijeron que no debería entrar en el dormitorio de la mujer por la noche.

—¿Y qué? Yo soy la ama aquí y estoy bien con eso.

¿Quién demonios le inculcó conocimientos inútiles al capitán?

—Ah, claro que no puedes hacer eso con otras mujeres. Soy tu prometida así que está bien.

—No quiero entrar en el dormitorio de otra mujer.

—Eso es obvio. Sin embargo, está bien entrar en mi dormitorio. ¿De acuerdo?

Asintió obediente ante mi persuasión. Entonces supongo que ya no estará agazapado en un pasillo desolado dormitando.

—Pero, ¿por qué has hecho eso?

El capitán Jullius ladeó un poco la cabeza.

—Los miembros me lo dijeron ayer.

—¿Qué dijeron?

Vi con claridad que rodeaban al capitán y clamaban a su alrededor, pero no pude oír nada al respecto. No dijeron nada raro, ¿verdad?

—Roel, me besaste. Por eso me metiste la lengua.

—Sí, lo hice.

—Los miembros dijeron que un hombre debe hacer el primer movimiento. No es apropiado que una mujer lo haga primero.

Estuve a punto de gritar: «Qué tontería…», pero recapacité. Él tenía razón, yo no me comportaba como una dama noble que esperaba con paciencia a que el hombre tome la iniciativa en los besos y, por supuesto, en la mayoría de las demás acciones. Comprometerse o casarse, entrar en el dormitorio o comer…

¡Ah! No creo que pueda vivir así.

—Así que estás haciendo algo así para… ¡¿Qué?!

Espera un minuto. ¿Significa que ha estado esperando desde medianoche para besarme? Mis pies retrocedieron sin pensarlo y chocaron contra la pata de la mesa con un ruido sordo.

—No me digas, ¿estás aquí para besarme?

—Así es —contestó con confianza.

Mientras pensaba qué hacer, él se levantó del sofá. ¿Debía huir?

—Roel.

—No, espera un minuto. Creo que necesito preparar mi corazón un poco. No puedo hacerlo solo así.

—Puedo hacerlo bien.

—¡¡¡¿Cómo?!!!

Pensé que no tenía ninguna experiencia.

—No me digas… ¡¿has practicado con alguna zorra?!

Me acerqué a él como si quisiera agarrarlo por el cuello y preguntarle, ladeó la cabeza.

—¿Tengo que practicar?

—¡No! ¡No puedes hacer eso nunca!

Yo lo había hecho, pero fui engañada por esas mujeres. No sabía por qué, pero me sentí aliviada de que él no lo hiciera. Me quedé de piedra.

—No puedes besar a nadie más.

—No deseo hacerlo.

—Entonces ¿quieres hacerlo conmigo?

Sus ojos grises pálidos rodaron a un lado en respuesta a mi pregunta un poco traviesa. ¿Estaba siendo tímido?

—Así que… ayer por la mañana…, con Roel…

—Ayer por la mañana ¿qué?

—Aunque me dio mucha vergüenza, me sentí bien.

—Pero por qué…

Me detuve, me dijeron que no le preguntara sobre eso. Bueno, tal vez estaba tan avergonzado que me echó. Me alegró que se sintiera bien. Dejé escapar una pequeña tos falsa y hablé:

—Entonces bésame.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

error: Contenido protegido