Espada y Vestido – Vol 3 – Capítulo 3 (2): El hermano y la hermana agobiantes

Traducido por Ichigo

Editado por Meli


—Sé quién es tu prometido —declaró Roanne—. ¿No es sospechoso que te acompañe un joven y apuesto mayordomo, al que te empeñas en defender? Más teniendo en cuenta la reputación de tu prometido.

Esa zorra…, ¿qué trataba de decir con: «la reputación de mi prometido»? ¡Él es mucho más fuerte y guapo que el astuto príncipe! Bueno, Sieg es más guapo, pero menos que mi yo del pasado.

—Es ridículo insistir en este tipo de especulaciones indecentes. —La miré con recelo—. Juro por mi vida que amo a mi prometido.

Todavía no lo amo, pero pienso hacerlo.

—Por la expresión del mayordomo, diría que no es así. —Resopló.

Sus palabras me provocaron escalofríos. Sieg estaba detrás de mí y no podía verlo, ¿qué expresión estaba haciendo? ¿Qué pretendía?

—¡Hermano mayor! —gritó una mujer con tono agudo—. Has venido.

Sentí una punzada de dolor en la cabeza. ¡Esos dos! ¡Tramaron esto juntos!

Ante el bullicio, me quedé en silencio, sin moverme de mi lugar, cautivada por la hermosa mujer de cabello platinado. Sonrió y me pareció que todo brilló a su alrededor. No es que me hubiera enamorado de ella, pero debía reconocer que su belleza era deslumbrante.

Sorprendidos, la gente empezó a hablar en susurros. La señorita Kidea miró a la gente que nos rodeaba uno por uno, con un gesto elegante.

—Por cierto, parece que ha habido algún tipo de conmoción.

Ladeó la cabeza como si ignorara lo que pasaba.

—¡Dios mío! —gritó, mientras tocaba la mejilla de Sieg con uno de sus dedos.

Tocó el sitio donde Roanne le golpeó. Y entrecerró los ojos.

—¿Cómo demonios ha ocurrido esto, hermano? ¿Siegfred?

Los ojos de todos se posaron en Sieg en un instante. Él dio un paso atrás y frunció el ceño.

—¿Por qué preguntas eso Kidea? No es extraño que una persona patética, que fue expulsada del ducado, reciba una paliza.

—¡¿Expulsado?! Hermano mayor, ¡quién demonios difundió un comentario tan ridículo! Es imperdonable.

Uh…, creo que esos dos hacen un buen equipo ¿puedo irme a casa? Tengo muchas ganas de ver al capitán Jullius.

Aunque era un secreto que el primer hijo del ducado era un clérigo. Se sabía que, por alguna razón, el segundo hijo era el sucesor. Era obvio que se estaban inventando la historia de que Sieg fue expulsado; no obstante, todos parecían haber olvidado los detalles y se centraron en la actuación.

Roanne y su acompañante parecían perplejos, sobre todo ella, que palideció, visiblemente nerviosa. No paraba de temblar.

—Yo, yo… ¡No lo sabía! Solo es un mayordomo, así que… ¡Mi hermana mayor dijo que era un mayordomo! —Tiró de mi brazo, tan fuerte que no logré liberarme de su agarre.

Creo que quedaré mal si me la sacudo de encima ya que somos hermanas, así que ¿qué debo hacer?

—Has dicho que es un mayordomo, ¿verdad, hermana?!

—Uh, bueno… sí, lo dije —asentí, era responsable de ocultar la identidad de Sieg.

—¡¿Puede verlo?! —exclamó, aliviada, pero sin soltar mi brazo—. No lo sabía, ¡cometí un error al pensar queera un mayordomo corriente! Su Señoría, ¡me siento muy agraviada!

Algunos espectadores parecían simpatizar con ella. A ellos tampoco les agradaría que los miembros de la realeza ocultaran su identidad.

—Te sientes agraviada, ¿eh? —La señorita Kidea, una mujer bastante alta, miró con desprecio a Roanne—. Si es así, indaguemos desde el inicio. ¿Cómo te llamas?

—M-Me llamo Roanne Epheria. —Hizo una reverencia y al fin soltó mi brazo—. Soy la segunda hija del conde Epheria.

—Roanne Epheria. ¿Por qué golpeaste a mi hermano mayor?

—Yo-yo creía que solo era un mayordomo ordinario, así que…

—Pregunté por la razón. Que sea mayordomo no es excusa. O, ¿la ley imperial permite a alguien noble, cometer violencia contra personas inocentes?

—¡No, no! —negó con la cabeza.

Era raro que los nobles se metieran en problemas por golpear a un plebeyo en la mejilla. Tanto si había un motivo como si no.

—Eso, fue porque… el hermano mayor de Su Señorita, —dudó— me hizo un comentario insultante…

—Cuénteme los detalles.

—Dijo que yo podría no ser descendiente del conde Epheria —se sonrojó, fue humillante hablar de su escándalo.

—¿Es verdad?

—¡No!

—Sin embargo, Roanne Epheria. —La señorita Kidea enarcó una de sus cejas—. He oído hablar de la tragedia de la casa del conde Epheria. Silla Epheria, la hija mayor y cabeza de la familia, ha estado trabajando para restablecer el condado, mientras tú, Roanen Epheria, te alojas en la casa del marqués Stevel, ¿no es así?

—Ahí está mi prometido.

—¡Aún no está decidido! —intervino el hijo del marqués—. La señorita Roanne Epheria perdió a sus padres, y la aceptamos porque no tenía dónde ir. La casa del marqués Stevel no está tan involucrada con ella.

—¡Señor Krail! —gritó iracunda

El hombre hizo una reverencia ante los hermanos y abandonó el lugar a toda prisa, al parecer, se dio cuenta de que su plan de apropiarse la casa del conde Epheria se había ido al garete.

Al verlo irse, se tambaleó. Daba pena. Si hubiera tomado su parte de la herencia sin ser avariciosa, podría haber vivido con comodidad sin tener que sufrir semejante humillación.

—Ya que tu prometido se ha ido, tendrás que volver a la casa del conde Epheria.

—Eso, eso es…

—¿O tienes otros motivos ocultos? Por ejemplo, deshacerte de la legítima heredera y apoderarte de la casa del conde Epheria

—¡No! —Parecía a punto de llorar—. Tal cosa, yo sin duda… nunca tuve tales pensamientos…

Se acabó. Había declarado en público que no pretendía ser la sucesora, ya no contaría con el apoyo de nadie. Además, Sieg no solo había revelado su identidad, sino su apoyo hacia mí.

—Comprendo. —La señorita Kinea dulcificó su voz—. Seré generosa y dejaré pasar el error de la señorita Roanne, ya que todo el mundo se equivoca.

Dijo esto de forma furtiva, como si ella fuera la única que había hecho algo mal, pero a la chica, cuyos ojos rebosaban lágrimas, no le quedaban energías para refutar.

—Gracias… —Contuvo las lágrimas que amenazaban con salir.

—Parece que tu compañero se ha ido, ¿no sería mejor para ti volver?

—Sí…

—Haré que alguien te acompañe a mi carruaje.

Un asistente se acercó y escoltó a Roanne fuera. Me pregunto adónde la enviarán.

Quería preguntarle a Sieg, pero no podía hacerlo ahora.

—Señorita Silla Epheria.

—¿Sí…?

¿Por qué me llama? Tengo un mal presentimiento. Miré de forma disimulada a Sieg para pedirle ayuda, pero me ignoró.

¿Me abandonarás así?

—¿Podemos hablar en privado un momento? —Me sujetó como si fuéramos cercanas.

—Ah, sí…

¿Cómo podía rechazarla? ¡Eh, Sieg! Necesito tu ayuda. Aunque notó que lo veía, el imbécil fingió no notarlo y se mezcló con la multitud.

¡Eres un traidor!

Fui arrastrada a un salón con un mullido sofá, una mesa, un largo diván sin respaldo, en el que te podías recostar, y también un pequeño taburete que se podía colocar dentro de la falda para evitar que el vestido se arrugara, aunque el mio lo hizo desde que me senté en el carruaje.

—¿Quieres beber algo? —preguntó con voz amable y me ofreció asiento.

Deseaba negarme, pero asentí con la cabeza y me senté en el sofá. Ella tomó una copa de vino y me ofreció un vaso.

—Lo siento, pero no bebo alcohol.

Aunque ya no era del clero, preservaba algunas costumbres.

—No te preocupes, es como un zumo de frutas ya que tiene poco alcohol.

—¿Es así…?

—Sí.

Acepté y tomé sorbo, sí sabía a frutas.

—Señorita Silla Epheria.

—Sí, Su Señoría.

—Me sorprendí mucho cuando oí la noticia… —Me contempló con la misma mirada que tenía Sofía cuando hablaba del príncipe—. Nunca imaginé que mi hermano mayor tuviera una mujer a la que amara.

—¿Perdón…?

¿Habla de Sieg? ¿Él está enamorado?

—Eh… yo tampoco sabía que el ayudan…, S-Su Alteza, tenía una dama a la que ama.

—Vaya, ¿por qué finges que no lo sabes?

No estoy mintiendo, ¿qué le dijo Sieg, ese imbécil, a su hermana menor?

—Por supuesto que hablo de usted, señorita Silla. —Sonrió con calidez.

—Tengo un prometido.

—Bueno, sería inusual que una dama noble de la edad de la señorita no tenga prometido.

—Amo a mi prometido, el caballero Jullius Rizar.

A pesar de mi afirmación, ella no se inmutó. ¿Por qué Sofía, la señorita Kidea e incluso Roanne asumen que puedo estar con alguien más además de prometido muy? ¡Tengo un prometido! ¡Me voy a casar!

—Lo entiendo.

¿Qué entiendes? ¿Quieres que tenga una aventura con tu hermano?

—Por supuesto, mi hermano mayor también dijo que esperaría hasta que el corazón de la señorita Silla lo acepte.

Mi cabeza comenzó a palpitar de dolor.

¡Oh Diosa…! ¿Este es mi castigo por abandonar el clero?

¡Sacerdote! ¿Por qué permitiste que Sieg se retirara del clero y me obligaste a llevármelo?

—C-Creo…, creo que hay un malentendido.

—No, yo misma lo escuché. ¿Acaso él te ha ocultado sus sentimientos? ¿No recibió una confesión de él?

Asentí con pesadez.

—Juro por la Diosa que nunca le oí decir tales palabras.

—¡Oh…! Hermano mayor, tú también…

¿Qué quieres decir? Ese imbécil, ¿qué está tramando? ¡¿Qué se supone que debo hacer?!

—No hay forma de que Su Alteza Sieg… me ame o lo que sea.

—Pero me dijo que amaba a la señorita Epheria y me pidió que le ayudara.

—Eso… creo que te mintió.

—¿Por qué mentiría así? —Ladeó la cabeza, con cara inocente.

—¿Quizá…, para que me ayudara?

—Te habría ayudado aunque él no hubiera mentido.

—Entonces… ¿quizás tenga otro plan?

—¿Para qué revelaría un amor no correspondido por una mujer de bajo rango que además tiene un prometido?

—¿Es, eso así…?

—Por supuesto.

Estaba perpleja, no sé qué planeaba Seig con todo esto, pero deseaba correr hacia él y estrangularlo, claro, eso sería problemático para mí, pero no podía dejar de pensar en ello.

—¿Dónde se conocieron?

La Señora, que ya había determinado que Sieg sentía un amor no correspondido por mí, preguntó con cara interesada. Aunque me pregunte dónde…

—En la Iglesia…

—Ah, ¿sabía que estuvo allí?

—Sí… así es.

—Te habrá contado su situación —dijo con pesar.

—Me enteré hace poco.

—Supongo que confía mucho en la señorita Silla.

—No, él ha dicho que no confía en mí.

La Señora, que desconocía por completo la relación real entre nosotros dos, suspiró con suavidad.

—Él no debería estar en ese lugar. —Suspiró.

 —Eso es cierto.

Yo tampoco quiero estar aquí.

Él era una ayudante fiable en la Iglesia, pero ahora es un despiadado mayordomo al que no puedo contradecir. Para cubrir mi verdadera identidad, en qué clase de marioneta me he convertido.

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