¡Juro que no volveré a acosarte! – Capítulo 19: Aquel que heredó el dorado

Traducido por Lugiia

Editado por Freyna


Frente a sus ojos, Klaude vio a Violette alejarse a toda prisa. Incluso a esa distancia, pudo ver el pánico en su rostro.

—¡Oh…! —exclamó Klaude. Tardó en actuar, ya que Yulan se había puesto en marcha en cuanto la vio alejarse a toda prisa. Pasó rozando la mano extendida del príncipe, con su expresión inexpresiva ya sustituida por preocupación por Violette.

Klaude se quedó helado. Se daba cuenta de que a Violette le pasaba algo, pero aunque se precipitara tras ella, no sabía qué podía hacer. Por lo general, se lanzaría y la convertiría en su problema, pero… ahora sentía todo el peso de esa responsabilidad, y le clavaba los pies en el suelo.

Todo lo que había dicho Yulan… No es que no supiera todo eso de alguna manera, es solo que siempre había creído que si hacía las cosas bien, todo saldría bien. Por ahora, sin embargo, la precaución podría ser un movimiento más inteligente.

Recordando aquel día, se dio cuenta de que se había equivocado al ponerse en contra de Violette tan rápidamente. Una persona normal reflexionaría sobre sus acciones y aprendería de sus errores, pero a Klaude no se le permitía el fracaso y la reflexión. La realeza no podía reconocer el fracaso, y los remordimientos no tenían sentido. No es que un príncipe nunca pudiera equivocarse, es que su deber era convertir el fracaso en éxito. El rey tenía que ser el más prudente de todos.

Esa era la carga de la realeza. La carga de Klaude.

¿Lo sabes, Yulan?

¿Sabía realmente cuánta responsabilidad recaía sobre los hombros del rey y su heredero? Klaude estaba en medio de todo esto, pero siempre sentía que solo veía la superficie, no las profundidades de lo que debía entender. Como siempre, Yulan había pensado más que él.

—Haaa… —La voz de Klaude decayó y cubrió su rostro con una mano húmeda. Debió haber estado más nervioso delante de Yulan de lo que pareció.

Klaude y Yulan no podían ser más opuestos. Sus rostros, su físico, el color y la textura del cabello… todo era diferente. La única similitud eran sus ojos, y Klaude maldijo esa única similitud. Los ojos de ambos brillaban con un suave resplandor, como el oro líquido, un tono que era símbolo de la realeza. La gente decía que quien poseyera esos ojos heredaría el trono y se esperaba el mundo de cualquiera cuyos ojos contuvieran esa luz dorada.

Como hijo del rey, de sangre pura y ojos dorados, Klaude estaba destinado a gobernar. Nunca lo había cuestionado; era algo establecido antes de su nacimiento. Pero sabía que eso no significaba que fuera superior en todos los aspectos. Cada vez que se enfrentaba a Yulan, plantaba  una semilla de duda. Y ahora, por fin empezaba a brotar. No podía evitar cuestionar su destino.

¿Era Yulan el más adecuado para el trono?

Si Klaude se lo preguntara, Yulan se reiría con desprecio, o tal vez lo ignoraría por completo. No se detendría a entender cómo se sentía Klaude, quien casi deseaba que Yulan dijera sin más que no era apto para gobernar; entonces, por fin, podría sacar a la luz sus sentimientos de inferioridad y enfrentarse a ellos. Después de todo, las únicas diferencias entre ellos eran un par de años y la pureza de su sangre.

—¿Klaude…? —dijo una voz detrás de él. Klaude jadeó, sorprendido.

Milania se acercó, sin aliento, con una mirada impaciente y preocupada en su rostro, muy distinta a su habitual actitud tranquila.

—Mila, ¿qué sucede? —preguntó Klaude.

—¿Has visto a la señorita Violette?

—¿Eh…?

La expresión de pánico de Violette pasó por su mente. Ahora Milania llevaba la misma expresión. Tenía sentido que Yulan la persiguiera, pero ¿por qué Milania la buscaría también? Sabía que él y Violette se conocían, pero nunca habían sido amigos.

Todo el mundo sabía que Violette estaba enamorada de Klaude; ella lo había transmitido al igual que el resto de las chicas que rondaban a su alrededor. Era una chica fuerte y asertiva, menos modesta que muchas de las otras, pero su comportamiento nunca cruzó del todo la línea. Aun así, a Milania le disgustaba especialmente la abrasiva autoafirmación de Violette y solía evitarla.

—No es habitual que hables de ella —añadió Klaude.

—Supongo que sí…

—¿Pasó… algo?

—Estaba hablando con la señorita Violette, pero de repente…

Milania empezó a ponerle al corriente. Aunque encontró algunos inconvenientes en su explicación, luchó por encontrar las palabras adecuadas. Para cuando terminó, Klaude había decidido qué hacer.

—Vamos. No hay tiempo —dijo Klaude, marchando delante de él.

—¿Eh…? ¡Ah! ¡Oye…! —llamó Milania al mirarlo pasar.

Klaude trató de imaginar a qué se enfrentaba. Tenía algunas conjeturas basadas en la historia de Milania, pero había aprendido a no sacar conclusiones precipitadas. Sin embargo, no importaba lo que dijera Yulan, no podía aceptar que se mantuviera al margen. Ofrecer ayuda y protección a quienes lo necesitaban seguía siendo su naturaleza. También era lo correcto.

Así que seguiría recorriendo ese camino, pero con más cuidado. No podía dar por sentado que sus instintos le llevarían a las conclusiones correctas, así que tenía que aprender. Había tanto que aún no sabía sobre la gente.

Tenía que encontrar la verdad y resolver los problemas que había creado, incluso si eso significaba mirar su error directamente a los ojos.

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