¡Juro que no volveré a acosarte! – Capítulo 31: No estás sola

Traducido por Lugiia

Editado por Freyna


A la mañana siguiente, Maryjun era la misma de siempre. Se había acostumbrado a atrapar a Violette de camino al comedor y a recorrer los pasillos con ella; a Violette le resultaba incómodo, pero evitarla o regañarla era mental y emocionalmente agotador. Había mejorado en dar automáticamente respuestas educadas mientras su mente estaba en otra parte.

Desde su infancia, a la hora de comer, solo se concentraba en la comida sobre la mesa. Tanto si comía sola como si lo hacía con la “familia feliz”; cuanto más atención prestaba a las circunstancias de su comida, peor se sentía. Pero los cocineros eran excelentes, y la comida que le proporcionaban siempre se ajustaba a sus gustos; la gente decía que la comida deliciosa aliviaba el alma, y Violette estaba ciertamente de acuerdo.

—Ah, es cierto. Violette, ¿te gustaría que tomáramos el té juntas esta tarde? —preguntó Maryjun.

—¿Hm…?

—Hay todo tipo de cosas que quiero que me enseñes. Entonces, el té… ¿en mi habitación? —Seguro que quiere hablar acerca del discurso de Violette del día anterior. Violette se alegró, al menos, de que se lo pensara. Maryjun era honesta, optimista y se inclinaba por sus antiguas suposiciones sobre el funcionamiento del mundo, pero eso no significaba que no estuviera abierta a nuevas ideas. Fuera cual fuera el resultado, el mero hecho de debatir diferentes perspectivas probablemente sería bueno para Maryjun.

Esa era la opinión objetiva de Violette. A nivel personal, la idea de tomar el té con Maryjun le hacía salir corriendo.

—Lo siento. Hoy tengo otros planes —dijo Violette.

No era una mentira, pero seguía sintiendo una punzada de culpabilidad, como si fuera una niña que finge estar enferma para no ir al colegio. Incluso si no hubiera estado ocupada hoy, podría haber inventado una excusa de todos modos. Sus planes parecían una cómoda evasión.

—De verdad —dijo Auld con una voz que retumbaba de desprecio. Cuando ella levantó la vista, vio que las arrugas de su ceño se hacían más profundas—. ¿No puedes acomodar tu horario por tu hermana menor? ¿Qué podría tener prioridad sobre tu propia familia?

—E-Eso… —tartamudeó Violette, dudando sobre qué decir. Lo único que quería era devolverle sus palabras, preguntarle si estaba en condiciones de darle lecciones sobre la familia. Un hombre que había abandonado a su mujer y descuidado a su hija no debería ni siquiera poder decir esa palabra. Y si había cambiado de opinión, podía demostrarlo mostrando a Violette la más mínima amabilidad.

Pero en su mente, esto no era hipocresía. Cuando decía la palabra “familia”, simplemente no incluía a Violette. Maryjun y Elfa eran el centro de su mundo, y Violette solo existía para hacerlas felices.

No era la primera vez que sentía que sus manos se enfriaban mientras su corazón moría.

Ocurría cuando no había nadie para recibirla por la mañana, cuando comía sola en el cavernoso comedor, cuando su madre le susurraba que la quería. Su corazón se congelaba, el calor se retiraba de los dedos de las manos y de los pies, como si toda la sangre de su cuerpo hubiera dejado de circular. Durante un tiempo se sintió así a diario. Le ocurría un poco menos desde que conoció a Marin, pero no podía evitarlo del todo. Su desayuno se convirtió en ceniza en su boca.

—¡Cielos, padre, no seas tan malo! Si se lo prometió a otra persona, no puede hacer nada. Siento haberte invitado tan repentinamente, Violette —dijo Maryjun.

—Lo siento, Maryjun —respondió Violette.

—¡No hay nada que disculpar! Oh, ¡pero tendremos que tomar el té otro día!

—Sí…, por supuesto.

—¡Genial!

♦ ♦ ♦

La sonrisa de Maryjun brillaba despreocupada. No le preocupaba el conflicto entre Violette y su padre mientras aceptaba la excusa de Violette. Estaba claro que Auld las trataba de forma diferente, su favoritismo hacia Maryjun y sus críticas hacia Violette eran increíblemente obvias, pero Maryjun no veía eso como un motivo de preocupación. Su perspectiva era almibarada y enfermizamente dulce. Era como si se hubiera criado en un hermoso lecho de flores y pensara que la suave pradera de fuera era el desierto.

Como persona que creció en la verdadera naturaleza, Marin se sintió lo suficientemente asqueada como para sentirse mal. Apretó los puños para que no se le notara en la cara. Tenía las palmas de las manos entumecidas, pero sabía que si aflojaba un poco, no podría controlarse.

Miró a su maestra, sentada en la mesa frente a ella, y lo único que quería hacer era abrazarla y sacarla de la habitación lo antes posible. No quería que esa gente existiera ni siquiera en el rabillo del ojo. Pero Marin no podía hacer eso; si lo intentaba, probablemente la despedirían. No le importaría perder su trabajo si eso sirviera de algo, pero si la expulsaban de la mansión, Violette se quedaría sola y esos idiotas le devorarían el corazón.

Ella no dejaría que eso ocurriera. Trató de convertir su ira en pensamientos sobre cómo ayudar a Violette.

A través de todo esto, la postura firme de Violette permaneció sin cambios. Violette parecía la misma de siempre, más bella y maravillosa de lo que nadie tenía derecho a ser.

Por eso a Marin le dolía el corazón. La máscara de Violette ocultaba perfectamente sus emociones, haciendo parecer que no le importaba. Su corazón debía estar roto, pero también estaba acostumbrada a sentirse así.

Violette terminó su comida en silencio, apartó su plato vacío y se limpió la boca con una servilleta. Dio una excusa apropiada y se levantó para irse.

—Violette —dijo Auld antes de que pudiera darse la vuelta.

—Sí —respondió ella.

—No estás sola, sabes. Esa racha de independencia que tienes no te servirá de nada. Espero que cuides de tu hermana menor.

—Lo… tendré en cuenta.

♦ ♦ ♦

Violette hizo una lenta reverencia y salió del comedor con Marin. Una parte de ella quería levantarse la falda y correr, otra parte quería plantar los pies y detenerse allí mismo. Al final, se dirigió lentamente a su habitación.

—Señorita Violette —dijo Marin, con lágrimas en sus ojos y temblor en su voz.

Violette se volvió, preguntándose qué había pasado con el habitual tono desapasionado de la otra mujer. Se encontró con una cara que coincidía con su voz temblorosa, embarrada por las lágrimas.

—Señorita… Violette —volvió a decir Marin.

—Marin —respondió ella.

—Seño… Viole… ¡Ugh!

—Gracias, Marin… Pero estoy bien.

Marin intentaba claramente dejar de llorar, pero sus esfuerzos solo conducían a una mandíbula apretada y a palabras masculladas mientras las lágrimas seguían fluyendo. Violette no podía saber si estaba triste, enfadada o adolorida; sospechaba que eran las tres cosas. Marin era siempre tan reservada y serena… Aunque no le gustaba verla sufriendo, le hacía sonreír saber que Marin sentía tanto por ella.

No era una gran sonrisa, pero contenía todo el amor que aún no había sido consumido por el corazón negro de Violette. Dio un paso adelante y pasó una mano por el cabello de Marin; de alguna manera, decirle a Marin que estaba bien la hacía sentir bien… al menos un poco.

Su padre le había dicho que ya no estaba sola.

En ese momento, el oscuro resentimiento de Violette había hervido en su interior. Había querido gritarle que se muriera. Había estado tan cerca de repetir sus errores del pasado.

Había estado tan sola durante tanto tiempo. Había deseado una y otra vez tener una familia que la quisiera. Yulan y Marin eran su único consuelo, y le aseguraban una y otra vez que no estaba sola, pero nunca había sido verdad. Le faltaba algo importante, y nada podía llenar realmente el hueco que dejaba.

Había tendido la mano muchas veces, aunque sabía que nadie la tomaría. Lloraba cuando necesitaba a alguien, pero no sabía a quién llamar. Al final renunció a tender la mano, a pedir ayuda, a llorar.

Marin prometió quedarse a su lado. Yulan la buscaba constantemente y pasaba tiempo con ella. Y sus preciosas palabras la salvaron de las profundidades de su solitaria desesperación.

¿Que no estaba sola? Su padre no debería poder decir eso. Tuvo ganas de gritar y arrojar cosas. Se alegró de no haber tenido nada a la mano o estaba segura de que se lo habría roto en su cara de satisfacción.

Pero un rincón claro de su mente recordó lo que había hecho su yo del pasado, y encontró la retención suficiente para mantener la calma. Mientras Marin la consolaba, el calor que hervía en su interior comenzó a dispersarse. La calidez volvió a sus dedos, como si su cuerpo finalmente encontrara el equilibrio.

Enfadarse no tenía sentido. No podía replicar, pero eso no significaba que tuviera que aceptar sus palabras. Podía estar encadenada y atrapada en un lugar, pero su jaula dorada funcionaba en ambos sentidos: le impedía huir, pero también los mantenía alejados de su corazón.

2 respuestas a “¡Juro que no volveré a acosarte! – Capítulo 31: No estás sola”

    1. Que hijo de p***. Quiero que se muera. No tiene derecho a decirle que no está sola, y nisiquiera debería obligar a Vio a pasar más tiempo con su hija. Que tipo tan despreciable.

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