Traducido por Lugiia
Editado por Freyna
A Violette siempre le había gustado la expresión “un arma de doble filo”; parecía aplicarse a tantas cosas en su vida. Cada vez que actuaba, las consecuencias eran suyas y solo suyas, aunque no fueran las que ella pretendía.
Se lo dijo a sí misma mientras analizaba la situación en la que se encontraba. Esto era consecuencia de algo que ella había hecho, así que no tenía derecho a quejarse.
Tampoco tenía que recibirlo con los brazos abiertos.
—Me disculpo, señorita Violette —dijo Milania.
—No, está bien —respondió Violette.
—Le agradezco que lo diga —añadió él con una sonrisa refrescante.
A su lado, justo enfrente de Violette, estaba sentado el príncipe Klaude.
Klaude tenía una expresión complicada en su rostro que Violette no podía leer del todo; se sentó con los brazos cruzados y se negó a mirarla a los ojos. Milania había notado claramente su comportamiento distante y había intentado suavizarlo un poco, pero no hizo mucho para aliviar la incomodidad. Violette prácticamente podía sentir la desaprobación que irradiaba Klaude; con lo turbulenta que había sido su relación últimamente, no le sorprendía.
Pero entonces, ¿por qué se habían desviado de su camino para sentarse en su mesa?
Milania y Klaude habían llegado a la cafetería en plena pausa del almuerzo, cuando estaba más concurrida. La cafetería era espaciosa, pero los asientos no eran especialmente abundantes, y hoy la mayoría de la gente estaba dispersa en pequeños grupos por la sala. Apenas había asientos vacíos que no estuvieran junto a un grupo que charlaba en voz alta… excepto en la zona que rodeaba a Violette.
Violette estaba rodeada por una burbuja de espacio vacío; los demás estudiantes la evitaban claramente. Estaba bastante segura de saber por qué, pero tampoco le había importado que la dejaran sola.
Pero todavía no podía imaginar por qué Milania la había llamado. Hubiera pensado que tendría el suficiente tacto como para mantenerse al margen y evitarles a todos esta incomodidad. Cuando le preguntó si podían ocupar los asientos, no tuvo forma de negarse. Y ella estaba sola en una mesa para diez personas, pero ellos habían elegido sentarse justo enfrente de ella.
Si su mesa era realmente su única opción, supuso que al menos se sentarían en el otro extremo. Pero Klaude era el príncipe… ¿Tal vez debería ser ella quien cediera su asiento? No, si se movía ahora, pensarían que los estaba evitando. ¡Si tan solo pudiera evitarlos!
—¿Yulan no está con usted hoy? —preguntó Milania.
—No…, no lo veo tan a menudo desde que empezamos la academia. Sin embargo, seguimos siendo cercanos —explicó Violette. Habían pasado mucho tiempo juntos cuando eran niños, y en la escuela media habían estado juntos todos los días. Pero ahora que ambos estaban en la academia, los días que pasaban juntos eran cada vez más escasos. Violette se alegraba de que Yulan siguiera preocupándose por ella, pero se alegraba aún más de que no estuviera aquí en ese momento.
Violette y Milania sabían que Yulan y Klaude no se llevaban bien. No serían tan infantiles como para pelearse en público, pero ninguno de los dos estaba dispuesto a esconder sus púas detrás de brillantes sonrisas.
—Su comida se enfriará —comentó Violette, señalando sus comidas sin tocar.
—Ah, claro. Klaude… —dijo Milania con una mirada a su amigo.
Cuando se compartía una mesa con extraños o casi extraños, era normal prestarles una atención extra, pero Violette estaba ocupada en otras cosas; estaba más preocupada por evitar hacer o decir algo que un transeúnte pudiera malinterpretar. Al fin y al cabo, prácticamente todo el mundo en la cafetería sabía que Violette estaba encaprichada con Klaude. Ella misma era la única que sabía que había perdido esos sentimientos.
Incluso si Klaude había percibido que había cambiado, eso no significaba que hubiera bajado la guardia todavía. Estaba claro que seguía en alerta máxima. Finalmente, volvió a dirigir su mirada hacia la mesa. Violette bajó la mirada a su propio plato para evitar cualquier posibilidad de contacto visual.
♦ ♦ ♦
El corazón de Klaude latía con fuerza.
Por alguna razón, no pudo evitar recordar su sonrisa de aquel día; esa expresión suave y amable que le había dedicado a Yulan. Levantó la vista hacia ella. Ella también sonreía hoy; de hecho, sonreía todo el tiempo, pero esa expresión había sido diferente, más grande, más natural. Sus labios parecían incluso de un tono rojo más intenso.
—¿Um, sucede algo? —preguntó Violette.
—O-Oh, nada —balbuceó Klaude. Se dio cuenta de que había estado mirándola fijamente. Violette levantó la vista, y sus ojos se encontraron por un momento antes de que él volviera a apartar la mirada rápidamente.
Milania suspiró, y tanto él como Violette volvieron a comer. Klaude buscó una manera de suavizar las cosas.
—Estaba pensando que su almuerzo es muy pequeño —dijo.
—¿Eh…? —preguntó Violette.
Klaude y Milania tenían comidas normales con sopa y acompañantes en sus bandejas, pero el almuerzo de Violette era solo un escaso sándwich, si es que se podía llamar así. Aunque las mujeres solían comer menos que los hombres, no parecía suficiente para alimentar a una adolescente sana.
—No es extraño que una chica coma tan poco —dijo Violette.
—E-Entiendo… —tartamudeó él. Era una pretensión endeble, y probablemente solo causaba más incomodidad. Muchas de las chicas hacían dieta, así que tal vez ella estaba preocupada por su figura. Siendo un extraño y un chico, no debería haber preguntado algo tan personal.
—No se trata de seguir una dieta… Solo estoy dejando espacio para el postre —explicó.
—Debe disfrutar de los dulces, señorita Violette —dijo Milania.
—Lo hago, aunque… la gente suele sorprenderse por ello. Me dicen que no me sienta bien —dijo Violette. Milania pareció sorprendido, pero Violette se limitó a sonreír como si estuviera acostumbrada a esa respuesta. No era la sonrisa que le había dedicado a Yulan, por supuesto; era su habitual sonrisa educada que no parecía real.
Se quedaron en silencio y Violette volvió a su comida. Sus pálidos dedos levantaron con delicadeza un triángulo de pan tostado, lechuga y queso hasta sus labios y dieron un pequeño mordisco. Masticó con cuidado y Klaude captó el movimiento de su pálida garganta cuando finalmente tragó. Cuando volvió a llevarse el sándwich a los labios para darle otro mordisco, él vislumbró unos dientes blancos y una lengua carmesí.
Su imaginación se disparó.
—Le sienta bien —soltó Klaude.
Violette tragó rápidamente y preguntó:
—¿Mhm…?
—Creo que sí le queda bien que le gusten los pasteles, los chocolates y todo eso. —Violette había tragado tan rápido que se le estrechó la garganta, pero ya era demasiado tarde para retirar las palabras. Sorprendido, Milania dejó de comer—. La forma en que come es… muy hermosa —continuó Klaude.
Se imaginó sus delicadas manos cortando un trozo de pastel, su boca dando un bocado, la forma en que su expresión se iluminaría cuando aquella lengua roja probara el dulzor. No podía imaginar algo que le sentara mejor.
Violette se congeló, con los ojos abiertos como un ciervo ante un carruaje.
—¡Ah…! —Klaude jadeó al darse cuenta de lo que acababa de decir.
Violette se quedó con la mirada perdida mientras Klaude se maldecía por su torpe comentario. Su máscara de cortesía había caído por completo, sustituida por un shock incomprensible.
Un pico de pánico golpeó a Klaude. ¿Tomaría su uso de la palabra “hermosa” y correría con ella, reavivando su deseo obsesivo por él? Su encaprichamiento con él se había enfriado, pero no había pasado mucho tiempo. ¿Empezaría a perseguirlo de nuevo, alentada por un comentario irreflexivo?
Después de pensarlo un momento, no lo creyó. No entendía del todo el cambio en Violette, pero parecía sincero. Se sentía tan diferente que le costaba imaginar que volviera a caer en su antiguo comportamiento.
Pero había otra terrible posibilidad.
¿Y si Violette pensaba que era espeluznante? Ella no podía mostrar exteriormente su disgusto al príncipe, pero él odiaría incluso sospechar que ella albergaba en secreto sentimientos horribles hacia él.
Ya no podía retractarse, y aunque se devanó los sesos buscando una excusa para su extraño comentario, no encontró nada. Su ceño se arrugó mientras se maldecía a sí mismo por haber intentado un cumplido. Milania era el único que podía soltar algún comentario encantador y que cayera bien. La pobre imitación de Klaude solo lo había hundido más en un agujero. Se dio por vencido, preparándose para dejarlo de lado.
—¿Qué significa eso…? —preguntó Violette. Se tapó la boca para ocultar la carcajada que brotó en su interior. Parecía más confundida que encantada, pero su rostro se iluminó con una especie de sonrisa. Pero no esa sonrisa inolvidable y natural.
Sin embargo, Klaude la había hecho reír de verdad. Su corazón se estrujó cuando la máscara de Violette se resquebrajó lo suficiente como para dejar traslucir sus verdaderos sentimientos.
—Gracias —continuó Violette mientras aparecía un rubor en sus mejillas—. Yo… aprecio el sentimiento.
Klaude reprimió los sentimientos que le llenaban y amenazaban con desbordarse. Una voz en su interior le advirtió que no podría soportar mucho más. Pero antes de que pudiera decir una palabra, una sombra cayó sobre su mesa.
—Oye, Vio, ¿puedo sentarme aquí?
Eso cariño, usted marque territorio.