¡Juro que no volveré a acosarte! – Capítulo 75: La admiración a un ídolo

Traducido por Lugiia

Editado por Freyna


La primera vez que Rosette se dio cuenta de que algo iba mal fue cuando la separaron de sus hermanos y habló con otras chicas.

Llevaba ropa y accesorios adorables, como le habían ordenado, pero no le interesaban en absoluto. Mientras las otras niñas de su edad se felicitaban encantadas por sus vestidos, ella solo podía esbozar vagas sonrisas, incapaz de seguirles el ritmo. Los muchos volantes y lazos eran bonitos, en su opinión, pero no le gustaba cómo limitaban sus movimientos. En las raras ocasiones en las que un conjunto le llamaba la atención, no le deslumbraba lo suficiente como para elegirlo y ponérselo. Vestirse solo era para ella una obligación.

A las chicas les gustaban las cosas bonitas. No les gustaban los insectos ni los reptiles. A las niñas les parecían bonitos los jardines en flor. No les fascinaban las setas vibrantes y venenosas. A las niñas no les interesaba ninguna gema que no estuviera pulida, por muy puro que fuera su mineral.

Cuanto más aprendía Rosette sobre las niñas y las princesas ideales con las que estas soñaban, más lejos se sentía de ese ideal. Afortunadamente, solo su apariencia se acercaba lo suficiente a la imagen que todo el mundo tenía de una princesa perfecta. Por lo tanto, solo tenía que encajar en ese molde para mantener sus expectativas.

Con el tiempo, su verdadero yo empezó a desviarse del ideal de todos. Aunque era la misma “Rosette”, se sentía como si hubiera dos personas diferentes con ese nombre. Se había resignado a ello casi en cuanto se dio cuenta, así que no le parecía justo enfadarse por ello. Sin embargo, quedaba una cosa por resolver. ¿Había alguna necesidad de mantener cerca a la otra Rosette, tan imperfecta como era?

Aunque era consciente de su verdadero yo, no podía ocultarlo. No podía cambiarla. Ni tenía intención de hacerlo. Por mucho que le doliera esconderse bajo su fachada, y a pesar del miedo a ser descubierta, se negaba a abandonarse a sí misma. Debía de saber, en algún lugar de su corazón, que algún día llegaría un día así.

♦ ♦ ♦

El paquete que llegó aquel día era el libro que Rosette había pedido y que le habían regalado sus hermanos. Era difícil conseguirlo en la academia… y aunque estuviera allí, ella misma nunca podría tomar un libro así. Era una enciclopedia que no solo trataba de reptiles, sino también de insectos y plantas venenosas. En resumen, estaba demasiado lejos de la imagen de una princesa perfecta. Ni siquiera podía afirmar que la utilizaba para estudiar; el tema estaba muy lejos del ámbito de las posibles asignaturas.

Sin embargo, no podía evitar sus pasiones. Sus ojos las buscaban de forma natural, sus manos se acercaban a ellas sin que nadie se lo pidiera. Era inútil resistirse. Afortunadamente, sus hermanos conocían su afición y la aceptaban como su querida Rosette. Solo eso la tranquilizaba.

Si lo deseaba, podía ignorarlo todo y disfrutar de la vida sin preocupaciones. Podía dejar de lado la culpa que la perseguía. En su mente, podría erguirse como la Rosette que realmente era. En su propio mundo, podía seguir a su corazón.

Lamentablemente, siempre le recordaban que solo era fingida.

—¿Eh?

Ella había asumido tontamente que nadie estaría aquí porque nunca vio a nadie allí hasta ahora. Este oscuro lugar, donde el olor a tierra de la tierra y las hojas dominaba la fragancia de las flores, era uno de sus favoritos. Nadie se acercaba por aquí, y era un buen sitio para observar a los pequeños intrusos de vez en cuando. Este lugar mataba dos pájaros de un tiro.

Pero esta vez, una dama estaba sentada allí.

Como una joya con incrustaciones de nubes, daba una impresión sorprendente incluso en la oscuridad. El aura que emanaba de ella hizo que Rosette sintiera que este espacio le pertenecía. Ningún lugar se consideraría un telón de fondo inadecuado para esta chica. No se mezclaba exactamente, sino que hacía que el entorno se adaptara a ella.

Incluso su expresión de sorpresa era hermosa.

—Oh… señorita Violette.

Todo el mundo conocía ese nombre. Violette atrapaba las miradas de los curiosos, atrayéndolos y repeliéndolos a la vez. Se quedaban inmóviles, con los ojos clavados en los suyos, deseando reflejarse en ellos. Rosette solo había hablado con ella un puñado de veces, pero conocía todos los rumores que corrían sobre la chica. Aunque no eran más que cotilleos superficiales, muchos los consideraban ciertos. Rosette se inclinaba a creerlos.

El miedo la asaltó. Al darse cuenta de que Violette se lo leería en la cara, le entró el pánico, y ese momento de debilidad le hizo cometer un desliz. La presencia de Violette aquí ciertamente la había asustado, pero no era porque fuera ella específicamente. Por un breve instante, las prioridades de Rosette cambiaron.

—¿Una guía de campo? —preguntó Violette.

Rosette no se dio cuenta de lo ilusa que había sido hasta que fue demasiado tarde. Comprendió de golpe cuánto pesar podía causar un simple desliz. Imaginar cómo se contorsionaría el rostro de Violette, su imagen de Rosette hecha jirones, hizo que el hielo corriera por sus venas: le aterrorizaba la idea de que la negaran. Su mente se llenó de visiones de su futuro, hecha pedazos por aquellos hermosos labios cuando revelaron el secreto de Rosette. Qué doloroso recordatorio de que la imagen que tenía de sí misma no era más que una ilusión.

—Es libre de disfrutar de lo que quiera —dijo Violette.

Violette no intentaba consolar a Rosette. Se mostraba totalmente indiferente, dando a entender que Rosette no merecía ningún tipo de consideración. Rosette había desaparecido de la mente de Violette en un instante.

El corazón de Rosette se estremeció al pensar que no formaba parte del mundo de esta dama. Tan desesperada estaba, esperando a que la figura de Violette se girara, que no pudo apartar la mirada. Una fuerza gravitatoria la atraía, un magnetismo al que Rosette no podía resistirse.

Aun así, era reacia a acercarse a Violette. Lo único que quería ahora era conocerla. Rosette proyectó sus sueños, sus delirios y todo lo que tenía sobre la espalda de aquella chica, quien se retiraba. El pánico que siempre acechaba en su pecho había sido sustituido por otra cosa. Solo entonces se dio cuenta de lo que era.

Ah… la admiro.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

error: Contenido protegido