¡Juro que no volveré a acosarte! – Capítulo 85: Una mentira muy bonita

Traducido por Lugiia

Editado por Freyna


—No come mucho, ¿verdad, señorita Violette? —comentó Rosette.

—¿Usted cree? A mi parecer, como bastante postre.

La cafetería entera podría haberse congelado. La razón era obvia: dos de las alumnas más famosas, totalmente opuestas entre sí, se sentaban juntas a comer. ¿Había elegido ella los asientos de las esquinas en un intento infructuoso de evitar las incesantes miradas, o lo había hecho Rosette? Cada una lo había percibido en el aire, así que podría haber sido cualquiera de las dos.

Sentarse frente a frente no estaba siendo bien recibido, a juzgar por todos los susurros y miradas suspicaces. Las sospechas de los alumnos hacia Violette seguramente se veían reforzadas por esta disposición. A ella no le importaba, pero Rosette respondió con una sonrisa en cuanto entraron en la cafetería. Cualquiera diría que estaba disfrutando de verdad.

—¿No le gustan los dulces? —preguntó Violette.

A diferencia de Violette, cuya bandeja de postres empequeñecía su plato principal, Rosette no había pedido nada dulce para acompañar su almuerzo.

Aunque era raro ver a alguien tan fanática de los postres como Violette, tampoco era común que los estudiantes se saltaran el postre por completo.

—No los odio, pero prefiero los alimentos amargos —respondió Rosette en voz baja.

Ambas hablaban en voz baja por consideración a su imagen pública.

La pareja era a la vez parecida y distinta. La verdadera Rosette se acercaba más a la impresión que los demás tenían de Violette. Las cosas podrían haber sido más fáciles, en cierto sentido, si hubieran cambiado de cuerpo… pero de ahí surgirían todo tipo de problemas. Menos mal que era una solución imposible.

—Sin embargo, veo que usted los disfruta sin duda alguna.

—Así es. Por el contrario, no soporto la comida amarga por mucho que lo intente.

—Es una pena. Hay platos amargos deliciosos por ahí.

—Hace tiempo pensaba que cuando creciera, podría ser capaz de beber café negro.

—Lo comprendo. Es común hacer suposiciones sin fundamento como esas cuando uno es joven, ¿verdad?

—Es casi como si… me atrajera el amargor en sí, supongo. Fantaseaba con pedir un café en una cafetería.

—¿Cree que su fantasía se hará realidad?

—En absoluto.

Las dos damas emanaban un encanto sagrado mientras reían juntas. Las miradas curiosas se dirigían hacia ellas, pero no eran capaces de perturbar la atmósfera que reinaba entre ellas; ningún curioso se atrevía siquiera a planteárselo. Nadie tenía derecho a entrometerse en una escena tan espléndida y perfecta.

—El café puede saber completamente distinto según la tienda. Quizá haya que encontrar el adecuado.

—Esa puede ser la cuestión. No puedo decir que frecuente esos sitios.

En las cafeterías con deliciosos dulces y pastelerías con adorables expositores, nunca le preocupó su incapacidad para tomar café.

Todos esos sitios… solo los conocí porque Yulan me lo contó.

Su amor por los dulces solo se hizo público en su oscuro pasado, tras su paso por la cárcel. Así de cuidadosa era su impresión. Violette había mantenido durante todo este tiempo la fachada de una persona fuerte, noble y hermosa, pero antes de que ella se diera cuenta, esa fachada la había distorsionado hasta convertirla en una criatura opresiva y altiva. Ahora se esperaba de ella que disfrutara del café solo para estar a la altura de esa imagen severa, y no de los dulces, por lo que había aprendido a fingir placer ante el amargor que se extendía por su boca.

Yulan siempre me regalaba en secreto bombones y malvaviscos.

Durante las fiestas, comía a regañadientes cosas que solo los demás aprobaban. Antes de llegar a su límite, Yulan le daba a escondidas algunos dulces, lo que le permitía recuperarse. Cuando estaba cansada y se escapaba a una zona desierta, él la encontraba y le regalaba una montaña de dulces. Su expresión de entonces estaba en permanente conflicto; seguramente, la tristeza de su rostro sonriente era real.

Debo haberle preocupado.

Violette no se había dado cuenta en absoluto entonces; esta repentina epifanía debía de haberse producido por su egoísta deseo de acapararlo. Aunque se alegraba de que le recordaran lo mucho que le debía a Yulan, también sentía que se estaba estrangulando a sí misma. Sabía que lo mejor era alejarse de él, pero cada vez le resultaba más difícil.

Quería recompensarle por su amabilidad, pero decirlo así le parecía inadecuado. Más bien necesitaba demostrar lo profunda que era su gratitud… pero no, eso también se quedaba corto para describir sus emociones.

Ella sabía mejor que nadie en qué maravillosa persona se había convertido Yulan. Sería feliz fuera quien fuera su compañera. Qué bonita mentira había dicho, deseando quedarse cerca como observadora. Una mentira descarada. Quería sonreír junto a él, a su lado, en el lugar más cercano a él. Quería que él le sonriera. Quería hacerle feliz.

Si tan solo la persona que Yulan amaba fuera ella…

—¿Eh? —pronunció Violette.

Un fuerte estruendo sonó mientras su tenedor caía sobre la mesa.

—¿Se encuentra bien, señorita Violette? —preguntó Rosette.

—Lo siento. Estoy bien.

Con un poco de pánico, Rosette llamó a un camarero y le pidió un tenedor nuevo. Violette vio la escena ante ella, oyó la voz preocupada de Rosette y consiguió responder. Su cabeza, sin embargo, estaba totalmente preocupada por otra cosa. Las mejillas se le calentaron y los ojos se le llenaron de lágrimas. Su cabello protegía su expresión abatida y se sintió aliviada por esa pequeña misericordia. Debía de parecer patética.

Evitó que le temblaran los labios, desesperada por contener todas las emociones que amenazaban con desbordarse.

En plena ebullición, solo podía tener pensamientos desesperados y fracturados.

Ahora mismo, yo… yo…

¿Qué había imaginado dentro de su cabeza?

Era obvio desde el principio que este sentimiento era puro ego y nada más.

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