¡Juro que no volveré a acosarte! – Capítulo 86: Pidiendo lo Imposible

Traducido por Lugiia

Editado por Freyna


—Pareces malhumorado —comentó Gia.

Yulan no respondió. Era plenamente consciente del aura turbulenta que emanaba de él. Era tan eficaz para desanimar a la gente que se podía suponer que lo hacía a propósito, pero esa táctica no era necesaria. El aura típica que rodeaba a Yulan era abrumadora; hacía tiempo que no tenía un séquito a su alrededor. Lo más probable era que los compañeros de Yulan no percibieran en absoluto su estado de ánimo y lo percibieran como sumido en sus pensamientos sobre algún tema. Le daba igual que se acercaran.

Sin embargo, su amigo hizo caso omiso de las reacciones de los demás, así que Yulan se vio impulsado a decir algo.

—Cállate, Gia —gruñó.

—¡Oye, apenas he dicho dos palabras!

—Dos palabras de más.

—Pareces orgulloso hoy.

Ver a Gia decirlo con una sonrisa irritó aún más a Yulan. ¿Se había dado cuenta del disgusto de Yulan? Era igual de probable que lo hubiera hecho y hubiera optado por ignorarlo, incluso por despreciarlo como algo que no merecía la pena abordar. El mal humor de Yulan apenas parecía preocupar a Gia. Para Yulan, quien calculaba sus relaciones en función de su valor, Gia era fácil de tratar: un observador externo que era libre de relacionarse con Yulan y los demás en sus propios términos. Era algo que Yulan apreciaba de él, pero también significaba que tenía que mantener a Gia a cierta distancia.

Gia no ofrecía consejos contundentes proclamando su sentido de la justicia, ni se ponía la máscara de un partidario para ofrecer consejos que se ajustaran a su propia agenda. Creó una clara división entre él y los demás. No se daría cuenta si el mismísimo infierno se levantara a su alrededor, siempre que estuviera en una conversación cara a cara con alguien. Yulan podía ser completamente franco con él. Sin embargo, hablar con el príncipe extranjero despertaba en él otras emociones.

Muchos de los otros estudiantes detestaban a Gia, el exótico príncipe imperial que estaba confinado en este país bajo la pretensión de neutralidad. Yulan, por el contrario, tenía unas circunstancias personales mucho más complicadas que Gia. Su atractiva apariencia, expresión y personalidad le permitían encajar a pesar de ello. Yulan había planeado y diseñado él mismo ese resultado, utilizando una astucia e inteligencia expertas para ganarse la adoración de los estudiantes que le rodeaban. Sin embargo, Gia vivía sin preocupaciones, mostrando indiferencia, libertad y una fuerza extraordinaria.

Los caballos salvajes no podían sacar la verdad de los labios de Yulan: estaba celoso de esa libertad. Celoso y resentido por ello.

—Ya te he dicho que te calles. Me estás dando dolor de cabeza.

—Ah. ¿No has dormido bien? Tienes ojeras.

—Soy consciente.

Yulan tenía todo tipo de cosas en las que pensar, y estaba durmiendo la mitad de lo que solía dormir. Esto, combinado con su presión sanguínea naturalmente baja, hacía que su estado de ánimo fuera malo y su salud deficiente. No había tenido intención de descuidar su autocuidado, pero sus preocupaciones le habían dejado poco tiempo para priorizarlo.

No puedo reunir suficiente información desde acá.

Había estado escudriñando la escasa información que tenía, analizándola e investigando hilos creíbles. Sin embargo, las cartas que tenía en la mano apenas eran diferentes a las de antes; sus esfuerzos no habían dado fruto. Esforzarse hasta el punto de pasar noches inquietas había sido un desperdicio, pero no tenía la opción de detenerse.

Me pregunto si Vio estará bien.

La expresión de Violette la última vez que la vio se repitió en su mente. Volvió a ver su rostro compuesto de sorpresa, pánico y desesperación, y su espalda cuando se marchó justo después. La escena se repetía una y otra vez, haciéndole odiar aún más la causa de todo aquello. Tenía una idea general de dónde podía recaer la culpa, pero eso agravaba aún más el hecho de no conocer ningún dato concreto.

Mientras se frotaba las sienes doloridas para estimularlas, anhelaba culpar a su molesta hermana pequeña.

Tal y como pensé, sería mejor que averiguara qué había pasado en su casa.

Preguntar a la propia Violette estaba descartado. Yulan no se atrevería a recordarle su casa cuando no estaba cerca de ella. Además, probablemente ella no le diría nada. Ella había intentado engañarle con una sonrisa y un “estoy bien” en numerosas ocasiones. Debería haberse dado cuenta antes de que no era una confesión de tranquilidad sino una fachada de resistencia.

Lo mejor sería preguntarle a la señorita Marin, pero…

Marin entendía a Violette como él. Sin duda, Violette confiaba en su doncella más que en nadie en el mundo. Si Yulan lograba ponerse en contacto con ella, no solo se resolverían sus dudas, sino que también podría obtener otra información. El problema era el riesgo.

En primer lugar, no tenía forma de contactar personalmente con Marin. Era una doncella, así que prácticamente no había forma de contactar con ella sin utilizar un intermediario. Podía intentar llamar a la casa de los Vahan, pero Marin podría no ser quien le contestara. Si le enviaba una carta, no sabría quién estaría cerca para verla.

Si el duque hubiera seguido viviendo en otra residencia y Bellerose se hubiera encerrado en su habitación, Yulan habría tenido una vía para llegar a ella; en aquel entonces, todos los criados simpatizaban con Violette. Ahora, sin embargo, había tres agentes extranjeros en la casa, cada uno con sus propios sirvientes. Las lealtades de esos sirvientes podrían estar en otra parte. Yulan confiaba en Marin, pero esa confianza no se extendía a nadie más de la casa.

—Tch.

¿Era esto un punto muerto? No, las cosas no eran tan graves todavía. Necesitaba movimientos para jugar, eso era todo. Había una gran cantidad de cosas en las que pensar. Sin embargo, tendría que encontrar una manera de ponerse en contacto con Marin como último recurso. Este enigma estaba empeorando su sueño más rápido de lo que podía arreglarlo.

—Siento entrometerme en medio de tu análisis, pero hay una cosa que quería decirte.

Yulan no se había dado cuenta de que había bajado la mirada hasta que miró a Gia, quien se había sentado casualmente frente a él. La mirada que lanzó a su amigo no fue intencionada; la culpa la tuvo su dolor de cabeza.

—¿Qué?

Gia no se inmutó por la mirada aguda, un giro tan drástico respecto al típico semblante de gatito perdido de Yulan. Separó sus finos labios para hacer una pregunta despreocupada:

—¿Conoces a Rosette Megan?

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