Katarina – Volumen 11 – Capítulo 3: La ciudad natal de María (1)

Traducido por Shisai

Editado por Sharon


A la mañana siguiente me levanté bien descansada y feliz de saber cuánto iba a durar la trama del juego. Conseguí resistir la nueva sensualidad de Keith que tantos problemas me había dado el día anterior y me dirigí sin problemas al Ministerio de  Magia.

Una vez que bajé del carruaje, mientras me dirigía al Laboratorio de Herramientas Mágicas, vi a alguien por detrás: alguien con quien no había hablado en mucho tiempo.

—¡Buenos días, Dewey! —le llamé.

Dewey Percy. Con solo trece años, era más joven que yo, pero habíamos entrado en el Ministerio al mismo tiempo. Lo había hecho a través de una prueba de admisión increíblemente difícil, ya que no tenía poderes mágicos pero lo compensaba siendo un genio que saltaba de curso.

—Buenos días, Lady Claes —respondió con una voz algo sombría.

—¿Pasa algo? ¿Estás bien? —pregunté preocupada.

—Sí… Estoy bien —dijo, aunque parecía todo menos eso. No parecía enfermo ni nada, solo muy preocupado por algo.

—Puedes hablar conmigo si quieres, ¿sabes? ¿Qué pasa? —pregunté, y él levantó la vista hacia mí.

—P-Pero…

Antes de que se le ocurriera una respuesta, pareció notar algo detrás de mí que empeoró aun más su aspecto abatido.

Seguí su mirada y vi a María y a Cyrus, quienes se divertían charlando mientras caminaban juntos.

Ya veo, sus problemas deben tener que ver con María. Me di cuenta al instante gracias a mis conocidos poderes de deducción.

—¿Pasó algo entre tú y María? —le pregunté, y su rostro pasó de ser sombrío a estar totalmente triste.

—En absoluto… Esa es la cuestión.

No tenía ni idea de lo que quería decir, así que seguí escuchando.

—Es una chica encantadora. Todo el mundo la adora —explicó Dewey.

Seguro que lo es.

—Me he enterado de que hace poco la ha llamado el príncipe —continuó.

Bueno, en realidad fue el rey quien la convocó, pero eso es un secreto.

—Y me di cuenta de que está completamente fuera de mi alcance —murmuró, mirando al suelo.

¡Pobre Dewey! ¡Se ha quedado sin confianza!

—Awww, Dewey, no digas eso. ¡Tú mismo eres increíble! Has pasado la prueba de admisión del Ministerio a tu edad.

Esa prueba era difícil incluso para adultos inteligentes, y mucho menos para niños de trece años. Por si fuera poco, Dewey trabajaba en el Departamento de Poderes Mágicos, donde se reunían todos los empleados más capacitados del Ministerio. A pesar de ser tan joven, todo el mundo tenía enormes expectativas en este niño prodigio.

—Fue solo suerte. No tengo poderes mágicos, y la familia de la que provengo no es lo suficientemente buena como para darme el derecho de anhelar a María. Cualquier comparación con ella me avergonzaría. —Mirando a su enamorada mientras caminaba junto a su superior, concluyó—: Ojalá pudiera ser un hombre tan maravilloso como lo es Sir Lanchester. A diferencia de mí, él es apto para caminar junto a ella.

—¡Eso no es cierto! —objeté, dejando a Dewey sorprendido.

Puede que Cyrus lo disimule bien, pero apenas puede hablar con las chicas fuera del trabajo. María está sonriendo, pero solo mira lo rígido que parece su rostro. Probablemente le está hablando de artes marciales. En realidad, definitivamente está hablando de eso. Es imposible que hable de otra cosa con ella.

Cyrus era demasiado tímido incluso para sentarse en el mismo carruaje que María o salir a comprar juntos, pero desde que ella le había pedido que le enseñara defensa personal, había encontrado un tema sobre el que podía mantener una conversación. Dewey era más cercano que Cyrus, ya que al menos podía hablar con ella durante las comidas en la cafetería.

Me gustaría poder explicarle eso a mi muy preocupado amigo, pero había prometido mantener en secreto la verdadera personalidad de Cyrus. Sabía que le daban un miedo terrible las chicas por el tiempo que pasamos juntos en el campo, pero la mayoría de la gente, incluido Dewey, lo confundía con un tipo extremadamente genial e intrépido.

—Eres tan maravilloso como él —logré decirle al final.

—Lo siento. No debería habértelo mencionado —respondió.

Lo entendí totalmente mal…

Por desgracia, como trabajábamos en departamentos diferentes, tuve que separarme de Dewey antes de poder consolarlo de alguna manera. Todavía preocupada por mi amigo, entré en el Laboratorio de Herramientas Mágicas.

—Buenos días —le dije a Sora, quien ya estaba limpiando el despacho, antes de unirme a él.

Consideré la posibilidad de pedirle a Sora un consejo sobre los problemas de Dewey, pero luego recordé lo adulta que había sido su respuesta la última vez que le pregunté por un romance. No será capaz de simpatizar con las infantiles y complejas luchas románticas de un niño de trece años.

—¿A qué se debe esa expresión de lástima que tienes en la cara? —me preguntó, notando la forma en que lo estaba mirando—. Estás pensando en algo grosero sobre mí, ¿verdad?

—No, en absoluto —le respondí a mi colega extremadamente agudo.

—Sí, claro. Seguro que sí. Solo escúpelo.

—¡No es nada grosero! Solo pensaba que no entenderías las delicadas cuestiones románticas del primer amor de una persona.

—¡Eso es definitivamente grosero! ¡No puedes ir y decidir lo que puedo y no puedo entender!

—¡¿Entonces sí los entiendes?! —jadeé, y él comenzó a frotar sus nudillos contra mi cabeza como siempre lo hacía—. ¡Oye! ¡Para! ¡Me vas a estropear el pelo! —grité, tratando de resistirme, pero sin éxito.

¡Ja! ¡Intenta distraerme porque no entiende nada de eso! pensé, pero en lugar de expresar mis dudas, decidí frotar también mis nudillos contra su cabeza.

Una vez que el pelo de Sora estaba ligeramente revuelto y el mío completamente erizado, nuestra pequeña pelea se vio interrumpida por la llegada de nuestros colegas. No obtuve ningún consejo útil de esa interacción, pero conocía al tipo al que acudir para pedir consejo. Mientras nos dirigimos a la sala donde me enseñaría sobre Magia Oscura, le conté a Raphael el problema de Dewey.

—Y por eso ha perdido toda la confianza. Quiero ayudarle, pero no sé qué hacer —concluí.

Raphael tenía facilidad para entender los sentimientos de la gente, como había demostrado con sus maravillosos consejos sobre cómo tratar a un chico que ni siquiera había conocido antes. Siempre lo había admirado como compañero de escuela y colega, pero ahora lo admiraba como un sabio maestro en el que siempre podía confiar. Estaba segura de que podría ayudarme con la situación de Dewey.

—Creo que tú… —comenzó después de pensar un rato.

—¡¿Sí?! ¿Qué debo hacer?

—Bueno, nada.

—¡¿Eh?! —exclamé, sorprendida por esta sugerencia inesperada. Me había imaginado que Raphael me daría algún consejo práctico sobre qué decir o hacer.

—¡Pero está tan triste! ¡No puedo dejarlo así! —le expliqué desesperada, y Raphael me sonrió.

—Deberías estar ahí para escucharle cuando quiera hablar, sí, pero probablemente deberías limitarte a eso.

—¿Pero por qué? Me diste esas frases perfectas cuando tuve que lidiar con Liam…

—Eso es porque sentí que Liam quería la ayuda de alguien.

—¿Y Dewey no?

—Sí. Probablemente no quiere que nadie le resuelva este asunto. Es algo con lo que tiene que lidiar él mismo.

—¿Sin ayuda?

—Exactamente —confirmó, asintiendo con la cabeza—. He hablado con él en algunas ocasiones y creo que tiene un problema de autoestima.

—¿Es decir…?

—Se infravalora a sí mismo porque no tiene suficiente confianza. No conozco bien los detalles, pero he oído que viene de una familia pobre. Tal vez esa sea la razón por la que piensa tan duramente de sí mismo.

Esto sonaba correcto: sabía de su familia gracias a la nota sobre el juego y por haberlo escuchado directamente de Dewey. Sus padres eran tan pobres que él tuvo que trabajar de niño, mientras seguía yendo a la escuela. Probablemente por eso, a pesar de ser tan inteligente, nunca le dio importancia. Solía pensar que solo estaba siendo humilde, pero tal vez no era el caso.

—O tal vez alguien cercano a él lo empujaba hacia abajo… —murmuró Raphael con la mirada triste de quien entiende lo que se siente—. Cuando te falta confianza en ti mismo, lo que haga la gente que te rodea apenas importa. Debes hacer el cambio tú mismo.

—Entonces… ¿no puedo ayudarle de ninguna manera?

—Eso no es del todo cierto. Puedes estar a su lado y escuchar sus problemas. Y si acaba pidiendo tu ayuda, por supuesto que puedes prestársela —respondió con una sonrisa.

Las palabras de Raphael me golpearon como un camión.

Por supuesto que sí. Siempre pensaba que debía hacer esto o aquello… ¡pero podría sólo escucharlo! A veces, cuando me siento mal, también quiero que alguien me escuche.

—Además, recuerda que Dewey es un hombre, con todo el orgullo que eso conlleva. Probablemente no quiera que una mujer se preocupe por él —explicó Raphael con una sonrisa ligeramente burlona.

—Je, je, Raphael, sabía que podía contar contigo, y me alegro de haberlo hecho. Gracias —sonreí a mi sabio maestro.

—O-Oh, ni lo menciones. A-Ahora, vamos —contestó, dirigiéndose a toda prisa hacia el aula donde teníamos las clases de Magia Oscura.

Huh, esa reacción fue un poco extraña. ¿Soy yo o se está sonrojando? Extraño. Supongo que ahora ha vuelto a la normalidad…

Una vez que llegamos a nuestra “aula”, continuamos con la lección anterior: dar forma a la Oscuridad. Dos días antes lo había hecho sin problemas, pero esta vez, por alguna razón, solo podía hacer que la Oscuridad se tambaleara un poco sin tomar ninguna forma precisa.

—No te preocupes, estás empezando —me consoló Raphael con su habitual sonrisa.

Me preocupa si lo haré bien en los seis meses que me quedan…

♦ ♦ ♦

Cuando terminé de enseñar a Katarina su lección de Magia Oscura, le dije que volviera al despacho del departamento antes que yo, y me quedé en la habitación, sentado. Normalmente nunca haría algo así, pero mi corazón palpitante necesitaba un respiro.

Sentía que estas lecciones nuestras nos habían acercado, pero la distancia entre nosotros se había acortado y cerrado mucho más rápido desde que le había aconsejado sobre aquel huérfano fugitivo. Parecía que ahora estaba dispuesta a abrirme su corazón.

Por supuesto, me alegraba que confiara en mí, pero conocía la mala costumbre de Katarina de bajar completamente la guardia cuando se trataba de personas en las que confiaba. Eso suponía un problema. Pasábamos tiempo juntos, a solas, literalmente a un brazo de distancia, y allí estaba ella halagándome, mirándome con ojos centelleantes. Intentaba ocultar lo mucho que me afectaba, pero después de que ella se marchaba, siempre se me aceleraba el corazón.

Durante años, las palabras de despecho de esa horrible mujer habían envenenado mi mente:

Eres un joven tan encantador, Sirius, a diferencia del hijo de esa asquerosa ramera.

Ahora, sin embargo, estaba libre de ese veneno. En cambio, las palabras de Katarina me daban fuerzas para seguir adelante.

¡Eres increíble, Raphael!

Me levanté de la silla, sintiendo que tenía toda la energía que necesitaba para el largo día de trabajo que tenía por delante.

2 respuestas a “Katarina – Volumen 11 – Capítulo 3: La ciudad natal de María (1)”

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