Katarina – Volumen 11 – Capítulo 3: La ciudad natal de María (2)

Traducido por Shisai

Editado por Sharon


Por la tarde, como de costumbre, debía leer el pacto junto con María. Encerrada en una pequeña habitación con un diccionario delante de mí, el mero hecho de permanecer despierta era una hazaña en sí mismo. Como siempre, tampoco avanzaba mucho. Por fin había conseguido leer más allá de las advertencias iniciales, y había llegado a la parte en la que se enseñaba a convocar a la Oscuridad de la nada, como había aprendido recientemente con Rafael.

Eso sigue siendo tan básico…

Después de luchar por no quedarme dormida durante un buen rato, llegó la hora de nuestro descanso. En la mayoría de los días, me lo tomaba como una oportunidad para dejar de luchar y simplemente echarme una siesta, pero hoy no podía dejar de pensar en cómo estaba Dewey.

En particular, recordé lo que dijo Rafael sobre tener a alguien que siempre lo presionaba. Intenté recordar todo lo que sabía sobre Dewey, pero me di cuenta de que no era mucho. Venía de una familia pobre, estudiaba solo, fue a la escuela mientras trabajaba, y luego se las arregló para pasar la prueba de admisión del Ministerio. Eso era prácticamente todo.

No era fácil hablar con él, ya que trabajábamos en departamentos diferentes. Lo mismo ocurría con Cyrus, pero al menos siempre nos encontrábamos en el campo, donde ya me había enterado de lo bueno que era con la agricultura, lo malo que era con las chicas, etc. En otras palabras, de todos los personajes románticos del juego en el Ministerio, Dewey era el que menos conocía.

¿Qué clase de hombre es…?, pensé para mis adentros, mirando a la nada, hasta que una hermosa chica rubia entró en la mencionada nada. Ah, sí. María probablemente sabe mucho más de él que yo. Trabajan en el mismo departamento e incluso son de la misma ciudad.

—Oye, María, ¿puedes hablarme un poco sobre Dewey?

—¿Dewey Percey? ¿De mi departamento?

—Sí, ese.

—¿Pasa algo? —preguntó, probablemente con curiosidad por saber por qué preguntaba por él de improviso.

—Me lo encontré hace un rato y parecía angustiado, pero no sé por qué —respondí. En realidad sabía la razón, pero definitivamente no podía decírselo a María.

—Ya veo… Hoy me ha causado la misma impresión.

Así que también se dio cuenta. Supongo que pasan mucho tiempo juntos mientras trabajan, después de todo.

—Espero que no esté trabajando en exceso —dijo ella, sonando extremadamente preocupada.

—Tiende a excederse con el trabajo, ¿no es así? —pregunté.

Justo después de entrar en el Ministerio, María, Dewey y yo, entre otros, fuimos enviados a una misión juntos. Fue entonces cuando María comentó lo adicto al trabajo que era Dewey.

—Sí. No tenía a nadie en quien confiar en su familia, así que siempre ha hecho lo que ha podido por sí mismo. Creo que esto se ha convertido en un hábito para él.

Debe estar tan preocupada porque ella es igual… Siempre trata de hacer las cosas por sí misma sin depender de nadie.

—Por cierto, dices que no tenía a nadie en quien confiar, pero ¿qué tipo de familia tiene? —Sabía que su familia era muy pobre, pero eso era todo.

¿Por qué un niño tiene que luchar para ir a la escuela? ¿Qué pasó con sus padres?

María pareció pensar profundamente en su respuesta; imaginé que no era un tema fácil de tratar. Me miró fijamente y yo le devolví la mirada, diciéndole en silencio que mantendría la confidencialidad de todo lo que me iba a contar. Comprendiendo esto, asintió y comenzó a hablar.

—Tiene varios hermanos, pero todos tienen que trabajar para mantener a la familia.

—¿Y sus padres?

—Ellos no trabajan…

—¿Están enfermos o algo así?

—He oído que están más que sanos, sobre todo cuando salen a beber y a divertirse.

¿Hacen trabajar a sus hijos para poder divertirse? No lo dijo abiertamente, pero la mirada de puro asco en su rostro debe significar eso…

—¿Y cuándo empezaron a trabajar sus hermanos? ¿Cómo fueron a la escuela? —pregunté. Sabía que Dewey apenas había conseguido ir a la escuela, así que, dependiendo de su respuesta, mi opinión sobre sus padres podría empeorar mucho.

—Recuerdo que a algunos de ellos les hicieron trabajar en casa desde antes de que tuvieran edad para hablar correctamente. Parece que Dewey es el único que pudo ir a la escuela.

Resultó que eran unos padres terribles. En mi antiguo mundo, servicios infantiles les habría quitado a todos esos niños.

—¿No intervienen los demás?

Yo había estado una vez en el pueblo de María y Dewey, y recordaba que, a pesar de no estar tan avanzado como la capital, tampoco estaba deteriorado. Supuse que los vecinos o alguien más alzaría la voz contra este tipo de abuso infantil.

—Algunos lo han intentado, pero sus padres son gente bastante… difícil. Cada vez que oyen a alguien quejarse, responden tratando a sus hijos aún peor. Así que al final, todos dejaron de intentarlo.

Vaya, Dewey lo tenía aún peor de lo que pensaba…

—Me pregunto —habló María en voz baja—, si Dewey está molesto por algo que le dijeron sus padres.

—N-No, no creo que sea eso —me apresuré a decir, ya que sabía que su problema era pensar que no era apto para María.

Recordé lo que Rafael me había dicho acerca de que alguien cercano a Dewey lo había presionado. Solo estaba adivinando, pero después de escuchar acerca de esos terribles padres, la conjetura de Rafael empezaba a sonar bastante acertada.

Son el tipo de personas que envían a sus hijos a trabajar mientras ellos holgazanean… No puedo ni imaginar lo que podrían haberle dicho a su hijo. Seguro que no es nada bueno.

—Sabes, cuando lo piensas de esta manera, que Dewey haya entrado en el Ministerio es aún más impresionante de lo que me había imaginado.

El examen de admisión del Ministerio, que ya era extremadamente difícil, solo podía empeorar por el hecho de que tenía que trabajar mientras asistía a la escuela. No podía ni siquiera empezar a entender cuánto esfuerzo había puesto en ello.

—Estoy de acuerdo. Realmente lo es —coincidió María, y al hacerlo, su expresión de preocupación se transformó en una sonrisa.

—Escucha, María, creo que… deberías vigilar a Dewey desde lejos como haces siempre, pero sin ayudarle a menos que él te lo pida. Ya sabes, él tiene su orgullo de hombre, ¿no? Así que tal vez sea incómodo para él que una chica le ayude —le dije a mi amiga, repitiendo lo que Rafael me había dicho antes.

—¿Orgullo de hombre? Ya veo… Seguiré tu sugerencia —asintió con una risita.

Lo sé, lo sé. Solo tiene trece años, y parece aún más joven. No es realmente lo que uno piensa cuando dice la palabra “hombre”. También me reí un poco cuando Rafael dijo eso… Pero los chicos de esa edad deben estar pasando por muchas cosas. Recuerdo que Keith estaba de mal humor todo el tiempo por aquel entonces, y mi padre me explicó que debía dejarle ser. El consejo de Rafael tiene aún más sentido cuando lo pienso así.

Después de acordar que el mejor curso de acción con respecto a Dewey sería no hacer nada, volvimos a leer nuestros respectivos pactos.

—Uf, ya he terminado por hoy. Incluso he conseguido mantenerme despierta todo el tiempo, aunque a duras penas —anuncié una vez terminada nuestra jornada de trabajo.

—Recientemente he visto a la venta un té que ayuda con la somnolencia excesiva —declaró María.

—Oh, lo necesito. ¿Dónde lo venden?

—En una tienda cerca del centro de la capital… —María explicó dónde se suponía que estaba la tienda.

—Lo entiendo, pero no estoy segura de poder llegar hasta allí… ¡Oh! ¡Ya sé! ¿No irías a comprar allí conmigo? —le pregunté. Así me aseguraría de encontrarlo y además podría comprar con mi amiga.

—Por supuesto, me encantaría —contestó, y decidimos que iríamos allí en cuanto coincidieran nuestros días libres, lo que, por suerte, iba a ser muy pronto.

Me separé de María, ya con ganas de salir con ella dentro de unos días, y volví al Laboratorio de Herramientas Mágicas a por mis cosas. Cuando entré en la oficina, encontré a mis compañeros dentro tomando un té.

—Oh, sí es Lady Katarina. ¿Le apetece algo de té? —me preguntó la increíblemente musculosa Laura, con su perfecto maquillaje y su traje de lolita gótica.

Podía parecer algo llamativa, pero, como sabía por haber ido a una misión con ella poco después de entrar en el Ministerio, Laura (oficialmente “Guy Handerson”) era una persona muy amable y con mucho talento. A veces almorzábamos juntas y me enseñaba sobre cosmética y otras cosas.

Comprobé la hora y, como aún no era tan tarde, acepté su oferta.

—Gracias. Con mucho gusto. —Me senté a su lado.

Incluso me sirvió el té, la dulce y amable Laura.

Junto a ella estaban el perpetuamente perdido Nathan Hart, el narcisista incurable Nix Cornish y la amante de la ventriloquia Lisa Norman. No se veía ni una persona normal.

No es que haya ninguna persona normal en todo este departamento de todos modos.

—Oh oh oh, estoy tan contenta de haber podido terminar el trabajo a tiempo últimamente.

—Pues sí, poder dormir bien ha hecho que mi piel brille más de lo habitual.

—Tener a la Srta. Lahna en la oficina hace mucha diferencia.

—Seguro que sí. Probablemente es la primera vez que está tan presente desde que es jefa de departamento.

Escuché sorprendida la charla de mis compañeros. Sora y yo solíamos irnos a casa en cuanto terminaba la jornada laboral, sobre todo porque aún éramos novatos, pero al parecer todos los más experimentados tenían que quedarse horas extras.

—¿Siempre hubo tanto trabajo por aquí? —pregunté.

—¡Ja! —exclamó Nix, saltando de repente de su asiento—. ¡Claro que sí! Tanto que a menudo teníamos que trabajar durante la noche, dejándome sin dormir y con la piel desprovista de su brillo natural. Era una tragedia.

Fingía suspirar y llorar, y yo no pude hacer otra cosa que mirar fijamente, esperando a que terminara.

—Lo hace parecer inventado, pero así fue en realidad —añadió Laura, apoyando cansada la barbilla en una mano.

Lisa, o más bien el peluche que utilizaba para relacionarse con el mundo, asintió con la cabeza.

—Debe haber sido duro, sobre todo si dices que la señorita Lahna nunca había estado tan presente… —reflexioné.

—Sí, pero sigue siendo una buena superiora, fíjate. Nunca se queja de cómo me visto, por ejemplo —respondió Laura.

—Y también entiende la belleza de mis maravillosos trajes —añadió Nix, hinchando el pecho mientras presumía de sus relucientes prendas.

—En los otros departamentos no sabrían cómo tratar a un tipo tan raro —comentó Lisa (el peluche).

—¡Oh, Lisa! ¿Necesito recordarte que me aceptaron en el Ministerio de Magia por mis increíbles habilidades mágicas?

—Pensé que te habían aceptado porque un pariente tuyo habló bien de ti.

—¡Eh! ¡Como si tú fueras a hablar! ¡Tú tampoco hiciste el examen de admisión! ¡Has entrado por una recomendación!

—Sí, una recomendación que obtuve por mis buenas notas y mi destreza mágica. A diferencia de alguien.

—¡¿Qué estás tratando de decir?!

—En la Academia siempre fuiste uno de los subcampeones de los estudiantes con peor rendimiento, ¿no es así?

—¡Entonces no me esforzaba lo suficiente!

Al ver que Lisa y Nix discutían así, pensé que era una buena oportunidad para preguntarles sobre algo que me rondaba la cabeza desde hacía tiempo.

—¿Se conocen desde hace tiempo?

—Sí, muy largo —respondió Nix.

—Sí, por desgracia —respondió Lisa casi al mismo tiempo.

Estas dos respuestas diferentes hicieron que empezaran a discutir de nuevo, y Laura tuvo que intervenir para darme una explicación:

—Tienen la misma edad y son amigos de la infancia. Incluso fueron juntos a la Academia.

La forma en que se lanzaban al cuello del otro hacía pensar que eran amigos desde hacía mucho tiempo.

—Mencionaron que ambos fueron recomendados para entrar en el Ministerio. ¿A ti también te pasó lo mismo? —le pregunté a Laura.

Algunas personas entraban a través de la misma prueba de admisión que había hecho Dewey, que además de su puntuación en la prueba, necesitaban que alguien respondiera por ellos. Sin embargo, los estudiantes de la Academia especialmente prometedores solían ser reclutados por recomendación y podían saltarse la prueba. Cómo sabía que Laura tenía unos poderes mágicos bastante fuertes, supuse que esto último también era el caso de ella.

—Oh, en absoluto. Solo hice la prueba de admisión estándar —respondió inesperadamente.

Todo en ella parecía dar a entender que procedía de una familia noble y que podría haber tomado el camino más fácil, por lo que enterarme de la verdad me sorprendió.

—Jeje. No solo soy guapa, sino también inteligente —declaró al notar mi sorpresa. Pensé que era mejor no husmear más, por si ese era un tema desagradable para ella—. Nathan también entró de la misma manera —continuó.

—Sí, porque no tengo poderes mágicos —explicó Nathan.

—Pero es increíble, ¿sabes? Pasó ese examen estudiando él solo.

¡Igual que Dewey! Es increíble.

—Eso es muy difícil de hacer, ¿no? —pregunté.

—Yo diría que sí —contestó después de pensar un rato—, ya que el examen no es solo sobre magia, sino también sobre una variedad de otros campos de estudio. Sin embargo, aunque nunca asistí formalmente a ninguna escuela, tuve varios tutores muy capacitados que me enseñaron. Decir que estudié por mi cuenta sería un poco falso.

—¿Varios tutores? ¿Cómo es eso?

—Mi familia forma parte de un grupo de comerciantes itinerantes. Cuando era joven, los otros mercaderes compartieron sus vastos conocimientos conmigo.

—Ya veo. Un grupo de mercaderes viajeros suena muy bien. ¿Por qué acabaste dejándolos? —le pregunté, y Nathan se quedó callado.

—Era inteligente —respondió Laura por él mientras reía—, pero siempre se perdía mientras viajaban, así que lo echaron.

—No me echaron… me sugirieron encarecidamente que buscara un trabajo que no implique viajar —la corrigió él.

Lo había visto perderse caminando dentro del Ministerio, por lo que formar parte de un grupo de mercaderes viajeros debía ser muy duro. Para el resto del grupo, claro.

—Dicho esto, incluso con tantos profesores con talento, pasar esa prueba no fue una hazaña pequeña. Hacerlo sin ayuda externa requeriría un enorme esfuerzo —dijo Nathan, tratando de desviar la discusión de esa vergonzosa historia.

Una enorme cantidad de esfuerzo… El entorno en el que se encontraba Dewey hacía que fuera difícil incluso estudiar, por no hablar de aprobar un examen que incluso a los adultos les cuesta. Debe haber sido muy difícil para él. Incluso más difícil de lo que pensaba antes.

Después de escuchar la discusión entre Nix y Lisa durante un rato más, salí del departamento y me dirigí hacia la puerta, yo sola por una vez, ya que Sora no estaba trabajando en la oficina hoy.

En mi camino, vi a María y a Dewey caminando juntos. La distancia excesivamente respetuosa que mantenían entre ellos me entristeció un poco, pero, más que eso, sentí que no podía mirar a Dewey de la misma manera que antes. Era como si pudiera ver el peso de todo lo que había pasado sobre sus hombros. Habría bastado con correr un rato para alcanzarlos, pero decidí dejarlos solos y me monté en mi carruaje para volver a casa.

De vuelta a la mansión Claes, encontré a Keith ocupado siendo tan odiosamente sexy que todas las criadas tenían problemas para concentrarse en su trabajo. Gracias a todas las demás cosas que pasaban por mi cabeza y a la resistencia que había creado tras años de convivencia, pude resistir su encanto. Por el bien de las sirvientas que me rodeaban, intenté despeinarle el pelo y la ropa en un intento de hacerle menos atractivo, pero desgraciadamente tuvo el efecto contrario.

Tengo que acordarme de preguntar a las sirvientas de los Ascart cómo se las arreglan para tener a Nicol en la casa. Sin embargo, Keith cambió tan repentinamente… y Jared también. Se volvieron cien veces más encantadores solo porque les dije que pensaría en mis sentimientos una vez que terminara de sobrevivir a la fatalidad, pero a este paso, tengo miedo de no poder sobrevivir a ellos. Probablemente me volveré loca por la sensualidad hasta el punto de que no podré pensar en nada en absoluto…, pensé justo antes de quedarme dormida.

Al día siguiente, fui al Ministerio e hice mi trabajo habitual. Parecía que me encontraba con Dewey más a menudo ahora que me preocupaba por él, pero aunque seguía pareciendo algo deprimido, seguí el consejo de Rafael y me abstuve de hacer nada al respecto.

María, quien estaba pasando la tarde conmigo descifrando su pacto, parecía estar preocupada y esperando igual que yo. De hecho, pasamos unos días así, hasta que por fin llegó el momento de ir de compras juntas.

Me preparé y monté en el carruaje hasta los dormitorios del Ministerio, donde María ya estaba fuera esperándome… con Dewey a su lado.

—Buenos días, María. Y a Dewey también.

—Buenos días, Lady Katarina —respondieron ambos.

—Me pondré en camino entonces —declaró entonces Dewey, dispuesto a volver a entrar.

—Espera, Dewey. ¿Estás trabajando hoy? —le pregunté rápidamente.

—No, hoy es mi día libre.

—¿Tienes algún plan?

—Nada en particular. Pensaba ir a la biblioteca. —Me explicó que pasaba por aquí y se detuvo al ver a María.

Oye, esto parece una buena oportunidad. No puedo dejar que se vaya así.

Había decidido que haría lo que me había dicho Rafael y que solo estaría allí para Dewey cuando quisiera hablar con alguien, pero para empezar nunca teníamos suficientes oportunidades de hablar.

—Dime, Dewey, ¿por qué no vienes a la ciudad con nosotros? —sugerí.

Eché una rápida mirada a María, solo para asegurarme de que le parecía bien, y empezó a asentir con la cabeza de inmediato mientras me miraba con ojos brillantes. Evidentemente, no tenía ningún problema.

Sin embargo, Dewey negó con la cabeza.

—No me gustaría ser una molestia mientras están intentando disfrutar.

La forma en que pensaba que su presencia sería una molestia me hizo pensar que la teoría de Rafael sobre la falta de confianza en sí mismo de Dewey era acertada. Parecía bastante triste, y sabía que no podía rendirse tan fácilmente.

—¡No seas tonto! Nos divertiríamos aún más si vinieras con nosotros. ¿Tengo razón, María?

—¡Sí! —aceptó ella, asintiendo con la cabeza una vez más—. Ven con nosotras, Dewey.

Nuestro amigo empezó a mirar como si no pudiera decidir qué hacer.

Apuesto a que es diferente ahora que la chica a la que tanto quiere le ha invitado también. Convencerlo no será tan di-

—Parece que todo el mundo está aquí hoy, ¿eh? —intervino de repente una voz familiar.

—Er… ¿Srta. Lahna? —pregunté.

—Buenos días, señorita Katarina —respondió la dueña de la voz, haciéndome un gesto con la mano.

La razón por la que no podía estar tan segura de quién era al principio era que su aspecto no se parecía en nada al del trabajo: no llevaba el uniforme y se había teñido el pelo o llevaba una peluca. Era una maestra del disfraz, y aunque siempre tenía el mismo aspecto en la oficina —probablemente también otro disfraz—, fuera de ella cambiaba tanto su aspecto que no se la podía reconocer. El disfraz de hoy estaba probablemente en el medio de estos dos extremos.

—¿Por qué estás aquí? —pregunté, recordando que había oído que no vivía en los dormitorios, ya que tenía una casa, o más bien una mansión, ya que probablemente era una noble.

—Verás, a poco que me asome a este lugar en un día libre, enseguida me ponen a hacer recados —respondió, sacando un papel del bolsillo—. Dewey Percy, aquí tienes una carta para ti. Es de tu familia. Fue entregada al departamento por error, y me han pedido que te la devuelva.

Dewey, al igual que María, vivía en los dormitorios del Ministerio. Recibir una carta de la familia de uno sonaba como algo perfectamente normal, pero su reacción parecía implicar lo contrario.

—¡¿Qué?! —chilló con una expresión de horror en el rostro.

Supongo que reaccionar así tiene sentido, teniendo en cuenta lo que me contó María sobre su familia.

—He venido a entregarla de inmediato porque ponía ‘urgente’. Si hay algún problema del que haya que ocuparse, solo tienes que decírmelo e intentaré ayudarte —dijo Lahna, entregando la carta.

A veces podía olvidarse de todo debido a su obsesivo amor por la magia, pero, en general, Lahna era una superiora buena y atenta. Después de oírla decir algo así, guardar la carta y leerla más tarde no era realmente una opción.

Tras dudar un poco, Dewey abrió el sobre y empezó a leer la carta. A medida que la leía, la expresión de su rostro se volvió cada vez más oscura.

María y yo, preocupadas por él, nos limitamos a mirar y esperar a que dijera algo. Lahna, sin embargo, se aseguró de que no tuviéramos que esperar demasiado.

—¿Qué pasa? ¿Ha pasado algo? —preguntó.

—La carta dice que una de mis hermanas menores está terriblemente enferma, y que debo volver a casa lo antes posible… —explicó nervioso.

¡Esto es terrible!

—¡Dewey! Mi carruaje está aparcado cerca, ¡así que subamos a bordo y vayamos a tu casa en él! —sugerí.

—P-Pero…

—Yo también iré. Démonos prisa, Dewey —se unió María, agarrando su brazo.

Él aún parecía desconcertado, pero asintió con la cabeza. Y así, mi viaje de compras con María se canceló y se decidió que iríamos a casa de Dewey en su lugar.

—Uhm, disculpe —hablé una vez que estábamos en el carruaje—, no es que sea un problema ni nada, pero… ¿por qué viene con nosotros, señorita Lahna?

—Tengo curiosidad por conocer la ciudad natal de María y Dewey —contestó despreocupada.

Es como si la curiosidad dictara todo lo que hace… Oh, bueno, no es que tenga ninguna razón para impedir que venga.


Shisai
¿No será algún engaño de los padres para amenazarlo y pedirle dinero? ¿O he estado viendo muchos dramas? ¿Qué creen?

2 respuestas a “Katarina – Volumen 11 – Capítulo 3: La ciudad natal de María (2)”

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