Katarina – Volumen 11 – Capítulo 3: La ciudad natal de María (3)

Traducido por Shisai

Editado por Sharon


—Sarah, eres libre de pasar el día como quieras —me dijo mi amo.

No era la primera vez que me concedían esa libertad por capricho. Cuando ocurría, volvía a mi habitación y esperaba a que pasara el día sin hacer nada, ya que no sabía qué hacer con mi tiempo libre.

Sin embargo, hoy me sentía inquieta. En realidad, eso era lo que ocurría desde hacía un tiempo. Tener alguna tarea me habría distraído, pero estar sentada sin nada que hacer me hacía pensar. Pensé en Katarina Claes y en cómo había abrazado a aquel chico y le había dicho que le tendiera la mano. Ese recuerdo me agitó profundamente.

Me había enterado de que ese día ella iba a estar en la ciudad por motivos de ocio. Esa mujer era el motivo de la agitación que sentía en mi corazón, y quería hacer algo al respecto, algo con ella. Me habían dicho que no la matara, pero cualquier cosa que no fuera eso probablemente habría estado bien. Obligada por una emoción desconocida, salí de mi habitación.

La gente de la ciudad sabrá a dónde ha ido. Solo tengo que usar la Magia Oscura para que me lo digan.

Por primera vez, actué por voluntad propia.

♦ ♦ ♦

Correr por el camino familiar hacia el pueblo de María no estaba haciendo nada para que el ambiente dentro del carruaje fuera menos sombrío. Dewey seguía apretando la carta entre sus manos, leyéndola una y otra vez.

Había oído que él y sus hermanos se apoyaban mutuamente, y algo como “vuelve lo antes posible” significaba que la situación de su hermana era bastante aterradora. Podía imaginarme lo ansioso que estaba, y me prometí presentarle a un buen médico.

El carruaje, que no era el lujoso de la familia Claes, sino uno sencillo que había mandado a preparar para que pudiéramos ir de compras, nos llevó hasta la casa de Dewey. La suya estaba aún más alejada del centro del pueblo que la casa de María.

—Mi casa no es un lugar apto para gente de su clase —nos dijo Dewey a mí y a Lahna nada más llegar—, así que pueden esperar afuera si quieren.

—Eso no importa en absoluto. Yo también estoy preocupada, así que me gustaría entrar si no te importa —le contesté, y accedió a dejarnos entrar.

—Sí, a mí tampoco me importa —coincidió Lahna, viniendo despreocupadamente tras nosotros.

Una vez que bajamos del carruaje, comprendí por qué Dewey había dicho eso. Más que una casa, era una choza, y además endeble. Parecía que una ráfaga de viento habría bastado para destrozarla. Aquello era peor de lo que había esperado, pero había visto a gente viviendo en edificios como aquellos cuando visitaba otros pueblos más pobres, así que no tuve ningún problema en entrar en uno. Lo que me confundía era cómo una casa tan destartalada se encontraba en esta ciudad relativamente rica y no tan lejos de la capital.

Cuando nos acercamos, la puerta se abrió y un hombre joven, probablemente algo más joven que yo, asomó su rostro tras ella. Era algo parecido al de Dewey, quien confirmó mis sospechas susurrando:

—Es mi hermano.

El joven, a pesar de que era imposible que hubiera escuchado un susurro tan bajo, se percató de la presencia de Dewey, y pareció sorprenderse enormemente por su presencia.

—¡¿Qué haces aquí?! —gritó, dejando bien claro que no era bienvenido allí.

Aunque sabía que sus padres eran personas terribles, había dado por sentado que los hermanos se llevaban bien.

—He recibido una carta. Por eso estoy aquí —respondió lacónicamente Dewey, que parecía dolido por la reacción de su hermano.

—¿Qué carta?

—Aquí —le entregó la carta a su hermano, quien le dirigió una mirada rencorosa.

—¿Intentas burlarte de mí? Sabes que no sé leer.

—Oh… Claro. Lo siento —respondió con tristeza.

María me había contado que Dewey era el único de su familia que había conseguido ir a la escuela, así que era lógico que sus hermanos no supieran leer y escribir. En un país como Sorcié, donde la educación era gratuita y la mayor parte de la población estaba alfabetizada gracias a ello, carecer de esa habilidad sonaba como una desgracia.

—¿Y? ¿Qué dice? —preguntó el hermano de Dewey sin cambiar un ápice la expresión de su rostro poco acogedor.

—Bueno… Dice que Bell está muy enferma y que debería volver inmediatamente.

—¿Eh? ¿De qué estás hablando? Bell está bien.

—¡¿Qué?!

Los dos hermanos Percy se miraban confundidos cuando una voz inapropiadamente feliz sonó desde el interior de la casa.

—¡¿Oh, es Dewey?! ¡¿Has venido?! ¡Te he estado esperando, hijo mío! —La voz pertenecía a un tipo enorme, quien salió a trompicones por la puerta haciendo que su redonda barriga se agitara de arriba abajo. A juzgar por su forma de andar y por su cara roja, era evidente que estaba borracho.

—Papá —murmuró Dewey en voz baja.

¡¿Ese tipo enorme y borracho es su padre?! ¡No puede ser! ¡No se parece en nada a él! O… ¿tal vez lo haría si perdiera mucho peso?

Al pensar en el padre de un niño tan correcto y educado como Dewey, ciertamente no habría imaginado un hombre tan sucio y desordenado.

—¿Qué quieres decir con que lo estabas esperando? ¿Le enviaste esa carta? —preguntó el hermano de Dewey a su padre. Su voz estaba claramente enfadada, pero su padre no pareció darse cuenta.

—Oh, sí, seguro que lo hice. Mi cuenta en el pub es tan larga que no me dan ni una gota de alcohol. Por eso llamé a mi chico prodigio a casa. Al menos tiene lo suficiente ahorrado para comprarle a su viejo padre algo de licor, ¿no es así? Y sabía que volvería corriendo si le decía que Bell estaba enferma o algo así. Es un encanto, mi chico Dewey —contestó el padre borracho, caminando hacia su joven hijo y dándole un par de palmadas en la espalda, lo suficientemente fuertes como para hacerle tambalearse—. Así que, verás, necesito algo de dinero. Todos los meses me envías algo de ese bonito sueldo tuyo, ¿no? Pero necesito más. No tanto, no te preocupes.

Hubo un silencio.

—El dinero que envío no es para ti. Es para mis hermanos —respondió finalmente Dewey, mirando con odio al hombre.

El hermano de Dewey parecía tan sorprendido como yo al saber que había estado enviando dinero a su casa con su sueldo del Ministerio. Aquel viejo imperdonable probablemente se lo llevaba todo para él, sin dejar nada para aquellos a los que iba destinado.

Una vez más, el hombre no se inmutó ante el enfado de sus hijos.

—¿De qué hablas? Las cosas de mis hijos son mis cosas. Ese no es el problema. El problema es que no es suficiente. Deberías empezar a enviar un poco más de d-

Antes de que el hombre pudiera terminar su frase, el hermano de Dewey lo había agarrado por el brazo, arrastrándolo.

—¡Cuidado, Ronnie! ¿No ves que estoy teniendo una discusión importante con tu hermanito?

Ronnie, como ahora sabía que se llamaba, no respondió a las quejas de su padre. Se limitó a empujarlo de nuevo al interior de la casa y a cerrar la puerta, poniéndose delante de ella para que no pudiera volver a salir.

—¡¿Cuál es la gran idea?! ¿Vas a tratar así a tu propio padre? —gritó el anciano desde el interior de la casa mientras golpeaba la puerta. Esta vez le tocó a Ronnie ignorar el enfado de su padre.

—Es tal y como has oído. Bell está bien. Ahora vete —le dijo fríamente a su hermano menor.

—Pero… —Dewey, estremecido por recibir ese trato tan frío, replicó mientras miraba la puerta tras la cual su padre seguía gritando, pero Ronnie no le dejó tiempo para decir más.

—Te fuiste de esta casa, así que lo que ocurra aquí no es de tu incumbencia. Ahora sal de mi vista y no vuelvas nunca más.

Dewey se estremeció ante el repentino grito de su hermano, luego se dio por vencido y comenzó a caminar de regreso al carruaje.

—Siento mucho que hayan tenido que ver esto. No tengo nada más que hacer aquí, así que… ya podemos volver —nos dijo.

—Espe- —empecé a objetar, pero Lahna me puso una mano en el hombro y negó con la cabeza.

Captando su intención, asentí con la cabeza y seguí a Dewey en silencio.

Seguimos caminando así, sin hablar, hasta que llegamos al carruaje. Una vez que lo hicimos, Dewey se dio la vuelta y dijo:

—Acabo de recordar algo que debo hacer. Por favor, vuelvan sin mí. Más tarde iré en un carruaje público.

Empezó a correr en una dirección diferente a la que habíamos venido y, antes de que nos diéramos cuenta, ya había llegado bastante lejos.

—No puedo dejar que se vaya solo así —declaró María.

Y tenía razón. Parecía que iba a romper a llorar en cualquier momento. No podíamos dejarlo y volver solos.

—Entendido. Tenemos otras cosas que hacer, así que no podemos ir contigo, pero tú ve y asegúrate de que no le pase nada malo a Dewey, ¿de acuerdo? —respondió Lahna.

Tras asentir, María corrió rápidamente tras Dewey, dejándonos a mí y a Lahna solas en el carruaje.

—Disculpa… ¿Qué otras cosas tenemos que hacer? —le pregunté.

—Oh, solo pensé que esta podría ser la oportunidad perfecta para presentarnos a la familia Percy —respondió con una sonrisa espeluznante.

Estaba dolorosamente claro en su cara que lo que estaba planeando no era una simple presentación amistosa. Sin embargo, después de ver los problemas por los que estaba pasando Dewey y la forma en que su padre se reía de todo, me encontré pensando que dejar que Lahna se soltara con el chico no sería tan malo.

Ahora mismo estoy muy enfadada con él…

—De acuerdo. Vamos —dijo ella, dirigiéndose hacia la casa de Dewey, y yo la seguí.

A medida que nos acercábamos, oímos gritos furiosos procedentes del interior de la choza. Empezamos a correr, y mis temores se confirmaron en cuanto estuvimos lo suficientemente cerca para ver lo que pasaba.

Los gritos provenían del padre de Dewey, quien estaba golpeando asu hijo. Lo empujó al suelo con ese enorme cuerpo suyo y seguía pateando al pobre Ronnie.

—¡Para! —grité, haciendo que el hombre se detuviera por un momento. Inmediatamente después, Lahna utilizó su magia de viento para lanzarlo lejos y contra la pared de la choza. El hombre solo dejó escapar un breve gemido antes de desmayarse.

No está bromeando…

Lahna fue a ver al padre, así que me apresuré a ver cómo estaba Ronnie, quien seguía en el suelo. Me di cuenta de que algunos niños, probablemente los hermanos pequeños de Dewey, estaban de pie a un lado con lágrimas en los ojos. Me agaché cerca de Ronnie y vi que tenía la cara hinchada por la paliza.

—¿Qué le pasó al viejo? —me preguntó.

Si pregunta eso, es que no ha visto a Lahna usar su magia. Bien… Casi todos los que pueden usar la magia son nobles, y se supone que no deben usarla a discreción de todos modos. Por supuesto, esto lo requería, pero es aún mejor si no se dio cuenta en absoluto.

—Hubo una repentina ráfaga de viento, y él tropezó, se golpeó contra la pared y se desmayó —expliqué.

—Oh —respondió Ronnie sin cuestionar mi historia en lo más mínimo. Tal vez era fácil de creer porque su padre se estrellaba constantemente contra las cosas en estado de embriaguez.

La sangre comenzó a fluir de la boca de Ronnie, probablemente de un corte que se había hecho mientras lo golpeaban.

—¿Estás bien? Toma, usa esto —dije, y le ofrecí mi pañuelo, pero le echó una mirada y negó con la cabeza.

—Estoy bien. No querría ensuciarlo.

—¿No es ese el objetivo de los pañuelos? —pregunté, sorprendida, y él me devolvió una mirada triste.

—Es un lujo demasiado fino para gente como yo. Esto es lo que me toca hacer —dijo, limpiándose la boca con la manga ya sucia.

La gente como yo… Suena igual que Dewey. Tal vez sea el hecho de crecer en este entorno lo que les hace pensar esas cosas.

—La gente acomodada como tú no debería andar por un lugar como este. Y también, por favor, dile a Dewey que deje de enviar ese dinero —continuó antes de que pudiera responder. Después de echar un vistazo a su padre, que seguía inconsciente, se dirigió a sus hermanos pequeños diciéndoles—: Vuelvan a esconderse por si se despierta y se pone violento de nuevo. Ahora voy a trabajar.

Intentó limpiarse un poco el barro que se le había pegado a la ropa y luego empezó a caminar, todavía sangrando, sucio e incluso cojeando como si acabara de herirse la pierna.

—¡Estás herido! ¡Necesitas cuidados! —grité, pero me ignoró y siguió caminando. Comprendí que ir tras él sería inútil, y tratar de curar las heridas de alguien mientras se resistía habría sido demasiado difícil.

Mientras pensaba en qué hacer, oí un gemido por detrás: su padre se había despertado.

—Caramba… ¿Qué ha sido eso…? —dijo, frotándose la cabeza con la mano e intentando levantarse.

—Oh, así que el perezoso por fin se ha despertado— dijo Lahna que estaba cerca.

El hombre respondió con un gruñido afirmativo. Probablemente seguía borracho, y su cara estaba tan roja como siempre, pero ver a un hombre tan grande con los ojos llenos de ira era una visión aterradora. Lo que lo hacía peor era que no solo era grande, sino que además no tenía reparos en golpear a su propio hijo hasta que empezaba a sangrar.

Se notaba que comía más que de sobra por su barriga redonda y su piel de aspecto saludable. El olor a alcohol tampoco dejaba dudas sobre la bebida. Sus hijos, en cambio, parecían todos pálidos y excesivamente delgados, empezando por Ronnie. Cuanto más pensaba en ello, más sentía que la rabia se acumulaba en mi interior.

Incapaz de controlarme, fruncí el ceño hacia el hombre, dirigiéndome a él con rabia.

—¿Cómo puedes hacer algo así? La violencia hacia los niños es imperdonable.

—¿Eh? ¿Cuál es tu problema? Son mis hijos y hago lo que quiero con ellos. Sal de mi vista —me dijo antes de empezar a gritar—: ¡Niños! ¿Dónde están? ¡¿No ven que su padre está herido?! ¡Vengan a curarme! ¡Y traigan algo de dinero! Necesito comprar mi bebida.

Los niños parecían haberse escondido tal y como Ronnie les había dicho, y no se les veía por ninguna parte. Dándose cuenta de que sus gritos no iban a servir de nada, el hombre chasqueó la lengua con fastidio y golpeó con el puño la pared de su casa.

—¡Les he dicho que salgan, mocosos! Si no aparecen ahora mismo, recibirán el doble de la paliza.

Oí una voz de llanto ahogado procedente de un árbol cercano a la casa. Una niña que parecía tener unos 10 años salió de detrás de él, intentando proteger con cuidado a otro niño que parecía mucho más joven aún. La mirada de rendición en su rostro era simplemente devastadora.

—¿Por qué has tardado tanto? ¡Cuando tu padre te llama, tienes que darte prisa! —espetó el hombre, levantando la mano y preparándose para bajarla con fuerza a la cara de la niña.

Estaba tan sorprendida que ni siquiera podía reaccionar, pero… su brazo se detuvo al bajar, bloqueado por una ráfaga de viento.

—Basta —le ordenó Lahna fríamente al hombre.

El miedo que sentía hacia el hombre no era nada comparado con el aura de desprecio enfurecido que emanaba de Lahna ahora mismo. Era la primera vez que la veía enfadarse.

—Déjame decirte algo, escoria —continuó, con el rostro completamente inexpresivo—. Los niños no son herramientas. Son personas, y no son tuyos para usarlos como quieras.

Una vez que terminó de reprender al borracho, Lahna envió otra ráfaga de viento hacia él, arrojándolo de cara al suelo. Soltó un gemido y dejó de moverse.

Los niños observaban la escena con los ojos muy abiertos y la boca cerrada. Eso también fue sorprendente para mí, por supuesto. Nunca había visto a Lahna utilizar su magia sobre alguien hasta ese punto, ni siquiera cuando luchaba contra matones. No sabía qué la había hecho estallar como lo hizo, pero el borracho no se iba a levantar en mucho tiempo.

—¿Está bien usar la magia así? —le pregunté en cuanto me recuperé del susto. Iba a golpear a un niño, seguro, pero seguía siendo solo un civil, así que esto parecía un exceso.

Lahna, cuya rabia ya se había calmado, se lo pensó un rato.

—Bueno, tengo que asegurarme de que lo que ha pasado aquí se quede aquí. No te preocupes por ese tipo: estará inconsciente durante todo el día, como mínimo. Vuelvo enseguida —prometió antes de desaparecer rápidamente.

¿Qué se supone que debo hacer ahora? Al menos no tengo que preocuparme por ese hombre, pero…

—¿Estás bien? —le pregunté a la niña, que seguía de pie como si quisiera proteger a su hermano menor.

Sus pequeños hombros se movieron con sorpresa antes de decirme débilmente:

—Sí…

El miedo en su rostro me entristeció. Probablemente, estos niños sufrían ese tipo de violencia a diario.

—No te preocupes. Esa mujer que acaba de salir corriendo se va a encargar de las cosas —traté de consolarla, sonriendo con calidez, sabiendo que Lahna nunca dejaría a estos niños solos. Definitivamente iba a hacer algo al respecto, y si no lo hacía ella, lo haría yo.

El ceño aterrorizado de la chica se suavizó un poco. Pareció reflexionar un rato antes de hacerme una pregunta nerviosa.

—¿Son amigas de mi hermano Dewey?

Oh, así que realmente es su hermana. También se parece a él.

—Sí. Somos amigos y también compañeros de trabajo. ¿Estabas aquí cuando vinimos todos juntos antes?

—Mmmm… Estaba mirando desde dentro de la casa.

—Ya veo. Aunque deberías haber salido. Apuesto a que a Dewey le habría encantado verte. Por cierto, todavía no ha vuelto. Quizá debería ir a decirle que venga aquí —sugerí, pero la chica negó con la cabeza.

—No… Ronnie se va a enfadar con nosotros.

—Ronnie… es tu hermano, ¿verdad? El que estaba siendo golpeado antes. ¿Por qué se iba a enfadar con ustedes? —pregunté, sorprendida.

—Dijo que Dewey es diferente a nosotros —explicó con cara triste—, así que no podemos verlo ni hablar con él nunca más.

Así que no solo le dijo a Dewey que no volviera, sino que le está diciendo a sus otros hermanos que lo eviten también.

—Olvídate de Ronnie por un segundo. ¿Qué hay de ti? ¿Te gustaría ver a Dewey? —pregunté, haciendo mi mejor esfuerzo para sonar amable y tranquilizadora.

—Quiero verlo. Quiero hablar con él. Es tan amable y sabe tantas cosas interesantes. Quiero a mi hermano —exclamó, y al hacerlo, las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos.

Le tendí la mano y le di unas palmaditas en la cabeza. Esta chica probablemente estaba haciendo lo que Ronnie le había dicho, y no podía hablar de lo que realmente sentía con nadie. Tal vez se abrió conmigo porque le dije que era amiga de Dewey.

La niña empezó a sollozar, temblando al hacerlo, y yo la abracé suavemente. Al principio pareció sorprendida, pero luego se dejó llevar y apoyó su cuerpecito contra el mío sin dejar de llorar.

Mientras esperaba a que la pobre niña se calmara, pensé en Ronnie y Dewey. El primero decía que no quería tener nada que ver con el segundo, pero, viendo cómo interactuaba realmente con él, daba una impresión algo diferente.

—Gracias… —La chica parecía un poco avergonzada una vez que sus lágrimas habían cesado.

—No te preocupes. —Le di una palmadita en la cabeza una vez más. Fue entonces cuando noté que varios pares de ojos envidiosos miraban en mi dirección.

Más hermanos de Dewey, todos incluso más jóvenes que la niña con la que acababa de hablar, habían salido de su escondite y ahora me miraban fijamente.

—¿Todos quieren que les acaricie la cabeza? —pregunté, y todos asintieron.

—Dewey siempre lo hacía por nosotros, pero Ronnie nunca lo hace, así que… —explicó tímidamente la chica.

—¡Bueno, entonces es hora de acariciar cabezas! —anuncié, acariciando el pelo de todos los niños por turnos, hasta que todos sonrieron.

—Oye —le dije a la niña cuando terminé—, creo que quiero tener una charla adecuada con Ronnie. ¿Puedes decirme dónde trabaja?

—¿Una… charla apropiada con él?

—Sí. Sobre Dewey.

—Pero él no… —empezó a decir ella, dejando la frase sin terminar. No le gusta Dewey, es lo que probablemente quería decir.

—Tengo que hablar con él para estar segura —respondí, tratando de poner algo de confianza en mi voz.

Nunca se podían adivinar los sentimientos de los demás, por muy cerca que estuvieran de ti. La única manera de saber la verdad era preguntarles directamente. La niña, convencida, me dijo dónde trabajaba su hermano mayor. Dejando el destino de los niños en las hábiles manos de Lahna, me dirigí hacia el lugar de trabajo de Ronnie.

5 respuestas a “Katarina – Volumen 11 – Capítulo 3: La ciudad natal de María (3)”

  1. Yo cada cinco lineas que leia “usa el pacto oscuro. ” “que ese cerdo olvide que tuvo hijos y que los hijos crean que son huerfanos. es lo que se merecen”

    Me emocione un poco.

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