Katarina – Volumen 11 – Capítulo 4: Hermanos divididos (1)

Traducido por Shisai

Editado por Sharon


Yo, Dewey Percy, fui criado por dos personas que hicieron todos los hijos que pudieron y luego los hicieron ganar dinero para que ellos mismos no tuvieran que trabajar. Nuestra casa era decrépita, nuestra ropa estaba desgastada y nuestros estómagos estaban constantemente vacíos. Mis primeros recuerdos son los de trabajar en casa cuando era niño. Cada vez que cometía un error, mis padres me insultaban y golpeaban, diciendo lo inútil que era.

Algunos de mis hermanos mayores se habían escapado sin decir nada, probablemente hartos de aquella horrible situación en casa. Por culpa de nuestros padres, nunca habían aprendido a leer y escribir. Me preguntaba cómo se las arreglaban solos en este país mayoritariamente alfabetizado. Sin embargo, nunca supe nada de ellos.

Sin embargo, Ronnie, uno de mis hermanos, a pesar de ser cinco años mayor que yo, nunca se fue de casa. Se quedó allí, aguantando valientemente lo espantoso de todo para poder cuidar de sus hermanos.

Siempre parecía gruñón, pero en realidad se preocupaba mucho por nosotros, e incluso quitaba alimentos de sus comidas para que pudiéramos comer más. Yo le admiraba y, al mismo tiempo, quería ser de alguna ayuda.

Por supuesto, no quería convertirme en alguien como mis padres, pero tampoco quería quedar tan indefenso como mis hermanos mayores, cuya única opción había sido huir. Quería cambiar esta horrible situación, tanto para mí como para el resto de mis hermanos.

Para salir de la pobreza, necesitaba un buen trabajo, que a su vez requería claramente que estudiara mucho. Hice un trueque con mis hermanos, prometiendo que seguiría trabajando igual, y les convencí de que me dejaran ir a la escuela.

Durante el día, iba a la escuela, donde mis compañeros se burlaban de mí por mi ropa raída y mi viejo y maltrecho libro de texto. Por la noche, me quedaba hasta tarde para trabajar y estudiar aún más.

Mis esfuerzos dieron resultado, y pude saltarme grados y aprobar rápidamente lo que la gente llamaba la prueba de admisión más difícil del reino, que me permitiría trabajar en el Ministerio de magia. Cuando recibí la noticia de haber aprobado, sentí la mayor felicidad que he tenido en toda mi vida.

Cuando empecé a trabajar en el Ministerio, me trasladé a la residencia de trabajadores situada en las instalaciones, pero no me olvidé de mi familia. En cuanto recibí mi primer sueldo, lo envié casi todo a casa, dirigido a Ronnie, con la esperanza de que facilitara la vida de mis hermanos, y seguí haciéndolo cada mes.

Sin embargo, descubrí que Ronnie no sabía nada de ese dinero, que había sido interceptado por mi padre y utilizado para financiar su bebida. O tal vez una parte había ido a parar al bolsillo de mi madre, no lo sé, pero sea como fuere, mis hermanos no vieron ni un céntimo.

Estaba tan ocupado acostumbrándome a mi nuevo trabajo que nunca encontré tiempo para visitarlos… Bueno, a decir verdad, sí tenía días libres, pero nunca los utilizaba para volver a casa. En el Ministerio tenía una habitación bonita y limpia, comidas sabrosas y calientes. No tenía que dormir en el frío suelo envuelto en un montón de trapos, no tenía que sentir hambre y, lo más importante, no tenía que soportar la violencia de mi padre.

Me gustaba mi nueva vida, y no quería volver sólo para ser golpeado por ese viejo borracho. Al final, no era diferente de mis otros hermanos que habían huido. Solo pensaba en mí, en hacer lo mejor para mí sin importarme cómo estaban mis hermanos y hermanas. Los había abandonado.

Era lógico que Ronnie me dijera que no volviera nunca más. Me lo había merecido, y no tenía derecho a sentirme triste por ello.

Todo es culpa mía, pensé, conteniendo las lágrimas lo mejor que pude, cuando oí que alguien me ponía una mano en el hombro y me llamaba por mi nombre. No necesité girarme para saber quién era. Conocía bien su voz: era María, la chica que amaba.

Nos conocíamos desde que éramos niños. Aunque vivíamos en la misma ciudad, su situación era totalmente diferente a la mía: ella era una usuaria de magia, y de la magia de la luz encima de todo, lo que la convertía en una rareza entre los plebeyos.

Al principio, recuerdo haber sentido envidia por ella. Sin embargo, al escuchar los rumores de la gente del pueblo, me enteré de que su vida no había sido tan buena como yo creía. Sus vecinos la rechazaban por sus poderes y, una vez en la Academia, fue acosada por sus compañeros de clase nobles.

Nunca olvidaré su mirada cuando me dijo que ella también creyó que tendría que luchar sola. Sin embargo, a pesar de la tristeza, a pesar del dolor de todo ello, seguía mostrando su amable sonrisa.

A pesar de que la gente de allí era de todo menos acogedora, seguía yendo a su ciudad natal en sus días libres. La fuerza que mostraba era increíblemente encantadora, pero al mismo tiempo me hacía ver que yo nunca podría ser como ella. Había abandonado a su suerte a los hermanos a los que quería ayudar, disfrutando de mi nueva vida de ocio.

—¿Está todo bien, Dewey? —me preguntó suavemente.

Sabía que estaba mintiendo. Sabía que no tenía ninguna razón para estar allí y que solo quería asegurarse de que yo estaba bien… y quise dejarme llevar, aceptando la lástima que me ofrecía. Sin embargo, no era digno de su bondad.

—Sí —afirmé, conteniendo las lágrimas—, solo estaba un poco sorprendido. Lo siento. Pero mi hermano no tiene la culpa de lo que dijo. Yo sí los abandoné. Siento que hayan tenido que presenciar esa escena. —No podía levantar la cabeza, y mucho menos mirar a María directamente a los ojos—. Como dije, tomaré un carruaje público, así que por favor regresen sin m-

Mientras hablaba, ella me tomó de los brazos, y me encontré dentro de un cálido abrazo.

—Dewey. ¿No te he dicho que no tienes que enfrentarte a todo tú solo? Puedes confiar en mí —dijo, acariciando mi espalda—. Si tienes ganas de llorar, no debes contenerte. Te hará sentir un poco mejor —continuó, y como si fuera una orden, las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos.

Me debatía entre la vergüenza de que me vieran llorar y el cálido consuelo del primer abrazo suave que recordaba haber recibido.

Después de llorar un rato, me sentí un poco mejor, tal y como me había asegurado María. Sin embargo, cuanto más me calmaba, más se intensificaba la incomodidad. En particular, mi cara se apretaba contra algo muy suave, que solo podía ser…

No, no pienses en eso. No puedo pensar en eso.

Pero cuanto más trataba de ignorar ese hecho, más no podía dejar de pensar en ello.

—Ya estoy bien. Por favor, déjame ir —insistí, ahora en mi límite, y me liberé de su pecho, quiero decir, de su abrazo.

Solo podía imaginar lo roja que estaba mi cara en ese momento, pero al menos mi corazón se sentía un poco más ligero.

—Ahora sí pareces estar bien —me dijo María con una sonrisa.

—Sí…

La chica que amo me consoló mientras lloraba… ¿Debería alegrarme por esto? ¿Debería avergonzarme?

—Así que, ya que estás bien ahora, tengo una propuesta que hacer. ¿Te gustaría escucharla? —Me miró fijamente con sus claros ojos azules, haciendo que mi cara se calentara aún más.

—Por supuesto…

—¿Qué tal intentar hablar con tu hermano de nuevo?

—¡¿Qué?! —grité, completamente sorprendido. Había asumido que María, en su amabilidad, sugeriría mantener las distancias con alguien que claramente no quería tener nada que ver conmigo—. Me dijo que no volviera nunca, porque abandoné a mi familia…

—A eso me refiero —respondió ella, haciendo un gesto con el dedo índice—. No los abandonaste. Les enviabas dinero, y hoy has venido corriendo en cuanto has leído esa carta.

—Sin embargo, nunca he vuelto aquí antes de hoy…

—Apenas ha pasado medio año desde que te fuiste. Acabas de empezar tu nuevo trabajo, así que estoy segura de que has estado ocupado poniéndote al día con el trabajo incluso en tus días libres.

—Eso es cierto, sí, pero… —Sabía que, si realmente hubiera querido hacerlo, podría haber encontrado tiempo para volver a casa. Pero decidí no hacerlo.

—Y sobre todo, ni siquiera sabes por qué tu hermano te dijo esas cosas.

—Eso es solo porque lo dejé a él y a todos mis otros hermanos…

—¡Pero no lo hiciste! No puedes estar seguro de lo que siente, ya que nunca habéis hablado de ello. Sólo estás haciendo suposiciones. Alguien —dijo con una risita—, me dijo una vez esto: no puedes saber lo que piensa la gente, aunque sean muy cercanos a ti. Incluso si son de la familia. Así que tienes que hablar con ellos para estar seguro.

Me di cuenta de que intentaba imitar a Katarina, y no pude evitar soltar una risita también.

Sin embargo, tenía razón. Incluso cuando vivíamos juntos, Ronnie y yo estábamos tan ocupados que nunca teníamos mucho tiempo para hablar entre nosotros. Era un tipo gruñón, pero siempre estaba pendiente de sus hermanos; no sabía por qué diría algo como eso.

No debo huir, pensé, pero tampoco pude armarme de valor para dar un paso adelante.

—Iré contigo —declaró entonces María, e inmediatamente comencé a caminar de vuelta a casa, con la mujer más maravillosa del mundo a mi lado.


Shisai
Aquí tenemos a Dewey, un personaje que no esta enamorado de Katarina. ¡Adorenlo! Jajaja.

Sharon
Es una especie en peligro de extinción.

3 respuestas a “Katarina – Volumen 11 – Capítulo 4: Hermanos divididos (1)”

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