¡¿La Bruja devoradora de desgracia en realidad es un vampiro?! – Capítulo 5: Pronóstico de flores de verano

Traducido por Den

Editado por Yusuke


Durante el tiempo en que Ernest estuvo ocupado, Yuuri recibió una carta. Siendo más precisos, la carta estaba dirigida a sus difuntos abuelos, Leony Hana.

—¿Walt Aldridge? ¿De la familia Aldridge…?

Los Aldridge eran comerciantes, al igual que los Watoh. Se remontan al menos hasta la época del bisabuelo de Yuuri. Así que deberían haber sabido del fallecimiento de sus abuelos. No podía entender por qué les enviarían una carta ahora.

Desconcertada, Yuuri rompió el sello y leyó la carta.

Queridos León y Hana, 

Las rosas de algodón han comenzado a florecer en nuestro jardín una vez más. Esperamos que traigan a su nieta y nos visiten.

Esas dos oraciones trajeron una oleada de recuerdos de cuando estaba en la casa de los Aldridge.

El hombre que había enviado la carta, Walt Aldridge, era un anciano un poco más mayor que sus abuelos. Yuuri podía verlo con claridad en su mente, invitándola al jardín que mencionó y ofreciéndole dulces.

Lo llamaba: “Abuelo Aldridge”.

—Las rosas de algodón… Las favoritas de la abuela… La flor que solía decir que se parecía a mí.

Según lo que recordaba, el actual cabeza de la familia no era Walt sino su hijo, quien había asistido al funeral de sus abuelos. Walt estaba demasiado frágil en ese momento como para asistir. Pero si la vejez le había quitado la capacidad de recordar que sus abuelos estaban muertos, ¿realmente debería corregirlo?

Yuuri se cansó de darle vueltas al asunto y decidió preguntarle a Simon qué pensaba. Tal vez él o su padre podrían contactar con la familia Aldridge.

♦ ♦ ♦

Varios días después, Yuuri y Simon visitaron a los Aldridge. Walt Aldridge estaba casi completamente postrado en cama, pero había insistido en ver a la nieta de sus queridos viejos amigos, por lo que su hijo Tracey había organizado una visita. Su hijo dijo que su mente se había deteriorado tanto que había olvidado haber enviado la carta.

—Ayer sabía perfectamente que el señor León y la señorita Hana habían fallecido. Aún así insistió en verte, Yuuri… Supongo que la hora nos llega a todos. Incluso trata a su propia familia con recelo, por eso te pido que lo perdones si dice algo que no sea amable —explicó Tracey con una sonrisa.

Dependiendo de cómo se sintiese Walt, algunos días incluso olvidaba el rostro de su propio hijo.

—Esta mañana cuando le dije que venías, insistió en salir de la cama y esperar en la terraza acristalada. Le dije que no estarías aquí por horas, pero no me escuchó.

Finalmente los acompañó a la terraza acristalada. La pared que daba al sur era completamente de cristal, pero estaba cubierta con cortinas de encaje. Por lo tanto, la luz que llenaba la habitación era lo suficientemente suave como para que los ojos de Yuuri pudieran soportarlo. Un hombre en una silla de ruedas estaba sentado junto a una mesa, con una amplia sonrisa en su rostro. Era más delgado y tenía más arrugas de las que recordaba.

—Abuelo Aldridge, ha pasado mucho tiempo…

—¡Señorita Hana! ¡Qué suerte que hoy sea un día nublado! Sé lo mucho que odia la luz brillante.

—¿Abuelo?

Utilizó todas las fuerzas que tenía para levantarse de su silla de ruedas. Se tambaleó mientras intentaba ponerse de pie. Yuuri y Simon corrieron hacia él, apresurándose para sujetarlo.

Ver a Hana, o más bien, a Yuuri, a su lado, lo tranquilizó y regresó lentamente a su asiento, mirando a la joven.

—Señorita Hana es tan encantadora como siempre.

Sus abuelos la traían a menudo cuando era niña, así que Walt todavía debería tener recuerdos de una Hana envejecida junto con su nieta. Sin embargo, la imagen de su abuela en sus días de juventud probablemente ocupaban un lugar más grande en el corazón del hombre.  Sonrió incómoda, no queriendo molestarlo.

—Padre, esta no es la señorita Hana, sino su nieta, Yuuri. —Lo corrigió Tracey, incapaz de dejar que continuara ofendiendo a la dama.

Walt parpadeó varias veces, inclinó la cabeza hacia un lado y luego miró a su hijo y a ella una y otra vez.

—Ah, sí, es cierto… La señorita Hana y León se han ido. Lo lamento muchísimo. Parece que ya no puedo recordar nada. Sin duda eres Yuuri y… Saizoh, ¿verdad?

—Soy Simon, señor Walt. Saizoh era el nombre de nuestro bisabuelo.

—¿Simon? De alguna manera te pareces a León cuando era joven. Puedo verlo en tus cejas. ¿No puedes?

A Simon siempre le decían que se parecía a su madre. Aún así, había heredado rasgos de la familia de su padre.

Los ojos de Walt eran amables mientras hablaba de cómo se parecía a León.

—¿Señor Walt, usted era cercano a nuestro abuelo?

Tanto Yuuri como Simon estaban seguros de que Walt era cercano a su abuela. Después de todo, su abuelo había sido un jardinero, era poco probable que fuera un amigo para el hijo de una familia noble como los Aldridge.

—Sí, por supuesto. Cuando tenía diecinueve años trabajé y viví con los Watoh. Sin embargo, mi hermano falleció y me vi obligado a regresar a casa, pero aún así pasamos muchas tardes pasando el rato en el jardín… los tres.

A pedido de Walt, Tracey abrió las grandes ventanas de cristal en la terraza acristalada. Justo detrás de ellos había una pendiente que conducía al jardín. Yuuri estaba segura de que la razón por la que las cortinas de encaje estuvieran abiertas en un día nublado era por consideración a ella. No estaba segura de cuánto sabía él de su condición, pero estaba claro que sabía algo.

—¿Lo ayudo, señor Walt? —le preguntó Simon, poniéndose detrás de la silla y comenzando a empujarlo poco a poco.

—¿Necesitas una sombrilla? —le preguntó.

—No, estoy bien. El sol no es tan brillante hoy.

Yuuri caminó junto a Simon mientras empujaba la silla de ruedas. Walt los guió al mismo jardín donde florecían las rosas de algodón de su carta. Las flores eran rosadas o blancas en el exterior y de un color escarlata oscuro en el centro. Muchas de las innumerables flores eran más grandes que las palmas de sus manos.

La silla de ruedas se movió con tranquilidad, sus ruedas repiqueteando contra el camino de piedra.

—Ahh, esto me trae recuerdos. El aroma de la tierra y la hierba. Oh, verlos a ambos me hace volver a sentirme joven. Recuerdo cómo la señorita Hana y León se peleaban por cada cosa pequeña… Como yo era mayor, nunca se peleaban conmigo. Disfrutaba viéndolos armar un alboroto.

—¿El abuelo y la abuela? Es difícil de imaginar. Siempre se llevaron muy bien.

Este hombre claramente conocía un lado de sus abuelos que ellos nunca habían visto. En los recuerdos de Yuuri, la pareja casada nunca peleaba. Siempre habían sido tan cercanos y amorosos, pero parecía que las cosas fueron diferentes cuando eran más jóvenes.

—Ambos peleaban porque estaban muy unidos. Como el adulto, sólo podía cuidarlos. Me preocupaba mucho por los dos, incluso después de que se fugaron…

—¿Se fugaron? ¿Nuestros abuelos se fugaron?

—Esta es la primera vez que escucho algo así.

Aunque fue una sorpresa para Simon, fue una sorpresa aún más grande para ella, que había vivido con ellos durante tanto tiempo.

—¿Nunca se los contaron? Bueno, tal vez “fugarse” fue una palabra demasiado fuerte. Después de todo, a León se le otorgó el apellido Watoh. —Walt extendió una mano y acarició suavemente una rosa de algodón rosada—. Era un adulto en ese momento y era más como un guardián que como un rival potencial que luchaba por el afecto de la señorita Hana…

—¿Un rival?

—Con el paso de los años, me he preguntado cómo habría sido la vida si hubiera tomado un camino diferente. ¿Habría tenido una familia feliz con ella? Esos sentimientos nunca han menguado. Pero se supone que está bien soñar, ¿verdad? Hay tantas cosas que desearía poder preguntarle a la señorita Hana.

—¿Que quería preguntarle a mi abuela?

Walt asintió con tristeza. No importaba cuánto deseara una respuesta ni cómo ella pudiera tratar de dársela, solo su abuela podría darle realmente lo que buscaba.

Aún así, el anciano caballero miró con melancolía las rosas de algodón rosadas en busca de una respuesta.

♦ ♦ ♦

Hana llegó a Hylant desde Hinomoto cuando tenía siete años. Su padre era un comerciante y su madre una doctora especializada en fitoterapia [1].

El padre de Hana compraba medicina xingkaese para vender en Hinomoto, así que sus padres se conocieron a través de su trabajo.

Cuando su padre finalmente decidió expandir su negocio de comercio exterior hacia el oeste, más allá de Hinomito y Xingka, a una tierra llamada Hylant, Hana no tenía ni idea de lo que le esperaba por delante.

En su primer año en Hylant, la familia alquiló una casa junto al muelle. En el tercer año, habían acumulado suficiente riqueza para construir una mansión en el distrito residencial más rico de la ciudad. Desde que podía recordar, sus padres siempre estaban ocupados, pero creía que lo hacían todo por amor a ella. Pero una vez que se mudaron a esa enorme mansión, sus padres se volvieron aún más distantes.

La mansión era tan grande que apenas podía saber cuándo uno de sus padres llegaba a casa del trabajo.

Las lecciones que una vez su madre le dio ahora las manejaba un tutor privado.

Aunque su vida se había vuelto más lujosa, de alguna manera también se sentía más sola. La casa podía haber cambiado, pero esos sentimientos de soledad perduraban. Hana se preguntaba cuándo y si alguna vez se acostumbraría a su nuevo hogar.

Una mañana cuando tenía diez años, reflexionó sobre esa pregunta mientras paseaba por su hermoso jardín. Tanto ella como su padre eran descendientes de vampiros de sangre pura. Aunque la brillante luz del sol no les hacía arrodillarse del dolor, era incómodo para ellos.

Los adultos podían forzarse a aceptar esas cosas si tenían que hacerlo, pero como una niña, ella estaba menos acostumbrada a hacerlo. Cuando salía a caminar, solo lo hacía en días nublados o por las noches.

Después de tres días en la mansión, recordaba dónde estaba casi todo. Pero no podía recordar las caras ni los nombres de las personas que trabajaban allí.

Ese día se encontró con un chico de su misma edad. Su cabello y sus ojos le recordaron a la canela y el ángulo agudo de sus cejas dejaron una profunda impresión en ella. Llevaba una camisa vieja hecha de cáñamo. Le quedaba un poco grande, así que se remangaba varias veces. Le habían puesto parches al chaleco y los pantalones muchas veces, y no le quedaban mejor que la camisa.

Por el aspecto de su ropa y el hecho de que se recogía las mangas, Hana supuso que debía ser algún sirviente.

—¿Quién eres? —preguntó, feliz de finalmente conocer a alguien de su edad en la mansión.

—¡Ah!

El chico estaba tan inmerso en su trabajo que ni siquiera la había notado hasta que le habló. La sorpresa hizo que se cayera de espaldas.

Pero no le sorprendió que lo llamara, sino su apariencia.

Su cabello y sus ojos eran de un color ébano que era extremadamente raro en este país. Su piel y la altura de su nariz la hacían parecer completamente diferente a cualquier chica hylantiana que hubiera visto.

—Ah, lo siento mucho. Estaba trabajando en el jardín. ¿Eres la señorita de esta mansión?

El chico todavía era torpe con su forma de hablar formal. Incluso Hana lo manejaba mejor que él. Ella hablaba menos como alguien nacido en el extranjero y más como alguien de una región local con un acento marcado.

—Soy Hana Watoh. Encantada de conocerte. ¿Cuántos años tienes? ¿Cuál es tu nombre?

—Soy León. Tengo, uh… doce años. —El chico se puso de pie, se sacudió la tierra y las hojas de los pantalones y se presentó.

—¿Doce? ¿Sólo tienes doce años y tienes trabajo?

Esta vez fue ella quien se sorprendió. No podía entender por qué alguien que era casi de su misma edad tendría que trabajar. Incluso cuando vivían cerca del muelle, su familia había sido lo suficientemente rica como para conseguir una casa más bonita que la mayoría.

—Ah, sí, conseguí un trabajo… Quiero decir, sí, señorita, estoy trabajando. Soy el aprendiz del maestro jardinero, para poder aprender el oficio.

—Está bien, bueno, ya que te sorprendí… ¡te ayudaré!

—¿Eh? ¡N-No, está bien! ¡Es mi trabajo después de todo!

—¿Por qué no? Terminarás más rápido. ¡Vamos, quiero ayudar!

Para la joven Hana, alguien que se ofrecía a ayudar siempre era generoso.

Todavía no sabía diferenciar las clases o los estatus sociales.

—Está bien. Estoy bien… pero gracias.

—Ah, pero quiero ayudar. ¿Por qué no puedo?

—¡Porque es mi trabajo! Si dejo que me ayudes, tus manos y tu ropa se ensuciarán y me gritarán!

Cuanto más insistía, más molesto estaba León. Estaba tan molesto que estaba volviendo a arrastrar las palabras.

—¡Oye, León! ¿Por qué estás molestando a la señorita de la mansión? ¡Ya puedes olvidarte de almorzar!

Una voz profunda retumbó en el jardín. Era el maestro jardinero, el jefe de León.

Hana miró a su alrededor y vio al hombre corpulento que avanzaba hacia ellos. Era incluso más grande que los marineros con los que había venido a Hylant y su cabello gris acentuaba su piel quemada por el sol. Era alto, incluso comparado con la gente hylantiana alta, y su tamaño la asustó.

Era un hombre bullicioso e imponente.

Se escondió aterrorizada detrás de León.

—Está enfadado conmigo —murmuró en una voz lo suficientemente baja para que su jefe no lo escuchara. Aún así, Hana estaba asustada y se aferró a su espalda, cerrando los ojos con fuerza.

—Jefe, la joven dama está asustada. ¿No puede verlo? Por favor pare.

—Jajaja, lo siento mucho, señorita. —Se rió a carcajadas y cualquier indicio de estar enfadado con alguno de ellos dos pareció desaparecer.

Su cuerpo y su voz podían ser fuertes, pero parecía que era una buena persona por dentro. Hana finalmente se asomó por detrás de la espalda de León.

—Uhm, lo siento mucho. León no hizo nada malo, así que por favor no le grité.

—¿No? ¡León tienes suerte de que la señorita de la casa sea tan generosa!

Era un buen hombre. Pero era tan imponente que Hana lo encontró demasiado intimidante como para hablar por mucho tiempo con él.

Pero ella todavía no entendía la posición que tenía, que en realidad era la que tenía más autoridad entre ellos.

El maestro jardinero revolvió el cabello de León. A Hana le pareció un gesto de afecto o incluso de amor platónico. El chico pareció hosco, aunque en realidad podría haber estado avergonzado.

—¡Señorita Hana, ahí está! ¡Su desayuno está listo! —Una voz familiar la llamó desde la mansión. Era Walt, el asistente personal de su padre.

Su traje estaba perfectamente planchado y el nudo de la corbata también era perfecto. Nunca había visto ni un solo mechón de su cabello color miel fuera de lugar. Aunque era de un hombre razonable y sereno, siempre había sido amable con ella, como un hermano mayor.

Solo tenía veinte años. Había escuchado de su padre que era el segundo hijo de una compañía con la que los Watoh hacían negocios, así que él lo estaba entrenando. A pesar de que tenía mucho trabajo que hacer, la consentía a menudo.

—Buenos días, Walt. ¿Ya es hora del desayuno?

—Sí, sus padres la están esperando.

Hana aceptó en silencio la mano de Walt. A pesar de que sólo era una niña, siempre la trataba como una dama.

—¡Es verdad! —exclamó Hana. Cuando se dieron la vuelta para regresar a la mansión, se dio cuenta de que no se había despedido del maestro jardinero y su aprendiz—. León, señor, lamento lo de antes… ¡Nos vemos luego!

Se despidió enérgicamente mientras se dirigía hacia la mansión, y la pareja hizo una reverencia cuando se fue.

—¿Pasó algo?

—Uhm, bueno, estaba tan emocionada de encontrar a alguien de mi edad aquí que le pregunté si podía ayudar, pero se molestó conmigo.

El maestro jardinero le había gritado a León, quien a su vez se había enfadado con ella, pero todavía no entendía por qué estuvo tan reacio a que lo ayudara. Le contó a Walt todo lo que había pasado, esperando que pudiera ayudarla a entender.

—Jaja, ¿así que eso es lo que pasó? ¿Señorita Hana sabe por qué se enfadó con usted?

Sacudió la cabeza varias veces.

—León dijo que cuidar el jardín era su trabajo. Pero no entiendo por qué no quiere que lo ayude. Pensé que si lo hacía, estaría feliz porque podría terminar más rápido.

—Pero es su trabajo. Así es como se gana su sustento. Y usted, señorita Hana, en realidad está en el mismo nivel que sus empleadores.

—¿Entonces no debería quitarle el trabajo a otra persona?

—Bueno, ese no es siempre el caso. Para alguien en una posición similar a la de él, como un sirviente, creo que estaría bien que lo ayuden.

—¿Pero por qué es diferente?

Todavía no entendía lo que Walt trataba de decirle.

—Cuando ese niño esté demasiado ocupado, otros sirvientes pueden elegir ayudarlo. Y luego, cuando alguien más necesite ayuda con su trabajo, podría devolverle el favor. Siempre y cuando el ayudante y ayudado estén en el mismo nivel, entonces es beneficioso.

—Pero realmente… no tengo a nadie en mi nivel que pueda ayudar.

Cuando su familia vivía en el muelle, Hana jugaba a menudo con los otros niños en su vecindario. Y aunque algunos niños la molestaron y acosaron por su apariencia, esos días le dejaron muchos recuerdos felices.

Pero desde que se mudaron a esta gran mansión, sus oportunidades de salir de la propiedad habían disminuido considerablemente.

De vez en cuando jugaba con los hijos de los clientes de su padre, pero como cada uno de ellos estaba en una posición social más alta, tenía que controlarse.

—¿Se siente sola?

—Sí… Solo un poco.

Durante su conversación con Walt,  descubrió lo que la confundía.

Quería un amigo de su misma edad. Quería hacerse amiga de León, pero no eran de la misma clase social, así que se sintió sola una vez más.

—Pero no he hecho nada… ¿Así que cómo es que soy mejor que León?

Eso fue lo más difícil para entender. Al interrumpir el trabajo de León, había sido egoísta. Él era el respetable, ella era simplemente una niña inútil. Sus padres le habían dado todo, sin ofrecer nada a cambio.

—Señorita Hana… usted es muy amable…

Sus padres, Walt, León; todos aquí trabajaban duro. Solo Hana, que era una pequeña princesa especial, no tenía nada para contribuir. Y al conocer a León, por primera vez se dio cuenta de eso.

♦ ♦ ♦

—Voy a plantar un jardín de hierbas medicinales. ¡Así que por favor ayúdame León! Mi madre pensó que la jardinería estaría bien para mí y dijo que puedes ser mi… uhm… ¿ayudante?

Hana era ciertamente asertiva. Era la segunda vez que se veían y se había tomado la molestia de inventar una forma para pasar tiempo juntos sin que nadie se metiera en problemas.

Estaba usando un sencillo vestido de verano, un delantal de trabajo y un sombrero de paja. Y tenía todas las herramientas que necesitaría.

—Sí, señorita —dijo Leon, asintiendo, aunque parecía insatisfecho. Tener que cuidar de la señorita de la casa era una cosa, pero ahora iba a perderse su aprendizaje de poda con su jefe.

Descubrir que León ya estaba trabajando a los doce años desencadenó algo dentro de ella. Quería ser conocida por algo más que por la riqueza y los logros de sus padres. Y ahora esos sentimientos se habían vuelto más fuertes. Cuando se sentó y pensó en quién y qué quería ser de mayor, se dio cuenta de que quería ser doctora, como su madre. Pero ahora su madre estaba usando su conocimiento para ayudar en el negocio de comercio exterior de su padre. Así que pensó que si podía suceder a su madre, podría tomar el relevo y convertirse en una doctora por derecho propio.

La mente de un niño hacía todo tan simple, pero Hana estaba especialmente protegida. No tenía ninguna convicción firme que la impulsara a suceder a su madre. Esto era común en los niños protegidos, a menudo presionados para elegir su propio futuro entre un limitado conjunto de opciones que les presentaban.

Ella estaba tomando el mismo camino que su madre. Sus padres estuvieron muy felices al escucharlo. Mientras su madre le enseñaba medicina oriental, estudiaba xingkaese con un tutor. La medicina de Hinomoto derivada de la medicina xingkaese, así que aprender el idioma era necesario.

Inmediatamente después de comenzar sus estudios médicos, una de sus primeras tareas prácticas era cultivar hierbas medicinales. Aunque era importante para sus estudios, el motivo principal era conseguir alguien de su misma edad con quien hablar. Walt había insinuado las preocupaciones y la soledad de Hana a sus padres. Y así León se convirtió en el ayudante de Hana.

Ese primer día, Walt, que tenía mucho trabajo que hacer, terminó con las mangas remangadas y con botas altas, acompañando a Hana. Ver al hombre, que casi siempre usaba trajes impecables, sosteniendo una pala parecía tan extraño que la hizo reír. Él fue muy amable, a pesar de que tenía sus propios asuntos de adultos que atender. Realmente deseaba que fuera su hermano.

León, por otro lado, parecía que había estado chupando un limón. Le resultó molesto la idea de cuidar a una princesa dos años menor que él. Pero él, entre todas las personas, debería haber estado agradecido de tener una chica de su edad con quien hablar. Porque en ese momento preciado de cada día en que la ayudaba a cuidar de su jardín de hierbas, no tenía que preocuparse por su posición social.

Lo que, irónicamente, era la razón por la que se escabullía con una expresión resentida en su rostro.

—¡No te preocupes! No puedo soportar el sol del mediodía y mi tutor viene todas las tardes, así que no te tendré aquí todo el día, ¿verdad, Walt? —dijo Hana, tratando de hacer que la aprobación de Walt aliviara la mueca de León.

—En efecto. Contamos contigo para cuidar el jardín cuando nos ocupemos de otros asuntos, León.

—Está bien, está bien. Sólo pienso que la señorita de la casa se aburrirá y dejará de cuidar del jardín con el tiempo.

—No se trata de si es aburrido o no. Esto es para mi futuro sueño. ¡Quiero ayudar en la mansión para poder ser una doctora como mamá!

—Hmm…

Su primer paso era arar el macizo de flores [2] y prepararlo para plantar. Para ella, su tiempo con un compañero como León era valioso. Entre hacerse más cercana a León y adaptarse a su nueva vida, su soledad comenzó a desvanecerse.

Le encantaba más que cualquier otra cosa el tiempo que pasaba con su nuevo amigo y el joven que era como un hermano.

♦ ♦ ♦

Pero después de varios meses, el jardín de hierbas no había crecido lo que esperaban.

Los libros que contenían toda la información sobre diferentes plántulas [3] y sus características estaban en xingkaes. Pero incluso después de que descifrara los libros y prepara la tierra, Xingka y Hylant tenían climas diferentes así como también diferentes enfermedades e insectos de los que los jardineros tenían que preocuparse.

Después de todo, el jardín lo comenzó una niña así que no debería haber sorprendido a nadie que muchas de las semillas no brotaran, los pequeños capullos se marchitaran y casi todas las plantas se volvieran marrones y perecieran.

—La única hierba que está creciendo es la manzanilla —dijo León una mañana. Como jardinero, el hecho de que un jardín con el que estaba ayudando estuviera en una situación tan terrible era desalentador.

Verlo quejarse un segundo y darlo todo al siguiente momento, hizo sonreír a Hana y Walt. Pequeñas flores blancas y amarillas habían comenzado a brotar en el macizo de flores. La manzanilla era una planta medicinal versátil que podía cultivarse en el oeste o el este, así que era la única hierba que León sabía cómo cultivar de forma adecuada.

Hana se acercó a una de esas flores que había crecido tan minuciosamente e inhaló su aroma. Todos los libros comparaban el aroma de la manzanilla con las manzanas. Un aroma fresco y dulce le hizo cosquillas en la nariz.

—Está bien. No es una pérdida total.

Habían cultivado el jardín según lo que decían los libros, pero aún así, la mayoría no habían florecido. Tendrían que seleccionar semillas que se adaptaran mejor al clima y a la tierra de Hylant. Hana se aseguró a sí misma de que todo esto era parte de prueba y error.

—¿León, Walt, sabían que en Hinomoto mi nombre en realidad significa “flor”? —dijo cuando miró la manzanilla.

—Que nombre tan bonito.

—Wow. Ese es un nombre bastante extraño. Así que eso es lo significa, ¿eh?

Como adulto, Walt siempre era amable con la forma en que hablaba con Hana. Y luego estaba León, que siempre era cualquier cosa menos amable. Su nombre era raro en comparación con los nombres de la mayoría de las chicas de Hylant. Pero no tenía que decirlo en voz alta.

—¡Malo! ¡¿Por qué siempre dices cosas así?! —Hana hinchó las mejillas.

León simplemente se rió ante el enfado de Hana. Tal vez era malo, pero le encantaba ver su brillante sonrisa. En cierto modo, era cómo se relacionaba con ella.

—¿Qué flores le gustan, señorita Hana? Viajaré a Xingka con el señor Saizoh pronto, así que me encantaría comprarle algunas semillas —ofreció Walt.

—¿De verdad? Hmm, veamos. Mis flores orientales favoritas serían… las flores de cerezo, las peonías y los crisantemos… Todas son hermosas y me encantaría que ambos las vieran…

Hana recordó su vida en Hinomoto al sentarse en el jardín. Habían vivido cerca de un lago y en la primavera, los pétalos de los cerezos bailaban sobre la superficie del agua. También le encantaban las flores grandes de los crisantemos y las peonías.

Y lo que recordaba más que nada era…

—¡Oh, sí! ¡Las rosas de algodón también!

—¿Por qué rosas de algodón?

—Porque florecen en verano. Odio el verano. Pero si tengo algo por lo que quiero salir al jardín, quizás me haga querer salir, ¿verdad? Tienen flores enormes, tan grandes que incluso puedes verlas desde la ventana.

Al día siguiente, Walt y Saizoh partieron en barco hacia Xingka.

Y dos meses después, tal como prometió, Walt le envió algunas semillas de rosas de algodón.

♦ ♦ ♦

León y Hana cuidaron muy bien de las pequeñas plántulas que Walt había enviado. Los dos peleaban a menudo. No obstante, a la mañana siguiente se olvidaban de cualquier cosa por la hubieran estado discutiendo y volvían a cuidar del jardín como de costumbre. Los días fluían uno tras otro.

El jardín que había sido un parche seco de color marrón ahora estaba lleno de verde. Dos rosas de algodón se extendían sobre el macizo de flores, tres veces el tamaño que tenían cuando las habían plantado.

—Todavía son pequeñas pero creo que esos son brotes, ¿no?

—Sí, definitivamente. Me alegro de que no volviéramos a meter la pata.

—Es por todo tu duro trabajo, León. ¡Si te conviertes en nuestro jardinero, no sólo serás un experto en las plantas de Hylant, sino también en las plantas de Oriente!

Tenía escrito en la cara todo lo que había aprendido sobre el cultivo de plantas orientales. Si podían comenzar a cultivar lo que antes solo podían importar, reduciría considerablemente el coste. Entonces sería más fácil difundir la medicina oriental entre las personas normales y corrientes. Y si aumentaban el tamaño del jardín, entonces León también podría cuidar ese. Ese era el sueño de Hana.

—Al principio odié tener que cuidarte, pero ahora escribo mejor, así que g-g-gracias… ¿si? —Intentó en vano expresar su gratitud. Su rostro se puso de un rojo brillante, pero sólo pudo lograr pronunciar un “gracias” sin mirarla los ojos.

—Me alegro de haber venido a la ciudad —murmuró al ver que eso fue suficiente para mantener la alegre sonrisa de Hana en su rostro el resto del día.

Su acento regional era menos evidente.

El primer día que se conocieron, ella pensó en la razón por la que León podría haber venido a la ciudad o de dónde venía, pero todavía no se había atrevido a preguntar.

—¿Veniste porque querías ser jardinero?

Siempre que le preguntaba, la evitaba y le decía que no curioseara. Se dio cuenta de que odiaba hablar de eso, así que había decidido no mencionar el tema.

Ella ya le había contado sobre su familia, su tutor y cómo era la vida en Hinomoto. Pero él no le había contado nada sobre él. Al final su curiosidad la venció y tuvo que preguntarle. No era mera curiosidad o incluso una leve broma, realmente quería conocerlo mejor.

—Vine porque un hombre tiene que comer —murmuró tan despreocupadamente que también podría haber estado hablando del personaje en un libro.

—¿Tienes que comer? ¿Qué?

Hana podía entender mejor el idioma de Hylant que el de Hinomoto, pero no entendió su dicho. No lo había escuchado nunca antes.

—Supongo que una chica rica de una familia acomodada como tú no lo entendería… —Ella asintió. Claramente hablaba en serio.

—Significa que era extremadamente pobre y me abandonaron mis padres.

—¿Qué…?

—En el peor de los casos, algunos niños son vendidos como esclavos para pagar las deudas de sus padres, por lo que soy uno de los afortunados. Mi maestro es un buen hombre y me paga el salario mínimo.

Hana había asumido que había tomado un trabajo a los doce años porque era un niño ambicioso. Y con su estricto pero benevolente maestro dio por sentado que no estaba en un mal lugar en la vida.

Pero ese no era el caso. No había elegido esto.

—No lo sabía… uhm… ¡yo…!

Estaba mortificada por su comportamiento pasado. Nunca podría haber imaginado que esta era la razón por la que no quería hablar sobre su familia o su pasado. Pero ya era demasiado tarde para arrepentirse.

Sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¡Sabía que llorarías! ¡Por eso no quería decírtelo! Quiero decir… ¡por favor, deje de llorar, mi lady!

—¿Ya no puedes ver a tus padres? Yo…

—No es que no pueda, ¡simplemente no quiero! ¡Así que deja de llorar! ¡Alégrate de que no sea tu familia!

Su ira hacia sus padres se notó en su voz.

No estaba enfadado con ella, pero para ella se sintió de esa forma.

—¡Perdón por ser tan insensible e ignorante! ¡Lo siento, León!

Le había contado tantas cosas sobre su familia: que tenía tan pocas oportunidades para salir de su mansión como la mayoría de las hijas de las familias acomodadas… Pero su mundo estaba tan protegido que era sofocante. Así que volcó todo sobre León: desde su sueño de seguir los pasos de su madre hasta las cosas caras que Walt y su padre le habían comprado y lo estricto que era su tutor. Todo. Sin tener idea de cuánto lo lastimaba.

—No me molestó. Pero no quiero que alguien me trate con caridad —dijo, secándole las lágrimas mientras hablaba. Sus manos, robustas para alguien tan joven como él, olían un poco a tierra.

—¡Realmente soy egoísta! Ni siquiera estoy llorando porque sienta pena por ti… Estoy llorando porque me avergüenza lo ignorante que fui. No quiero que me odies… —sollozó.

No estaba llorando por la mala suerte de León. Estaba llorando porque no podía imaginar que, siendo tan pobre, tuvo que viajar para encontrar un trabajo que fuera suficiente para comer. Y entonces, cuando imaginó lo que debe haber pensado sobre ella, escuchando todos sus problemas insignificantes mientras él luchaba por sobrevivir, las lágrimas no cesaron. Incluso su razón para llorar era infantil.

—No quieres que te odie, ¿eh? —dejó de limpiarle las lágrimas.

—¿León?

Sus ojos se encontraron y se dio cuenta de que estaba sonriendo. Era una sonrisa pura y sencilla, privada de su provocación y malicia habituales. Y estaba claro que no la odiaba. Pero de repente comenzó a sentirse nerviosa. Su mejilla estaba caliente por su toque y ese calor se extendió hasta sus orejas.

Esa vergüenza parecía ser contagiosa, porque el rostro de León también comenzó a ponerse rojo. No pelearon hoy, pero ella todavía sentía que si apartaba la mirada, perdería esta ronda, así que mantuvo sus ojos sobre él.

—¡Agh, tienes tierra en la mejilla! Lo siento, tengo las manos sucias —exclamó León, apartando la mano. Pero incluso cuando lo hizo, el aroma de la tierra permaneció. Su rostro era un lienzo de lágrimas y tierra.

—Saldrá cuando me lave… Me gusta el olor a tierra. —León siempre olía a tierra.

Ese día, las cosas fueron incómodas entre ellos todo el tiempo que trabajaron en el jardín. Esta vez no fue porque hubieran peleado. Ambos permanecieron más rojos que las flores que cuidaban durante bastante tiempo. E incluso después, el ambiente entre ellos fue diferente.

No fue hasta que Walt vino a decirle que el desayuno estaba listo que comenzó a sentirse normal de nuevo.

Tenía dieciséis años.

♦ ♦ ♦

Ella y León se estaban distanciando con el paso de los días. Él era muy consciente de la diferencia en sus clases sociales y aunque Hana insistió en que no le importaba, sólo le hablaba cuando era necesario, asegurándose de hablar formalmente cuando lo hacía.

Había dejado de molestarla. Y nunca trató de hacerla reír como lo había hecho antes. Fue solo entonces que Hana se dio cuenta de cuánto lo amaba.

Había estado encerrada dentro de la mansión durante varios días. Pero aunque se despertó con dificultades para respirar, salió de la cama y abrió de par a par las cortinas para poder mirar el jardín.

Las rosas de algodón volvieron a florecer este año. Y de pie junto a ellas estaba León.

—¡León!

—¿Sí? ¿Qué sucede, mi lady?

—¡Las rosas de algodón están floreciendo! Me gustaría poner algunas en mi habitación.

—Muy bien. Por favor, deme un momento —dijo y apartó la mirada de inmediato.

Su corazón se sacudió en su pecho. Ella era la que todavía actuaba como una niña, no León. Sentía un dolor insoportable en el pecho. Y estaba tan sedienta…

¡No! León no… 

Su padre le había contado que la sangre de los vampiros corría por las venas de la familia Watoh. Y que estaban destinados a cargar con su secreto a quien más amaban mientras compartían su sangre.

Hana tenía prohibido casarse con la única persona que realmente amaba, así que a los dieciséis años todavía no tenía un prometido.

León no podría casarse con ella. Como no tenía hermanos, era su responsabilidad casarse con alguien con una gran visión para los negocios que podría convertirse en el heredero de la Compañía Watoh. Él era de la clase trabajadora y solo podía leer y escribir lo suficiente para sobrevivir. En verdad no hablaba ningún idioma extranjero.

No importa cuánto trabajara, no podría suceder el apellido Watoh.

Con lo inteligente que era ella, hacía tiempo que había descubierto por qué su padre había traído a Walt para entrenarlo él. Había esperado que, con el tiempo, Hana se enamorara de Walt. Y no quería nada más que complacer a su padre.

La verdad era que le gustaba Walt. Pero era de la forma platónica en que una hermana querría a su hermano.

León no tenía sentimientos románticos hacia ella.

Ella amaba todo de él, desde sus manos robustas hasta su piel bronceada y su acento modesto que lo seguía a todas partes.

Pero si todos estuvieran unidos a su primer amor u obligados a enfrentar la muerte, los vampiros ya se habrían extinguido. Los corazones pueden cambiar. No necesitaba beber sangre todavía. Aún tenía tiempo.

En cualquier caso, probablemente era mejor que no lo viera, pero cuanto más trataba de encontrar una razón para evitarlo, más quería verlo. El amor era una enfermedad miserable.

Hana se sentó en un banco para mirar a León, que se había convertido en un joven por derecho propio. Sentía que últimamente sólo lo veía de espaldas, y eso le hizo doler el pecho.

—Ay…

León soltó un suave gemido. Ya sea que se hubiera pinchado con una espina o se hubiera cortado con las tijeras, en un instante, su visión se volvió roja. Ya no pudo controlar su cuerpo y rápidamente perdió la capacidad para pensar de forma racional.

Se escuchó a la lejanía su parasol cayendo al suelo.

—¿Está bien, señorita?

—¡Señorita Hana! ¡Señorita Hana!

¡Por favor, aléjate…! Quería gritar esas palabras, pero descubrió que no podía hablar. Lo último que recordaba fue a León y después a Walt, corriendo desde lejos, llamándola.

Luego, el aroma de la tierra y la hierba. Y el olor a sangre, lo suficientemente fuerte como para dominar a ambos.

♦ ♦ ♦

Hana se despertó en su cama.

—¿Me… desmayé?

Había sido por León. Había olido su sangre y se desmayó. Lo recordaba con claridad.

—Eso estuvo cerca. Casi…

Si bebía su sangre, nunca podría volver atrás. Si no se hubiera desmayado, habría llegado a un punto sin retorno.

Por extraño que parezca, ya no tenía sed. Su cabeza se sentía más clara ahora que pensaba que habian pasado horas desde que se desmayó. Se dio palmaditas en el pecho, orgullosa de haber superado sus deseos.

Hizo sonar la campana en su mesa de noche y apareció una sirvienta. La sirvienta llamó a sus padres.

Saizoh le preguntó si todavía estaba sedienta.

—No, para nada—respondió.

Era la verdad. Su sed había desaparecido por completo. Sin embargo, estaba evitando lo que su padre realmente preguntaba: “¿te has enamorado tanto de alguien que anhelas su sangre?” En otras palabras, ¿se estaba convirtiendo en un vampiro adulto?

Hana comprendía que era grave, incluso una cuestión de vida o muerte, pero no podía decirle la verdad a su padre. Sabía que, por mucho que amara a León, sus padres nunca lo aprobarían.

Después de que salieran de la habitación, dejó que su mente divagara. Una sirvienta entró con un ramo de flores.

—¿Señorita, le pidió al jardinero que preparara este ramo para usted?

Las flores apenas merecían llamarse ramo. Estaban envueltas en un sencillo papel blanco y atadas con una cuerda de cáñamo.

Antes de que se desmayara, le había pedido a León que le separara unas rosas de algodón. Y así lo hizo.

—¿Donde debería ponerlas?

—Sólo tráeme un jarrón, por favor. Estas flores son especiales, así que me gustaría arreglarlas yo misma.

—Eso suena encantador, señorita.

La sirvienta le trajo un jarrón, un poco de agua y unas tijeras antes de irse. Extendió la mano hacia la cuerda de cáñamo, con la intención de ponerse a trabajar con las flores, pero cuando retiró el papel que las envolvía, otro trozo de papel se deslizó.

—¿Eh…?

Dejó las flores y recogió el papel.

He estao preoqupao. 

Si te sientes mej’o, abre la bentana y déjame ver que estás bien

La escritura en el papel arrugado era descuidada. Las frases eran cortas, con múltiples palabras mal escritas. Definitivamente era de León.

Después de disponer diligentemente cada rosa de algodón que León le dio, sacó un bolígrafo y una hoja de papel para responder a su nota.

Iré a verte esta noche antes de irme a dormir. Espérame junto al jardín de hierbas.

Abrió la ventana de su habitación en el segundo piso y buscó a León. Su camisa blanca aparecía y desaparecía más allá de las ramas de un árbol de arce. Había estado preocupado por Hana y la vio inmediatamente. Lo saludó con la mano y él regresó a la casa.

“¿Estás bien?”

Movió los labios sin decir nada.

Hana leyó los movimientos exagerados de sus labios y asintió con la cabeza. El sol de verano al mediodía era demasiado brillante. Mientras lo miraba con los ojos entrecerrados, el mundo alrededor de él parecía estar brillando. Quería estar con él, de día o de noche, sin tener miedo a ser reprochada.

Pero lo que estaba haciendo estaba mal.

No conseguiría nada de eso. Pero aún así dobló su respuesta y la arrojó por la ventana. El viento se la llevó y cayó cerca de León, donde la recogió. Hana se esforzó por ver la expresión en su rostro. Su corazón estaba en mar de temor y ansiedad, salpicado de motas de esperanza.

“Idiota.” 

Pudo ver sus labios susurrar esas palabras. No esperaba nada menos.

♦ ♦ ♦

Después de eso, comenzaron a encontrarse en secreto por la noche en el jardín de hierbas.

Al principio no habían especificado una hora, pero por supuesto sabían que el otro estaría esperando allí. Si llovía, se reunirían al día siguiente. Esta regla tácita era cómo los amantes podían estar juntos.

Mantenían las apariencias durante el día. León solo miraba a Hana con una expresión hosca. Pero por la noche, se aferraban al otro, desatando cualquier emoción que hubieran retenido durante el día. Él no podía ver su rostro en la pálida luz de la luna. Pero gracias a su impecable visión nocturna, ella podía ver su expresión dulce demasiado bien. Sus palabras, acciones, expresiones; todo sobre él era más amable por la noche.

Después de medio año, tuvo dos episodios más y ambas veces la dejaron inconsciente.

Se sentía tan abrumada por la sed que no podía moverse. Estaba segura de que si pudiera beber la sangre de León, podría volver en sí.

Al día siguiente después de cada episodio, se sentía mejor. Su sed se calmaba y podía moverse una vez más.

Fue en ese momento en que supo que solo tenía que esperar a que pasara el deseo. O tal vez esperar era solo una excusa para continuar con sus encuentros secretos.

No hacía nada más que tomarse de las manos con él cuando estaban juntos. Después de todo, León no era su prometido. Tal vez por eso la sed se calmaba. No quería traicionar a sus padres ni a Walt.

Esa era la excusa que se repetía una y otra vez en su cabeza.

Siempre que salía a alguna reunión social propia de la hija de un rico comerciante con vínculos estrechos con la nobleza, Walt la acompañaba.

Sus padres y Walt nunca la obligarían a nada. Porque sólo tenían las mejores intenciones y porque los amaba tanto, se negaba a hacer cualquier cosa que afectará sus planes para ella.

Las noches que salía con Walt, se sentía culpable. Quizás debería haber dejado de ver a León en ese momento, pero no podía mantenerse alejada.

Solo una vez más. 

Solo durante el resto del otoño. 

Solo hasta que cumpla diecisiete… 

Seguía diciéndose estas mentiras cuando comenzaron a pasar su primer invierno juntos.

—¿No tienes frío, León?

Los inviernos en Hylant eran helados. Aunque no había nevado, cuando cayó la noche, fue como si el aire se congelara. Podía sentirlo a pesar de que estaba envuelta en un abrigo de lana y llevaba guantes. En cambio él debe estar  congelándose con su ropa raída.

—Por supuesto que sí.

—Lo siento. Estás aquí por mi culpa.

Ella provenía de una familia acomodada, podía tener todo lo que quisiera, pero nunca había considerado comprarle un abrigo decente.

—No estaría aquí si no quisiera estar… Esto debería calentarme. —Puso las manos en sus mejillas. El punzante escalofrío de su toque no duró y pronto, compartieron su calor.

Se acercaron más.

—Sí. Para mí es lo mismo.

La sensación de sus manos en sus mejillas le dio fuerzas. Su mirada era tan intensa que podía decir exactamente qué planeaba hacer, y cerró los ojos.

León la acercó de forma torpe y la besó con suavidad.

Sus labios apenas se tocaron, pero ella estaba tan feliz que podía sentir un calor acumulándose en sus ojos. Cuando las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas, León se apartó de sus labios y plantó un beso en su mejilla, como si tratara de secar sus lágrimas.

—Ven conmigo… —Estaba actuando tan extraño esta noche… No sabía cómo responder—. Huyamos y vivamos juntos. Seremos pobres. Tengo dinero ahorrado, pero no es suficiente para crear el tipo de vida a la que estás acostumbrada. Pero mientras que podemos estar juntos, eso es todo lo que necesito…

Su mirada era intensa. Podía ver que no estaba bromeando. Su familia o él. Hana tendría que elegir.

Podía haber crecido rodeada de lujos, pero creía que podría renunciar a todo en un instante si eso significaba que podía estar con él. Naturalmente era ingenua sobre  lo difícil que podría ser su vida, pero aún así, estar con León era todo lo que soñaba.

Sin embargo, sabía que no podían. Él era un jardinero y si se fugaba con ella, perdería su trabajo. Sus posibles empleadores eran gente rica. Si quisiera otro trabajo, necesitaría una recomendación de los Watoh y no existía ninguna posibilidad de que lo ayudarían si huyera con su hija.

—Me alegro de haber venido a la ciudad.

León estaba orgulloso de su trabajo como jardinero. Había trabajado muy duro cuidando el jardín de hierbas de Hana. Seguramente había trabajo para alguien tan conocedor de las hierbas y productos orientales.

—No puedo. Lo siento. Yo… no puedo… así que por favor, no me dejes. Lo siento, León. Aquí hay tantas cosas que son preciadas para mí… Y no creo que… pueda vivir en la pobreza.

No quería decir que León no era suficiente para ella para renunciar a todo lo demás, así que se culpó a sí misma y a su familia. Después de todo había muchas personas que le importaban. Eso era verdad.

Podía pensar en diez o veinte razones por las que no deberían estar juntos, pero no podía pensar en una que justificara que se fuera con él aquí y ahora.

—Ya veo. Supongo que tienes razón. Probablemente esa es la única manera en que podamos ser felices. No perderé mi trabajo. Lo siento, me olvidé de que en realidad tienes una familia por la que preocuparte, a diferencia de mí.

Para él solo había una persona con la que quería estar.

La constatación la afectó de sobremanera, sintió que le arrancaban el corazón.

—Esto es un adiós, Hana… Esta es la última vez que te veo así. —Era la primera vez que la llamaba por su nombre.

Cuando llegó la mañana, lo entendió todo. Entendió lo determinado que estaba cuando la beso esa noche y dijo su nombre.

Había huido de la mansión en la noche.

Vació su habitación por completo, dejándole a su maestro una nota que decía: “Renuncio”, antes de desaparecer por la noche.

♦ ♦ ♦

León debería haber tenido una carrera fácil como jardinero ahora que su relación con Hana ya no era una preocupación. Pero renunció a todo y desapareció.

Era probable que se fuera para romper en definitiva con ella.

Les contó a todos lo que había sucedido al sentirse perdida.

Sería imposible que una chica de dieciséis años lo buscara sola por la ciudad. Le hizo darse cuenta de manera dolorosa lo ingenua e impotente que en realidad era.

Sus padres estuvieron más decepcionados que enfadados cuando les contó. Sólo accedieron a ayudarla a encontrarlo una vez que prometiera renunciar a estar con él.

Mientras no bebiera su sangre, no se convertiría oficialmente en su compañero.

Sus padres no se tomaron en serio los sentimientos de su hija ingenua e ignorante. Para ellos, sus sentimientos por León no eran más que una fantasía pasajera.

Pero, este sentimiento es tan poderoso… ¿Alguna vez desaparecerá? 

Hana solo había conocido un amor, por lo que no podía estar segura. Pero incluso sin León cerca, no podía olvidarlo y ese intensa sensación de sed comenzó a atormentarla una vez más.

Nada había cambiado. Ni sus sentimientos hacia él ni su sed de sangre. Siguieron sin poder encontrarlo después de dos semanas, por lo que suspendieron la búsqueda.

Walt estaba preocupado por Hana cada vez más apática, así que la invitó a ir de compras y al teatro para animarla. Nunca lo rechazó, esperando satisfacer a sus padres. Pero cada vez que salían, estaba alerta mientras miraba por la ventana del carruaje con la esperanza de ver al joven de cabello canela.

Sabía que lo que estaba haciendo era cruel con Walt. Pero no podía evitar buscar a León cada vez que salían.

Y entonces, finalmente…

—¡Alto!

El carruaje se dirigía por un camino en el que nunca había estado antes. No estaban ni en el distrito residencial rico ni en el barrio de los comerciantes.

Justo después de que esa extraña sensación la invadiera, finalmente lo encontró. Al joven que había estado buscando.

Sintió su corazón palpitante.

No podía confundir la forma en que se miraba de espaldas.

—¡Señorita Hana no debería hacerlo! ¿Recuerda su promesa al señor Saizoh? Se sentirá afligido —suspiró Walt, al ver hacia quien se dirigieron sus ojos.

Hana abrió de golpe la puerta del carruaje, vigilando a León todo el tiempo.

—Lo siento mucho, Walt. Pero si no detienes el carruaje, ¡saltaré! ¡Lo digo en serio!

Se estaba aprovechando de su posición por todo lo que sentía que valía la pena. Si perdía su oportunidad ahora, tal vez nunca volvería a ocurrir. No le importaba si realmente quería verla o no. Tenía que verlo sin importar qué.

—Siempre ha sido tan obstinada sobre las cosas más inesperadas —dijo, con una sonrisa triste en sus labios.

¿Quién envió al cochero por este camino que normalmente nunca habrían tomado? Y en una ciudad tan grande como esta, ¿cómo podía ser posible que por casualidad finalmente encontraran a la persona que había estado buscando durante tanto tiempo?

—Walt… lo siento mucho, pero gracias. Desde el fondo de mi corazón.

—Será mejor que se vaya o lo perderá de vista.

Hizo una profunda reverencia al hombre que había sido como un hermano para ella y saltó del carruaje. Corrió con todas las fuerzas que tenía, desesperada por alcanzar a León, que se deslizaba entre la multitud.

—¡León! ¡León!

Se detuvo por un segundo, luego comenzó a alejarse rápidamente. Hana, que nunca había corrido una milla en su vida, sabía que tenía pocas posibilidades de alcanzarlo. Fue ella quien lo rechazó. No podía culparlo por no querer volver a verla. Y, aún así, corrió.

—¡Kya!

Sus tacones no estaban hechos para correr. Se tropezó y se raspó las rodillas. Podía soportar el dolor, pero la idea de perder a León, la hizo llorar.

—Tonta…

Tú eres el tonto, pensó con una sonrisa. Había tratado de huir, pero lo único que hizo falta fue que ella tropezara para que volviera corriendo hacia ella. Era un tonto demasiado bondadoso.

—Pero no quería perderte. Deberías haber sabido que no iba a olvidarte después de que te fueras.

—¿Entonces qué quieres? —preguntó, con un brillo helado en sus ojos.

Pero Hana no había saltado de un carruaje y corrido todo eso para terminar las cosas aquí. No lo había perseguido por las calles solo para despedirse.

Respiró hondo varias veces y finalmente le dijo cómo se sentía.

—Quiero estar contigo, León. Eso es todo. Sólo quería que supieras que pase lo que pase, quiero estar a tu lado.

Había elegido su vida anterior por encima de él antes, así que no estaba segura de si la perdonaría. Pero no le importaba lo egoísta que pareciera, solo quería estar con él.

—Realmente eres una tonta.

Le tendió la mano, ya que todavía estaba de rodillas, y la tomó en brazos. Esta era su respuesta.

♦ ♦ ♦

El lugar que alquilaba estaba ubicado sobre un bar. Sólo se podía llegar subiendo unas escaleras desvencijadas.

Era una habitación húmeda con poca luz solar. La puerta era más pequeña que él y la cama era sólo la mitad del tamaño de Hana. Una estufa y una encimera estaban apoyadas contra la pared con una sencilla mesa de madera cerca.

Hana nunca antes había visto una cocina y un dormitorio juntos en una sola habitación. León sonrió de forma amarga mientras ella daba vueltas, sorprendiéndose por todo.

—¿Te sorprende que sea tan pequeño?

—Sí, pero sabes, me gustan los lugares con poca luz solar.

—Me alegro, aunque no es exactamente un cumplido.

Si alguna vez regresaba a la mansión, nunca la dejarían volver a salir. Este era su nuevo hogar si realmente quería estar con él.

—León, hay algo que he querido decirte.

—¿Qué…?

—No soy un ser humano normal. Soy descendiente de vampiros… ¿Ves? Mis dientes son afilados. Por eso no puedo soportar la luz del sol… —No tenía idea de cómo darle la noticia sin que pensara que estaba loca. No sentía que lo había explicado bien, pero no estaba segura de qué más decir.

—Lo he sabido desde hace un tiempo.

—¿Lo has sabido?

—Ya sea que lo hayas olvidado o hayas bloqueado tus recuerdos, bebiste mi sangre cuando las rosas de algodón estaban floreciendo. También me colé en tu habitación las dos veces que colapsaste.

Tragó grueso. Tenía razón. Recordó el sabor de su sangre. Regresaron los desagradables dolores de cabeza y el sudor frío. Al mismo tiempo, desapareció su confusión mental.

—¿Hana…? Lo siento. Probablemente lo olvidaste porque me asusté. Pero no te odié por eso. Al principio todos tienen miedo de lo que no pueden entender, ¿no es así? Pero… ya no tengo miedo. Ahora lo entiendo, así que está bien.

“Todo va a estar bien”.

Esas palabras le devolvieron todos sus recuerdos. El recuerdo de esa calurosa mañana de verano, cuando las rosas de algodón estaban floreciendo y cuando finalmente eligió a la persona más importante para ella.

♦ ♦ ♦

Alguien la estaba llamando.

El aire a su alrededor era tibio y estaba sudando frío.

—¿Está bien, señorita?

—¡Señorita Hana! ¡Señorita Hana!

La voz de León estaba muy cerca, mientras que la de Walt era lejana.

El intenso olor de la sangre se abrió camino a través de su confusión mental y luchó desesperadamente por liberarse del agarre de León mientras él trataba de levantarla en brazos.

No estaba segura de poder resistir por más tiempo. Si se quedaba con él unos segundos más, podría chuparle la sangre.

—¿Señorita Hana, quiere un poco de sangre…?

¿Cómo Walt podría haberlo sabido?

Confundida, siguió tratando de alejarse.

—No… tienes que… alejar… noo.

Su respiración era entrecortada y el mundo a su alrededor estaba envuelto en una bruma naranja, lo que le dificultaba encontrar algo en lo que concentrarse. Eso la hizo anhelar aún más el calor de León. Y su sangre. Pero estaba aterrada de perder la razón y convertirse en un monstruo si cedía.

—Señorita Hana, está bien. Lo sé todo. Aquí…

Presionaba algo contra sus labios. Se sintió como el dedo de un hombre. Sintió un aroma metálico.

¡No! ¡No! ¡Quiero la sangre de León! 

Algo similar pero demasiado diferente de lo que quería llenaba su boca. Su cuerpo convulsionó, tratando de rechazar la substancia desconocida.

Ya no pudo reprimir sus deseos. Se levantó y agarró la camisa de León con todas sus fuerzas. Le mordió el cuello con fuerza.

—Qué… ¡Señorita! ¡Pare! ¡¿Qué está haciendo?!

Había ansiado la sangre de León durante tanto tiempo, pero sabía a una mezcla de arena y lágrimas. Había deseado su sangre durante tanto tiempo que ahora que finalmente la tenía, no cumplía con sus expectativas. Eran sus lágrimas las que se deslizaban por sus mejillas y se mezclaban con su sangre.

León trató de alejarla, pero envolvió su espalda con sus manos y lo mordió con más fuerza.

—¡Suéltame…! ¡Suéltame! Detente. Esto no está bien. —León se apartó y empujó a Hana al suelo.

—¡León, por favor cálmate! La señorita Hana… no se suponía que debía…

Hana no sintió nada de color recorriendo  su cuerpo. Lo único que sabía era que León la había rechazado.

Mañana ni siquiera querría ser su amigo.

Se suponía que la primera vez que un vampiro bebía la sangre de la persona que amaba era una ocasión feliz. Pero ella había ignorado sus objeciones y ahora estaba segura de que nunca la perdonaría.

Había satisfecho su sed y, sin embargo, la desesperación envolvió su corazón.

Estaba exhausta y soltó su agarre, cayendo inconsciente. No quería nada más que dormir y olvidarlo todo.

♦ ♦ ♦

León le contó todo sobre la primera vez que bebió su sangre.

Podía verlo en su mente y todavía escuchaba las voces de los dos jóvenes con claridad. Pero la sensación de algo parecido a la desesperación que acompañaba esos recuerdos, tensaron su corazón.

—Así que eso es lo que pasó… De alguna manera reprimí el recuerdo…

León asintió.

—Fue entonces cuando Walt me contó sobre tu familia. Después de eso, comencé a darte mi sangre. Pensé que sería mejor si no lo recordabas. Pero en realidad, supongo que también quería que olvidaras lo molesto que estuve y cómo te alejé.

Entendía por qué no la querría después de todo lo que había pasado. Así que la alegró de manera incalculable el hecho de que le hubiera pedido que viviera con él a pesar de saber de que es un vampiro.

—Creí que si me iba… Si no estaba allí para que pensaras en mí… encontrarías la sangre de otra persona para beber. Pero me equivoqué. Lo siento. Debes haber sufrido mucho.

Sin darse cuenta había elegido a León como su compañero. Ya no había vuelta atrás.

León se había ido bajo la suposición de que Hana elegiría a otro compañero. Pero le dijo a Walt a dónde iría, en caso de que tuviera otro ataque.

—También me equivoqué con muchas cosas… ¿Deberíamos considerarlo un empate? —León la rechazó una vez por miedo, como ella a él.

Se rió mientras señalaba el lazo entre ellos. León sonrió de forma tímida.

Walt probablemente había escuchado sobre la ascendencia vampírica de la familia de Saizoh, así que entendió la condición de Hana en algún momento. Fue él quien le explicó su condición a León y quien facilitó sus reuniones. Sabía todo sobre sus encuentros secretos. Siempre los había estado cuidando. Hana no tenía ni idea de cómo podría pagarle.

Esa noche, se metió en la cama, consolada por la calidez del hombre que amaba. Pero fue difícil acostumbrarse a compartir cama con otra persona, y mucho más cuando esa persona era alguien a la que quería mucho. Su corazón se aceleró y se dió cuenta de que no podía dormir.

Elegir a León debería haberla hecho feliz, sin embargo, no podía olvidarse de sus padres o de Walt. No se sentía en paz con su decisión.

—Dale un poco de tiempo y nos disculparemos. Juntos. Porque me hayas elegido no significa que debas separarte de tus padres para siempre.

—¿Alguna vez me perdonarán por ser tan egoísta?

—Eres su pequeña princesa, estoy seguro que lo entenderán.

—Eso espero…

Poco después, León encontró otro trabajo como jardinero y Hana se adaptó poco a poco a su nueva vida. Sus padres estuvieron más molestos por el hecho de que se marchara sin decirles nada que porque eligiera a León. No la perdonarían tan fácilmente.

Walt ejerció como árbitro entre padres e hija. Con el tiempo, se decidió que León tomaría el apellido Watoh. Cualquier hijo de la pareja se convertiría en el heredero Watoh y debía ser educado como tal. Esto fue por insistencia de León. Quería que sus hijos tuvieran el beneficio de una buena educación. Sentía que le faltaba refinamiento y no quería que sus hijos sufrieran el mismo destino.

Luego, la pareja encontró un nuevo hogar. Hana abrió una clínica de medicina oriental en el primer piso de su tienda. Mientras pensaba en un nombre para su tienda, recordó cómo los niños del vecindario la llamaban “Bruja de pelo negro”, así que eligió el nombre de “La bruja de Oriente”. Se suponía que sería un nombre alegre que usaría con moderación al principio, pero con el tiempo, llegó a amarlo.

El nombre “Bruja devoradora de desgracia” vendría varios años después…

♦ ♦ ♦

Las rosas de algodón de la residencia Aldridge eran las que se habían estado cultivando en el jardín de los Watoh. Con León y Hana desaparecidos, el trabajo de cuidar el jardín de hierbas recayó en Walt.

Y con la muerte de su hermano mayor se vio obligado a regresar a su propia casa y hacerse cargo de la hacienda de su familia. Con el tiempo, Hana, junto con los días que pasó en la casa de su familia, se convirtió en una parte de su pasado.

—Siempre dijiste que… estabas agradecida conmigo.

Todo el tiempo dedicado a recordar hacía que confundiera a Yuuri con Hana nuevamente. Simon y Yuuri podían decir que este anciano todavía tenía sentimientos sin resolver por la joven Hana, por eso dejaron de corregirlo.

—Te obligué a beber mi sangre para poder emparentarme con la familia Watoh. Incluso después de mi intento fallido, te seguí engañando. Finalmente elegiste un compañero y, aún así, ¡te lo oculté a ti y a todos en la mansión!

Su mano arrugada y temblorosa alcanzó a Yuuri. Tomó su mano suavemente entre las suyas.

—Yo hice que León pensara que no era lo suficientemente inteligente como para manejar todas las complejidades de los negocios. Lo persuadí para que se fuera… Si no te hubieras fugado o le hubieras dicho al señor Saizoh la verdad desde el principio, las cosas podrían haber sido diferentes.

Que Hana se fuera sin decirle nada a sus padres fue lo que causó el abismo entre ellos dos, uno que tardó años en sanar.

En ese momento no se había dado cuenta de que ya había elegido a su pareja, así que se obligó a sí misma a obedecer los deseos de su padre para ella, todo el tiempo contradiciendo su naturaleza. Si hubiera sabido que ya había probado la sangre de León, podría haber convencido a sus padres sin tener que huir.

Walt siempre había lamentado no habérselo dicho. Pero los abuelos de Yuuri lo habían visto de otra forma y estuvieron agradecidos con él. Hana debe haber cargado con su propia culpabilidad por reprimir un recuerdo tan importante.

Así que Yuuri trato de darle a este hombre las palabras que estaba segura que su abuela quería que escuchara.

—Pero fuiste la razón por la que pude estar con León, ¿verdad?

—Te estabas debilitando cada día más… No podía verte sufrir más. Eso fue todo.

—¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Qué te perdone o te castigue? —El hombre sacudió la cabeza.

—No estoy seguro…

—Tampoco es posible. Soy obstinada y nunca cambiaré. Incluso después de que me lo has dicho, mi gratitud hacia ti nunca desaparecerá.

Hana y León habían dejado este mundo agradecidos con Walt. Y Yuuri creía que así deberían permanecer las cosas. Ella sabía que su abuela era terca, su abuelo aún más. Pero ambos eran personas compasivas.

—Señorita Hana…

Ahora el hombre tenía una expresión pacífica. Y así, Yuuri y Simon decidieron ver junto a él las rosas de algodón en silencio.

♦ ♦ ♦

Durante el viaje en carruaje de regreso de la finca Aldridge, Yuuri le contó un secreto a Simon.

—Si bien las cosas… no son tan serias, creo que él me ama por quién soy…

—¿Él? ¿Te refieres a nuestro estimado conde?

Yuuri asintió. Respiró hondo, tratando de reunir fuerzas, y finalmente le dijo algo que debería haber hecho hace mucho tiempo.

—Probablemente ya lo has descubierto, pero bebí la sangre de Ernest. Sabe… que necesito sangre de vez en cuando. Pero no… le he dicho todo sobre lo que significa hacer eso por un vampiro.

—Padre y yo ya lo sabíamos. Nos lo dijo él mismo.

—Ya veo… —No estaba sorprendida. Parecía el tipo de cosa que Ernest haría.

—Escucha, Yuuri… sé que lo conoces mejor que yo. Parece frívolo, pero en realidad es un hombre considerado. Se preocupa por ti.

—Sí.

Nunca lo había dudado. Siempre aparecía justo a tiempo. Últimamente incluso le ofrecía su sangre antes de que tuviera que pedírselo.

Ernest era muy amable. Pero era su amabilidad lo que la asustaba. Temía de que si se apoyaba en él demasiado, se volvería débil y no podría cuidarse sola. Por eso siempre había sido tan reacia a aceptar sus intentos de acercarse a ella.

Pero quería desesperadamente apoyarse en él y eso la hacía dudar sobre si alguna vez fue fuerte para empezar.

—Padre y yo queremos hacer todo lo que podamos por ti. Así que por favor háblanos. Acerca de todo. Bueno, casi todo… Solo dinos lo que quieres decir.

—Gracias Simon… Jeje, no llores.

A los veinticuatro años, Simon todavía lloraba en público.

Yuuri le entregó un pañuelo. Los vampiros y sus descendientes podían ser torpes, idiotas y frágiles. Por eso estaban al borde de la extinción. Puede que incluso ya se hayan extinguido en Hinomoto. Yuuri podría ser la última vampira que quedara en el planeta.

Sin embargo, por muy tonto que fuera, incluso los vampiros merecían ser felices. Por eso Simon lloraba en público frente a ella.

Yuuri se prometió que, tan pronto como Ernest terminara su trabajo actual y comenzara a regresar a su tienda, iba a cambiar las cosas, de una vez por todas.


[1]  La fitoterapia o también conocida como medicina herbolaria consiste en el tratamiento de las enfermedades mediante plantas o sustancias vegetales.

[2] Un macizo de flores es el área donde crecen las plantas con flores.

[3] Se denomina plántula a la planta en sus primeros estadíos de desarrollo, desde que germina hasta que se desarrollan las primeras hojas verdaderas.

Una respuesta en “¡¿La Bruja devoradora de desgracia en realidad es un vampiro?! – Capítulo 5: Pronóstico de flores de verano”

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