Matrimonio depredador – Capítulo 32: Te esperé

Traducido por Yonile

Editado por Meli


Los primeros rayos de sol aparecieron, asomándose por la ventana hacia la princesa dormida. El entorno pacífico era intoxicante, libre de caos, y la atraía a quedarse para siempre. En lo profundo de un dulce sueño, ella no se inmutó por el mundo exterior.

Para alguien que últimamente no había podido dormir bien, la tranquilidad del puro silencio que la envolvía era un rayo de salvación.

Leah, aturdida, se despertó desconcertada. Se frotó los ojos, tratando de eliminar los rastros de somnolencia.

—¡Ah!

Sintió como si se movieran montañas. Sus miembros gritaron al unísono, el dolor de sus músculos estaba más allá del punto de lo insoportable, pensó que podía escuchar las campanas de la muerte resonando en sus oídos.

Luchó un poco, pero se resignó a las vehementes protestas de su cuerpo y se dejó caer sobre la cama.  Su caída hizo que las sábanas emitieran una brisa fresca. Sus ojos se abrieron de par en par al darse cuenta de con qué se estaba cubriendo.

La tela suave y elegante era seda teñida en azul marino profundo de la más alta calidad, que la mantuvieron caliente a pesar de su delgadez. Tenía un intrincado bordado de flores y guirnaldas nocturnas hechos con hilos de oro y bronce rústico. En el dobladillo, dos remolinos, que parecían ondas, delineaban el patrón floral. Y en la colcha se veían ramas y hojas, que armonizaban con las dalias. El patrón exótico no era un producto de Estia.

Encima de ella, estaba el elegante dosel de una cama y un techo pintado de oscuro que tenía formas de caballos salvajes y dalias talladas en su madera. Un borde chapado en oro rodeaba los bordes donde el techo se unía a las paredes, que también habían sido pintadas de un tono profundo de azul celeste.

Las paredes también tenían el mismo patrón de su edredón. A su lado, la escultura de una cabeza de caballo colgaba sobre una mesa circular hecha de madera de secuoya.

No muy lejos de ella, se podía ver una enorme ventana que se extendía desde el suelo hasta el techo. Se corrieron grandes cortinas malva para oscurecer la luz, aunque algunas vigas habían logrado pasar, iluminando la suave alfombra de terciopelo.

Después de observar el color y los patrones únicos de la habitación, se dio cuenta de que estaba dentro del Palacio Real de Estia. Sin embargo, la habitación estaba decorada al estilo Kurkan.

¿Por qué estoy aquí?

Leah miró sin comprender el recipiente colocado en la parte superior de la mesa de donde provenía un aroma refrescante, era un tabaco que fumaba Ishakan.

Trató de acercarse arrastrando los pies, pero se detuvo por el dolor. Cuando vio sus pies envueltos en vendajes, fragmentos de su memoria comenzaron a golpearla.

Bebí el vino que Byun Gyeongbaek me entregó y…

Abrió la boca sorprendida ante los recuerdos de lo ocurrido entre ella e Ishakan. Sus mejillas se enrojecieron, luciendo como si estuvieran a punto de estallar. Agarró la funda de la almohada y avergonzada enterró su rostro.

—Ah…

Deseó no haberlo recordado. Se horrorizó al pensar en cómo se había aferrado a Ishakan, llorando y suplicando su ayuda de una manera tan desordenada y vulgar. Había dicho palabras vergonzosas y descaradas mientras se amaban.

¡Pobre de mí!

Se había comportado como una bestia, perdiéndose bajo la influencia de la poción. No importa cuánto lamentara lo que había sucedido, no podía deshacer sus acciones.

Leah curvó sus entumecidas piernas. El dolor punzante era un vívido recordatorio de cómo Ishakan la había tomado salvajemente. Se sintió acalorada al recordar el tono de su piel bronceada, pulido contra la de ella, la suave textura de sus tensos músculos y el movimiento rítmico de sus regiones inferiores golpeándola fuerte.

Estaba casi segura de que algunas partes de su cuerpo estarían hinchadas. Tenía la intención de soportar el dolor en silencio, pero la sensación de desesperanza se apoderó de ella.

Por la luz que entraba por la ventana, parecía ser mediodía; el sol ya había salido en lo alto del cielo. Supuso que debido a su ausencia, ya podría haber ocurrido un caos en el palacio. Y no sabía cómo iba a resolverlo.

Deslizó los dedos por su cabello tratando de organizar sus pensamientos.

Lo primero que tenía que hacer era volver al palacio principal.

Leah tiró de la cuerda que colgaba del dosel de la cama. La puerta se abrió después de un leve golpe, apareció una mujer que tenía una constitución bastante grande, lo que hacía que la puerta pareciera pequeña. Físico alto y musculoso, con piel profundamente bronceada y hombros anchos, todas estas eran características únicas de un Kurkan. La mujer bajó la cabeza y saludó cortésmente.

—Es un placer conocerla, princesa. Soy la escolta de Ishakan. Puede llamarme Genin.

Leah la observó. No la había visto durante el banquete de bienvenida y la conferencia de los kurkanos.

Para su sorpresa, Genin le devolvió el escrutinio con una mirada igualmente curiosa.

—Perdón por mi rudeza, por mirar fijamente… —Apareció un tinte rojizo en el rostro brusco de la mujer. —Me sorprendió su físico tan blanco y pequeño.

Su comentario también era considerado de mala educación en Estia. Sin embargo, Leah encontró su franqueza bastante agradable, haciéndola sonreír gentilmente en respuesta.

De hecho, era cierto que era más pequeña de lo que se consideraba promedio para las mujeres. Además, su tez pálida era bastante extraordinaria, especialmente cuando se combinaba con su cabello plateado. Para los kurkanos, parecía más un maniquí de vidrio que un humano.

—Me disculpo. Por favor, perdone mi falta de cortesía. —Genin expresó sinceramente su remordimiento.

—Está bien. —Leah insistió, agitando la mano hacia la mujer, que se disculpaba incesantemente.

Entonces Genin se acercó cautelosamente a la cama y colocó con cuidado sobre ella la bandeja que había estado cargando.

—Te he traído algo ligero para comer —dijo con la cabeza gacha.

Leah descubrió la disparidad entre la cultura estia y la kurkana. Una bandeja, que se elevaba con una variedad de delicias, con solo el surtido de pan de tres pisos de altura, era la definición de Kurkan de una comida ligera.

Dejó escapar un suspiro furtivo ante el espectáculo culinario que tenía ante ella. Luego, vacilante, extendió la mano hacia el pan de arriba, temiendo que un toque incorrecto y los panes delicadamente equilibrados se derrumbaran.

—Estas son sus bebidas, pero no conozco sus preferencias, por eso preparé estas… Esto es para su postre…

Los vasos que había colocado sobre la mesa llenaban el pequeño espacio. El que estaba en el borde caería en cualquier momento y se haría añicos, derramando así su contenido. Leah extendió la mano para evitar que cayera peligrosamente. Su acción de tomar solo un vaso de leche, sorprendió a Genin.

—Esto es suficiente para mi.

—¿Sí?

Debido a la respuesta de sorpresa, Leah se llevó una fruta más a la boca.

—¿No es buena la comida? —alzó la voz con cautela en un tono de aprehensión—. Sin embargo, preparé comida de Estia…

—Yo no como mucho. —respondió secamente.

La expresión facial de Genin se volvió aún más perpleja, parecía creer que la princesa estaba tratando de morir de hambre. Leah sonrió un poco como si leyera la mente comprendió porque Ishakan eligió no exponerla al público.

Después de comer un trozo de pan, un vaso de leche y varias frutas. Genin recogió los platos, dudosa. Sin embargo, la determinación de Leah no se inmutó. Para ella, ya había comido demasiado.

Leah, notó un tatuaje que se extendía desde su mano hasta su antebrazo cubierto por sus mangas.

Recordó que el cuerpo de Ishakan estaba desprovisto de tatuajes.

En lo profundo de sus pensamientos, Leah no se dio cuenta de que había estado mirando el tatuaje durante demasiado. Al darse cuenta de la fascinación de la princesa, Genin se subió las mangas y le permitió a Leah ver mejor su tatuaje.

—Solo tengo un tatuaje.

Por fortuna no se había ofendido por su curiosidad.

—Pensé que todos los kurkanos tenían tatuajes, pero tu rey no los tiene. —Se sonrojó al admitir que había visto a Ishakan desnudo, en todo su esplendor.

—Sí, el rey Ishakan no tiene ningún tatuaje. —Sus ojos brillaron de adoración y orgullo—. Significa que nunca ha perdido una pelea.

Había escuchado que los kurkanos determinaban su rango por la fuerza. Ahora sabía lo que los tatuajes simbolizaban.

Fue sorprendente  saber que él nunca había perdido una batalla… La derrota no le convenía a Ishakan. Él debía sentarse en el trono y mirar hacia abajo victoriosamente.

Leah pensó en los impertinentes ojos dorados de Ishakan mientras hablaba.

—El rey me ayudó ayer. —Agarró su manta mientras estaba envuelta en vergüenza y continuó hablando lentamente—: por favor envíe mi gratitud.

—Se lo diré al rey. —Genin sonrió la primera vez.

—¿Puedes traer ropa?

 —Sí. El rey tiene algo de trabajo, así que yo la acompañaré hasta el palacio.

Leah reflexionó sobre cuál sería la mejor opción: ir al palacio con Genin o hacer que las doncellas vinieran aquí. Ambos escenarios eran terribles. Este último parecía ser un poco mejor que ir a visitarlo en persona, sin embargo, entre las sirvientas, había algunas que tenían miedo de los kurkanos.

Incluso la condesa Melissa sintió miedo cuando se encontró con Ishakan. Después de reflexionar por unos momentos, Leah decidió no incomodar a sus doncellas pidiéndoles que fueran a ella, y en su lugar eligió dirigirse al palacio con Genin.

Aunque la escolta del rey era un poco torpe, probablemente no estaba acostumbrada a atender a una princesa la ayudó con entusiasmo. Genin se esforzó por hablarle, a pesar de no tener la suerte de entablar conversaciones con facilidad.

Era su intento de hacer que Leah se sintiera más cómoda, además, quería causar una impresión favorable de las mujeres Kurkan. Y a juzgar por la destreza tranquila y confiada de la princesa a su alrededor, parecía que había tenido éxito.

Tan pronto como Leah estuvo vestida, Genin la tomó en sus brazos.

—Por favor, disculpe, princesa.

Se apoyó en Genin para subir al carruaje. Mientras viajaba, su mente vagó, su entorno comenzó a cambiar. y a medida que se acercaban al palacio, empezó a insistir en los problemas que había dejado de lado hasta ahora.

Se instaló una sensación de incomodidad; la figura amenazadora del palacio desde la distancia dejó un sentimiento intangible de pavor en su interior.

Cuando el carruaje se detuvo, la urgencia de no bajarse la abrumó. Reprimió su deseo de quedarse, abrió la puerta y se bajó del vehículo. El dolor que sintió, era la menor de sus preocupaciones.

Ella miró hacia la entrada lujosamente decorada. Las paredes de piedra caliza relucían al sol, la textura de la tiza blanda.

A ambos lados, esculturas de los antiguos monarcas custodiaban la entrada; generaciones de artistas las habían hecho mucho tiempo atrás. La fuente que estaba frente a la entrada, donde el carruaje se había estacionado, brotaban majestuosamente varios arroyos claros del centro en hermosos arcos. El sol atrapó las gotitas haciéndolas parecer como diamantes lloviendo en un charco de agua. Setos perfectamente cuidados, transformados en la forma de varios animales, perfilaban pulcramente la plaza de la entrada.

Sin embargo, la belleza del palacio no le dio mucho consuelo.

Una sensación ominosa se apoderó de ella. Esperaba que alguien saliera a saludarla. Pero nadie le había dado la bienvenida a su llegada.

Leah entró apresuradamente.

El palacio estaba inquietantemente silencioso. La ansiedad burbujeaba en ella mientras caminaba por los pasillos silenciosos, pero nadie parecía estar allí.

Genin, que estaba detrás de ella siguiéndola, dijo con voz cautelosa.

—Su Alteza, debe haber alguien en la recepción.

Las dos se dirigieron a la sala de recepción. Leah, que había estado cojeando, caminó hacia la puerta abierta de la sala de recepción y se quedó paralizada.

Lo que la hizo detenerse en su paso fue la audiencia que la saludó. Desde las doncellas del palacio real hasta el manitas que hacía los quehaceres de la cocina.

Pero lo que la intimidó fue el hombre reclinado frente a los sirvientes, bebiendo té solo. Quizás fue el aura que emitió, o su vil personalidad pero hacía temblar a los sirvientes que lo rodeaban.

Todos tenían la cabeza pegada al pecho como si hubieran cometido un pecado grave.

El hombre apoyó el brazo en el respaldo del sofá con pereza y abrió la boca.

—Oh, llegaste temprano. —Sus brillantes ojos azules se entrecerraron hacia Leah—. Te esperé, hermana.

Su llegada no fue desatendida en absoluto, Blain la había estado esperando.

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