Traducido por Herijo
Editado por YukiroSaori
En los ojos de Marianne, Roxanne parecía vacilar antes de decir algo. Sus ojos verdes temblorosos, bajo su rubio cabello peinado con esmero, se movían de arriba abajo repetidamente. Sus dos manos, entrelazadas de manera natural, también parecían temblar.
Tras un momento de indecisión, Roxanne susurró con voz baja:
—He venido para responder a la sugerencia que me hiciste la última vez.
Al oír eso, Marianne sonrió como si ya hubiera esperado esa respuesta. Aunque a Roxanne no le gustaba su actitud, contuvo un suspiro profundo y lo soportó.
Su padre, el conde Lonstat, apoyaba al duque Hubble con tal fervor que incluso lo llamaban su secuaz. Después de que se difundiera la noticia de que su hija había sido expulsada de la mansión de Ober, el conde y sus allegados intentaron depender aún más del duque Hubble. Incluso llegaron a pensar que Ober, probablemente, era el principal secuaz del duque.
Pero la noche anterior, el duque Hubble había desaparecido. Corría el rumor de que Ober, el perro rabioso, había mordido a su amo hasta la muerte.
Tras recibir el terrible telegrama sobre la muerte del duque Hubble, Lonstat rápidamente calculó las ganancias y las pérdidas.
¿Necesito mantener mi lealtad hacia un amo que murió a manos del perro rabioso que mostró sus colmillos? Además, ¿acaso no somos los descendientes de Lonstat, quienes valoran los intereses prácticos y el poder más que el honor y la fidelidad?, pensó seriamente tan pronto como escuchó el obituario.
El hecho de que su protector hubiera cambiado también significaba que su hija, Roxanne, sabía claramente a qué facción política debía pertenecer. Nombres similares, aunque ligeramente distintos a los del pasado, empequeñecieron su orgullo.
Ober, la señora Chester y…
—Si me atrevo a ser tu amiga, sería algo encantador y hermoso, comparable a una de las muchas glorias grabadas en la historia de la familia Lonstat —dijo Roxanne, mientras observaba la expresión de Marianne. Intentó expresar sus sentimientos con las palabras más humildes y corteses que pudo encontrar—. Seré feliz de dar lo mejor de mí si me aceptas como tu amiga.
Aunque a Marianne no le agradaba del todo, Roxanne la consideraba su compañera más favorable. Eso la ayudó a llegar a una conclusión tras una larga angustia. De hecho, ya había terminado de justificarse a sí misma.
En retrospectiva, Marianne nunca la había condenado severamente por sus repetidas groserías. Aunque todos murmuraban sobre su escándalo, Marianne fue la única persona que se acercó a preguntar por su bienestar. Incluso le hizo una sugerencia ridícula: que fuera su amiga y su doncella. Incluso le dijo que podía engañarla para obtener lo que quisiera.
—Muchas gracias por interceder ante Ober y la señora Chester para que me permitieran volver a visitar el salón de la señora Chester.
Esas fueron las palabras que escuchó de la señora Chester, a quien había visto hacía poco.
Fuera cual fuera la razón, fue Marianne quien le dio a Roxanne la oportunidad de regresar a ese castillo cómodo del que había sido expulsada. Solo Marianne, en todo este vasto continente, poseía lo que ella deseaba.
Lo que la convertía en su tabla de salvación, una línea de destino que la elevaría por encima de ese muro alto para luego arrojarla por un precipicio sin fin.
—Buena decisión. Sabía que tomarías una elección sabia, y no me has decepcionado —dijo Marianne con una sonrisa radiante, tomando las manos de Roxanne, como ella deseaba—. Te veré a menudo en el salón de la señora Chester, pero ven también a la mansión Elior con frecuencia. Eres bienvenida en cualquier momento.
—Sí, lo haré.
—Oh, déjame enviarte algunos de tus rompecabezas favoritos. Cuando los barcos mercantes de Arthur regresen, probaremos las nuevas hojas de té. Las joyas que encargué en el taller del artesano llegarán pronto, y cuando lo hagan, las abriremos juntas.
—Gracias por tus consideraciones.
—De nada. Ahora que eres mi amiga, ¿puedo llamarte señorita Roxy en lugar de Roxanne?
Amiga…
El conde Lonstat siempre le repetía que la amistad era una ilusión efímera, consuelo de débiles. “No existe lealtad eterna donde hay poder de por medio”, solía decir. “Solo los impotentes hablan de amor y camaradería, aferrándose a la fuerza ajena como parásitos.”
Y tenía razón. Por eso había aceptado la propuesta de Marianne: ansiaba poder. Como ella misma admitiera, no dudaría en engañar a quien fuera necesario para obtenerlo. Una vez logrado su objetivo, rompería aquella farsa patética sin mirar atrás.
Roxanne asintió lentamente, haciendo esa promesa. Si podía hacer que Marianne fuera más blanda y tonta, no tendría ningún problema en que la llamara Roxy.
—Hasta luego, señorita Roxy.
Como si no supiera lo que Roxanne pensaba de ella, Marianne subió al carruaje con una expresión feliz y se despidió. Una larga procesión la seguía.
Solo después de que el caballero que escoltaba su carruaje desapareció de su vista, Roxanne se dio la vuelta.
¡Qué estúpida es!, no sabía por qué, pero se sentía muy mal. Se sentía realmente asqueada y terrible.
♦♦♦
Al caer la tarde, la mansión del difunto duque, entró en calma. Los nobles poderosos de la capital que habían visitado temprano por la mañana ya habían regresado a sus hogares después de pasar un rato allí. Aunque los nobles de los suburbios de Milán llegaban uno tras otro, eran considerablemente menos numerosos que los que habían visitado por la mañana.
Naturalmente, la atmósfera de la mansión se calmó gradualmente. Gracias a eso, Elias y su esposa pudieron tomarse un descanso.
—Estoy cansada. Lo siento, Elias. Tendrás que recibir a los invitados durante seis días más —dijo la señora Chester, abanicándose sola en el sofá, una de las pocas invitadas que aún permanecía en la mansión del difunto duque.
El clima era tan caluroso que la mitad de las ventanas alrededor del jardín estaban abiertas, pero no era tan fresco como esperaba porque la puerta estaba cerrada.
—No puedo hacer nada al respecto. Mi padre siempre me decía que no se podía obtener nada gratis —dijo Elias, frotándose los ojos como si estuviera exhausto.
—¿Qué vas a hacer con los testigos que vienen de Roshan? —preguntó la esposa de Elias, mirando a Ober, sentado frente a ella. Él parecía tranquilo, como siempre. Estaba inmóvil, con una mirada seca e inexpresiva, como un hombre sin alma. Mientras giraba una copa de vino, sus ojos se encontraron con los de ella.
—No vendrán aquí. Ya se han ido.
—¿Los mataste?
—Bueno, son demasiado valiosos para matarlos, así que los he puesto a dormir durante un largo tiempo. Así que no te preocupes.
Sus ojos grises la miraron fijamente. En ese momento, parecía tan aterrador que ella, como antes, optó por callarse en lugar de preguntar más.
Si su esposo, Elias, heredaba formalmente el título de su difunto padre con la aprobación del emperador, ella estaría por encima del marqués Ober en rango. Sin embargo, incluso en ese caso, sería Ober quien conservaría el verdadero poder. Resultaba evidente que no le permitirían inmiscuirse en sus asuntos ni, mucho menos, cuestionar sus decisiones, tal como ocurría ahora.
—Sí. Ahora tenemos preocupaciones más urgentes —interrumpió la señora Chester, rompiendo la tensión que flotaba en la habitación.
—Un invitado especial llegará pronto de Faisal. Pensando en la distancia, parece un poco difícil que llegue antes de que termine el funeral… Pero estará aquí a finales de este mes o principios del próximo.
—¿De verdad crees que la emperatriz Alessa cooperará contigo? —preguntó Elias con una expresión ligeramente sospechosa. Sus cejas oscuras temblaban.
—Bueno, no creo que importe si la emperatriz Alessa coopera o no. Pero será difícil para ella no fingir que lo hace. No es tan estúpida —dijo la señora Chester, riendo como si le pareciera gracioso.
—Tenemos un objetivo aparte. Si persuadimos bien a ese tipo, será una carta mejor que la emperatriz Alessa —dijo Ober, dejando la copa de vino vacía.
En ese momento, alguien llamó a la puerta. Cuando Elias dio permiso para entrar, un asistente apareció y se inclinó.
—¿Qué ocurre?
—Ha llegado un nuevo visitante para expresar sus condolencias. El conde Spencer, el marqués Leman, el vizconde Aquinas…
—Bien. Diles que iré a verlos en breve.
Elias lo interrumpió, irritado, y agitó la mano. Poco después de que el asistente cerrara la puerta, Ober y la señora Chester se levantaron al mismo tiempo para irse.
—Ahora, da lo mejor de ti cuando los veas. Este tipo de papel solo se interpreta una vez en la vida, como sucesor de tu difunto padre, que era competente. Es un papel muy raro y especial. Por supuesto, sé que no querrás hacerlo de nuevo —dijo la señora Chester.
Se despidió con una sonrisa y una ligera inclinación de cabeza.
—Estaré ocupado por un tiempo. Nos veremos aquí cuando el invitado de Faisal llegue. Adiós por ahora…
