Traducido por Den
Editado por Lucy
Al día siguiente, el enorme carruaje del duque con fondo negro adornado con un patrón dorado llegó para llevarse a la duquesa. Unas espesas nubes negras cubrían el cielo desde primera hora de la mañana. Llovía un poco.
Hice fila ante la puerta principal con todos los sirvientes de la finca para despedir a la señora de la casa. Hacía el tiempo perfecto para una despedida. El cielo sombrío se tornó gris, así que me pregunté si seguiría lloviendo durante un tiempo.
Las gotas de lluvia que caían de mi flequillo nublaban mi visión. Parpadeé, enjugándome las gotas. Mi pelo y mi ropa se mojaban poco a poco.
—Adiós.
La duquesa miró a Leandro con sus ojos azules como joyas que había legado a su hijo. Era extraño, porque se veía normal. Al parecer había logrado permanecer sobria su última noche aquí.
Si siempre se mostrara tan cuerda, sería una de las mujeres más hermosas del imperio…
Ataviada con un vestido turquesa que llegaba hasta el suelo y los últimos accesorios, se veía joven, demasiado joven para tener un hijo que pronto alcanzaría la mayoría de edad.
—Espero que goces de buena salud y seas feliz, madre.
Con esa respuesta monótona, Leandro inclinó la cabeza. Ni siquiera era invierno, pero el ambiente se sentía gélido, como si soplara una helada brisa.
La duquesa estaba a punto de quitarse los guantes transparentes, como si esperara que besara el dorso de su mano, cuando él dio un paso atrás con frialdad.
—Sería mejor ponerse en marcha antes de que empeore la lluvia.
La duquesa frunció el ceño y, al final, no sé quitó los guantes que llegaban hasta el brazo. Se giró con rapidez para ocultar su rostro ruborizado de vergüenza.
Esta despedida entre madre e hijo carecía de tanta emoción que resultaba muy incómoda para quienes la observaban.
—Cuida bien de ella en el viaje.
El caballero junto a la duquesa la acompañó al carruaje. Quizás porque estaba ofendida por su menosprecio, ni siquiera abrió la ventana para agitar su pañuelo.
En cuanto Leandro dio la orden, el carruaje partió. Los sirvientes mantuvieron la cabeza inclinada hasta que el vehículo se perdió de vista.
—Volvamos dentro.
A la voz de Leandro, los sirvientes, incluida yo, enderezamos nuestra postura. Tenía el flequillo mojado y pegado a la frente. Me eché el pelo hacia atrás.
Los profundos ojos azul marino de repente me miraron. Al darme cuenta, esbocé una pequeña sonrisa. Luego, él se giró y entró en la mansión.
La señora Irene, que había estado limpiando sus gafas gruesas, lo siguió.
Fuimos entrando, en orden de mayor a menor posición.
Esperé en la fila y charlé con mis compañeras. Entonces hice contacto visual con Lily, que estaba de pie a cierta distancia.
Cuando la conocí, su pelo apenas medía un palmo de largo. Ahora tenía un corte bob [1]. Apartando los mechones grises que se le pegaban a las mejillas, asintió a modo de saludo.
—Deberíamos cambiarnos de ropa.
—Sí. Este era un conjunto nuevo esta mañana —se quejó una de mis compañeras de habitación.
La llovizna se convirtió en un aguacero de repente. Regresé a los dormitorios de las doncellas, me bañé rápido y me puse un nuevo uniforme de mucama. Mientras me secaba el pelo empapado y hablaba con ellas, oí el claro sonido de una campana. Todas callaron de inmediato. La doncella sentada a mi lado me agarró por los hombros.
—Evie, te está llamando.
—Vale —respondí y dejé la toalla que estaba usando para secarme el pelo.
Tras la partida de la duquesa, la única persona que podía llamar a los sirvientes con una campana era Leandro.
Las doncellas me miraban con un brillo en los ojos mientras me alisaba las arrugas de la ropa y me ataba el cabello.
—¿De verdad que no tienes nada con el maestro? —preguntaron.
—No.
—Mentirosa. ¿Aunque se convierta en un adulto dentro de dos años?
—No.
—Estás respondiendo demasiado rápido. Eso te hace parecer aún más sospechosa.
—No, no. ¿No lo sabías? Evie tiene algo con Lorenzo.
—No, yo no…
Pero sus voces estridentes ahogaron mi respuesta. La conversación ya había cambiado de tema.
Sacudí la cabeza mientras salía de la habitación. Cada vez que pisaba el descansillo de las escaleras, me sobresaltaba ante el fuerte golpe de las gotas contra las ventanas. El trueno también retumbó.
—Maestro, soy yo.
Me detuve frente a la puerta del dormitorio de Leandro y llamé.
—Adelante —su voz se quebró, quizás porque estaba pasando por la pubertad.
Abrí la puerta y entré. Hacía tiempo que no iba a su habitación, excepto cuando vine a traerle la ropa limpia. La luz de la lámpara iluminó el tapiz y la alfombra aún desconocidos.
Miré alrededor de la habitación y lo encontré sentado junto a la ventana.
—Espere, todavía no se ha…
¿Cambiado de ropa…?
Atónita, me apresuré a acercarme a él. Varias toallas bien dobladas yacían sobre la mesa. Las debió haber puesto un sirviente. Desdoblé una y le sequé el pelo.
—No es fácil verte.
—Sí. Ha pasado mucho tiempo.
—Hmm.
Cerró los ojos al sentir mi toque. Sus largas pestañas temblaron; era como una señal subconsciente que indicaba que se sentía bien.
Estaba en una posición incómoda, ya que Leandro estaba sentado en un alféizar alto. Me puse de puntillas y estiré los brazos. Al verlo, inclinó la cabeza.
Su cabello era rizado, por lo que si no se secaba ni se peinaba bien, se le alborotaba mucho. Cepillé su pelo negro y ondulado con tosquedad con mis dedos lo mejor que pude.
—¿Cómo va el trabajo estos días?
—Hmm… —titubeé y retrasé mi respuesta. Ya sabía lo que quería decir.
En el último tiempo apenas podíamos vernos. A pesar de su ajetreada agenda, venía a menudo a visitarme a altas horas de la noche. Pero siempre que eso ocurría, yo estaba dormida.
—¿No tenemos trabajadores suficientes?
—No, no es eso.
—Hablaré con Irene.
—No, no pasa nada, en serio.
Su rostro se ensombreció mientras me observaba. Parecía muy preocupado por mí.
Siempre ayudaba aquí y allá. Porque cuando me retiraba temprano a mi habitación, no me gustaba cómo me miraban las doncellas que terminaban su turno tarde.
—Debes ser la favorita del maestro.
—Estamos cubiertas de polvo porque limpiamos el ático.
¿En serio tenía que oír eso?
Pasmada, quería replicarles, pero al darme cuenta de que no ganaba nada discutiendo con mis compañeras de habitación, me tragué mi enfado.
Ya estaba llamando la atención porque los sirvientes me relacionaban sin quererlo con Leandro. Si causaba un problema, era imposible que pudiera resolverlo con discreción, así que forzaba una sonrisa en mis labios.
—¿Qué tiene que ver el maestro con esto?
—B-Bueno, nada… Debe tu vida debe ser fácil porque eres su doncella a cargo.
Como si no estuvieran tratando de instigar una pelea, de inmediato bajaban la cola y se disculpaban en caso de que me hubiera ofendido.
Sabía lo que estaban pensando. Estaban celosas porque su joven y apuesto maestro me daba un trato especial a mí, alguien que estaba en la misma posición que ellas. Antes solían decir que me merecía un plus por riesgos laborales o algo por el estilo. Ahora miraban con desprecio nuestra relación.
Sin embargo, estaba harta de decirles docenas de veces que no teníamos esa clase de relación. Así que, aparte de la lavandería, iba de aquí para allá buscando tareas que hacer.
Cuando volvía tarde a la habitación, exhausta, las doncellas que me ridiculizaban por cobrar más por un trabajo fácil evitaban mi mirada.
Me quedaba dormida en cuanto me recostaba en la cama. Era entonces cuando Leandro me visitaba a veces. Se esforzaba por ser cuidadoso, pero era imposible que las personas a mi alrededor no lo supieran.
Un día, incluso la doncella principal, la señora Irene, me llamó.
—¿Los rumores son ciertos?
¿Qué rumores? ¿Los rumores de que Leandro y yo tenemos una relación? ¿O los rumores de que me debato entre Leandro y Lorenzo?
Fruncí un poco el ceño. Puede que no haya mejor aperitivo en la aburrida vida de las doncellas. Pero ser el objeto de los rumores era muy desagradable.
—Las chicas están bromeando. Sabe que no puede ser verdad.
—Está bien, Evelina. Confío en ti.
Leandro solo tenía dieciséis años. Aunque su apariencia era de otro mundo, seguía siendo un niño. ¿Por qué demonios me estaban juntando con él?
Además, sería el próximo duque, mientras que yo seguiría siendo una doncella plebeya. La brecha entre nosotros era muy amplia.
—Pero déjame decirte algo por tu propio bien. Conoce tu lugar.
Cuando la señora Irene dijo aquello, sentí que mi cabeza estaba a punto de explotar.
Aunque de la nada me encontré en el cuerpo de esta plebeya, e incluso si nadie más lo sabía, mi mente seguía siendo mía y lo sabía.
A pesar de que viniera del mundo moderno, creí que me iban bien a mi manera, siendo consciente del sistema de clases y tal. ¿Por qué tenía que escuchar estas ridiculeces?
Quería darle la vuelta a la mesa, coger la tetera y echársela en la cabeza a la señora Irene, pero no tuve las agallas.
—No veo al maestro como un hombre —declaré con seriedad. Al fin, la señora Irene asintió.
Así que esto es lo que se siente al ser incomprendido.
Me pregunté cómo debió haber sido para Leandro vivir tantos años con el rumor de que podía contagiar la maldición con solo tocarle un dedo.
—Maestro…
—¿Por qué te ves tan triste? ¿Alguien te está molestando?
—No, no es eso.
—Entonces, ¿por qué parece que estás a punto de llorar?
—¿Yo?
—Sí.
[1] Un corte bob es así:
Hola Hola! Wow No puedo creer que justo se acaba de actualizar, muchas gracias por todo el esfuerzo que le ponen!
Y espero que no sea muy molesto preguntar esto, podrían decirme si la novela ya esta completa? y en dado caso donde puedo encontrarla, de verdad estoy absolutamente obsesionada con la trama :>