Sin madurar – Capítulo 30: La despedida (3)

Traducido por Den

Editado por Lucy


Parpadeé. Leandro me miraba sin apartar la vista. Cuando no dije nada, arqueó las cejas.

—Dímelo.

No puedo.

Ya estaba ocupado encargándose de los asuntos del señor de la casa y tomando sus lecciones como sucesor. Apenas tenía tiempo para descansar. No quería molestarlo con los rumores que circulaban entre sus sirvientes.

Pronto acudiría al palacio imperial y conocería a Eleonora. No podía involucrarse con una doncella. Esperaba que Leandro la conociera y se enamorara de ella lo antes posible. Si eso sucedía, nadie sospecharía de que estuviera a su lado.

—No es nada, en serio.

—Está bien… Pero dime si pasa algo.

Vaya, es rápido leyendo caras.

Me sentí culpable por guardar silencio.

Pero no puedo preocupar a este niño.

—Maestro, ¿no está demasiado preocupado por mí? Me conmueve.

—¿Qué estás diciendo…?

—Está bien si no lo está.

—No he dicho que no esté preocupado —respondió y su rostro pálido se puso rojo. Se veía tan lindo que me hizo reír.

En ese momento, un trueno retumbó fuera de la ventana. El ruido de la lluvia ahogó la voz de Leandro y no pude oír nada. Acerqué mi rostro al suyo.

—No le oigo.

—Vámonos de viaje juntos.

—¿De viaje? —pregunté sorprendida.

Ya estoy sufriendo con este rumor infundado. Y ahora ¿quiere irse de viaje conmigo? ¿Me está tomando el pelo?

—Sí. ¿Por qué te sorprende tanto? Hace un tiempo prometiste ir a la villa junto a la playa.

Su rostro parecía relajado, como si disfrutara del toque de mi mano mientras lo peinaba. Moví los ojos de un lado a otro, tratando de encontrar una buena razón para negarme. No es el mejor momento. En realidad, no, en primer lugar, ¿por qué alguien se iría de viaje con su doncella?

—Estoy esperando tu respuesta, Evelina —me urgió con un tono muy bajo, pero seguí mirando al suelo. Al cabo de poco, se impacientó y me exigió una respuesta—. Contéstame.

—La gente no hace eso con sus doncellas… —contesté con un hilo de voz.

Entonces, la palma seca de su mano me rozó las mejillas. Me agarró la barbilla con delicadeza y me atrajo hacia él. Traté de evitar su mirada para que no fuera incómodo. Observé las gotas de lluvia chocando contra la ventana.

—Pero lo prometimos. ¿Por qué no me miras…?

Ladeó la cabeza.

Dejé de mirar por la ventana y me fijé en él. Al final, esbozó una sonrisa como si estuviera satisfecho.

Por dentro es un niño de dieciséis años, sin embargo, ¿por qué se ve tan maduro por fuera? De nuevo, no pude evitar admirar su impresionante aspecto.

—Está… lloviendo.

—En efecto.

—Está lloviendo demasiado fuerte para que vayamos a ningún sitio.

—¿Quién ha dicho que vayamos ahora mismo?

—Escuché que la temporada de lluvias continuará durante un tiempo.

—Puedes usar tus días de vacaciones. Vayamos cuando escampe. Hace mucho tiempo que no salgo de la finca. Me emociono un poco solo de pensarlo.

—No… No creo que deje de llover durante un tiempo.

—La temporada de lluvias siempre azota a principios de verano. El cielo se despejará pronto.

—Pero ¿y si sigue lloviendo…?

—¿Qué pasa? ¿Por qué te vas por las ramas?

Arrugó la frente. Acercó su cara a la mía y me miró con atención.

Sudaba de manera profusa mientras intentaba engañar a alguien tan espabilado como él.

¿Qué debería hacer? Solo quiero salir de aquí. Quiero huir.

—Me estás ocultando algo.

—N-No es cierto.

—Te dije que me contaras todo.

—¡No hay nada que contar!

—Me vas a reventar los tímpanos… ¿Por qué gritas de repente?

—Ah… No, es que… ¿Qué clase de aristócrata se va de viaje con una criada?

—¿Solo tú y yo? Nunca pensé en eso.

Ah, maldita sea. Me puse nerviosa sin razón.

Incómoda, me rasqué la mejilla. Leandro seguía sujetando mi barbilla y no solo su rostro, sino también su cuerpo, estaba inclinado hacia mí mientras sus ojos brillaban.

Su fresco olor se filtró por mi nariz, y respiré hondo.

—En cualquier caso, creo que es una buena idea.

—Por favor, reconsidérelo.

—Ya lo he hecho y opino que es una gran idea.

—Ha sido solo un segundo…

—No puedo oírte. Me lo prometiste hace mucho tiempo, así que cumple tu promesa.

Es como si le hablara a la pared. Nada bueno saldrá de que estemos juntos. ¿Cómo puedo explicárselo para que lo entienda? No quiero contarle que hay un rumor escandaloso sobre nosotros.

—Bueno…  En ese caso, volvamos a hablar cuando termine la temporada de lluvias. Puede que vuelva a estar ocupado.

—Si quiero algo de tiempo libre, ¿quién se opondrá?

—¿La señora Irene…?

—No tiene la autoridad.

—¿El mayordomo…?

—Él tampoco.

—¿Su ayudante?

—Estás actuando de forma extraña. ¿Intentas buscar excusas?

No se me ocurrió nada más que decir, así que me alejé poco a poco de él.

—Creo que debería irme.

—¿Por qué?

—Hm… ¿La ropa…? Sí, hay un montón de ropa sucia para lavar.

Saltó del alféizar de la ventana y aterrizó en el suelo. Su rostro se volvió frío, y se acercó a mí cada vez más rápido.

Antes de que pudiera acercarse más, atravesé la espaciosa habitación corriendo y abrí la puerta. Luego, salí de la habitación y asomé la cabeza por la puerta para despedirme.

—Hasta luego.

Antes de cerrar la puerta, vi que Leandro murmuraba algo con sus labios perfectos. Sin embargo, no pude oír lo que decía.

Solo en la habitación, Leandro se dio la vuelta para mirar por la ventana. Luego, sonrió satisfecho.

—¿Lavar la ropa bajo la lluvia? Qué ridículo.

♦ ♦ ♦

Al día siguiente, comenzó de forma oficial la temporada de lluvias. Estaba sentada en un rincón de la lavandería, cosiendo mientras charlaba con las doncellas.

Confiaba bastante en mi habilidad para coser, pero aún me costaba insertar el hilo en el ojo de la aguja. Mientras entrecerraba los ojos para concentrarme en humedecer el hilo con saliva, la gruesa puerta de madera de la lavandería se abrió con un chirrido.

—Evelina, ¿estás aquí?

El cabello negro de Leandro estaba empapado por la lluvia. Su camisa estaba mojada por completo, que la tenía casi pegada al cuerpo.

Las sirvientas se sorprendieron ante la visita inesperada de Leandro. Era comprensible, ya que su maestro apareció con el aspecto de un mendigo.

Todas se levantaron de inmediato y se arreglaron el vestido y el cabello. La mucama que estaba cerca de Leandro recogió una toalla doblada que había en una esquina y se la entregó.

—Maestro, ¿qué lo trae por aquí…?

—¿Qué crees?

Leandro le arrebató la toalla de la mano. Luego se echó hacia atrás el flequillo que le impedía ver y entró en la habitación.

La doncella hizo un mohín como si estuviera molesta por su rechazo.

—Toqué la campana…

Con cada paso que daba, sus botas empapadas chapoteaban.

—Pero no viniste. Así que vine a buscarte.

Parecía que Leandro no se había dado cuenta de que las doncellas inclinaban la cabeza en silencio en fila. Vino hacia mí mientras estaba de pie junto a las demás inclinando la cabeza.

—Mírame.

—Maestro…

—Te he buscado por todas partes —dijo, como si no fuera gran cosa. Había mucha gente observando y escuchando. Era obvio que las sirvientas hablarían de lo sucedido más tarde.

Cuando exhalé un suspiro, Leandro se inclinó hacia adelante e hizo contacto visual conmigo. Molesta por el mechón de pelo pegado a su mejilla, estiré la mano por instinto para apartarlo. Sin embargo, al percibir las miradas que nos dirigían, bajé la mano.

—¿Por qué te has detenido? —tiró de mi manga. Las sirvientas seguían observándonos. Me mordí el labio mientras pensaba en cómo afrontar esta situación.

—No le hagas eso a tus labios.

—Cierto…

Se rió y sonrió. Era extraño. Está sonriendo, pero ¿por qué me da escalofríos?

Me abracé a mí misma.

—¿No me vas a secar el pelo? —preguntó, ladeando la cabeza—. ¿No vas a hacerlo? También tengo la ropa empapada.

—Debería secársela por usted…

—Incluso tengo los zapatos empapados.

—¿Por qué no usó un paraguas?

—Es un fastidio.

—¿Y si se resfría?

—Si me resfrío, pues me resfrío.

—¡No diga eso! Dese prisa y cámbiese de ropa.

—Está bien. Entonces, vamos.

—¿Y-Yo también?

—¿Me vas a mandar solo? ¿Incluso después de haber empapado tanto buscándote?

—Aun así… no he terminado de coser…

Soltó mi manga y me cogió la mano. Luego, miró a la doncella junto a mí. Ella levantó con velocidad la cabeza y me empujó por la espalda, diciéndome que me fuera.

—Evie, no te preocupes. Vete ya.

Fulminé a Leandro con la mirada mientras insistía en entrelazar nuestros dedos. Esto era abuso de poder. Aunque sonreía con sus hoyuelos, luciendo todo inocente, no era encantador.

Venir aquí y sacarme de esta manera…

Ya estaba cansada de pensar en cómo las chicas me molestarían por esto más tarde.

—Genial, ¿verdad?

—No.

—Siempre tienes que tener la última palabra.

—No es quién para decir eso, maestro.

Lo seguí hasta la mansión. Mientras subíamos las escaleras, tomados de la mano, nos topamos con la señora Irene, que bajaba. Inclinó la cabeza ante Leandro a modo de saludo y luego abrió los ojos como platos cuando me vio detrás de él.

Sacudí la cabeza en señal de que era inocente. La señora Irene pasó de largo junto a mí y suspiró.

—¿Por qué todos me culpan…?

—¿Qué? No te oí.

—Hablaba conmigo misma.

En ese momento, me sentí molesta con Leandro por no saber nada. Aun así, no podía contarle lo que estaba pasando.

Por favor, conoce a Eleonora pronto, así no tendré que sufrir más.

Me llevó a su dormitorio. Le traje del vestidor una muda para que se cambiara. Leandro estaba sentado en el sofá, mirándome ausente.

—¿No tiene frío?

—No, es verano.

—Aquí tiene su muda.

Cogí una toalla seca que había sobre la mesa de caoba y sequé el agua. Se levantó y tomó la ropa que le di.

—No vayas a ninguna parte.

—¿A dónde iba a ir?

—Ayer te fuiste antes de que me despidiera de ti.

—Hoy no lo haré… Me trajo hasta aquí, causando una escena, así que no tengo a dónde ir.

—Bien.

Leandro siguió mis instrucciones. Se puso la camisa y los pantalones secos y luego volvió al sofá. Me puse detrás de él y le sequé el pelo. Una vez estaba un poco seco, lo peiné con la mano. Inclinó la cabeza hacia atrás y curvó sus labios rojos, como si estuviera de buen humor.

—¿No tiene trabajo hoy?

—No he podido leer ni una sola palabra por tu culpa.

Al parecer mis excusas ridículas y mi repentina huida de ayer lo puso de los nervios.

Entreabrió los ojos. Luego, levantó los brazos hacia atrás y me jugueteó con mi cabello.

—Me temo que no podemos irnos de viaje por el momento. Ayer recibí un mensaje de la familia imperial. Me dijeron que me preparara para suceder el título.

En la novela, Leandro se convertía en duque a los diecisiete años. Dentro de medio año, por fin comenzaría la historia original.

A diferencia de la historia original, en la que él usaba una máscara que cubría la mitad de su rostro desfigurado, este joven poseía una piel brillante e hidratada con un cuerpo sano.

¿Qué pasará cuando este Leandro conozca a Eleonora?

Ella no se enamorará de Leandro al instante, porque está muy enamorada de Diego antes de conocerlo. Pero ¿no hay alguna esperanza? Sería un final perfecto si ella cambiara de rumbo y se enamorara de Leandro.

No obstante, si de todos modos él organizara una rebelión… Lo encerraré, aunque tenga que noquearlo con un tronco y arrastrarlo hasta allí…

—Ugh, de repente tengo frío.

—¿Qué?

—Creo que me he resfriado.

—¿Le traigo una manta?

—Está bien. No es tan grave —resolló.

En cualquier caso, era un alivio que no hablara de irse de viaje conmigo ni de otras tonterías durante un tiempo.

Por favor, solo prepárate para conocer a Eleonora y deja de meterme en tu vida.

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