Sin madurar – Capítulo 37: La despedida (10)

Traducido por Den

Editado por Lucy


La señora Irene retrocedió un paso. El maestro siempre se mostraba inexpresivo y tajante con ella, por lo que verle mostrar por completo sus emociones la asustaba. Creía que hacía lo mejor para todos. Pensó que, si el maestro era sabio, sin duda lo entendería.

—Te has extralimitado. No conoces tu lugar. Te… lo había advertido —dijo Leandro.

Se frotó la cara con sus manos ásperas, quitándose la sangre seca. Se había caído al suelo tantas veces que sus pantalones estaban rotos.

Para levantarse, se agarró de las rodillas. Sin embargo, no pudo mantener el equilibrio y se tropezó. El caballero que estaba detrás de él lo ayudó. Se acercó a la señora Irene cojeando.

Con sus feroces ojos brillando de rabia, extendió poco a poco la mano hacia el rostro de la doncella principal. Ella se estremeció, pálida, y trató de alejarse, pero los caballeros la retuvieron. Forcejeó y se agitó, intentando evitar el toque de Leandro.

—Tienes suerte de que no tenga el poder para maldecirte…

Retiró su mano. La señora Irene temblaba, parecía como si de repente acabara de perder diez años de vida. Aunque sabía que no quedaba ningún rastro de la maldición en él, seguía aterrada.

Leandro se limpió el contorno de los ojos mientras las lágrimas seguían brotando. Sus ojos rojos y su rostro manchado de sangre lo hacían lucir aún más lamentable.

—Si tienes alguna excusa, ahora es el momento de decírmela —dijo Leandro.

—¡Milord! ¿Cómo puede decir algo así? Todo esto lo hice por usted y la familia —trató de justificarse, pero fue interrumpida.

—¿Y qué? —se mofó Leandro.

—¿Qué acaba de decir?

—¿Qué importa esta familia? Me he estado dejando la piel por la maldita casa Bellavitti y…

Leandro abrió y cerró las manos varias veces. Estaban llenas de heridas. Ninguna parte de su cuerpo estaba intacta de cicatrices. Todo parecía tan ridículo que se echó a reír mientras lloraba.

Dijo que se quedaría conmigo para siempre. ¿Tal vez fue una mentira para calmar el llanto de un niño?, pensó desesperado. No, imposible.

Evelina no era más que una doncella sin poder de los escalones más bajos de la sociedad. Sabía que algo así ocurriría, así que estaba preparando todo. Aunque ella era solo una sirvienta, era su salvadora. Era imposible que permitiera que fuera una doncella por el resto de su vida.

Leandro se había estado preparando a su manera. Elevar el estatus de un plebeyo era un proceso bastante complicado. Había enviado a su ayudante a investigar algunas cosas. Sin embargo, esta desafortunada situación sucedió antes de que todo estuviera listo.

Si hubiera sabido que esto iba a ocurrir, no lo habría mantenido en secreto.

Debería haberlo dejado claro para que nadie pudiera tratarla así…

No sabía que se iban a separar con tanta facilidad. Se había ausentado por un momento, pero Evelina ya se había ido.

Sentía como si tuviera un agujero en el corazón. No podía recobrar la compostura. La conmoción de perderla era mucho mayor que el dolor en la muñeca que se había torcido al caer y que los cortes en las plantas de sus pies.

Con una mirada sombría en su rostro, dio órdenes a los caballeros y a su ayudante. Habiendo escuchado al cabeza de familia, se llevaron las manos al pecho e inclinaron la cabeza.

♦ ♦ ♦

Mientras Lorenzo regresaba a la mansión, logré abordar un cabriolé y me fui antes de que volviera.

¿Qué otra cosa podía hacer? No siento lo mismo por él. Si nos marcháramos juntos, quién sabe qué clase de rumores difundirían la gente.

Aunque sentí pena por él, no esperé.

Lo que necesitaba no era un romance. Las fuerzas del mal me expulsaban por ahora, pero estaba segura de que algún día volvería.

—¿A dónde, señorita?

—Hm… Primero a la estación del sur, por favor.

La indemnización por despido era más que suficiente para comprar una casa, sin embargo, no duraría diez años en el norte con ella, ya que el costo de vida era alto. Por lo tanto, después de hacer algunos cálculos, decidí ir al sur.

—¿Se va de viaje? —preguntó el cochero.

—De viaje…

No pude responderle al instante.

—Ah, ¿no se va de viaje? Entonces, ¿va a visitar a sus parientes?

—No, me voy de viaje —respondí, decidiéndome por fin.

Aunque me fuera en este momento, no le pasaría nada malo a Leandro. Además, ya debería haber tenido su primer encuentro con Eleonora. Me hacía mucha ilusión ver cómo se desarrollaría en el futuro. El príncipe tenía que enamorarse de la princesa, así que decidí apartarme por un tiempo.

También parecía que eso quería la trama original. Había muchos personajes y eventos en la historia que intentaban separar al maestro y a la doncella.

No solo la señora Irene. En realidad, ya me estaba cansando de las otras doncellas que eran envidiosas y estaban celosas, más allá de si pretendían demostrarlo o no. Asimismo, Leandro había estado expresando sus sentimientos por mí cada vez más, lo cual disfrutaba, y no hacía nada al respecto. Por tanto, se estaba arruinando la trama original.

Pero al mismo tiempo una parte de mi corazón se preguntaba si de verdad le gustaba a Leandro. Estaba confundida y preocupada de si fue correcto que me fuera así.

Aun así, si cambiaba su comportamiento por completo y perseguía a Eleonora, sería desechada como un accesorio inútil, tal como había dicho la señora Irene. Así que elegí la realidad. Acepté la bolsa llena de monedas de oro y abandoné la residencia. Estaba por ver si Leandro seguiría la historia original o su propio camino.

Mientras no provoque el incidente definitivo…

—Ya llegamos —anunció el cochero interrumpiendo mis pensamientos.

—Gracias. Aquí tiene el dinero —respondí.

—Tenga cuidado en su viaje, señorita. La seguridad en el sur no es de fiar.

—¿A qué se refiere?

—He oído que los ambrosettianos que inmigraron al imperio organizaron una revuelta no hace mucho. Señorita, ¿no está al tanto de lo que pasa en el mundo?

—Ah…

Al notar mi preocupación, el cochero agregó:

—Bueno, no se preocupe. También oí que la reprimieron de inmediato y los metieron en la cárcel. Su Majestad está muy preocupado por la seguridad nacional. De todos modos, ¿en qué estaban pensando? ¿Por qué venir al imperio a causar problemas?

Siendo realistas, la zona era ahora territorio del imperio, pero hace cientos de años, fue territorio del Reino Ambrosetti. Los ambrosettianos se estaban alzando detrás del joven rey que empezaba a mostrar su voluntad de independencia.

La unión política entre Eleonora y Diego pretendía detenerlo. Todavía no había nada entre ellos, pero dentro de unos tres años, se comprometerían y tratarían de calmar el agitado conflicto entre los crecenzoanos y los ambrosettianos.

Tras despedirme del amable cochero, me acerqué al personal de la estación para preguntar si podían procurarme un carruaje que se dirigiera al sur. El hombre consultó los archivos que tenía en las manos y sacudió la cabeza con pesar.

—¿No hay más carruajes hoy? —pregunté para volver a comprobarlo.

—Puede hacer una reserva, pero tendrá que partir temprano por la mañana. Hay un carruaje que sale a las nueve de la mañana. ¿Le gustaría reservarlo?

—Sí, por favor.

—Hay una posada cerca. Le recomiendo la posada Cola Larga. La comida es bastante buena.

—Es muy amable. ¿También puede indicarme cómo llegar?

—Solo tiene que seguir recto y luego girar a la derecha en el segundo cruce.

—Gracias.

Después de pagarle al empleado y recibir el billete, lo doblé y lo guardé en el bolsillo de mi falda.

Aunque aún no era tarde, resultaba incómodo llevar la maleta a todos lados, así que me dirigí a la posada.

Durante los últimos años había estado viviendo en la mansión del duque, por lo que no había salido mucho. Incluso en mis días libres, solo iba al pueblo cercano. Eso había sido suficiente para mí.

En total había doscientos ocho sirvientes. Si incluía también a los caballeros, la finca en sí era como un pueblo. Al haber vivido en un lugar tan grande, nunca sentí curiosidad por el mundo exterior. Aparte de cuando tenía que salir a comprar artículos de primera necesidad, apenas salía de la finca.

De todos modos, no podía salir porque el maestro me suplicaba que me quedara siempre a su lado, excepto en mis días libres.

Quizá por eso todo lo que me rodeaba me resultaba desconocido. Vi hileras de casas de tres pisos pequeñas y callejuelas entre ellas llenas de vendedores de fruta, flores y carne. Era nuevo y divertido, como si estuviera de vacaciones en Europa o algo por el estilo.

Miré a mi alrededor, sujetando mi maleta con ambas manos como una campesina. Una chica atractiva que estaba de pie con la boca abierta y sonriendo debía parecer fácil de persuadir. El joven propietario de la floristería se acercó a mí.

Incluso en el pasado, en el mundo moderno, era fácil de persuadir. Cuando el comerciante intentó entablar una conversación, me apresuré calle abajo.

Bueno… El hombre dijo que girara a la derecha en el próximo cruce, ¿cierto?

Cuando doblé en la esquina, divisé la posada con tejado rojo. La tasa de analfabetismo era alta en el Imperio Crescenzo, por lo que muchos de los letreros tenían dibujos en lugar de palabras. La posada tenía el dibujo de un pájaro en el letrero. Parecía un gorrión.

¿Por qué se llama posada Cola Larga?, pensé mientras entraba al edificio.

—¡Bienvenida! —El posadero me saludó con entusiasmo—. ¿Pasará la noche? Si viene a cenar, tendrá que esperar un poco porque aún no hemos abierto. Pero si de verdad quiere, podemos preguntarle al cocinero y tal vez abra el restaurante una hora antes.

¿Qué? Quiero decir, aún no he dicho nada…

El posadero siguió hablando con entusiasmo. Las pecas de su rostro bronceado me recordaban a Lorenzo.

Entonces pensé: Se ofreció a irse conmigo. Debe estar decepcionado de que me marchara sin él…

Me liberé de mis pensamientos y le pregunté al posadero:

—Pasaré la noche. ¿Tiene alguna habitación disponible?

—¡Me aseguraré de que sí! Para una persona, ¿verdad? —preguntó y asentí.

Saqué mi cartera y le di varias monedas.

Supongo que lo que dice la gente de que como en casa en ningún sitio es cierto. Parece que no tengo más remedio que gastar dinero para todo ahora que he dejado la finca. Siempre había ahorrado mi sueldo sin gastarlo, así que no estaba acostumbrada a hacer pagos. Vacilé un poco al entregar el dinero.

Luego cogí la llave. El posadero se ofreció a llevar mi maleta, pero me negué porque me quedaba mucha energía.

Como la posada estaba dentro del ducado, las instalaciones eran bastante buenas. El empapelado y la pintura del techo eran recientes y la cama era bastante grande para una persona. El lugar me gustaba.

Dejé mi equipaje y pasé el tiempo rodando en la cama y clasificando las monedas.

Cuando ya casi era la hora de cenar, me sentí hambrienta.

Estoy segura de que Leandro ya habrá llegado a la finca.

Me pregunté cuánto tiempo tardaría en enterarse de que me había ido.

Quizá siga trabajando sin darse cuenta de nada porque está ocupado.

Cogí una moneda y bajé a cenar. Después de saciarme, volví a la habitación para descansar. A la mañana siguiente iba a estar metida en un carruaje durante horas, así que tenía que descansar.

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