Sin madurar – Capítulo 48: El reencuentro (9)

Traducido por Den

Editado por Lucy


—¿Y si de verdad regresa a por ti?

—Parece que Su Alteza intenta convertirte en su amante.

—Imposible.

Negué con la cabeza.

¿Qué clase de príncipe llevaría a la doncella de un noble del campo a la ciudad imperial? Y mucho menos a una doncella a la que ni siquiera le gusta.

Diego no era el tipo de hombre que iba tan lejos. Estas mucamas ingenuas podían imaginar todo lo que quisieran, pero yo sabía cómo era el mundo real.

—¿Cómo llamaste la atención de Su Alteza? —preguntó una de ellas.

—Nunca lo hice.

Entonces me agarraron de los brazos por ambos lados.

—Vamos, no seas así.

Lily se abrió paso entre ellas y me ayudó a levantarme. En ocasiones así, me alegraba tanto de tenerla a mi lado.

—Bueno, tenemos que ir a prepararnos para la cena —dijo Lily.

Me ayudó a escapar antes de que las chicas pudieran preguntarme más cosas sobre el príncipe. Para sorpresa mía, no me preguntó por Diego cuando estuvimos solas, así que yo tampoco saqué el tema.

—¿Tan temprano? ¿Qué tenemos que hacer? —le pregunté.

—Sin duda era una mentira. Volvemos a la habitación.

—Ah, ya veo.

—Hoy vamos a estudiar gramática.

—Vale… Bieen…

Antes estudiaba a leer y a escribir solo cuando tenía tiempo libre, pero tras la partida de Diego, Lily me daba lecciones con más frecuencia. Ahora aprendía todos los días como si estuviera en la escuela.

Como me enseñaba sin parar, me preguntaba si creía que me había enamorado de Diego o algo así. Quizás por eso ni siquiera quiere darme un respiro para que piense en él.

—Odio la gramática —me quejé—. Hay doce conjugaciones del pasado.

—Aun así tienes que sabértelas.

—¿Por qué? Ni siquiera soy una noble. Solo necesito saber leer.

—El conocimiento es poder —afirmó mientras levantaba el puño.

”Den”
”Era

Apartando su mano, memoricé uno a uno los verbos de la página.

Cuando se ponía en modo profesora, no podía entenderme con ella. Me enseñaba tantas cosas que me preguntaba si de verdad tenía que saberlas todas.

—Por cierto, ¿vendrán más invitados? —pregunté mientras subrayaba los verbos que me costaba memorizar.

Ella levantó la cabeza mientras dejaba de escribir las palabras del vocabulario que me memorizaría a continuación.

—¿Por qué? —preguntó.

Hacía una semana que el príncipe heredero y su séquito se habían marchado del castillo. Si iban a volver a pasar por aquí, al menos tardarían unas semanas más. Sin embargo, por alguna razón, las doncellas seguíamos limpiando las habitaciones de invitados.

—Ojalá el barón contratara más sirvientes —dije.

—El barón es un tacaño a veces.

—Lily, sigue siendo nuestro jefe.

—Pero es verdad. De todos modos, las palabras que estás leyendo son las excepciones, así que apréndetelas bien.

—Sí.

Me concentré en sus instrucciones. Al oír el alboroto al otro lado de la puerta, parecía que las sirvientas estaban de vuelta.

Lily se acercó al escritorio y me entregó la carta que había estado escribiendo todos los días.

—Intenta leer esto.

—¿No te importa que la lea?

—Es sobre ti.

Examiné la carta y empecé a leer en voz alta.

—Hmm. Con el transcurso de los días, el t-turbulento viaje…

Apenas había empezado a leer cuentos de hadas infantiles, así que las palabras de la carta me resultaban difíciles. Vi el nombre del príncipe heredero y supuse que trataba de los recientes acontecimientos.

Cuando terminé de leer el segundo párrafo, parpadeé con los ojos cansados.

—Me rindo.

—La enviaré hoy.

—¿El maes…? Espera, ¿debería llamarlo milord?

—A quién le importa. Ya no eres su doncella.

—Entonces, ¿cómo debo llamarlo?

—Hmm, ¿por su nombre?

Le di una palmada en la espalda, riéndome a carcajadas.

—Tonterías.

¿Cómo puede decir eso con una cara tan seria? Quiero decir, ¿cómo puede una doncella atreverse a llamar a un duque por su nombre?

—Quizás debería dirigirme a él como duque Bellavitti.

—Como quieras.

Se encogió de hombros.

—Así que ¿sigues enviando informes al duque Bellavitti?

—Sí, aunque rara vez me contesta.

—No puedo creer que le envíes estas cartas todas las semanas. Quién sabe si las lee o no.

Lily sacudió la cabeza.

—¿Eres tonta?

—¿Qué?

Intenté hacer que confesara por qué había dicho eso, pero en ese momento la puerta se abrió y las doncellas irrumpieron en la habitación.

Era la hora de descanso de las sirvientas de la limpieza, lo que significaba que era hora de que Lily y yo, las doncellas de la cocina, fuéramos a la cocina. No dijo nada más sobre la carta, y salimos de la habitación.

No pude hablar con ella en la cocina ya que teníamos tareas diferentes. Después de que se enfriara el pastel y lavara varios platos por órdenes de la chef, por fin me acerqué aella.

—¿Por qué me llamaste tonta? —pregunté.

Sus ojos grises me examinaron de arriba a abajo.

—Porque aún no tienes ni idea.

Me rasqué la cabeza y solté una risita. Habían pasado tres años desde que habíamos abandonado la finca del duque. No entiendo por qué Lily seguía a mi lado enviando noticias a Leandro.

Al ver que no había respuestas, supuse que a él le traía sin cuidado. Pero ella seguía aquí, manteniéndome a salvo.

Espero que sepa que está bien que regrese a la finca del duque y vuelva a ser un caballero. Ya ha estado a mi lado demasiado tiempo.

Con eso en mente, la miré de forma inquisitiva.

—¿Te gusta ser sirvienta?

—Por supuesto que no.

—Un caballero del duque, viniendo a la cocina a jugar a las casitas conmigo…

—Agradezco tu reconocimiento.

—¿Cuánto tiempo vas a seguir con esto?

—Renunciaré pronto.

—¿En serio…?

Lily se miró la mano. Sus manos callosas se habían vuelto suaves como la mantequilla porque no había podido entrenar durante los últimos tres años.

Suspiró, lo que me hizo suspirar mientras la observaba. Me sentía muy mal por ella.

¿Por qué tuvo que ser Lily la que me encontró hace tres años? Debería haberla obligado a volver a la finca en ese entonces, sin importar qué…

Por otro lado, no podía evitar sentirme triste por perderla. Habíamos pasado mucho tiempo juntas y dependíamos la una de la otra. Hice lo que pude para no mostrarlo. Si sabía cómo me sentía, no se sentiría cómoda con la idea de regresar. Así que actué como si no pasara nada y la ayudé con su trabajo. Pude sentir su mirada sobre mí.

Me sequé las manos en el delantal y le dije con voz alegre:

—Cuando regreses, volverás a ser un caballero increíble.

—Eres idiota.

—¿Por qué sigues diciendo eso…?

—Porque eres muy lenta.

♦ ♦ ♦

Al alba, me desperté con el canto del gallo.

Estiré la mano a mi lado, pero lo único que pude sentir fue la manta fría de Lily.

—¿Lily…?

No estaba en la habitación.

¿Habrá ido al baño o algo así?

Miré a mi alrededor y vi que las otras sirvientas seguían dormidas.

La esperé un momento, pero no volvió. Sentada y apoyada en la cabecera, empecé a dar cabezadas. Entonces me metí de nuevo bajo las sábanas.

Cuando volví a abrir los ojos, el sol brillaba con fuerza a través de las ventanas. Las doncellas se despertaron y se frotaron los ojos. Cuando me estaba poniendo el uniforme de sirvienta, después de hacer la cama, una mucama de la habitación de al lado abrió de golpe la puerta.

—¡Chicas! —gritó.

Todas las miradas se posaron en ella mientras proseguía.

—Hay que darse prisa. Viene un invitado importante. ¿Os lo podéis creer?

Una de las sirvientas, que aún se negaba a salir de la cama, se limpió la baba de la boca y preguntó:

—¿Un invitado importante?

La mucama de la habitación de al lado entró en la habitación y la sacó a rastras de la cama.

—¡Sí! Ha llegado antes de lo esperado. La sirvienta principal quiere que nos preparemos rápido.

—¿Quién es el invitado importante?

—No lo sé.

—Nos estás diciendo que nos alistemos, pero ¿cómo es que no lo sabes?

—Quizás por eso seguíamos limpiando las habitaciones de invitados.

—¿No era por el príncipe heredero?

Sorprendidas, se hacían preguntas las unas a las otras. Llevaban años viviendo en este castillo, pero nunca habían recibido visitas con tanta frecuencia. Era comprensible que estuvieran emocionadas. Yo también sentía curiosidad, así que escuché sus conversaciones.

—De todos modos, vamos.

—¿Quieren a todos en la entrada?

—No, no dijeron eso.

—Entonces, ¿por qué nos meten prisa?

Después de ponerme la ropa, fui la primera en salir de la habitación. Estaba a cargo de la cocina, pero me pidieron que ayudara en la lavandería porque no tenían personal suficiente.

Se suponía que Lily también debía ayudar, pero no tenía ni idea de dónde se había metido desde que desapareció al amanecer. Aun así, no podía perder tiempo buscándola.

Seguro que no tardará en aparecer.

Fui sola a la lavandería. Me pregunté si Lily ya estaría allí, pero no estaba.

Justamente ayer había pensado en que Lily me dejaría. Ahora que no podía encontrarla por ninguna parte, me resultaba extraño.

Debo estar equivocada. Lo más probable es que esté en algún lugar del castillo, me consolé, y ayudé a las otras sirvientas a lavar las sábanas blancas en el lavabo.

Trabajé duro y, antes de darme cuenta, el sol se había alzado en lo alto del cielo. Hoy el sol estaba fuerte y hacía calor. Las otras mucamas me preguntaron dónde estaba Lily, pero solo pude negar con la cabeza y decirles que no lo sabía.

El sudor me goteaba por la punta de mi nariz. Me limpié la cara con la manga remangada. La doncella que había ido a la cocina a traer algo de picar volvió corriendo sin una cesta.

Agitó los brazos como loca.

—El invitado… El invitado está aquí.

—¿Ya? —preguntó la criada a mi lado.

—Sí.

—¿Quién será?

—También quiero saberlo. ¿Será otro noble de ciudad imperial?

—Vamos a ver.

—Sí, vamos.

—Oye, esperad…

La doncella que estaba escurriendo una sábana conmigo la tiró al suelo. Acabábamos de lavarla, pero no pareció importarle que se ensuciara de nuevo. Miré el lavabo y chasqueé la lengua.

Las sirvientas gritaban emocionadas mientras corrían hacia la entrada. Las sábanas se arrugaban si no se colgaban en seguida. Estaba segura de que la doncella principal nos gritaría y nos obligaría a lavarlas de nuevo.

Sola, jugueteé con la sábana blanca.

—¿Qué debería hacer…?

Las chicas envidiaban a la doncella que tuvo un romance de una noche con el caballero de la escolta del príncipe heredero. Al parecer todas querían una oportunidad para vivir eso.

¿Y si es solo uno de los amigos del barón?

El barón era un anciano con nietos. Tan solo pensar eso me hizo perder con rapidez el interés en el invitado.

Entonces decidí colgar todas las sábanas en lugar de las doncellas de la lavandería. Si las dejaba ahí, me culparían a mí.

—Ah, bueno. Soy un ángel.

Inhalé el aroma de las hojas verdes mientras cogía una sábana del lavabo y la sacudía. La cuerda atada a los árboles estaba bastante alta, así que tuve que ponerme de puntillas.

Fue en ese momento que de repente tuve una extraña sensación. Ladeé la cabeza y cogí la segunda sábana.

Oí que alguien caminaba con prisas en mi dirección. No eran los pasos ligeros de una sirvienta. Mientras sacudía la sábana, mi corazón latía cada vez más rápido. Pero fingí indiferencia y seguí colgando la sábana como si no pasara nada.

Los pasos se aceleraron poco a poco, lo que hizo que mi corazón latiera aún más deprisa. Me puse la mano en el pecho en un intento de calmarme, pero fue en vano. Los pasos ahora sonaban como si corriera. Cerré los ojos con fuerza y luego los abrí. Supe por instinto de quién se trataba.

—No has cambiado nada.

La voz vino acompañada de una risita.

Su voz se había vuelto más grave, pero seguía siendo tan suave como la recordaba. Sonaba tan dulce que casi podía saborearla.

Sentí que se acercaba y se detenía justo detrás de mí. La gran sombra se cernió sobre mí cabeza.

—Evelina.

Cuando me quedé inmóvil, tosió para aclararse la garganta.

—Evelina —pronunció mi nombre alzando un poco la voz.

Sentía que se me iba a salir el corazón por la boca. Me latía cada vez más fuerte. Mi pelo trenzado descansaba a un lado, exponiendo mi cuello al cálido aliento del hombre detrás de mí.

Al mismo tiempo, sentí algo húmedo en mi cuello. Mi cuerpo se puso rígido en seguida. No podía girar la cabeza. Junto con el sonido de su respiración entrecortada, una mano grande me llamó la atención. Contuve el aliento.

Me abrazó con fuerza por detrás, sus brazos fuertes me rodearon la cintura. Luego enterró su nariz en mi cuello y respiró hondo. Supuse que no pudo perder la costumbre que tenía desde niño.

En un instante, me dio la vuelta con su fuerza. Estaba ahí de pie como un hombre adulto hecho y derecho. Su cabello más oscuro que el cielo nocturno, sus ojos tan azules como el profundo océano, su nariz afilada y su barbilla tan bellas como una obra de arte.

Se había convertido en el apuesto príncipe del que había leído de niña. Era justo como me lo había imaginado cuando leí la novela. Aquel que me hizo caer rendida a sus pies con solo una frase.

Lo observé por un momento, boquiabierta. Ni siquiera cuando conocí a Diego y me impresionó su belleza, mi corazón se agitó tanto. Admirando al hombre que tenía delante, no podía creer lo que veían mis ojos. Tragué saliva al vislumbrar su marcada clavícula a través de un par de botones desabrochados.

Los ojos azul aguamarina de Leandro se posaron en mi rostro.

—He venido a llevarte a casa, Evelina.

Cuando levanté la vista, noté que de sus ojos brotaban sin cesar lágrimas brillantes como joyas. Al verle llorar por primera vez, me sorprendí tanto que me limité a mirarlo en silencio.

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