Sin madurar – Capítulo 47: El reencuentro (8)

Traducido por Den

Editado por Lucy


A la mañana siguiente, los sirvientes tuvimos que despertarnos temprano para despedir al príncipe heredero y su séquito. Por órdenes del mayordomo, me dirigí al establo a llevar el desayuno a los criados. Estaban preparando el pienso para los caballos.

Los saludé y charlé con ellos un momento, luego regresé al castillo. Cuando pasé junto a un árbol grande cerca de la entrada del servicio, divisé a una pareja abrazada detrás del árbol.

El hombre llevaba un uniforme con el emblema del palacio real de Crescenzo bordado. Al parecer el caballero había intimado con la doncella de la noche a la mañana.

Sir, ¿de verdad tiene que irse? —preguntó ella.

—Su Alteza dijo que le gusta este lugar, por lo que puede volvamos a pasar por aquí de regreso —respondió el caballero.

Recordé el día en que Diego había llegado y le había dicho al barón a la cara que el castillo era humilde.

¿Y ahora dice que le gusta? No podía creerlo.

La doncella de pelo rizado tomó las manos enguantadas del caballero.

—¿Me buscarás otra vez? ¿Recuerdas mi nombre?

El pulcro caballero parecía un poco incómodo. No obstante, asintió con la cabeza y cambió de tema enseguida.

—Hmm, claro. Debo irme, nos marcharemos pronto.

Era obvio que había olvidado su nombre.

—Ten, llévate mi pañuelo.

—Gracias…

Estoy segura de que su maleta está llena de los pañuelos que ha recibido en cada parada de camino hasta aquí, comenté con sarcasmo para mis adentros.

—Dame otro beso antes de irte —le pidió la ingenua doncella.

—Ah.

A pesar de sonar un poco molesto, el caballero inclinó la cabeza y la besó en los labios.

Me tapé un poco los ojos.

No sabía que fuera tan vergonzoso observar a los demás besándose.

Entonces el caballero insistió en que tenía que irse y salió pitando sin siquiera volver a mirar a la doncella una vez más.

La chica observó anhelante la espalda del caballero. Casi podía ver cómo le salían corazones de los ojos.

Por casos así Lily había aconsejado a las sirvientas que no tuvieran sueños ridículos. Si ambos podían divertirse y dejarlo así, estaría bien. Pero si uno se enamoraba del otro…

Era una pena, pero el futuro de la doncella no tenía nada que ver conmigo. Dejando atrás a la chica, seguí andando. Antes de que el príncipe y su séquito partieran, todos los sirvientes debían esperar fuera para despedirlos. Así que me quité la suciedad del uniforme y me dirigí a la puerta principal.

Aún no había muchos sirvientes en fila, ya que había llegado un poco pronto. Pero Lily ya estaba allí, puntual como siempre. Me acerqué a ella y me quedé a su lado.

Levantó la cabeza al oír mis pasos.

—Ahí estás.

—Llegas pronto.

—No había mucho que hacer.

Charlé con ella, disfrutando de su suave voz grave. Le sonreí, pero pronto su expresión se endureció y puso un dedo en mis labios.

—Shh.

Me quedé callada y parpadeé. Al cabo de poco aparecieron el barón, el señor del castillo, y Diego. Venían cruzando el puente de piedra, al parecer volvían de un paseo juntos.

—Barón, mi descanso aquí ha sido cómodo gracias a usted. También ha sido bastante placentero.

—Es un honor, Alteza. Esperaré el día de su regreso.

—Oh, ¿de verdad? En realidad pensaba detenerme aquí de nuevo de regreso a la ciudad imperial.

Sorprendido por las palabras de Diego, el barón se acarició la barba como tratando de calmar su corazón palpitante. No era más que un barón de campo sin nada especial en su tierra. Tampoco había mucho que ver o hacer en esta baronía, por lo que no podía entender por qué el príncipe heredero querría volver.

Sin embargo, Diego se limitó a sonreír. La capa roja que colgaba de sus hombros ondeaba con el viento.

Con los ojos muy abiertos, Lily y yo nos miramos.

—Entonces… estaré listo —respondió el barón tras un momento de silencio.

—Sí. Como ya he dicho, he disfrutado de mi estancia aquí —declaró con voz ronca, fijando sus ojos agudos en mi cara.

Tragué saliva y bajé la vista. Lily me agarró con suavidad de la muñeca.

Mientras tanto, el barón entró en el castillo, diciendo que de repente había recordado algo.

—Creo que hemos venido demasiado pronto. Volvamos dentro —le dije a Lily.

Ella miró a los soldados apostados delante de la puerta y asintió. Tomadas de las manos, nos dirigimos hacia la entrada de la servidumbre. Sin embargo, una gran sombra nos bloqueó el paso.

Inspiré mientras levantaba la vista.

—Qué insolente sois, tú y tú amiga —comentó Diego, observándonos.

Parecía un príncipe de un cuento de hadas con su capa ondeando con el viento y su cravat bordado con joyas en hilo dorado. Pero, en ese momento, me pareció más un villano.

—Las uvas estaban deliciosas.

Luego sacó la lengua roja.

Me paré frente a Lily para protegerla de la desagradable escena de cómo se humedecía los labios. Claro, como era un palmo más baja, no la estaba protegiendo mucho.

Dejando escapar un largo suspiro, ella sacudió la cabeza.

—¿Qué haces? —se rió Diego, mirándome.

—Nada.

Él acarició su barbilla y dio un paso hacia mí. Al ver cómo su atractivo rostro se acercaba tanto a mí, me olvidé de respirar por un instante. Entonces su mano, cubierta con un guante del mejor cuero, apareció ante mis ojos.

Imposible.

Me puse nerviosa. Un miembro de su séquito había cometido la temeridad de golpear a una mujer. Sabía que no era así, pero mi corazón latió temeroso. Apreté los ojos y giré la cabeza.

No obstante, no me golpeó. En cambio, su mano me rozó el cuello.

¿Qué demonios acaba de pasar…?

No sabía lo que había hecho, pero corrí a esconderme detrás de Lily, asustada.

—¿Qué hace…? —le pregunté, agarrando a mi amiga con fuerza de los hombros y asomando la cabeza.

—Mi pequeña venganza por desobedecer a mi orden —respondió con calma, mientras ladeaba la cabeza.

—¿I-Importa quién le llevó las uvas?

—No creerás de verdad que tenía ganas de comer uvas, ¿no?

No pude responder, y aparté la mirada. No sonaba como algo que saldría de la boca de un protagonista masculino.

Voy a fingir que no lo he oído. De lo contrario, sabía que no podría soportar la lástima que sintiera por Eleonora, que debía estar pensando día y noche en Diego.

A él no le importaba lo que pasaba por mi mente. Sonrió con malicia y dijo con voz tranquila:

—Adivina lo que tengo.

—No me interesa.

—Debería.

Entonces levantó la mano enguantada. Extendió los dedos uno a uno. No fue hasta que vi la cadena de plata en su palma que me di cuenta de que mi cuello se sentía vacío.

El colgante que Leandro me había regalado, la joya de azul marino, brillaba radiante en su mano a causa de la luz del sol.

—Te lo devolveré cuando te vuelva a ver —sonrió juguetón.

Justo en ese momento, un caballero se acercó detrás de Diego con su caballo blanco.

—Alteza, todo está listo.

—Adiós.

Se giró.

¿Qué demonios acaba de pasar?, quería gritar. Sé que las cosas no siempre salen como uno quiere, pero estamos en el mundo ficticio de una novela. Entonces, ¿por qué el protagonista masculino no actúa como la trama original?

Quería tirarle una piedra a la cabeza pelirroja mientras se alejaba pavoneándose. Quería que entrara en razón.

Los ojos de Lily se ensombrecieron. Se apartó el pelo del rostro que parecía cansado.

♦ ♦ ♦

Los días transcurrían con tranquilidad en la baronía. El barón Edilto del campo no se enfadaba ni gritaba a los sirvientes sin motivo, a diferencia de otros nobles. Apenas salía porque no quería gastar mucho dinero. Pasaba la mayor parte del tiempo tomando el té en el salón o haciendo cosas por la finca.

Den
Este hombre me representa XD Me la paso en casa casi siempre, todo porque no quiero gastar dinero ja, ja, ja

Aparte de visitar a sus hijas y nietos en otras fincas, rara vez salía del castillo.

Al igual que la tranquila vida cotidiana del barón, sus criados no tenían mucho que hacer.

Sin embargo, los días así eran aburridos para la juventud apasionada. La mayoría de las doncellas que trabajaban para el barón empezaban a superar la edad de casarse. Sin duda el tema más popular entre ellas eran los hombres.

Se quedaban despiertas hasta las tantas hablando del príncipe heredero y su séquito. La que pasó la noche con uno de los caballeros del príncipe despertaba en especial su interés. A la hora de la comida, las chicas se reunían en torno a la doncella. Como una buena cuentista, describía la noche apasionada en detalle. Sus descripciones gráficas incluso ruborizaban a Lily.

La sirvienta se cubrió las mejillas sonrojadas con las manos y suspiró.

—Pero nada es definitivo. Ni siquiera sé cuándo volverá.

Lily y yo la miramos con lástima. Era casi imposible que un caballero de la familia imperial se enamorara de una doncella. Pero ella tenía esperanzas porque Diego había dicho que volvería a visitar la baronía. Esperaba que el caballero cayera rendido a sus pies y la llevara a la capital imperial.

Sabía que eso nunca ocurriría, pero no quería pisotear los sueños de la ingenua doncella. Con una suave sonrisa, pellizqué a Lily en el muslo cuando estaba a punto de romper de nuevo el buen ambiente con su charla de “no te hagas ilusiones”.

—¡Ay!

Me fulminó con sus ojos grises.

Mientras le frotaba la pierna, fingió una sonrisa. No sabía si entendió mi mensaje de mantener la boca cerrada.

—Entonces, ¿la sirvienta que buscaba el príncipe heredero era Evie? —preguntó una de ellas.

En ese instante, todos los ojos se posaron en mí. Sabía que la gente se acabaría enterando. Bastantes sirvientes habían visto la interacción entre Diego y yo cerca de la puerta.

—¿Perdón?

Fingí no tener idea.

—No seas tan reservada.

Me tapé la cara con el delantal. Odiaba ser el centro de atención.

Entonces una de las sirvientas a mi lado acercó su cara a mí y me preguntó con ojos brillantes:

—¿Se portó bien contigo?

Permanecí en silencio.

—¿No regresará por ti?

No podía decir nada, no podía decir que no porque lo supe cuando Diego me quitó el collar. Mostró ante todos interés por mí.

Solo quería establecerme en un castillo junto a un lago con un hombre de aspecto decente en un futuro lejano. Sin embargo, ahora, el príncipe heredero, tenía los ojos puestos en mí. Todavía no podía creer que fuera en serio. Supuse que solo estaba tonteando.

Pero nunca pedí esto.

Por fin me di cuenta de que cambiar la trama original se pagaba caro.

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