Sin madurar – Capítulo 46: El reencuentro (7)

Traducido por Den

Editado por Lucy


Los ojos de Diego me examinaron de arriba a abajo. Se reflejaba un leve atisbo de molestia en su mirada. Intenté esconder la cabeza dentro de mi cuerpo como una tortuga.

—Alteza, este no es lugar para usted.

—¿No? Aún no conozco este castillo.

—Si toma las escaleras a su derecha volverá al salón principal.

—Te he preguntado qué te pasó.

—¿Perdón?

Lo miré. Frunció el ceño mientras me señalaba con el dedo.

—El polvo.

—Ah.

Todas las uvas que tenía en las manos ya habían desaparecido en su boca. Podías haberte comido todas las que quisieras en el salón. ¿Por qué robar las de una pobre sirvienta? Qué molesto. Abrí el pañuelo vacío y me quité el polvo de la cabeza. Había rodado por el desván mientras me echaba la siesta, así que no me sorprendí.

—No, ahí no —señaló.

—¿Aquí?

—No, arriba.

—¿Aquí?

—No, la telaraña de allí.

—¿Por aquí…?

En un momento dado, la voz de Diego sonó molesta. No sabía qué hacer, así que me limité a mirarle. Si tan solo me dejara marchar, Lily me la quitaría. Es bastante entrometido.

—Me la quitaré luego —dije.

—No, hazlo ahora. Se ve horrible.

—No sé dónde está, así que no puedo.

—Solo sé sincera. ¿Me estás pidiendo que te la quite?

—¿Qué? No, nunca he dicho eso.

—¿Dónde has aprendido a contestar así?

Arrugó su nariz afilada y prominente mientras fruncía el ceño. Casi nunca conversaba con nobles, así que tenía la costumbre de hablarles como hacía con Leandro. Sabía que había sonado un tanto grosera, por lo que cerré la boca y bajé la vista. Diego me quitó el pañuelo de las manos, lo cogió con el dedo índice y el pulgar, como queriendo expresar que estaba sucio, y me quitó las telarañas de la cabeza.

—Qué sucio —comentó.

—Lo siento, Alteza.

—Y molesto.

—Lo lamento, pero nunca le pedí que…

—¿Te dije que hablaras?

—Lo siento.

No tenía ni idea de por qué me regañaba. Después de oír mis disculpas varias veces, por fin retrocedió un paso como si estuviera satisfecho. Al fin podía dejar de contener la respiración.

—Lo sabías, ¿no? Que te estaba buscando.

Sí. Obvio que preguntaría eso, pensé para mis adentros.

—Ah, no, Alteza —respondí.

—¿Te atreves a mentirle al príncipe?

—Lo lamento, Alte…

—No te disculpes si no lo dices en serio.

—Vale.

Diego sonrió. Era la misma sonrisa juguetona que hacía palpitar el corazón de Eleonora.

—Que huyeras me irritó, así que vine a buscarte.

¿Irritar…? Me sentí un poco dolida por su elección de palabras, pero hice lo que pude para no darle vueltas.

—¿No dijo que no le interesaban las mujeres enamoradas de otros hombres…? —pregunté.

—Ah.

Parecía un poco sorprendido. Luego se acarició la barbilla bien estructurada. Se quedó quieto por un momento y, entonces, se inclinó hacia mí y me susurró al oído:

—He hecho una excepción.

Sorprendida, retrocedí. Se me puso la piel de gallina en los brazos.

Ah, ya veo. Así que es esta clase de tío, ¿eh?

Perpleja, me froté los brazos mientras le observaba.

Diego se humedeció los labios con la lengua y me dedicó una gran sonrisa.

—Veo que muestras sin reservas tu aversión.

No podía atreverme a decirle que tenía razón. Era mejor no hacer nada llamara más su atención. Nada bueno saldría de involucrarme con el protagonista masculino de la historia original.

En ese momento, me arrepentí de muchas cosas.

¿Por qué deambulé anoche por el castillo? ¿Por qué di la cara por esa sirvienta a la que gritaban? Y ¿por qué Diego apareció de repente?

—No era aversión, Alteza.

—Al menos deja de fruncir el ceño mientras dices eso.

Me dio un golpecito en la frente y retrocedí.

Consciente de que me estaba prestando mucha más atención de la que esperaba, me mordí el labio. Luego recordé que anoche había dicho que muchas mujeres se le habían echado encima en todos los sitios que había visitado.

Ninguna de las sirvientas del barón había salido de los dormitorios, como si la mirada de lástima de Lily les hubiera hecho darse cuenta del grave error que sería.

¿Tal vez sea porque soy la primera mujer que ve desde que está aquí?

Hasta ayer, todas las mujeres que había conocido se le habían acercado para llamar su atención. Anoche también estaba esperando que yo diera el primer paso, pero me limité a sentarme en silencio, sin siquiera intentar hacerle reír. No solo eso, sino que también seguí tratando de abandonar la habitación. Además, después de entrar en el radar de Diego, me he estado escondiendo de él todo el día. No era mi intención, pero le di una nueva experiencia intrigante.

Debería hacer todo lo posible para que no vuelva a fijarse en mí.

Forcé una sonrisa en mis labios, sin embargo, fue contraproducente. Sus ojos dorados brillaron con más intensidad.

—Las uvas eran grandes y dulces. Trae más a mi habitación —murmuró, con su mano en mi hombro.

Ya estábamos bastante cerca, por lo que no hacía falta que me susurrara al oído. Estaba claro que intentaba seducirme.

Aun así, asentí. Tenía miedo de lo que pasaría si le decía que no.

Él reía mientras se alejaba. Temblé de rabia y maldije el injusto sistema de clases de este mundo mientras él desaparecía en una esquina.

♦ ♦ ♦

—Uvas verdes. El príncipe heredero dice que quiere uvas verdes —anuncié, después de entrar en la cocina, mientras me lavaba las manos.

Cuando la sirvienta que lavaba los platos me oyó, dejó caer un plato. Levanté la vista y vi el pelo gris. Era Lily.

Abrió muchos los ojos.

—¿Te has vuelto a encontrar con el príncipe?

—Resulta que sí.

—¿Cómo demonios…?

Busqué una escoba para Lily. La chef le gritó, preguntándole cuántos platos pensaba romper. A ella no le importaba mucho el trabajo de sirvienta, así que ni se molestó en fingir que le preocupaba.

—Las uvas… —vaciló por un momento—. Se las llevaré en tu lugar. Tú regresa a la habitación.

—¿Será buena idea? Parecía estar a punto de devorar a alguien.

—¿Crees que dejaría que eso me pasara a mí?

—No, nunca.

—¿Te dijo en específico que las llevaras a su habitación?

—En verdad no.

—Entonces, seguro que estará bien.

—Me siento mal por involucrarte a ti también.

—No te preocupes por mí. Tú ya estás bien metida en esto.

Me limité a responderle con una sonrisa tímida. Ella suspiró y me acarició la cabeza.

Cuando me llevé las manos a la cintura y saqué pecho orgullosa, me regañó, diciéndome que no tenía motivos para estar orgullosa de mí misma.

—Pero no fue culpa mía.

—Nunca dije que lo fuera.

Se encogió de hombros. Luego colocó un racimo de uvas en un plato.

—Por si acaso, si en algún instante te toca, usa técnicas de defensa personal y huye.

—¿Quieres que me ejecuten?

—Huiré contigo.

—Vaya, qué conmovedor.

—Lo digo en serio… —murmuré mientras Lily salía de la cocina.

Diego era un hombre horrible que sonreía sin pudor incluso después de tener una aventura, pero no era de los que usaban la fuerza. Estaba segura de que no le pondría un dedo encima a la fría e inexpresiva Lily. Aunque también estaba claro que Lily no lo permitiría.

Después de barrer los trozos rotos del plato, lavé el resto de los platos por ella.

♦ ♦ ♦

Cuando volví a la habitación, las otras sirvientas estaban charlando sentadas en círculo. Incluso la doncella que había estado llorando sin parar anoche se estaba riendo. Al parecer, aún no había renunciado a su ridículo sueño.

—¿Quién creéis que fue? Ya sabes, la criada a la que buscaba el príncipe.

—¿Creéis que fue amor a primera vista?

—Imposible. ¿Crees que los nobles de la ciudad imperial se fijarían en nosotras, unas sirvienta de campo?

—¿Por qué no me dejas soñar? ¿Quién eres? ¿Lily?

—No, solo una sirvienta de campo con quemaduras en el dorso de la mano.

—En el fondo desearías que te estuviera buscando a ti, ¿no?

—Tal vez quería gritarle como hicieron con esta anoche.

—Ugh, eso fue horrible.

—Evie, ¿dónde has estado todo el día? —me preguntó una de las sirvientas con un brillo en los ojos, cuando entré en la habitación.

Siendo la doncella que el príncipe había estado buscando, me rasqué la cabeza con timidez.

—¿Haciendo recados?

—Mientes fatal. Ven, siéntate aquí.

Las doncellas se movieron y me hicieron hueco. Cuando arrugué la nariz y sonreí, una de las chicas me dijo que dejara de sonreír como una idiota. Refunfuñando, me extendí la falda y me senté.

—¿Qué es eso que sobresale de tu bolsillo?

Saqué dos naranjas del bolsillo del delantal.

—Las cogí a escondidas de la cocina.

Todas chillaron contentas. Compartimos las naranjas que eran del tamaño de mi puño mientras hablábamos del príncipe heredero y su séquito. Al cabo de un rato, comencé a aburrirme del tema.

Cuando estaba a punto de levantarme, la puerta chirrió al abrirse y entró Lily.

—¿Estabais hablando mal de mí?

Una de las chicas negó con la cabeza con vehemencia.

—No, claro que no.

—Entonces ¿por qué de repente os quedasteis tan calladas cuando entré?

—No hablábamos de ti. Evie, díselo.

—Eso, las dos sois íntimas —intervino otra doncella.

—Sin duda estaban hablando de ti, Lily —dije en broma.

—¡Oye!

La chica sentada a mi lado me golpeó en la espalda.

Me reí entre dientes y fingí desmayarme. El rostro de Lily se relajó y se tiró en la cama.

Me levanté rápido y me acerqué a ella. Mientras las demás retomaban su conversación, aparté el pelo de Lily y le pregunté:

—¿Ha pasado algo? ¿Estás bien?

—Sí…

—¿Qué pasa? Estás muy rara.

—Nada, en serio. Cuando el príncipe me vio, se echó a reír. Luego, de repente me dijo con cara seria que dejara las uvas y me fuera. Eso hice. Fin.

—Qué tipo más raro.

Estaba nerviosa por saber qué debía hacer si Diego volvía a venir a buscarme. Pero por suerte no pasó.

Sí, lo más probable es que se aburra pronto.

Suspiré aliviada.

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