Sin madurar – Capítulo 45: El reencuentro (6)

Traducido por Den

Editado por Lucy


—Sí, y encima después de que tocaras mis partes bajas —comentó Diego.

—Hmm, por favor, no diga esas cosas…

Me encogí. Sonaba demasiado vulgar saliendo de la boca del noble príncipe.

—Entonces, ¿por qué pones esa cara tan triste? —preguntó, encogiéndose de hombros.

—¿Triste…? ¿Yo? ¿Parezco triste?

—Sí. ¿Qué eres? ¿Un loro? No paras de repetir las cosas

Frunció el ceño. No me quitó los ojos de encima incluso cuando me quedé con la mirada perdida en el colgante, luego lo miré a él y otra vez al colgante.

Chasqueó la lengua con fuerza y dijo:

—Está bien. Ya puedes irte. No me gusta acostarme con mujeres cuyo corazón pertenece a otra persona.

—No es… Sí, gracias, Alteza.

Sí, Leandro sigue en mi corazón, pero no lo amo como hombre, pensé.

Aunque no tenía por qué explicarle todo eso a Diego, sus palabras sembraron dudas en mi corazón.

Existía una gran diferencia entre ver a Leandro como un niño al que apreciaba y verlo como un amor del pasado.

Lo crié, no salí con él, sacudí la cabeza y traté de no darle vueltas a esos pensamientos innecesarios.

Diego siguió mirándome como si estuviera disgustado.

Hice una reverencia ante él y me retiré de la habitación.

♦ ♦ ♦

Regresé a las habitaciones de las sirvientas en mitad de la noche.

—¿Te has vuelto loca? —me gritó furiosa Lily, que me había estado esperando al final del pasillo, en cuanto me vio.

Me agarró por los hombros y empezó a sacudirme con fuerza.

Creía que estaba bien, pero de repente sentí náuseas.

Pensaba que ya estaba sobria.

—Puede que vomite… si me sigues zarandeando así.

—¿Qué?

Hizo una mueca y me alejó.

Volví en mí y eché un vistazo a la habitación. La sirvienta, a la que el noble había gritado, estaba dormida bajo la manta. En cierto modo, era una suerte.

—Shh. Baja la voz, vas a despertarlas —advertí.

—Lo sé. Aun así, me diste un susto de muerte.

—Sí, lo siento.

—Te dije que tuvieras cuidado… Está bien. Ahora dime, ¿dónde has estado?

—En la habitación de Su Alteza.

—¡Estás loca! —Alzó la voz.

Se frotó el rostro pálido, incrédula, y también se quedó boquiabierta. Pensando que volvería a gritar, me apresuré a taparle la boca con la mano. Luego, la arrastré fuera. Sabía que no nos beneficiaría en nada si alguien escuchaba nuestra conversación. Al parecer Lily pensó lo mismo, porque me siguió en silencio.

—Deja que te cuente toda la historia primero —le dije.

—¿Por qué estabas allí?

—Bueno…

—Te advertí que no te acercaras a las habitaciones de invitados… —suspiró.

El hermoso cielo nocturno, negro como el carbón, estaba salpicado de estrellas. Pero Lily me reprendió sin siquiera darme la oportunidad de disfrutar de él.

Miré aquí y allá y luego suspiré.

—Pero al final, no pasó nada, ¿sí?

—Será mejor que me lo cuentes todo. Regresé al castillo porque no encontraba a la sirvienta fuera de los muros. Pero entonces tú también desapareciste. ¿Sabes lo preocupada que estaba?

—Lo sé, lo sé. Hmm, ¿por dónde empiezo?

Después de repasar con cuidado los detalles en mi cabeza, le conté todo lo que había ocurrido. Entonces suspiró y se quejó en respuesta a mi historia.

—Así que ¿ese imbécil de Esade es el causante de todo esto? —preguntó.

—Sí, pero la criada llamó a su puerta sin motivo alguno.

—¿Por qué las chicas no me hacen caso? Eso también te incluye a ti.

—Por supuesto que te hice caso, Lily.

—Menuda chorreada.

—En fin… cuando estaba a punto de golpear a Esade con el cenicero, entró el príncipe heredero.

En realidad fue un momento milagroso. Si yo, una simple plebeya y doncella de un noble del campo, hubiera herido a un noble de la ciudad imperial, habría pagado caro las consecuencias. Por supuesto, en ese momento no podía pensar con claridad al respecto. Pero, ahora que recapitulaba, me di cuenta de lo idiota que fui.

—¿No pasó nada?

—No —respondí, tras vacilar un momento.

—Ese “no” no suena convincente.

—No, en serio. Se limitó a beber solo.

Me sentí un poco culpable por mentir. Pero ¿cómo iba a decirle que había tocado por accidente las partes íntimas del príncipe?

Lily parecía atónita. Todo el mundo sabía que a Diego le gustaba tontear con mujeres.

—Dijo que era aburrida y me ordenó que me fuera —añadí.

—Qué alivio… Lo mejor es no involucrarse con él.

Asentí.

—No es como si hubiera querido. Solo pasó…

Ya fuera Diego o Esade, quien se burló de una sirvienta indefensa y la golpeó, decidí que lo mejor sería mantenerse alejada del príncipe heredero y su séquito mientras estuvieran aquí. Ya me encontraba dentro de su radar. Si llamaba de nuevo su atención, las cosas no pasarían al olvido.

Por suerte, se irían dentro de un día. No podían perder mucho tiempo recorriendo las fincas.

La única razón por la que estaban aquí, en el castillo del barón, era para descansar durante su viaje.

—Volvamos adentro.

Tomé la mano de Lily.

Huyendo conmigo, no había tenido la oportunidad de blandir su espada, y mucho menos un cuchillo de cocina, por lo que sus manos se habían vuelto bastante suaves.

Los aposentos de las sirvientas estaban a oscuras. Lily encendió la preciosa vela y se sentó frente al escritorio. Sacó un papel de carta del cajón y comenzó a escribir algo.

Mientras tanto, me metí en la cama.

—¿Tienes que hacerlo hoy? —pregunté, asomando la cabeza por debajo de la manta.

—Sí.

—Vale, yo me voy a dormir.

—Vale.

Cerré los ojos, arrullada por el sonido de la pluma garabateando el pergamino. Lily enviaba a Leandro noticias sobre nosotras de vez en cuando. Me preguntaba si Leandro seguía revisando los mensajes, aunque ya habían pasado tres años.

♦ ♦ ♦

—Hiciste algo malo, ¿verdad? —me interrogó Lily.

Temprano, nos avisaron que el príncipe heredero buscaba a una doncella con una cicatriz en la palma de la mano.

Me escondí enseguida en el desván. Atravesé las gruesas telarañas enredadas y miré a Lily.

—N-No, no hice nada malo. En serio.

—Entonces, ¿por qué te busca el príncipe heredero? —preguntó.

De cuclillas, Lily me quitó las telarañas del pelo. Intenté ser cuidadosa, pero me debió caer polvo encima. Confié mi pelo a sus manos.

—Bueno, como hay muchas sirvientas con cicatrices en las manos… —prosiguió.

—¿Verdad? —concordé.

—Aun así, no creo que debas estar tan tranquila.

—¿Por qué siempre me sermoneas…?

—Solo escóndete.

Lily decidió ocuparse de mis tareas mientras me escondía todo el día.

Fruncí el ceño, sintiéndome mal por ella.

De verdad que no hice nada malo. ¿Por qué tengo que esconderme?

Pero tampoco quería volver a ver a Diego. Su cara afilada pero bella seguía apareciendo en mi cabeza, pero este era un tema diferente. Debido a todas las tragedias que había provocado su padre, él y Eleonora vivirán felices para siempre. No podía soportarlo.

—Leandro será la única víctima —murmuré y apreté los puños.

Estaba convencida de que Leandro ya habría conocido a Eleonora hacía tiempo, dado que la historia principal debía haber empezado. Pero después de arruinar la trama, sabía que la historia no iría según lo planeado. Aun así, nadie sabía lo que deparaba el futuro, así que tenía que mantenerme alerta hasta el final.

—Ugh, una araña. Qué asco.

Me saudí el delantal y la araña salió volando. Creía que habíamos limpiado todos los rincones del castillo preparándonos para la visita del príncipe heredero, pero resulta que nos habíamos olvidado del desván. Después de todo, ¿por qué iba a venir Diego al desván cerca de las habitaciones de las sirvientas?

Usando el brazo como almohada, me tumbé y abrí el cuento de hadas que Lily me había traído.

¿Una historia de amor sobre un príncipe y una criada de la cocina? De todas las historias, ¿por qué eligió esta?

Incluso para ser un cuento de hadas, era demasiado poco realista. El príncipe encontró a la sirvienta solo con el zapato de cristal que era de su talla. Además, era absurdo que se convirtiera en princesa sin superar pruebas ni adversidades. La historia era infantil, pero resultaba difícil leer cada palabra en la lengua imperial. La gramática era muy complicada.

Abrí mucho los ojos y me concentré, pero pronto me quedé dormida.

Cuando me desperté, ya era tarde. Había dormido a pierna suelta en el suelo. Tal vez porque anoche me había acostado tarde. Me desperté porque me rugía el estómago, ya que no había comido en todo el día.

Es probable que Diego se haya cansado de buscarme. Si solo utilizo los pasillos de los sirvientes, no me cruzaré con él. Además, a esta hora debería estar cenando con el barón.

Me quité el polvo del uniforme de sirvienta y bajé a la cocina.

—Chef.

—Supongo que quieres algo, viendo que te comportas de forma linda —respondió.

—Je, je.

—Vamos, suéltalo.

—Estoy hambrienta.

—¿Aún no has comido? Los jóvenes de hoy en día… Se ponen a dieta para perder peso, pero vienen de noche sin poder resistir la tentación.

—No trato de perder peso. No tengo nada que perder.

—No, solo digo que hay muchas chicas así hoy en día —siguió gritando mientras me traía pan, queso y jamón.

El pan estaba seco, pero sació mi estómago hambriento. Mientras la chef no miraba, cogí uvas verdes para Lily como muestra de agradecimiento por haber hecho hoy el trabajo de dos personas.

—Me voy. Gracias por la comida —dije.

—De nada.

Envolví las uvas verdes en mi pañuelo. Lily tenía gustos sofisticados, así que le encantaba la fruta.

Ahora, si consigo llegar sana y salva a mi habitación, se acabaron los problemas. El príncipe heredero y su séquito se irán a primera hora de la mañana y no tendré que volver a ver a Diego. Ugh, ¿por qué tengo que escabullirme como una criminal?, mascullé, maldiciendo a Diego mientras caminaba.

—Ahí estás.

Era una voz que no debería oírse en las habitaciones de los sirvientes. Ante el tono grave y ronco, mi cuerpo se puso rígido y mis ojos temblaron.

Una uva que asomaba por el bulto de mi pañuelo desapareció en los labios rojos de Diego.

—¿Qué te pasó? —me preguntó.

Habla por ti. ¿Qué diablos haces aquí…?

Como no me atrevía a decirlo en voz alta, me quedé de pie, perpleja.

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