Sin madurar – Capítulo 49: El reencuentro (10)

Traducido por Den

Editado por Lucy


Cuando estiré de forma inconsciente la mano para agarrar su camisa blanca, me detuve.

—Ah.

Luego me retorcí un poco para escapar de su agarre.

Al notarlo, el rostro de Leandro se contrajo. No me soltó, en cambio, me atrapó en sus brazos una vez más.

Me dolía el corazón.

Te dejé para que pudieras ser feliz… Me alegraba de volver a verlo, pero mi corazón estaba confundido. No podía definir una emoción concreta. Quería decir muchas cosas, pero nada salía de mi boca. Solo parpadeaba.

Mientras me abrazaba, Leandro me miró y dijo con ojos llorosos:

—Te he echado de menos.

Sin embargo, no respondí.

—¿No vas a contestarme? —me preguntó, un poco molesto.

No se molestó en secarse las lágrimas que brotaban de sus ojos.

Sacudí la cabeza entre sus brazos. Cuando miré a un lado, vi temblar las venas de sus brazos musculosos bajo las mangas remangadas. Noté que estaba nervioso.

Cuando mi mejilla tocó su pecho firme, me di cuenta de que se estremeció. Aunque tenía delante a un hombre llorando, no pude evitar soltar una risita. Había crecido tanto, pero seguía siendo el mismo por dentro.

Cuando acerqué la cara a su corazón, pude oír los latidos.

♦ ♦ ♦

Me olvidé por completo de la sábana que había estado sujetando. Había salido volando.

En ese momento abrazaba a Leandro, mis brazos rodeaban su cintura.

¿Cómo puede ser este hombre el niño que ayudé a criar?

No podía procesar la situación.

La última vez que lo vi era alto pero delgado. Estaba atravesando la pubertad y cómo había asumido todo el trabajo y las responsabilidades familiares de sus padres negligentes, apenas ganaba peso por mucho que comiera.

¿Qué demonios ha pasado en los últimos tres años?, me pregunté.

Aunque no podía ver debajo de la camisa, sabía que el pecho en el que me apoyaba ya no pertenecía a un chico. Los hombros anchos, el vientre plano con músculos bien definidos, los muslos duros como rocas… Su rostro seguía pareciendo inocente, como si fuera a echarse a llorar en cualquier momento, pero sin lugar a dudas su cuerpo exudaba masculinidad.

¿Cómo puede aparecer así de crecidito sin avisarme? No es justo, hice un mohín para mis adentros.

—Ah… maestro.

—No —me interrumpió con voz risueña.

Quejándome, lo aparté con cuidado. Me había quedado tan absorta admirando su rostro que le había rodeado con los brazos sin darme cuenta.

Sin embargo, cuanto más lo empujaba, más fuerte me abrazaba. Atravesó mis débiles defensas y deslizó sus dedos por mi pelo. Me sujetó la nuca y me levantó la cara con delicadeza. Mis ojos se encontraron con los suyos, azules como el océano y aún húmedos.

Leandro curvó los ojos y esbozó una hermosa sonrisa.

—Lean. Prometiste llamarme por ese nombre.

—¿Qué? ¿Sigue con esa tontería?

—Sabía que dirías eso.

Sentí que el agradable momento que estábamos disfrutando de repente se rompió.

—¿Qué otra cosa podría decir? —grité, todavía atrapada en sus brazos.

Entonces lo empujé una vez más.

Esta vez, Leandro se apartó en silencio, como si fuera a ceder. Se secó los ojos con rudeza y levantó las manos.

—Muy bien, me rindo. No tienes que llamarme Lean, así que no te enfades.

—No me enfado.

—En ese caso, ¿puedo abrazarte otra vez?

—¿Eso cree?

Chasqueó la lengua.

—Qué pena.

Luego se humedeció los labios como insinuando lo mucho deseaba volver a tenerme entre sus brazos.

Me lo quedé mirando, atónita. Seguía sin poder creer lo que estaba pasando frente a mis ojos, así que me pellizque el muslo. Cuando sentí el dolor, por fin me percaté de que todo era real. Solté un gritito y fruncí el ceño.

Sorprendido, Leandro dio un paso más hacia mí.

—¿Qué haces?

Agité las manos para detenerlo. Me observó con insatisfacción.

—Vamos, han pasado tres años.

Incómoda, jugué con mi pelo.

—No, no es eso. Es que…

El Leandro adulto, que me sacaba más de una cabeza, parecía un extraño.

¿Cómo creció el niño hasta convertirse en este joven? Ahora que lo pienso, tenía este aspecto cuando aparece por primera vez en la novela.

Aun así, habiendo pasado con él su infancia, sentí que Leandro ahora estaba algo distante.

—Ven aquí.

Me hizo una seña.

Me limité a negar con la cabeza. Todavía me parecía un sueño. Leandro había venido a buscarme y nos habíamos reencontrado después de estar separados durante tres años. No me lo podía creer en absoluto.

Seguí retrocediendo poco a poco. Entonces pateé el lavabo y también casi me tropiezo con una piedra.

Leandro me agarró cuando me tambaleé. Si no lo hubiera hecho, habría caído al suelo.

No estaba familiarizada con el toque de sus manos grandes que me sujetaban el brazo y la cintura, así que traté de liberarme. Pero ya no podía escapar. Mi espalda estaba apoyada contra un gran árbol.

Leandro me miró con severidad.

—¿Hasta dónde vas a llegar esta vez…? ¿Vas a decirme que deje de perseguirte otra vez?

Intenté no establecer contacto visual. Cuando miré al frente, todo lo que pude ver fue su camisa blanca. No podía apartar los ojos de su marcada clavícula y su ancho pecho expuesto a través de los botones superiores de la camisa desabrochados.

Me seguí repitiendo que me calmara, que era el mismo chico que conocía, pero no funcionó. El efecto visual era demasiado poderoso. De alguna manera, incluso empecé a sentirme culpable.

Solía alimentar y vestir a ese niño. ¿Es normal que, después de tantos años, de repente lo vea como un hombre solo porque ha crecido?

Mientras fruncía el ceño y mi mente era un caos, Leandro me miró desconcertado. Aun así, esperó a que lo asimilara todo.

Pero, por supuesto, pronto se le agotó la paciencia. Dobló las rodillas, quedándose a la altura de mis ojos, y me observó. Sus ojos azul océano me miraban como si fueran a atravesarme.

—¿No te alegras de verme? —preguntó con voz débil cuando cerré los ojos con fuerza.

—S… Sí.

Mostró sin reservas su descontento. Sus dedos largos me agarraron con suavidad la barbilla.

—Desde luego no lo pareces.

Sabía que no podía seguir evitando su mirada cuando expresaba de forma tan abierta su descontento. Así que abrí los ojos poco a poco.

Jadeé y volví a cerrarlos. Creía que mi corazón se había calmado, pero volvía a acelerarse. Deseé que Leandro pudiera entenderlo. No me comportaba así porque no me gustara, sino que no podía controlar mi alocado corazón.

Parece estar bien. ¿Qué me pasa? ¿Por qué vino de repente después de dejarme en paz durante tres años?, me pregunté con los ojos cerrados.

Según Lily, rara vez contestaba a los mensajes. Por eso pensé que ahora era un buen recuerdo de su infancia. Creía que los informes semanales no eran más que una obligación con la que Lily estaba cumpliendo como su caballero.

Así que la trama original continúa después de todo, o eso pensaba.

Pero ¿por qué está Leandro aquí delante de mí…? Y abrazándome…

Cuando recordé el momento en que me estrechó entre sus brazos, me sonrojé. Me abanique la cara con las manos y sacudí la cabeza, intentando olvidar aquella escena. La calidez de su mano en mi barbilla desapareció. Me di cuenta de que seguía delante de mí.

Leandro ya no podía esperar más. Me miró impaciente.

—¿Cuánto más tengo que esperar? —preguntó, apretando los dientes.

—¿Qué?

—¿Cuánto tiempo más vas a fingir que no me ves?

—¿Eh?

—¿Qué clase de respuesta es esa?

Estiró ambos brazos a mi lado y me atrapó una vez más. Estaba claro que ya no quería que lo evitara.

Sin embargo, a diferencia de su poderoso lenguaje corporal, me miró con ojos tristes y solitarios que al instante volvieron a llenarse de lágrimas.

Como si estuviera hipnotizada, puse la mano en su mejilla.

—¿Está llorando?

Mi voz se suavizó al ver su rostro melancólico.

Tenía la sensación de que Leandro seguía ahí bajo ese exterior desconocido.

Frotó su mejilla contra mi mano.

—Maestro, ¿está llorando? —volví a preguntarle, mientras acariciaba su suave mejilla.

—Ya no soy “maestro”… —comentó mientras esbozaba una sonrisa.

A pesar de su bella apariencia, esta cara lamentable seguía siendo, sin duda, Leandro. Me sentí aliviada. Me odié a mí misma por verlo como un hombre por lo guapo que era. Seguía siendo mi pequeño y preciado Leandro.

Leandro apretó los labios y murmuró por lo bajo:

—Estoy decepcionado… He estado esperando todo este tiempo para verte…

Me costaba escucharle, así que me incliné más. Recobré la compostura al ver su rostro decaído. No podía seguir evitándole porque no podía conciliar mis sentimientos hacia él como niño y como joven. Aún tenía que consolar a mi pequeño Leandro.

Le di palmaditas en la espalda y me disculpé.

—Lo siento. Por favor, no esté triste. Lo siento mucho.

—¿Por qué…?

—Hacía años que no nos veíamos, pero seguí evitándole. No pensé en cómo podría sentirse.

Se limitó a observarme sin decir nada. Me examinó con atención como si tratara de leerme la mente.

Sonreí y lo miré sintiéndome un poco más relajada. Era el mismo Leandro, solo que ahora era más grande. Era un poderoso duque del imperio, pero seguía queriendo saber lo que yo pensaba. Eso me puso contenta.

Sin embargo, por otro lado, me preocupaba. Pensé que la historia original continuaría si yo desaparecía. Pero ahora ya sabía que no era así. La forma en que me miraba bastaba como prueba.

Por supuesto, me parece bien. Pero ¿estará bien? ¿Debería olvidarme ya de la trama original?

Me mordí los labios, nerviosa.

Se rió mientras tocaba mis labios con sus dedos.

—Oye, ¿qué le estás haciendo a tus labios bonitos?

Di un respingo, sorprendida. Casi me golpeo la cabeza contra el árbol, pero, por suerte, su mano me protegió.

Abrió mucho los ojos, sobresaltado.

—¿Estás bien?

—Estoy bien, pero no estoy bien. No sé por qué…

Cerré el puño y me golpeé el pecho. Sentía que estaba en problemas porque las cosas que solía hacer en el pasado ahora me molestaban por alguna extraña razón.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Leandro.

—Yo tampoco lo sé.

—¿Qué puedo hacer si tú tampoco lo sabes?

Me froté las mejillas sonrojadas.

—La verdad es que no lo sé…

Cuando comencé a frotarme la cara con fuerza, Leandro arqueó las cejas, así que bajé las manos.

De repente, bajó la vista y se puso el dedo en los labios.

—Shhh.

Sus pestañas negras se agitaron.

No tenía ni idea que trataba de hacer, pero le hice caso y dejé de hablar. Nos quedamos quietos por un momento. Entonces, con el viento, oímos a alguien corriendo hacia nosotros.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

error: Contenido protegido