Traducido por Den
Editado por Lucy
El carruaje del duque era precioso, aunque estuviera pintado todo de negro. En el centro de la brillante pared lateral del vehículo estaba el emblema de la familia. Era incomparable con aquellos cabriolés que estaban inclinados o tenían partes rotas. Para empezar, este carruaje les doblaba en tamaño.
Leandro hablaba con el barón. Como no me interesaba ningún procedimiento formal de saludo entre altos nobles, tomé mi maleta y me acerqué al carruaje.
Uno de los caballeros tomó el equipaje y me abrió la puerta. A través de la puerta abierta pude ver unos asientos de color rojo oscuro que parecían bastante mullidos.
Supongo que no me marearé tanto en este carruaje.
Recordando lo que Lily había dicho de que era muy diferente a los cabriolés, suspiré aliviada.
—Por favor, tome mi mano.
El caballero me ofreció su mano para ayudarme a subir. Aceptando, puse un pie en el escalón bajo la puerta. Al mismo tiempo, Leandro se dirigía hacia el carruaje.
Todo parecía estar listo. Sentada dentro del vehículo, asomé la cabeza por la ventana entreabierta y eché un vistazo a mi alrededor.
Lily acariciaba la crin del caballo. Se había puesto su uniforme para viajar con más comodidad el largo trayecto, pero aún llevaba la túnica puesta para que ni el barón ni los criados la cuestionaran. Sin embargo, como hoy hacía mucho calor, estaba sudando a mares. Parecía ansiosa por partir para poder quitarse la túnica.
—Me siento como una princesa, rodeada de caballeros.
Al oír mi voz, Lily volvió la cabeza. Echó un rápido vistazo a ambos lados para comprobar sus alrededores y luego me sonrió.
—Sí que pareces una princesa.
De repente recordé uno de los cuentos de hadas que me había dado para leer. Un romance entre una doncella de la cocina y un príncipe. Eso nunca ocurriría en la vida real, pero esta situación se parecía al cuento de hadas. Por supuesto, no tenía el sueño absurdo de salir con Leandro.
—Vuelve a meter la cabeza. Pronto nos pondremos en marcha.
—¿Vas a viajar en caballo?
—¿Y qué? ¿Quieres que me siente ahí contigo?
—¿No puedes? Creo que me aburriré.
—Duerme un poco. Seguro que no dormiste mucho anoche. Aquí viene Su Alteza.
Tomó las riendas del caballo y se alejó.
Giré la cabeza cuando el carruaje se sacudió un poco. Leandro estaba subiendo. Era tan alto que tuvo que agachar la cabeza para no golpearse con el techo. Sus piernas largas casi tocaban el asiento de enfrente.
Me quedé boquiabierta al observar cómo apretaba su físico grande y varonil en el vehículo.
—Esto se siente diferente.
—¿El qué?
—Ha crecido tanto…, Alteza. La última vez que lo vi, solo me sacaba una cabeza.
—Todavía te sientes incómoda llamándome “Alteza”, ¿eh?
—No puedo hacer nada al respecto.
—Te dije que me llamaras por mi nombre.
—No quiero.
—No importa. Esperaré, todo el tiempo que haga falta. Aprovecharé esta oportunidad para poner a prueba los límites de mi paciencia.
—Ese día nunca llegará.
—¡Ja! Ya veremos.
Me moví un poco y me senté frente a él. No valía la pena responder a sus últimas palabras, así que desvié la mirada. No tenía ni idea de a qué se refería con «Ya veremos». Más bien, tenía que fingir que no lo sabía.
Junto a Leandro había una montaña de documentos. Me observó en silencio durante un rato y luego notó que miraba los documentos.
—Llegué lo antes posible, así que se me ha acumulado el trabajo —me explicó.
Lo miré y sonreí incómoda. Apenas tenía diecinueve años pero ya era el cabeza de una familia con un gran título nobiliario. Seguía mirándolo como un niño que necesitaba mi atención, pero el resto del mundo no. Simpaticé con él mientras me daba cuenta del contraste entre sus manos callosas y ásperas y su cara bonita.
Leandro no me quitó los ojos de encima mientras levantaba la mano y golpeaba en la ventanilla del conductor. Entonces el carruaje empezó a moverse con estabilidad.
Me relajé y me di unas palmaditas en el pecho al no pensar que no tenía que agarrarme con fuerza a las asas ni preocuparme por vomitar. El carruaje era muy, muy cómodo.
—No hay nada como ser rico.
—¿De qué estás hablando de repente?
—Me encanta este carruaje. Cuando iba en el cabriolé, sentía que me sacudían todo el tiempo.
—¿En serio? Si tanto te gusta puedes quedártelo. Es tuyo.
—¿Qué cosa? ¿El carruaje?
—Sí, puedes quedártelo.
—¿Qué haría yo con un carruaje?
Esbozó una sonrisa amable.
—Dijiste que te encantaba.
¿Dónde diablos usaría un carruaje?
Pero lo medité con seriedad.
En un futuro lejano, si Leandro se convierte en el villano, podría golpearlo en la cabeza y noquearlo, meterlo en este carruaje y sacarlo a escondidas de la ciudad imperial…
Por supuesto, parecía muy poco probable que se diera tal escenario a estas alturas, ya que Leandro no estaba enamorado de Eleonora y, por tanto, no tenía motivos para suscitar una rebelión. Pero debía tener en cuenta todas las posibilidades.
Nunca se sabe cómo acabarán las cosas.
—¿En qué piensas? Tu expresión no deja de cambiar.
—En una buena idea. Una muy buena.
—No me parece que sea tan buena…
—¿Por qué?
¿Qué es mejor que pensar en cómo detener tu rebelión y salvarte la vida?
Era triste saber que, hiciera lo que hiciera, seguiría siendo una humilde doncella. Pero rompí la maldición de Leandro, así que debía haber algo que pudiera hacer.
—Parece que estás tramando algo perverso.
—¿Cómo así?
—Un momento estás frunciendo el ceño y al siguiente de repente sonríes. El tiempo se iría volando con sólo ver cómo cambian tus expresiones todo el día.
—Deje de ser ridículo. ¿No tiene mucho que hacer? Vuelva al trabajo.
—Vale…
Asintió obediente y recogió sus papeles.
Pensé que iba a decirme que no me metiera donde no me llamaban, pero ya no podía ver su lado irascible.
Ha cambiado desde la última vez que lo vi.
Pero supongo que no podría ser ese niño inmaduro para siempre. Después de todo, era un noble de alto rango.
El sol asomaba por la ventana abierta. Tomé el almohadón que tenía al lado y lo abracé mientras observaba a Leandro leyendo los documentos. Enarcó las cejas, como si estuviera muy concentrado. Vi cómo el viento mecía su cabello y cerré los ojos.
No sabía cuánto tiempo había pasado, pero oí una risita. Cuando abrí los ojos, el rostro de Leandro estaba justo delante del mío. En cuanto me encontré con sus ojos azules, me sobresalté y me eché hacia atrás.
Leandro arqueó una ceja.
—No dejabas de golpearte la cabeza con la pared mientras dormías.
Sentí una calidez en una mejilla. La mano de Leandro me había estado protegiendo la cabeza. Le agarré la mano para comprobar si había estado babeando mientras dormía. Por suerte, no. Acaricié su palma seca pero cálida.
Leandro tosió y la retiró.
—¿Por qué me tocas la mano así? ¿Eres una pervertida?
—No, es que…
Me rasqué la mejilla.
—Me gustan sus manos…
Siendo sincera, la apariencia de Leandro era mi tipo ideal. No era solo su aspecto. Cuando cerraba los ojos, su voz dulce me seducía. Me prometí a mí misma que nunca me sentiría atraída por él, pero no era fácil. No era alguien a quien un extra como yo pudiera atreverse a codiciar.
—En ese caso, siéntela todo lo que quieras.
Leandro me tendió la mano. La aparté.
—Ya la he sentido mucho. Estoy bien.
No sabía cómo responder a su abrumadora amabilidad. Mi misión era salvarle la vida. No debía esperar nada más por el bien de Leandro.
—Me parece bien, así que siéntela todo lo que quieras.
—No, de verdad que está bien.
—En serio, me parece bien. Aquí tienes.
Su mano agarró la mía. Sentí su calidez. Era tan grande que envolvía la mía por completo. Sentí que mi corazón se encogía.
Sonrió, como si disfrutara de la situación. Hice lo que pude por mostrarme indiferente, pero sudaba a mares.
—No… —lo miré— crucemos la línea.
—¿Qué línea?
—Ya sabe, cosas como esta. No puede hacerlas con cualquiera.
—No sé a qué te refieres.
Ladeó la cabeza. Parecía inocente e ingenuo.
¿Cómo puede tener ese aspecto y no tener ninguna experiencia en este tipo de cosas?
Sin embargo, incluso en la historia original solo tenía ojos para Eleonora. Quiero decir, es comprensible ya que nunca tuvo una relación formal porque estaba demasiado ocupado con sus deberes. Aun así, tenía que detenerlo antes de que encendiera un fuego en mi corazón con sus acciones despreocupadas.
Me froté la cara con fuerza e intenté calmarme.
—Si alguien nos ve, lo malinterpretará.
—¿Qué he hecho?
—Me está tocando.
—Tú empezaste.
Era verdad, por lo que me quedé callada.
¿Por qué demonios estaba tocando sin pensar la mano de Leandro hace cinco minutos?
No importaba lo que ahora dijera, no sonaría nada convincente. Todo esto era culpa de su cara bonita.
Por eso quería mantenerme alejada. Sabía que sería así.
Me derretía como la nieve ante cada una de sus acciones.
—De todos modos, no podemos hacer esto. Nunca volveré a tocarlo así, así que por favor tampoco lo haga usted.
Leandro guardó silencio.
—Respóndeme.
—No.
—¿Qué?
—Vale… Está bien, no lo haré, por lo que deja de mirarme así.
Abrí los ojos de par en par, sorprendida por su respuesta. En el pasado, Leandro habría empezado a gritar y a discutir, pero ahora se echaba atrás con demasiada facilidad.