Sin madurar – Capítulo 54: El destino cambiado (4)

Traducido por Den

Editado por Lucy


Sentado a lo lejos con la barbilla apoyada en la mano, Leandro me miró y sonrió. Era una mirada tranquila que sugería que no le importaría que hiciera lo que quisiera.

De repente el carruaje se detuvo y un caballero lo llamó.

Abrí un poco más la ventana y asomé la cabeza. Al pie de la colina, vi un pueblo lleno de tejados coloridos.

En un caballo junto al carruaje estaba Lily, señalando algo.

—Vamos a pasar allí la noche —anunció.

Seguí su dedo y divisé un castillo gris con chapiteles[1] que apuntaban hacia el cielo.

—¿Dónde estamos? —le pregunté.

—En la finca Perrira.

—¿Ya?

—¿Qué hacías ahí dentro que no sabías que pasaba el tiempo? Está a punto de ponerse el sol. Tenemos que llegar al castillo antes de que oscurezca.

Gracias al increíble carruaje, habíamos atravesado unos cuantos pueblos sin que me diera cuenta.

¿Por qué Leandro se comportó como un loco cuando vino al sur en tan cómodo carruaje?, pensé.

Estaba convencida de que a este ritmo llegaríamos a la finca del duque dentro de una semana.

—Me quedé dormido, pero no sé cuánto tiempo dormí.

—Eso es bueno. Descansa. Puede que tengamos que acampar al aire libre en los próximos días.

—Ah…

Arrugué la nariz.

Acampé al aire libre cuando viajé al sur en cabriolé. No me gustaba porque recordaba tiritar en el frío invierno y preguntarme si sobreviviría a aquellas noches.

En cualquier caso, era un alivio que aún no hubiera llegado el invierno.

En realidad, creo que podría dormir a gusto en este carruaje.

Lily se había quitado la túnica y ahora llevaba un uniforme ligero. No solo ella, sino también los caballeros del duque jadeaban por el calor al que no estaban acostumbrados.

Supongo que tengo mucha suerte de viajar con comodidad, sentada a la sombra.

Levanté la mano para protegerme los ojos del sol. Me ayudó a contemplar el paisaje del pueblo rodeado por un bosque, que parecía tan hermoso como un cuadro.

—Te vas a hacer daño —dijo Leandro con los brazos cruzados.

Al cabo de poco, me golpeé la cabeza contra la pared del carruaje. Solté un gritito.

Él extendió deprisa la mano hacia mí, preocupado. Pero pronto, al recordar lo que había dicho sobre no tocarme, suspiró.

La puerta del carruaje se abrió y una voz dijo:

—Ya llegamos, Alteza.

Leandro apiló los documentos en una esquina y se levantó primero. Salió del carruaje de un salto, sin ayuda, y luego me ofreció la mano, dudando.

—¿Y si te toco así…? ¿Te parece bien?

Asentí y tomé su mano.

—Lo que dije antes no se aplica a esta clase de cosas.

Creía que ignoraría lo que le había dicho, pero, para mi sorpresa, actuaba con cautela. Con su ayuda, bajé del carruaje y me ajusté la falda.

Delante del castillo había un hombre de mediana edad frotándose las manos. Saludó a Leandro y se presentó como el vizconde Perrira.

—Bienvenido. Por favor, deje el resto en manos de mis sirvientes y entre —dijo el vizconde. Luego presentó a su esposa y a sus hijas, que estaban detrás de él.

No pensé que tuviera que saberlo, así que me quedé detrás de Leandro y observé mi alrededor sin prestar atención.

Al cabo de un rato, el vizconde charlatán por fin dejó de hablar y nos condujo a nuestras habitaciones. Me dieron una habitación junto a la de Leandro. Me resultaba extraño que me trataran como a un invitado importante.

Un cuadro colgado en el pasillo me llamó la atención. Era un retrato de las hijas del vizconde. No pude apartar los ojos de los cálidos colores.

—Lo pintó un artista famoso —explicó la vizcondesa al percatarse de mi mirada fija en el cuadro.

—Los colores son muy elegantes. No puedo dejar de admirarlo.

—El artista vive en la ciudad imperial. Podría hablar bien de usted.

Sacudí la cabeza y sonreí.

—Gracias, es muy amable de su parte.

La vizcondesa señaló una de las puertas del pasillo.

—Esta es la habitación. Le prepararé el baño.

Luego dio instrucciones a la criada que estaba detrás de ella.

Abrí la puerta y entré en la habitación. Era la primera vez que me quedaba sola en una habitación tan grande. Al ver las sábanas blancas de la cama mullida, no pude resistir la tentación y me metí de inmediato.

Leandro, que estaba hablando con los caballeros fuera de la habitación, me vio y se rio.

—Descansa.

Luego cerró la puerta antes de que siquiera pudiera darle las gracias.

Sola en esta enorme habitación, rodé en la cama y suspiré contenta.

Así que esta es la clase de lujos que experimentaré si me quedo al lado de Leandro.

Estaba muy contenta de no tener que preocuparme por que me robaran en una habitación minúscula y estrecha de una posada.

Cerré los ojos un momento y respiré hondo.

Ahora que lo pienso, no he comido nada en todo el día. Me froté el vientre plano y medité si comer la fruta de la mesa. Si me como una naranja, puede que ya no tenga tanta hambre.

Cuando me levanté, alguien llamó a la puerta. Escuché unos pasos ligeros y respondí. En la puerta estaban las sirvientas, que me traían agua para el baño. Les dije que pasaran.

Colocaron la bañera en medio de la habitación y vertieron el agua. Una de ellas se ofreció a ayudarme a bañarme, pero negué con la cabeza. Nunca dejaría que otra persona me lavara el cuerpo.

Después de dejarme una loción facial que olía a pétalos de rosa, la sirvienta se retiró de la habitación.

¿Es para aplicármela en la cara?

Abrí el frasco y olí el contenido. El fuerte aroma a rosas me mareó.

Me desaté la cinta de la falda y me quité la blusa y la ropa interior.

Pétalos de flores moradas y rosas flotaban en la bañera. Metí un dedo del pie y removí el agua. Estaba a la temperatura adecuada. Entonces sumergí el cuerpo.

—Ahhh… —suspiré contenta. El agua caliente me calaba el cuerpo. Me quité los pétalos pegados a los hombros y pataleé en el agua.

Pensé que tendría que pasarme toda la vida haciendo quehaceres. Quién me iba a decir que llegaría a experimentar tales lujos.

Después del baño, abrí la maleta que había colocado junto a la puerta. No sabía qué ponerme para la cena con el vizconde y la vizcondesa. Solo tenía un par de faldas y blusas.

¿Estará bien que lleve ropa tan informal a la cena? Las hijas del vizconde estaban usando vestidos antes…

Mientras extendía la ropa sobre la cama y reflexionaba, escuché una voz que me llamaba afuera.

—Evelina, ¿puedo pasar?

Era Leandro.

—¡No! —Bloqueé la puerta con mi cuerpo por si acaso la abría.

—¿Por qué?

—Estoy desnuda.

No respondió.

—¿Qué pasa? —le pregunté.

—Te dejo aquí la muda.

Luego escuché que se alejaba con rapidez. Me envolví con una toalla y abrí un poco la puerta. Había una caja grande con un lazo rojo en el suelo.

Tras asegurarme de que no había nadie alrededor, la cogí y la metí dentro.

—Vaya.

Dentro de la caja había un vestido color albaricoque y unos zapatos blancos de tacón alto. El vestido era muy bonito. Tenía bordados de hilo de oro en los extremos de las mangas estrechas y los hombros al descubierto, y un pequeño topacio sujeto al pecho.

Me puse ropa interior nueva y me probé el vestido. Me gustó cómo me sentaba el vestido ceñido.

Sí, la ropa cara se siente diferente. Justo cuando estaba preocupada por qué ponerme. En el momento más oportuno. ¿Cuándo compró este vestido?

No solo el vestido, sino también los zapatos me quedaban perfectos.

Mi reflejo en el espejo se sentía avergonzado. Supuse que se debía a que siempre había llevado trajes de sirvienta que me cubrían hasta el cuello.

Me rocié la cara con la loción de fuerte aroma a rosas y abrí el cajón. Por suerte, había una borla de polvos y un pintalabios.

Me apliqué un poco de polvos blancos en la cara, un tanto bronceada debido a los años viviendo en el sur. Ya tenía unos rasgos faciales bonitos, pero me miraba mucho más viva con los colores añadidos. Me pinté los labios y sonreí satisfecha.

Justo entonces oí que alguien llamaba a la puerta.

—Evie.

Lily entró. Llevaba la camisa y el pantalón del uniforme. Me di cuenta de que también se había bañado porque pude oler el aroma del jabón cuando se acercó.

—Estás muy guapa. ¿Su Alteza te regaló ese vestido? —preguntó Lily.

—Sí. ¿Es así como se supone que debes ponértelo?

—El lazo está un poco torcido. Déjame arreglarlo.

Se puso detrás de mí y ajustó el lazo. Luego, me trenzó el pelo que caía en cascada hasta la cintura y me lo ató alto.

Gracias a ella, pude terminar de alistarme. Salí de la habitación cogida de su mano. El sol se había puesto y los pasillos estaban iluminados con velas.

—Creo que me cortaré el pelo —comentó.

—Pero por fin te lo has dejado crecer.

—Creo que me estorbará en el entrenamiento.

—¿Quieres hacer llorar a las señoritas de nuevo?

—Lo que sea.

Leandro me esperaba junto a las escaleras que conducían al piso de abajo. En cuanto me vio, se congeló y me admiró en silencio.

Sabía que era bastante guapa, pero no estaba acostumbrada a que la gente me mirara así. Miré de un lado a otro, avergonzada.

—¿Alteza?

—¿Sí…?

De repente levantó la vista y se cubrió los ojos con las manos. Luego gruñó.

Le bajé el brazo, sorprendida, y me di cuenta de que tenía el contorno de los ojos rojo.

—A-Alteza, ¿qué sucede?

Dobló las rodillas para mirarme a los ojos. Como llevaba tacones altos, no tuvo que inclinarse mucho. Entonces me observó con sus ojos azules húmedos.

—¿Qué sucede? —volví a preguntar, preocupada.

—Debería haber hecho esto hace mucho tiempo… Lamento haberte hecho sufrir.

Le di palmaditas en el hombro.

—Estoy bien. No es como si fuera una esclava o algo así.

Hice lo que pude para consolarle mientras se le llenaban los ojos de lágrimas.

¿Siempre ha sido tan sensible?

Era la segunda vez que estaba a punto de llorar tras nuestro reencuentro.

—Si tan solo lo hubiera sabido un poco antes… —respondió en voz baja.

Leandro seguía pensando en el día en que me echaron de la finca. Estaba obsesionado con el pasado.

Pude descubrir que la historia ya no seguía la trama original gracias al tiempo que pasamos separados, pero el coste fue demasiado alto.

No tenía ni idea de que Leandro se sintiera tan mal por mí.

Lily nos recordó que teníamos que ponernos en marcha.

—Perdóneme, Alteza, pero el vizconde y la vizcondesa los esperan.

Al verlo derramar una lágrima, le di palmaditas en la espalda.

—Vamos.

—Lo siento.

—No sé por qué se disculpa.

Se frotó los ojos para contener las lágrimas y luego me ofreció su brazo. Me quedé mirándolo, desconcertada, así que me instó. Puse mi mano en su brazo con torpeza.

Los pasillos estaban decorados con flores rojas en jarrones.

Justo cuando pensaba que le faltaba algo a mi pelo.

Cuando me detuve, me preguntó qué pasaba.

—Esa flor, creo que iría perfecta con mi pelo.

—Es perfecto solo de pensarlo.

—Oh, deja de halagarme… ¿Alteza?

Leandro bajó la mano y cogió una flor.

—¿Lo hará por mí?

—Sí, si te parece bien.

Se puso serio y se inclinó. También reaccioné, poniéndome de puntillas. Su rostro se acercó y dejé de respirar por un momento. Si olía su aroma, sabía que mi corazón volvería a acelerarse.

—Ya está. Preciosa —sonrió, mostrando sus hoyuelos.

Me toqué el pelo. Estaba liso, sin ningún mechón sobresaliendo. Tal vez fuera porque un hombre apuesto que parecía de otro mundo dijo que era hermosa, pero me ardían las mejillas.


[1] Un chapitel es esto:

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