Un lirio que florece en otro mundo – Día 0: La historia detrás de la guerra de novias

Traducido por Kiara

Editado por Tanuki


En este mundo, había algo llamado “guerras de novias”. Era un conflicto librado por la clase noble en la capital Oda, se luchaba con uñas y dientes. Para los nobles el casar a sus hijas con los hijos de las familias de clase más alta y nobles, elevaban el estatus de su propia familia. Era una tradición que había continuado durante cientos de años, que se remontaba a los inicios de la aristocracia.

En cualquier caso, las hijas de los nobles fueron criadas con la enseñanza de que “asegurar un buen matrimonio es el orgullo de nacer como hija de una casa noble”. Y así, a medida que estas niñas alcanzaban la mayoría de edad, se reunían en la sociedad y buscaban parejas para casarse.

¿Qué tal eso? ¿Parece la típica historia de un juego otome?

Miyako Florence, cuya alma había reencarnado en este mundo, no fue la excepción y terminó participando en las guerras nupciales.

—No fue tan malo verlo a través de la pantalla, pero en la vida real es bastante duro —pensó Miyako.

Ese día, ese fatídico día, hubo una fiesta de té organizada por Klaus Reinhardt, heredero del Marqués Reinhardt. Era el día de una batalla decisiva en las guerras de novias, ya que el contacto directo con las familias objetivo era posible. Ese día, muchas chicas, desde las familias más bajas a las de más noble estatus, usaron sus mejores galas y se reunieron en los jardines de la mansión Reinhardt.

Gente, gente y más gente se reunió en la mansión. Además de las jóvenes, varios acompañantes, como las doncellas y los mayordomos, estaban presente en la multitud. El olor del perfume era sofocante. Todas las doncellas se peleaban por la oportunidad de charlar con Klaus.

En cuanto a Miyako, gracias a que se reencarnó en este mundo como la heroína del juego, había conseguido que Klaus le dijera “eres una mujer interesante” sin haber hecho algo relevante, pero si fuera honesta, no podría haberle importado menos. Sólo había una persona que Miyako quería conocer en esta fiesta: la villana, Fuuka Hamilton.

—¡Um, lo siento, tengo prisa! —dijo, pasando por delante de Klaus y vagando entre la multitud.

Y entonces, Miyako la conoció. Su amada villana.

—Tú ahí. ¿Qué crees que estás haciendo exactamente?

 Una voz digna resonó. Ante ella se presentó una joven con un vestido violeta, que se complementaba con su pelo negro. Tenía una postura perfecta y sostenía un abanico con elegancia en sus delgados dedos. Su maquillaje era modesto, pero sus ojos resaltaban perfectamente con sus brillantes iris de color violeta que proyectaban su fuerza de voluntad.

Esos ojos estaban fijos con una mirada de odio hacia Miyako.

—Fu, Fu… —Miyako tartamudeo, y sin querer dejó escapar un grito —¡Fuuka!

—Estás actuando muy familiar para ser alguien que acabo de conocer. ¿Quién eres?

Con una gran sonrisa, Miyako se acercó a Fuuka, la mujer que debería haber sido su rival, la villana del mundo del caer en la fantasía del amor. Como resultado…

—¡Ay! —Fuuka la golpeó en la mano tan fuerte como pudo con su abanico y Miyako se quejó.

—Realmente. ¡¿A qué estás jugando, con esa actitud allá atrás?! —dijo Fuuka bruscamente.

—¿Atrás, dónde?

—Tu actitud hacia Klaus Reinhardt. Los Reinhardt son los anfitriones de esta fiesta del té. Eso significa que el joven Klaus es con quien deberías estar hablando ahora mismo, por encima de cualquier otra persona. Y sin embargo, ¿qué has hecho? Tuviste la suerte de que él quisiera hablar contigo y te escapaste.

Los ojos de Fuuka dispararon dagas a Miyako.

En el juego, Klaus vio a Fuuka gritarle así a la heroína y su opinión sobre Fuuka decayó.

Él podría estar viniendo ahora mismo. ¡No es bueno! ¡No quiero que Fuuka pase por nada malo!

Tan pronto como Miyako pensó eso, se puso en movimiento.

—¡Por aquí! —le dijo.

—¡Oye, espera, no he terminado todavía!

Miyako corrió a un laberinto en la esquina del jardín, tirando a Fuuka de la mano. Su elegante vestido con volantes, probablemente elegido sólo para esta fiesta, se agitó. Los soldados de la guerra de las novias, damas vestidas enteramente concentradas en la fiesta, no escatimaron en echar un segundo vistazo al laberinto hecho de setos de rosas.

Aprovechando eso, Miyako corrió tirando de su villana favorita.

—Deberíamos estar bien después de hacer este recorrido.

— ¡Tú! ¿Qué crees que estás haciendo? —exigió Fuuka.

—Lo siento, señorita Fuuka. Soy Miyako Florence. Espero que nos llevemos bien… —Miyako se volvió hacia ella con una sonrisa.

—¡Suéltame! —en cuanto su mano estuvo libre, con fuerza Fuuka la abofeteó.

Por el impacto del golpe, Miyako se tambaleó. En su tropiezo, su vestido carmesí quedó atrapado en las espinas de un arbusto cercano y se rasgó.

Al oír el sonido del desgarro, ambas se detuvieron un momento. Fuuka abrió bien los ojos, preocupada por si había metido la pata, pero un segundo después recuperó su severa expresión como si no hubiera pasado nada.

—Nunca he oído hablar de la familia Florence. Supongo que no eres un noble de la capital. Quítame las manos de encima. Me convertirás en una pueblerina como tú.

—Si, soy del campo. Muy bien visto, señorita Fuuka.

—El que me llames por mi nombre me pone de los nervios. Soy un miembro de la familia Hamilton de la capital; si tuvieras alguna clase de educación me llamarías Señorita Hamilton.

—Ajaja, se me escapó.

—¡Eso no es suficiente! ¡Y ese vestido! Está todo rasgado y desgastado, ¿no crees que es mejor que te vayas a casa?

—Er, ah, bueno. Quiero ir a casa.

—¡Entonces date prisa y vete! ¿Y quién eligió ese vestido rojo, de todos modos? ¡Ese color está reservado solo para los miembros de la familia del Conde Scarlett! Si vas a vagar por ahí llevando eso, la gente se hará una idea equivocada.

—Oh, no sabía eso.

—La ignorancia es un pecado. Si no tienes intención de participar en las guerras de novias, entonces vete. Eres un adefesio. —Fuuka miró fijamente a Miyako—. La alta sociedad se trata de hundirse unos a otros —continuó Fuuka—, no puedo creer que andes por ahí mostrando tanta debilidad. Creo que los pueblerinos como tu, que se toman las cosas con tan poca seriedad son más felices en casa, ¿no?

No muestres debilidad en público. Eso es lo que quería decir. Su estricta actitud podría ser su forma de mostrar amabilidad.

—Si no te importa —Miyako comenzó una petición salvaje que sabía que Fuuka probablemente rechazaría en este momento—, ¿vendrías al campo conmigo?

—¿Qué?

—Es un lugar muy bonito, rico en naturaleza. Mientras estés feliz de hacerlo, entonces quizás algún día tú…

—No tengo tiempo para eso, ni tengo la más mínima intención de hacerme amigo de mis enemigos.

Fuuka cortó bruscamente a Miyako y se puso en marcha para irse. Sin mirar atrás, declaró como si se dijera a sí misma. —Ganaré la guerra de novias, cueste lo que cueste. Ese es mi único objetivo.

Miyako vio a Fuuka salir enérgicamente. Viendo su elegante andar y orgullosa actitud, para no mostrar debilidad a nadie, Miyako sintió aún más la necesidad de ganar algún día el corazón de su amada villana.

♦ ♦ ♦

Fuuka Hamilton continuó construyendo una reputación a medida que pasaban los días, aunque no una buena. Altiva, malvada, sin reparos a la hora de humillar  a los demás, era la monstruosa hija del conde. Las palabras y hechos de Fuuka Hamilton eran el tema elegido en las fiestas de té populares entre las damas de la nobleza.

Los nobles de la capital celebraban fiestas de té todas las semanas a mediodía, y apostaron su prestigio a hacerlas lo más extravagantes posible. Las fiestas de té de los nobles con herederos en edad de casarse se convirtieron en los principales campos de batalla de las guerras nupciales. Por el contrario, las fiestas de té sin candidatos sobresalientes para el matrimonio se convirtieron en fábricas de rumores para que las jóvenes intercambiaran chismes. En el juego, estos eran los eventos de recolección de información.

Fue allí, donde Miyako se destacó.

—¡Ah, señorita Fuuka, por aquí! —con una sonrisa despreocupada de oreja a oreja, saludó con la mano a Fuuka, a quien todos los demás temían —estás tan hermosa como siempre.

Mientras que todos los demás alrededor de la mesa redonda parecían disfrutar con gracia de la fiesta, Fuuka se sentó allí sin el más mínimo rastro de sonrisa.

Miyako se sentó a su lado sin dudarlo. Sonrojándose, tomó la mano de Fuuka y comenzó a hablarle.

—Je je, me alegro de haberte visto hoy de nuevo.

—Bueno, ese no es mi caso.

—¡¿Sin piedad?!

La sonrisa perfecta que Fuuka llevaba normalmente cuando estaba en la alta sociedad no se veía por ninguna parte. No estaba tratando de ocultar sus cejas profundamente arrugadas, ella soltó la mano de Miyako.

—No tengo intención de llevarme bien contigo. Todas las mujeres nobles de la misma edad son enemigas unas de otras, después de todo —declaró.

—¿Enemigos…? —expresó Miyako, ladeando la cabeza.

—Es la verdad. Ya sean las guerras nupciales, los problemas de sucesión, la calidad de las hijas nobles… Son las personas con las que tendré que lidiar por el bien de mi familia —dijo Fuuka con indiferencia.

—¡Eso no es verdad! Um, bueno, tal vez lo sea, pero…

—En ese caso, usted debe reconsiderar esa actitud excesivamente amistosa suya.

—Pero… —Miyako se esforzó en pensar en una respuesta.

—Por favor, no me hables de nuevo, podrías infectarme con tu falta de modales —expresó Fuuka mientras se alejaba, pareciendo increíblemente sola sin mirar a Miyako.

En el futuro, Miyako aprovechó cada oportunidad que tuvo para hablar con Fuuka, pero ella se mantuvo terca.

De esa forma, Miyako decidió que ella misma ganaría la guerra de novias que se libraba en torno a Klaus, heredero de la familia Reinhardt, y que lograría él cancelara su compromiso. Después de eso, pondría fin a todo y confesaría una vez más sus sentimientos a Fuuka.

Los días pasaron, y  ambas señoritas mantuvieron la misma relación.

Fuuka no tenía idea de que las dos terminarían huyendo juntas, sin ninguna preocupación en el mundo.

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