Traducido por Ichigo
Editado por Sakuya
Era un día nublado, en el que solo una fina corriente de luz solar lograba abrirse paso entre los huecos de las nubes grises. La ventisca continuaba sin amainar. Los que estaban en palacio temían que la delegación de Maldura se retrasara, pero como si quisieran tomar a Sauslind desprevenido, llegaron antes de lo previsto.
Como los inviernos de Maldura eran aún más fríos que los de Sauslind, todos iban vestidos con gruesas capas. Las prendas en sí eran formales, aunque sin mantos, pero en una aparente muestra de riqueza, estaban hechas de materiales muy caros. Su aspecto extravagante hacía que los delegados resultaran demasiado intimidantes para la mayoría de la gente normal.
La sala de audiencias del palacio solo se abría para ceremonias especiales, pero ésta era una ocasión única. Los nombres y ministros más prominentes -cualquiera con influencia en el reino- estaban reunidos en su interior. No sería exagerado decir que estas personas eran la columna vertebral del poder político de Sauslind. Sin embargo, estos astutos viejos zorros se quedaron boquiabiertos cuando vieron al hombre que representaba a la delegación maldurana.
El príncipe extranjero se detuvo al pie de la escalera que conducía al trono, el lugar donde otros nobles solían presentar sus respetos. Se movió sin vacilar un ápice. A juzgar por su aspecto, rondaba la veintena. El ambiente que le rodeaba y su actitud en general eran tan cálidos y acogedores que resultaban casi decepcionantes, muy contrarios a la impresión que la gente tenía de Maldura. Era delgado y enjuto, y tenía el pelo negro un poco rizado. Incluso bajo las miradas escrutadoras de la élite de Sauslind, parecía muy relajado. La sonrisa de su rostro era ambigua y difícil de leer.
En respuesta a la bienvenida del rey, el príncipe extranjero hizo una reverencia.
—De igual manera, es un honor conocerle, rey Guillermo de Sauslind. Soy el segundo príncipe de Maldura, Reglisse Carranza, hijo del rey Orzeno.
Para los estándares de Sauslind, sus modales eran un poco peculiares. Sin embargo, su expresión amable ocultaba cualquier tensión que pudiera sentir, y se movía con gracia, sin mostrar signos de que la atención de la multitud le inquietara. Levantó la cabeza con orgullo después de inclinarse, con los párpados aún cerrados. El príncipe de Maldura era ciego.
Esta revelación dejó atónitos a los nobles. Si no me hubieran informado de antemano, me habría quedado boquiabierto como ellos. En lugar de eso, me dediqué a observar a la gente que rodeaba al príncipe.
Ian, de los Caballeros del Ala Negra, ya me había informado de la discapacidad del príncipe, pero la forma en que se comportaba el príncipe Reglisse casi me hizo cuestionar si aquellos ojos eran de verdad ciegos. Farsante o no, el hombre era tan digno como para silenciar a cualquiera que se hubiera burlado de él por su discapacidad.
Así que éste es el hombre llamado a ser el próximo rey de Maldura, pensé mientras lo escrutaba, sorprendido.
El rey y la reina intercambiaron alguna conversación formal con él antes de que mi padre se volviera hacia mí.
—Durante su estancia aquí en Sauslind, mi hijo será quien los mantenga entretenidos. Espero que los dos puedan entablar una sólida amistad, dado que ambos dirigirán países en el futuro. ¿Chris?
Cuando me lo pidió, di un paso al frente. Todas las miradas, que se habían concentrado en el príncipe extranjero, se centraron ahora en mí. Se notaba que tenía un aire de realeza, lo viera Reglisse o no. Tenía el característico pelo rubio dorado de mi familia y los ojos azul cielo. Estaba tan acostumbrado a ser el centro de atención que rezumaba orgullo, como correspondía a alguien de mi posición. Era algo que mi madre me había inculcado desde niño, y ya era demasiado tarde para cambiarlo.
Sabía por experiencia el efecto que mi presencia y mi aspecto tenían en los demás. Los demás miembros de la delegación extranjera, así como los nobles de Sauslind, se sintieron abrumados por mi compañía o cautivados lo suficiente como para ocultar cualquier hostilidad que pudieran haber sentido de otro modo.
Una sonrisa se dibujó en mi rostro.
—Soy el príncipe heredero de Sauslind, Christopher Selkirk Ashelard. Tus viajes te han llevado lejos. Te doy la bienvenida a mi hogar. Considerando lo cercanos que estamos en edad, espero que podamos aprovechar esta oportunidad para acercarnos el uno al otro.
A pesar de su incapacidad para ver, el príncipe Reglisse giró su rostro hacia mí. O su oído era tan agudo o tenía un don para percibir la presencia de una persona.
Hizo otra reverencia y se presentó una vez más. En el borde de sus labios se dibujó una sonrisa. Tras repetir su nombre, dijo:
—He oído que eres el orgullo de Sauslind. Incluso eres famoso en otros países por ser noble y sabio. Hace tiempo que corren rumores sobre ti.
Su voz llevaba una sutil puya a la que sólo reaccionarían algunos de los presentes.
Seguí sonriendo, como siempre, y respondí:
—Sí, bueno, los rumores tienden a cobrar vida propia, pero tendré cuidado de no traicionar la buena impresión que la gente tiene de mí. Dicho esto, los rumores suelen llevar los prejuicios de quien lo dice. Me intriga más cómo te llaman en Maldura: “El Príncipe Amado de Dios”. Me aseguraré de evaluar la exactitud de ese nombre con mis propios ojos.
Le dirigí una mirada, pero el príncipe Reglisse se limitó a esbozar una amable sonrisa. Fueron los nobles que estaban unos pasos detrás de él los que parecieron sorprendidos.
Antes de que los altos mandos de Sauslind se deshicieran en murmullos, mi padre pronunció algunos tópicos y dio por concluida nuestra bienvenida formal a la delegación de Maldura. La verdadera diplomacia, en la que aristócratas veteranos de ambos bandos se mezclarían y harían sus maniobras secretas, estaba prevista para más tarde.
♦ ♦ ♦
Un método obvio para la diplomacia era socializar. Con eso en mente, invité a la delegación de Maldura a una fiesta nocturna. La primavera era la estación propicia para este tipo de encuentros, pero aunque aún era invierno, las circunstancias especiales provocaron una asistencia aún mayor de la que había previsto. Los habitantes de Sauslind seguían sintiendo una profunda aversión hacia Maldura -eso no había cambiado-, pero ésta era una ocasión rara e inusual. La gente daba prioridad a su curiosidad sobre su cautela.
Yo, por supuesto, era el anfitrión de la velada. Sabía que a la mayoría de la nobleza no le gustaba Maldura, así que, para entretener a nuestros visitantes extranjeros, invité a gente de fuera de la aristocracia. Había jóvenes que acababan de llegar a la edad adulta, funcionarios de rango medio metidos de lleno en la política nacional y comerciantes de mediana edad que dirigían sus propias empresas.
La delegación de Maldura ya encajaba bien con los demás asistentes.
—La Epopeya de Elbara. Es amada por el pueblo como un poema que describe la fundación de nuestra nación. Es tan famoso como el Rey Héroe de Sauslind —dijo el príncipe Reglisse.
Preocupado por su discapacidad, tenía una doncella especial y guardias a su cargo. Todavía no estaba casado y había dejado claro que aún no se había decidido por un compromiso.
La persona que entablaba conversación con él era lady Anna Hayden, hija del conde Hayden. Dicho conde también era conocido como el Dios Guardián del Oeste, y supervisaba una de nuestras regiones fronterizas, el Dominio de Edea. Lady Anna vestía un traje de noche, y sus ojos irradiaban una fuerza interior que reflejaba la de su padre.
—Se dice que la Epopeya de Elbara está basada en Ryzanity —dijo—. Elbara fue quien fundó Maldura. En otras palabras, su rey fundador fue un seguidor de Ryza. Por eso Ryzanity se ha convertido en la religión nacional de Maldura, ¿no?
Lady Anna mostraba un extraordinario nivel de conocimiento de historia, que parecía demasiado fuera de lugar en una fiesta nocturna. Sin embargo, el hombre que la acompañaba no estaba menos informado, sonrió e intervino.
—No, eso no es del todo cierto. Hay dos teorías sobre la Epopeya de Elbara. Una es que se originó en el imperio caído, y la otra es que comenzó como un cuento popular. Es un poco estrecho de miras discutir la historia sólo desde una perspectiva religiosa, Lady Anna.
El hombre que la refutó era el hermano mayor de Elianna, Alfred Bernstein. También era ayudante del Primer Ministro. Como es característico de los Bernstein, Alfred no solía participar en actos sociales como éste, pero esta vez se había desvivido por hacer notar su presencia. Estaba aquí como una especie de sustituto de su hermana ausente, no fuera a ser que la delegación extranjera o los demás nobles de Sauslind se olvidaran de ella o de su determinación de establecer la paz entre nuestras naciones.
El príncipe Reglisse sonrió con calidez.
—He oído que Sauslind cuenta con varios eruditos conocedores de otros países y sus historias, pero me sorprende que tengan funcionarias civiles. Mi país podría aprender de su ejemplo.
Lady Anna dudó en responder, avergonzada de ser vista como una pionera de las mujeres académicas.
—Incluso en Sauslind no hay muchas como yo. La única razón por la que pude obtener este puesto fue gracias a la sugerencia de Lady Elianna.
—Ajá.
La sonrisa del príncipe se ensanchó.
—La prometida del príncipe heredero, sí. Mi país también tiene una deuda de gratitud con ella. Me habría encantado conocerla. Es una pena que no haya podido estar aquí.
Hasta ese momento, solo había escuchado la conversación en segundo plano, intercambiando cumplidos con otros invitados, pero la voz del príncipe Reglisse estaba cargada con tanta emoción que atrajo mi atención. Mi sonrisa se amplió aún más al escuchar el nombre de mi amada.
—Elianna también tenía un profundo deseo de reunirse con usted y su delegación —dije, volviéndome hacia él—. Por desgracia, como pronto será princesa heredera, está muy ocupada. Lamento muchísimo que no haya podido estar aquí para hablar con ustedes, pero sepan que el resto de los presentes compartimos su deseo de paz.
Mi confiada declaración provocó una sonrisa de Alfred, y lady Anna parpadeó un par de veces antes de sonreír también. Todavía no estaban comprometidos de manera oficial, pero el futuro parecía prometedor para ellos.
Animado por mi declaración, Alfred condujo al príncipe Reglisse y a los demás funcionarios civiles a una discusión sobre historia. Cuando se le presentó la oportunidad, hizo preguntas al príncipe extranjero para sonsacarle información sobre el estado de sus asuntos internos.
En la fiesta también había otros dos nobles de la delegación de Maldura.
—¿Así que aquí los amantes miran juntos las estrellas mientras hablan? Las parejas Sauslind sí que son románticas. Los inviernos son tan duros en nuestro país que si salieras a mirar las estrellas en esta época del año, te convertirías en una estatua congelada.
Uno de ellos era el Conde GIlhan, un hombre apuesto y vibrante, tan alegre y sincero que arrancaba sonrisas a todo el mundo, atrayendo por igual a hombres y mujeres jóvenes. Rondaba los cuarenta años y, aunque tenía un aire juguetón y frívolo, sus dotes de conversador se adaptan de manera perfecta a la diplomacia.
—En ese caso, ¿cómo se escabullen los amantes en Maldura para conocerse?
El conde Gilhan tarareó, esbozando una sonrisa significativa para avivar la curiosidad del curioso.
—En Maldura tenemos lo que se llaman “Gemas Estelares”. El nombre hace referencia a la gran cantidad de piedras preciosas que se encuentran en los manantiales subterráneos de Maldura y que brillan cuando les da la luz. Parecen estrellas en el cielo nocturno. Tenemos muchas minas, y esas gemas escondidas en lo más profundo del subsuelo son más valiosas que cualquier otra cosa en el mundo.
—¡Vaya!
Los jóvenes reunidos a su alrededor se inclinaron hacia delante, intrigados por la idea de esas brillantes piedras extrañas.
El conde Gilhan dirigió su atractiva sonrisa a una de las chicas que le miraba de manera soñadora.
—Me cuestiono el tacto de hacer semejante comparación con las mujeres, pero incluso las joyas son poco más que piedras inútiles hasta que las pules. No hay nada más valioso que encontrar un diamante entre todos los escombros, ¿verdad? Seguro que es lo mismo en todos los países. En Maldura, las llamamos “gemas estrella”. Porque son como luces que iluminan nuestro hogar en el gélido frío del invierno.
La forma en que lo dijo daba a entender que, aunque los inviernos en Maldura eran duros, el país brillaba como un faro en la oscuridad. La evocadora descripción bastó para que la muchacha lo imaginara de forma vívida en su mente. Continuó con sus románticos relatos y, para no ser vencidos, los jóvenes Sauslind se unieron a ellos con sus propias historias.
Desvié mi atención de él y de su grupo, sintonizando mis oídos con otra reunión de gente.
—Las obras de bronce y hierro de los países occidentales son un espectáculo sorprendente de contemplar. Del este, estamos viendo más importaciones artísticas. Los occidentales y su excepcional tecnología tienen que dar las gracias a Maldura por proporcionarnos tales recursos. Me encantaría que los ingenieros de Sauslind aprendieran de los ejemplos de otros países occidentales —dijo el conde Ardolino, uno de los comerciantes más destacados de Sauslind. Su mujer era la hermana menor de Alexei, Therese.
El hombre con el que hablaba aparentaba tener unos treinta años y era bastante frágil. Era pariente del príncipe Reglisse y hacía poco que había sucedido a su padre en el título. Su nombre era Conde Valmore. Era de esperar que el poder que le otorgaba su nuevo nombramiento se le subiera a la cabeza, pero ni sus ropas ni su aspecto se correspondían con su estatus. Se mostraba tímido e inquieto, observando su entorno. Parecía un novato que no tenía cabida en la diplomacia, pero…
—La artesanía del hierro occidental es más adecuada para la construcción de puentes y barcos, casi cualquier objeto de gran tamaño. Me interesa mucho la intrincada artesanía oriental, y también las refinadas técnicas de Sauslind.
Aunque daba la impresión de estar desmotivado y poco seguro de sí mismo, tenía una aguda percepción de lo que era necesario para aprovechar al máximo los recursos de su país y en qué se especializaban otras naciones. Él, el conde Ardolino y el resto de los mercaderes entablaron una profunda conversación sobre la fabricación de hierro y la circulación comercial de Maldura. Dado lo aislacionista que era Maldura, esta era una oportunidad clave para desarrollar buenas relaciones con ellos con fines comerciales, por lo que muchos en el grupo estaban ansiosos por discutir futuras oportunidades.
Tras asegurarme de que empezaban con buen pie, los dejé atrás y me dirigí al lugar del evento. Dos personas que me seguían de cerca: Glen, que actuaba como mi guardaespaldas, y el funcionario que asistía en lugar de Alexei.
Como yo era el príncipe heredero, era normal que los invitados se desvivieran por venir a presentarme sus respetos. No obstante, dado que se celebraba en el salón de recepciones del palacio y nuestro principal objetivo era la diplomacia, los invitados se sentían más atraídos a acercarse a la delegación de Maldura. Era natural, por supuesto. Sin embargo.
—Príncipe Christopher, buenas noches.
En cuanto intenté deambular por el vestíbulo, las molestias habituales hicieron su aparición. La mayoría eran nobles que arrastraban a sus hijas con ellos. Siempre eran las mismas chicas. Cuando las vi por primera vez años atrás estaban solteras y disponibles, pero seguían eligiendo aparecer incluso ahora que estaban comprometidas. Esto se debía más que nada a que, hasta la primavera pasada, Elianna rara vez había asistido a actos sociales.
Su objetivo estaba claro: querían llamar la atención del príncipe heredero. Si tenían suerte, podrían convertirse en concubinas y aprovechar su influencia para expulsar a Elianna y hacerse con el puesto de princesa heredera. Desde que se anunció la fecha de nuestra boda, la mayoría de esas mujeres habían desistido. Solo lo intentaban ahora porque veían la ausencia de Elianna como una oportunidad.
Por mucho que intentara rechazarlas, no había fin. Esta noche tampoco sería la primera ni la última vez que tuviera que lidiar con esto. A algunas de las chicas las obligaban sus padres y no podían desobedecer aunque quisieran. Mientras observaba cómo intentaban halagarme y engatusarme, recordé las dudas que había albergado cuando era más joven. ¿Por qué la gente, que perdía el tiempo ayudándome, no podía parecerse más a las personas cuyos ojos se iluminaban de curiosidad cuando hablaban con las personas de Maldura?
Mientras sonreía, clasificando en mi mente a la multitud que me rodeaba, una voz murmuró detrás de mí:
—Esta es otra consecuencia de la ausencia de Alex. Incluso sin la presencia de lady Elianna, la mirada fría como la piedra de Alex ahuyentaba a cualquiera lo bastante imprudente como para acercarse. Los congelaba con una mirada y los mantenía a raya.
—Eso tiene sentido —respondió Glen, asintiendo para sí mismo—. Ni siquiera el príncipe puede vencer la mirada fría y penetrante del demonio de hielo.
No estaba seguro de si debía interpretar aquello como un cumplido o no, pero en cualquier caso, era un comentario estúpido.
La forma de hablar del funcionario se asemejaba a la de Alex cuando respondió:
—En efecto. Según Lord Alexei, es fácil aplastar a familias como la Casa Dauner que son obvias en sus planteamientos. Esos señores de hace un momento correrán la misma suerte, estoy seguro.
—No bromees. Ponte en el lado malo del señor del demonio y no sobrevivirás en este país. O te convertirá en piedra o tu casa caerá en la ruina. ¿Qué elegirías si tuvieras la opción?
—Oh, vamos, actúas como si estuvieran en un camino sin retorno. La vida es como una partida de ajedrez. Si puedes cambiar las tornas en un solo movimiento, ¿quién no se arriesgaría a intentarlo?
—Ahora es una oportunidad inmejorable porque la Diosa de la Suerte está ausente.
Siguieron agitando los labios en el fondo, y les hice caso omiso. Mientras escudriñaba el lugar, mis ojos se entrecerraron con brusquedad.
No podíamos permitir que los guardaespaldas que habían acompañado a la delegación de Maldura asistieran al acto. Para garantizar la seguridad de su príncipe y mantener las apariencias, Ian y algunos de los otros Caballeros del Ala Negra estaban apostados dentro por seguridad. Sin embargo, al ver a mi tío por parte de madre conversando con el comandante de los Caballeros del Ala Negra, no confiaba en que fueran de fiar. Maldura no era el único problema al que nos enfrentamos aquí, de ahí que se me levantaran los pelos de punta.
Seguí recibiendo los cálidos deseos y saludos de la gente que se acercaba a presentar sus respetos, pero mis pensamientos estaban en otra parte. El padre y la hija que tenía delante hablaban de asuntos por completo ajenos a la naturaleza diplomática de la fiesta. El señor me estaba haciendo una invitación poco sutil para que pasara una noche con su hija. Por su parte, la muchacha en cuestión mantenía las distancias, pero sus miradas furtivas hacían evidente que no se oponía a la idea.
La temperatura a mi alrededor bajó de manera drástica a medida que aumentaba mi enfado.
—Así que para esto estás aquí —susurré en voz baja, con una mirada lo bastante escalofriante como para congelar al hombre, a su hija y a Glen en su sitio. No obstante, les ofrecí una sonrisa acorde con mi apodo de apuesto príncipe del reino—. Si no lo he entendido mal, su hija conoce bien la historia de nuestros vecinos del noroeste y quiere ofrecerse al servicio del país, ¿verdad? En ese caso, con mucho gusto lo tendré en cuenta.
Lo enfaticé de tal forma que daba a entender que podría utilizarla como peón para realizar reconocimientos con las personas de Maldura. Eso bastó para que la pareja palideciera de consternación.
—N-No, por mucho que agradezcamos la consideración, nunca podríamos…
El hombre murmuró incoherencias antes de marcharse a toda velocidad con su hija a cuestas. Era obvio, estaba dispuesto a entregarla como concubina, pero no tenía intención de dejar que se convirtiera en espía para investigar a Maldura. Chasqueé la lengua con fastidio.
—¿Alteza? —dijo Glen vacilante, dirigiéndose de forma respetuosa a mí ya que estábamos en público—. Me doy cuenta de que está fuera de lugar que yo diga esto, pero eh… creo que soy el único aquí que puede…
Tenía razón; era raro que me amonestara así.
—Lo sé. No hace falta que lo digas —dije, reprimiendo mi enfado.
Lo que sospechaba que quería decir era:
—Nos hemos tomado todas estas molestias para trabajar por la diplomacia con Maldura. Como anfitrión del evento y príncipe heredero, sólo socava la fe de la gente en que esto salga bien si estás de mal humor.
Si Alex estuviera aquí, de seguro me haría una crítica aún más mordaz que esa. Aunque comprendí que debía mantener la calma, mi irritación no hizo más que crecer más allá del punto de contención.
Glen intentó disimular su risa, pero no lo consiguió.
—En serio, sabes que eres demasiado fácil de leer. Me doy cuenta de que ahora estás más enojado que hace un minuto. Está claro que intentas fingir calma aunque en realidad estás enfadado, y todas tus respuestas suenan igual. Pfft…
Intentaba de forma desesperada no estallar en carcajadas.
Se me dibuja una sonrisa en los labios, esta vez de verdad.
Antes de que pudiera darle la espalda, Glen murmuró algo que nunca debería haber dicho.
—Estás demasiado nervioso cuando lady Elianna no está aquí. Tienes que aprender a calmarte más.
Ah, sí, parece que no solo quieres que te convierta en una estatua de hielo, sino que también quieres que ahuyente a todas las mujeres que te rodean para poder vivir una vida de completa abstinencia. No te preocupes, estaré encantado de complacerte.
Una sonrisa maníaca se dibujó en mi rostro. Al notar el cambio, el subordinado de Alexei retrocedió unos pasos. Incluso Glen se estremeció al darse cuenta de lo que había hecho.
Por fortuna para él, otro cordero se ofreció voluntario para la matanza, llamándome.
—Oh, si es el Príncipe Christopher.
Era un grupo de nobles de estatus medio que se acercaron corriendo con alegría.
De nuevo chasqueé la lengua. Recité mis saludos habituales y mantuve la misma máscara en la cara de siempre mientras les respondía. Uno de ellos comenzó de inmediato a elogiar el evento.
—Esta velada ha sido muy animada. Has invitado a mucha gente joven, desde nobles a funcionarios, pasando por comerciantes… Este último fue en especial sorprendente. En lugar de invitar a dirigentes de grandes empresas, ha elegido a comerciantes corrientes. Vaya, vaya, Alteza. Usted tiene conexiones con un gran número de personas. Estoy aún más impresionado con usted que antes.
Este hombre astuto y sagaz era un noble involucrado en el comercio de ultramar.
—En efecto —coincidió otro hombre de unos cincuenta años que actuaba como representante de su grupo. Se llamaba Conde Brandt. Por cierto, encabezaba una lista de aristócratas que habían aprovechado la ausencia de Alex unos días antes para venir a mi despacho—. Tener tantos jóvenes da vida a una fiesta nocturna. Supongo que es una muestra de su imprudente entusiasmo y pasión. Oh, no perdóneme. Para un viejo como yo, su luz es un poco cegadora, casi como el sol.
Ojalá pudiera cegarte de verdad. Sería una bendición. Sonreí y dejé que sus palabras me entraran por un oído y me salieran por el otro, haciendo acopio de la poca dignidad y compostura que pude para contener las ganas de estremecerme ante aquellos tontos insignificantes.
En un alarde de desvergüenza, el Conde Brandt dirigió su mirada al lugar vacío que había a mi lado.
—Aun así, debe ser solitario para ti estar desocupado en una fiesta tan animada. Este es un acontecimiento histórico de nuestro paso hacia la diplomacia con Maldura. Debería acompañarte una dama adecuada.
Luego lanzó una mirada al salón de baile.
De pie, con un vestido que brillaba a la luz, había una joven de pelo castaño rojizo. Bailaba con uno de los miembros de la delegación. Junto con Therese y mi prometida, Elianna, estaba considerada una de las mejores representantes femeninas de su generación. Se llama Pharmia, y como hija del duque Odín, eso la convertía en mi prima. Carecía de la actitud altiva que cabría esperar de la sobrina de la reina, y tampoco compartía la ambición de Therese de ser una fuerza motriz en la alta sociedad. Pharmia era mansa, se mantenía varios pasos por detrás de todos con una sonrisa en la cara.
Nos conocíamos lo suficiente, al menos en el pasado, como para saber que tampoco era como su padre.
Hice caso omiso de la insinuación del comentario del conde Brandt y le presté mi habitual atención de boquilla.
—Me doy cuenta de que debe de estar hablando por mi preocupación, ya que mi prometida ha salido a hacer otro recado, y no ha podido asistir. No obstante, como la fecha de nuestra boda ya está fijada, no tengo intención de labrarme una reputación de hombre infiel a su prometida.
Entorné los ojos y se me dibujó una sonrisa aún más amplia en los labios.
—¿O crees que nuestro país desea un príncipe heredero que manche así la reputación de su reino?
La implicación tácita de mis palabras era: “¿Te atreverías a hacer semejante sugerencia siendo un noble que profesa su lealtad al reino?”. El conde Brandt se estremeció.
Mantuve mi mirada fija en él.
—Mi madre también ha puesto sus ojos en lady Pharmia. Pero sea cual sea el compromiso que elija, por recomendación de mi madre o no, rezaré por su felicidad como lo haría por cualquier otro ciudadano de Sauslind.
La advertencia en mi voz era clara; no tenía intención de involucrarme con Pharmia más allá de eso.
El rostro del conde Brandt se tensó. Sus labios se movieron como si quisieran decir algo.
Le sonreí y me marché. Una vez que hubo cierta distancia entre nosotros, miré al subordinado de Alexei y le pregunté si había confirmado los rostros de los presentes durante nuestra conversación.
Al darse cuenta de que volvía a ser seguro, aceleró el paso para salvar la distancia que nos separaba y respondió con calma.
—Todos los nobles que se acercaron con sus hijas pertenecían a la facción del duque Odín o a alguna de sus ramas.
—Oh, eh, interesante —murmuró Glen como si solo hubiera captado lo esencial de lo que ocurría.
Disimulé mi consternación ante él y asentí al subordinado de Alex.
—Ya lo sospechaba.
Cuando los que nos rodearon me saludaron, les dediqué una sonrisa.
La respuesta a la ausencia de Elianna no era del todo sorprendente, pero la audacia de los que se acercaban me hizo sospechar. Su objetivo estaba claro. Sin embargo, habíamos pasado años forjando la reputación de Elianna. ¿De verdad poseía la oposición una baza capaz de cambiar las tornas de la batalla al instante? Si la tenían, ¿cuál era con exactitud? ¿Y qué buscaban en realidad?
Mientras reflexionaba, empezó a sonar música detrás de mí. Suspiré para mis adentros. Tenía demasiadas cosas en las que pensar. Primero estaba la facción militarista que veía a Maldura como un enemigo. Había visto a algunos de ellos en la fiesta nocturna, pero, como era de esperar, ninguno se atrevía a hacer un movimiento al aire libre.
Aquellos que clamaban por el poder se mostraban inquietos en su persecución, intentando aspirar al puesto de princesa heredera. Al utilizar a Elianna como excusa para rechazarlos, solo estaba convirtiéndola en un objetivo. El día de nuestra boda ya estaba fijado, al menos, así que intentar intervenir significaría ir en contra de la voluntad del reino. Sin embargo, todavía había individuos imprudentes que pensaban que podrían tener una oportunidad con Elianna fuera de escena. Pero, ¿de verdad serían tan tontos como para actuar en consecuencia? Ella tenía el apoyo del pueblo. Estaba bastante seguro de que ninguno de ellos podría actuar con demasiada imprudencia.
Sin darme cuenta, mi mano se cerró en un puño. Mis labios se movieron al son de su nombre sin llegar a pronunciarlo. Eli. A este paso, quizá tuviera que juzgar a la amiga de Elianna durante su ausencia. Cuando ella se enterara después, ¿tensaría nuestra relación? ¿Se disgustaría conmigo?
Los nudillos se me pusieron blancos y apreté el puño con más fuerza. Había llegado demasiado lejos como para dar marcha atrás.
No era como si Pharmia no hubiera tenido tiempo de sobra. Cinco años enteros y numerosas oportunidades. Durante ese tiempo, se había negado a atarse a nadie y permanecía soltera. ¿Fue por voluntad propia? ¿O por la sed de poder de su padre?
No había tiempo para más debates. Tenía que mover ficha. El juego político ya estaba en marcha.
♦ ♦ ♦
Cuando llamé al príncipe Reglisse, que estaba sentado en el área de descanso frente al lugar del evento, se asomó desde su sofá. Intentó levantarse por respeto, pero le detuve.
—Por favor, permanezca sentado.
También miré a su criada.
Suspiró con amargura, se apoyó en el sofá y me sonrió.
—Mis disculpas por haberle hecho venir, príncipe Christopher.
—En absoluto.
Mientras me deslizaba dentro, Glen y el subordinado de Alex intentaron seguirme, pero les hice un gesto para que esperaran en la entrada. Antes, mientras hacía la ronda en la fiesta, un chambelán se me había acercado para informarme de que el príncipe Reglisse estaba agotado y se tomaba un descanso aquí.
—Debería ser yo quien se disculpara por no haber mostrado más consideración. Espero que me perdone por mi descortesía —le dije.
Siendo ciego, debía de agotarlo mental y físicamente estar tanto tiempo de pie en un suelo tan abarrotado.
El príncipe rio entre dientes.
—El príncipe heredero de Sauslind es mucho más sencillo de lo que me han hecho creer. Las historias que he oído de ti te pintaban de un modo muy diferente.
Habló con franqueza y rio una vez más.
—¿Te importa si me siento a tu lado? —le pregunté.
Cuando asintió, me senté a su lado.
Solo había otras dos personas en el salón; su criada y un guardaespaldas. Como el salón daba a la sala de fiestas, era una zona más para socializar. No había nada que lo ocultara de miradas indiscretas. No era el tipo de lugar en el que se pudiera conferenciar sin que otros oyeran. El hecho de que me hubiera llamado aquí a pesar de todo eso, era una prueba de que el príncipe extranjero estaba impaciente. Él no tenía el lujo de permitirse las propuestas sociales.
—Príncipe Christopher, usted ya conoce bien el motivo de nuestra visita, ¿no es así?
Fue tajante con su pregunta, sin perder ni un momento en andarse con rodeos.
Por reflejo, le ofrecí la misma sonrisa que a todos los demás nobles. Él no pudo ver mi expresión, pero pareció percibir mi reacción y suspiró en voz baja.
—Veo que tu reputación es cierta. Mi hermano menor tenía razón. La única persona con la que podemos esperar negocios es lady Elianna.
Mi ceño se frunció.
El príncipe Reglisse sonrió, pero su expresión era ilegible.
—Dime, ¿enviaste a lady Elianna lejos del palacio porque sabías cuál era nuestro objetivo?
Estaba confesando sin pudor su verdadero propósito: un encuentro cara a cara con Elianna.
Por supuesto. El hermano mayor no es diferente del menor.
—Parece que hay algún tipo de malentendido aquí —dije, mi voz más profunda e intimidante esta vez.
Por el rabillo del ojo, noté que la doncella de Maldura y el guardaespaldas se estremecían. Incluso Glen me lanzaba una mirada de reproche. Los ignoré a todos y continué.
—Como ya les he informado, nuestra futura princesa heredera se encuentra en un viaje oficial. No tiene nada que ver con la visita de la delegación de Maldura. Si tienen algún mensaje para ella, con gusto lo recibiré en su lugar.
Mi mensaje subyacente era: “No trates de usarla como moneda de cambio aquí.”
El príncipe Reglisse guardó silencio unos instantes.
—Ya veo —susurró tras una larga pausa.
El ambiente a su alrededor cambió de repente. Ya no estaba tranquilo y relajado. Ahora había un sutil escalofrío en el aire.
—Lo comprendo. Es de mala educación hacer peticiones sin mostrar la mano. Permítame preguntarle, entonces, Príncipe Christopher, ¿qué es lo que desea?
Tenía los ojos cerrados y, sin embargo, sentí que su mirada me atravesaba como si mirara mi alma.
Así que este es el tipo de persona que eres.
Mi impresión de él cambió. Es más capaz de lo que pensaba. Dijo que solo tenían una oportunidad de negociar con Elianna. Tenían una deuda de gratitud con ella, por eso querían conocerla de frente. No tenía ninguna duda de que querían manipularla para su propio beneficio. Conociendo a Elianna, nunca abandonaría a nadie que viniera a pedirle ayuda. En especial cuando se trataba de la enfermedad que le había robado a su madre. De seguro tendría en cuenta la posibilidad de que se extendiera también a Sauslind e insistiría en ayudar a las personas de Maldura. Sin embargo, sin ella, ¿qué harían?
Permanecí en silencio, planeando con cuidado lo que diría para que mis palabras no traicionaran lo que estaba pensando. Despacio, apoyo la espalda en el sofá y eché un vistazo casual al suelo de la fiesta. Por una fracción de segundo, vislumbré unos ojos castaños entre la multitud.
Voy a elegir un camino diferente al que tú recorriste. Aunque eso vaya en contra de lo que tú quieres, pensé.
Tras una breve exhalación, me recompuse y crucé las piernas.
—Dijiste que querías saber lo que deseo, pero eso requeriría que tuvieras a alguien de tu lado capaz de conceder mi deseo. Si no, no hay negociación, ¿verdad?
Sus labios se dibujaron en una sonrisa pausada.
—De la fiesta de esta noche deduzco que tu deseo coincide con otro de nuestros objetivos al venir aquí. Eres de los que tiran la red y atraen a un gran número de peces; tus habilidades son impresionantes. Por eso me sentí inclinado a preguntarte qué es lo que deseas de nuestro país.
Sus ojos, aunque cerrados, parecían escrutar.
—Príncipe Christopher, ¿qué dirías si te dijera que no pasará mucho tiempo antes de que su tesoro caiga en nuestras manos?
Mis ojos se volvieron duros, irradiando intenciones asesinas. El tenso cambio en la atmósfera hizo retroceder a los otros dos malduranos. Ahora Glen no solo me miraba con atención, sino que tenía todo el torso vuelto a mí.
Cálmate, me dije una y otra vez. Mi propia inexperiencia me había llevado a reaccionar por instinto. Por mucho que no quisiera admitirlo, me sentía impaciente e incómodo al no tener a Elianna a mi alcance. Cuanto más pasaban los días, más perdía la compostura.
Mientras yo trataba de calmarme, el príncipe Reglisse seguía sentado, indiferente. No mostraba ninguna emoción, ni se compadecía ni se burlaba de mí.
Se me escapó un pequeño suspiro. Estaba claro a qué se refería cuando hablaba de mi tesoro. Ya me habían dicho que tenía la peligrosa costumbre de perder el control cuando se trataba de Elianna. Aquellos demonios podridos habían sido demasiado sarcásticos al señalarlo.
“Ese nivel de obsesión en un gobernante no es más que una debilidad”, habían dicho. Y también: “Algunos son tan estúpidos como para confiar de manera voluntaria a sus hijas a jóvenes que no pueden protegerlas del todo. No puedo decir que entienda de dónde vienen”.
En aquel momento, Alexei parecía muy confundido, como un perro al que le hubiera ganado un gato. Del mismo modo, Glen parecía tan estupefacto como un ciervo atrapado en la trampa de un cazador. Recordar lo ridículas que eran sus caras me ayudó a calmar los nervios. El palacio de verdad se parecía a la colección de animales que Eli había leído con tanto cariño en sus libros.
Le ofrecí la misma sonrisa de siempre.
—En ese caso —dije, con voz grave y amenazadora—, tendremos que responder de la misma manera. Parece que, después de todo, no se puede confiar en lo que me dijo tu hermano pequeño sobre ti.
O mejor dicho, el país al que representas no es de fiar.
El significado implícito hizo que sus labios se movieran con diversión.
—Ah, me temo que has encontrado mi punto débil.
A pesar de su apariencia modesta, no había que subestimar a este hombre.
Resistí el impulso de burlarme. La forma en que interpretó la situación hizo que pareciera que estaba impaciente, pero con la misma rapidez ocultó sus verdaderas intenciones en una nube de humo. Me recordaba a los demonios. Era evidente que las cargas que llevábamos eran demasiado diferentes. Su hermano menor había insistido en que el segundo príncipe no quería entrar en guerra con Sauslind. Pero si eso significaba proteger lo que era importante para ellos, no tenían reparos en utilizar a Elianna como rehén para que se cumplieran sus exigencias.
¿Está de verdad dispuesto a ir tan lejos? ¿O me está presionando a propósito para ver cómo reacciono?
Mientras reflexionaba sobre sus verdaderas intenciones, miré a la criada que le acompañaba. Tenía el pelo negro y el flequillo recogido sobre la cara para ocultar parte de él. El maquillaje que llevaba era lo bastante discreto como para que no llamara la atención, pero al escrutarla de cerca, reconocí aquellos rasgos faciales. Se parecía al apuesto sirviente de Irvin, pero no eran la misma persona.
—Príncipe Reglisse, ¿dónde están sus ojos? —pregunté, franco en mi aproximación.
Su sonrisa se ensanchó.
—¿Mis ojos, preguntas?
Se hizo eco de mi pregunta casi con picardía, leyendo el significado implícito y riendo.
—Me temo que a mis ojos no les gusta establecerse en ningún sitio. Son bastante volubles. Si intentas atarlos, tienden a huir. Es mejor dejar que se muevan con libertad. Es curioso, a pesar de su naturaleza caprichosa, tienen una gran fuerza interior y talento para empujar a la gente a la acción.
Hizo una pausa, tarareando para sí.
—Ah, ya veo. Sí, una chica que solo se ha sumergido en el mundo de los libros podría sentirse cautivada por alguien de un país extranjero y desconocido. Esperemos que no sea ése el caso.
La gentil expresión del príncipe ciego fue suficiente para solidificar mi evaluación de él.
Este hombre es un enemigo.
Yo también mantuve una sonrisa en mi rostro, y los dos intercambiamos cumplidos sin llegar a tocar nuestros verdaderos motivos.
Dos días después, antes de que saliera el sol, uno de los chambelanes de la familia real irrumpió en mi habitación.
—¡Su Majestad se ha desmayado!
Eso, unido a los sucesivos incidentes que siguieron, hizo que la sangre se me escurriera de la cara.
Ahora me doy cuenta. Mi padre era su objetivo.
Apreté los dientes, molesto por lo tonto que había sido al no preverlo. Mientras culminaba mi arrepentimiento, murmuré.
—Así que hasta ahí están dispuestos a llegar…
La rabia que sentía se dirigía más a mi propia ingenuidad que al culpable de todo esto.
♦ ♦ ♦
—¡Y esto es por lo que yo me oponía…!
Un número muy limitado de altos funcionarios estaban reunidos en el salón de actos del palacio, donde uno de ellos bramaba su opinión al resto de nosotros.
—¡Recibir aquí a la delegación de Maldura fue insondable! Son una panda de bárbaros descerebrados tras la riqueza de Sauslind. De hecho, míralos, ya están propagando la peste en nuestro país. ¡¿Cómo piensa asumir la responsabilidad de este escándalo, Príncipe Christopher?!
El hombre era, a todos los efectos, un noble del ejército alineado con la facción militarista -o, dicho de manera más sencilla, la facción pro-guerra-.
Todavía era temprano aquí en la capital, pero el palacio ya estaba alborotado tras descubrirse el estado del rey. Cuando se retiró la noche anterior, uno de los chambelanes se dio cuenta de que algo iba mal e intentó hablar con Su Majestad. Fue entonces cuando descubrieron que tenía fiebre alta y estaba cubierto de sarpullido. Por el momento, permanecía inconsciente. El palacio mandó llamar de inmediato a un médico de la corte, que dio un diagnóstico escalofriante: el rey tenía la Pesadilla de Ceniza.
Esta plaga había infundido el miedo a la muerte en los corazones de muchos la primera vez que apareció, y después de dieciséis años, había vuelto. Peor aún, el rey estaba infectado. La facción a favor de la guerra pareció casi anticiparse a la noticia, porque en cuanto se supo, detuvieron de inmediato a la delegación de Maldura. Era casi sospechoso lo bien preparados que estaban. Consiguieron desarmar a los nobles malduranos y a sus guardaespaldas sin llegar a las manos y luego los confinaron de inmediato.
¿Por qué lo habían hecho? Porque, como acababan de informar, tenían información de que la extraña enfermedad que se extendía por Maldura era en realidad la Pesadilla de Ceniza. La facción a favor de la guerra afirmaba que Maldura tenía como objetivo a Sauslind e intentaba propagar la enfermedad aquí. Otro noble también había enviado noticias de que también había sido diagnosticado con la plaga, pero eso era solo el principio. Desde entonces, habían llegado más informes de la capital sobre otras personas que habían contraído la enfermedad.
Después de dieciséis años, la Pesadilla de Ceniza resurge de nuevo para devastar no solo Sauslind, sino todo el Continente de Ars.
—¡Príncipe Christopher! ¡¿Entiendes siquiera lo grave que es esto?!
Su saliva voló hacia mí a pesar de la distancia que nos separaba, y fruncí las cejas con desagrado. Sus bravatas me resultaban molestas. Mi madre, que estaba sentada a mi lado, parecía tener una impresión diferente. Aunque ella había tomado el timón en lugar de mi padre desde que éste quedó inconsciente, las críticas a las que me enfrentaba la preocupaban.
No tiene sentido preocuparse, pensé, suspirando para mis adentros.
—Su Majestad no fue contagiado por la delegación maldurana —dije.
Murmullos sorprendidos estallaron en la sala.
—¿Qué estás diciendo? —bramó uno de los miembros de la facción pro-guerra.
Lo fulminé con la mirada y lo hice callar, luego dirigí mi mirada a otro, incitándolo a hablar.
—Médico de la Corte Harvey, parece que todavía hay muchos aquí que ignoran cómo se transmite la Plaga Cenicienta. Por favor, ilumínelos.
El viejo y canoso doctor habló con más seriedad de la que solía hacerlo.
—Los síntomas de la Pesadilla de Ceniza no aparecen en un período de dos o tres días. Al principio, comienza como un resfriado normal antes de dar un giro repentino hacia lo peor. El tiempo que tardan los síntomas normales del resfriado en transformarse en la pesadilla de ceniza varía de una persona a otra. Sin embargo, incluso si el período de incubación fuera de solo uno o dos días, la erupción tardaría varios días más en desarrollarse y la persona afectada entraría en coma.
Tras pronunciar aquellas palabras pesadas, hizo una breve pausa para suspirar, con expresión aún sombría.
—Su Majestad ha estado enfermo durante los últimos diez días más o menos. Estábamos muy preocupados por ello, pero siendo las condiciones como eran, no había mucho que pudiéramos hacer.
En otras palabras, desde que la delegación de Maldura se dispuso a entrar en Sauslind, nuestras regiones fronterizas y luego nuestros países vecinos estaban inquietos. Su Majestad estaba demasiado preocupado ocupándose de esos asuntos como para poder descansar de manera adecuada.
Oír todo esto era tan irritante, pero no podía dejarlo traslucir, así que me mordí con discreción el labio. Si esto hubiera ocurrido dentro del palacio interior, donde mi madre estaba al mando, la información sobre el estado de mi padre no se habría extendido con tanta velocidad y la situación no se habría deteriorado como lo había hecho. Por desgracia, ya no se podía hacer nada al respecto.
El doctor Harvey procedió a hablar sobre los síntomas del resfriado, advirtiendo a los que estaban en el poder que no tuvieran prejuicios ni creencias erróneas sobre cómo se transfiere la Pesadilla de Ceniza de una persona a otra.
—Los síntomas iniciales de la Pesadilla de Ceniza se asemejan a un resfriado que no desaparece. Antes de que la persona infectada se dé cuenta de lo que está ocurriendo, la erupción roja que cubre su cuerpo empezará a cambiar de color. Su piel se vuelve pálida y cenicienta. Según los casos que hemos visto hasta ahora, los primeros síntomas tardan entre diez y doce días en aparecer.
De nuevo estalló un alboroto. La delegación de Maldura había entrado en el país hacía apenas seis días. No llegaron a la capital para reunirse con Su Majestad hasta cuatro días después. Los plazos para que infectaran al rey no cuadraban.
El consenso de la sala cambió de repente cuando los otros nobles empezaron a criticar a la facción pro-guerra, culpándoles de la situación.
—En ese caso, la afirmación de los militares de que la delegación maldurana vino aquí para infectar al rey y declararnos la guerra carece de todo fundamento. Peor aún, su imprudencia ha traído la tensión a nuestras fronteras. Detener a la delegación solo da a Maldura una excusa para atacarnos. ¿Cómo piensa el ejército asumir la responsabilidad de esto?
El conde Casull presionó a la oposición en busca de respuestas, con voz solemne y digna. Su casa era una de las más leales a la familia real, lo que le situaba en oposición directa a la facción a favor de la guerra, establecida en principio por la reina Amalia.
—¡Pero! —comenzó a protestar con ferocidad uno de los miembros pro-guerra.
Su facción apoyaba al príncipe Theodore, el hermano menor del actual rey (y mi tío). Sin duda veían la llegada de Maldura como una oportunidad de oro. Tras la muerte de la reina Amalia, su facción perdió el poder de cohesión que los había mantenido unidos. No obstante, se opusieron a mí por mi falta de interés en utilizar el ejército para subyugar a nuestros enemigos y, en su lugar, querían instalar a Theodore como su rey títere.
Pensaron que podrían culpar a la delegación de Maldura de la propagación de la plaga e insistir así en que la facción real y yo asumiéramos la responsabilidad de acogerlos aquí. Eso les daría la oportunidad de arrebatarme el título de príncipe heredero y entregárselo a mi tío en su lugar. Entonces podrían utilizarlo como excusa para iniciar una guerra con Maldura, derrotarlos y proclamar a Theodore héroe del pueblo. Esa es mi suposición, de todos modos.
Por desgracia para ellos, mi tío había abandonado la capital al mismo tiempo que Elianna, por órdenes secretas del rey. Era un poco exasperante pensar que se habían precipitado en esto cuando el hombre al que apoyaban ni siquiera estaba presente. Suspiré para mis adentros ante quienquiera que fuera el responsable de mover los hilos aquí.
Las voces de los miembros favorables a la guerra retumbaron en toda la sala.
—¡Todavía entraron en Sauslind sin revelar la verdad sobre cómo su país está infestado de la plaga! ¡Es obvio que quieren extenderla también a nuestras tierras porque van tras nuestra riqueza!
—Y —continuó uno de ellos, con una púa oculta en la voz al abordar un tema prohibido—, si afirmas que no fue infectado por los malduranos, entonces…
Volvió la mirada hacia Su Majestad, con una sonrisa petulante y maliciosa impropia de un noble.
—Eso significa que quizás deberíamos dirigir nuestras sospechas hacia los más cercanos a él.
La implicación, aunque tácita, era clara: porque tiene a su lado a alguien que ya fue infectado por la plaga. De nuevo, estalló el caos.
—¡Conde Evan! Deberíamos acusarte de difamación por hacer semejante comentario sobre Su Majestad —gritó en protesta uno de los miembros de la facción resal, pero fueron pocos los que se le unieron.
La mayoría recordaba la oscuridad que era la Pesadilla de Ceniza, y tener a alguien que una vez había sido infectado por ella representando al país les resultaba inquietante.
Solté un pequeño suspiro. Era por esto que los vejestorios como tú son un problema. Abrí la boca para decir lo mismo, pero mi madre me interceptó.
—Cierto. Si no fue la delegación de Maldura la que infectó a Su Majestad, entonces…
Su voz se apagó en un profundo silencio mientras sus ojos castaños escrutaban en silencio la habitación. Aunque no dijo nada, su mirada solemne parecía amonestar a quienes la criticaban. Tras una larga pausa, abordó el delicado tema.
—Tal vez, después de haberme infectado yo misma hace dieciséis años, lo llevé conmigo y de alguna manera logré infectar al rey. Sin duda, eso es lo que sospechan algunos de ustedes. Aunque logré vencer la enfermedad y recuperarme, todavía habrá algunos de ustedes que sientan aprensión. ¿Seguirá Su Majestad también el mismo camino y se recuperará de la enfermedad? O ¿nos lo arrebatará la Pesadilla de Ceniza y procederá a asolar nuestro país una vez más?
Su presencia era tan imponente que exigió la atención de todos los presentes en la sala, muchos de los cuales tragaron saliva muy fuerte, sobrecogidos por la reina. Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran, comportándose como la monarca que era.
—O tal vez exista un camino diferente para nosotros. Ahora mismo, Sauslind tiene tres opciones ante sí. ¿Hay alguien que no esté de acuerdo con mi evaluación?
La intensidad de la Reina Henrietta los dominó a todos. Cualquier protesta que tuvieran, solo podían tragársela y guardar silencio.
Ella los observó un poco, asegurándose de que ninguno se opusiera antes de decir:
—Si yo los dirigiera cuando todavía hay dudas entre ustedes, causaría una ansiedad innecesaria no solo para ustedes sino también para el pueblo de Sauslind. Por lo tanto, me gustaría pasar el derecho a liderar…
Los ojos de todos se volvieron al mismo tiempo hacia mí, justo antes de que mi madre dijera mi nombre.
—Al Príncipe Christopher.