—¿Qué está haciendo la familia real en tiempos así?
—He oído que van a reprimirlos una vez haya acabado el festival.
Seguí tratando de leer el periódico mientras escuchaba las explicaciones de Leandro. Con una risita, abrió más el periódico para ayudarme a leer en una posición más cómoda. Apoyó la barbilla en mi cabeza y me corrigió cada vez que me equivocaba. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 70: En la tormenta (8)”
¿Por qué me convocó el emperador? Hasta no hace mucho solo era una doncella. ¿Cómo le llamé la atención?
Me rondaban preguntas por la cabeza mientras seguía al sirviente del palacio fuera del salón de baile. En cuanto posé la mirada en el rostro silencioso pero colérico de Leandro, di con la respuesta a una pregunta.
Ah, es cierto. Es porque ahora estoy cerca del segundo protagonista masculino. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 69: En la tormenta (7)”
—En este maravilloso día, os anuncio el compromiso del príncipe Rosano y la princesa Levatte.
El emperador fue directo al grano. Todos sabían desde hacía meses que se planteaba establecer un matrimonio entre el príncipe y la princesa rehén, pero habían creído que era solo un rumor que circulaba por ahí. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 68: En la tormenta (6)”
—Evelina.
—¡Excelencia!
Me levanté de un salto y lo saludé, haciendo que Leandro se detuviera antes de salir a la terraza.
¡Nunca había estado tan contenta de verlo! Por supuesto, el protagonista debe aparecer siempre que la protagonista esté en peligro. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 67: En la tormenta (5)”
—¿P-Por qué iba a odiarlo? —le pregunté.
—¿Te gusto o me odias? Decídete.
—Repito: ¿por qué lo odiaría?
—Esa no es una respuesta.
—Ya sabe la respuesta. No sé por qué pregunta. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 66: En la tormenta (4)”
Cuando abrí los ojos, ya era de día y los pájaros cantaban fuera. Salí de la cama y me peiné el pelo enredado.
Me puse el chal tirado en el sofá junto a la cama y salí de la habitación. En seguida me encontré con Leandro. Le goteaba agua por un lado de la sien, como si acabara de lavarse la cara. También parecía que acababa de despertarse, pues salió de la habitación de enfrente. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 65: En la tormenta (3)”
Aunque lo miré fijo, Leandro se encogió de hombros y sonrió. Pero no dije nada porque tampoco quería quedarme sola en aquel lugar desconocido.
El sirviente del palacio pareció sorprendido por un momento, pero como trabajador del palacio imperial, inclinó con cortesía la cabeza.
—Ya hemos llegado. Esta es su habitación, signorina, y la de Su Excelencia es la de enfrente. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 64: En la tormenta (2)”
—Es del palacio imperial… —dijo mientras me miraba, como si hubiera leído a través de mi cara de confusión.
Parecía que esto no le daba buena espina. Su semblante se volvió más frío que antes.
El águila de ojos dorados era el símbolo de la familia imperial. Tras escuchar las palabras de Leandro, recordé haber visto ese sello cuando me crucé con el séquito de Diego. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 63: En la tormenta (1)”
Cuando terminamos el plato principal, los sirvientes trajeron una bandeja con varios trozos de pastel. Sonreí sin darme cuenta al ver los exquisitos postres.
Entonces Leandro, a quien no le gustaban los dulces, me miró y también sonrió.
—No puede seducirme así. Es injusto. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 62: El destino cambiado (12)”
Leandro apoyó los codos en la mesa del comedor y la barbilla en las manos. Al ver sus ojos azules como el océano curvarse en una sonrisa, no pude evitar entrar en pánico.
Cavé mi propia tumba, ¿cierto?
—Ah, no. No puedo —murmuré, evitando su mirada. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 61: El destino cambiado (11)”
Después de comer, entré en la tienda, tendí una manta en el suelo y me tumbé. Usé la gruesa túnica como manta y me tapé. Hacía tiempo que no acampaba, por lo que mi cuerpo estaba cansado, pero mi mente seguía bien despierta.
Pasó un rato y seguí sin poder conciliar el sueño, así que me eché la túnica sobre los hombros y salí. Alrededor de la fogata, que se estaba apagando, dormían los caballeros con las vainas al alcance de la mano. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 60: El destino cambiado (10)”
Al final, cabalgué con Leandro. Tras ensillar primero al caballo, me ofreció la mano. Cuando le agarré el robusto antebrazo, me levantó como si fuera ligera como una pluma. Me sentó frente a él y sujetó las riendas.
—Es la primera vez que monto a caballo. Es mi primera vez.
—No hace falta que lo digas dos veces. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 59: El destino cambiado (9)”
—No sé quiénes sois, pero estáis gafados —gritó un hombre musculoso con un parche en el ojo—. Si deponéis las armas y os rendís, al menos os perdonaremos la vida.
Agitó de forma amenazadora el mangual[1] por la cadena y lo estrelló contra el suelo.
Lily, que estaba cerca de mí, golpeteó la vaina de su espada y sonrió. Se agachó y metió el dobladillo de mi túnica por debajo del carruaje. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 58: El destino cambiado (8)”
Cuando salí después de cambiarme y hacer la maleta, Leandro ya estaba listo para partir y bebía agua con miel. Me senté a su lado y miré alrededor. Lily estaba junto a la pared, jugueteando con su nuevo pelo más corto.
Le hice una seña con la mirada. Me hizo unos pulgares arriba, pero no entendí qué significaba. Mientras pensaba que debería darle una explicación adecuada luego, escuché a Leandro conversando con el vizconde y la vizcondesa. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 57: El destino cambiado (7)”
Leandro se levantó. Lo había envuelto con fuerza en una manta para evitar que hiciera nada raro, pero parecía no haber funcionado.
Apoyó el cuerpo en un brazo y miró al techo. Debió de sentirse sofocado porque se desabotonó la camisa. Pude ver su clavícula a través de la parte superior desabotonada. La luz de la luna reflejaba la silueta de su cuerpo corpulento. Seguí leyendo “Sin madurar – Capítulo 56: El destino cambiado (6)”