Sin madurar – Capítulo 56: El destino cambiado (6)

Traducido por Den

Editado por Lucy


Leandro se levantó. Lo había envuelto con fuerza en una manta para evitar que hiciera nada raro, pero parecía no haber funcionado.

Apoyó el cuerpo en un brazo y miró al techo. Debió de sentirse sofocado porque se desabotonó la camisa. Pude ver su clavícula a través de la parte superior desabotonada. La luz de la luna reflejaba la silueta de su cuerpo corpulento.

De alguna manera me sentí culpable e indecente al mismo tiempo. Leandro solo era cuatro años menor que yo, pero le conocía desde que era un niño. Aún recordaba cuando lo cargaba mientras retorcía sus enjutos miembros. Todavía recordaba con viveza al niño que había gritado cuando intenté replicarle.

Agachó la cabeza y me miró.

—No te pones nerviosa conmigo, ¿verdad?

Me estremecí cuando se acercó más a mí.

Leandro alzó las cejas arqueadas y, al mismo tiempo, sus labios se curvaron en una sonrisa.

—Bueno, quizás lo estés un poco.

—Parece muy borracho… Debería irse a dormir.

—No cambies de tema. ¿Cómo voy a dormir cuando estás aquí conmigo?

—Por eso me iré a la habitación de al lado.

Me levanté, pero Leandro me agarró de la manga del pijama.

—No te vayas —me suplicó.

Desde luego sabía cómo debilitar mi voluntad. Solo pude suspirar y hacer lo que me pedía. Incluso ignoré mi alarma interna que me decía que sería peligroso quedarme más tiempo.

Pronto me encontré en los brazos de Leandro. Volvió a tumbarse y me arrastró con él. Buscó la manta y me cubrió con ella. Ni siquiera pude pestañear, me quedé paralizada. Solía dormir con él cuando lo cuidaba, pero nunca nos habíamos acostado así en la misma cama.

Lo observé a él, que yacía junto a mí con los ojos cerrados. Su rostro, sombreado por la luz escarlata de la vela, era claro y sin imperfecciones. Mis ojos viajaron desde su nariz hasta sus temblorosas y largas pestañas negras.

—¿Se va a dormir…? —pregunté.

—Sí.

—Dijo que no podía dormir conmigo aquí.

—Al menos puedo fingir.

—¿De qué habla?

—No lo sé, solo quiero estar cerca de ti.

Me acarició la espalda con suavidad, como si estuviera cuidando a un bebé.

Miré las comisuras de su boca curvadas y me pregunté: para empezar, ¿por qué lo dejé? ¿No fue porque temía que el segundo protagonista masculino me abandonara, se enamorara de Eleonora y muriera de la misma manera que en la novela? Pero vino a buscarme.

Creía que nuestro distanciamiento le haría olvidarse de mí, pero resultó que me había equivocado.

Cada vez que pensaba en ello, solo podía suspirar. El precio por entrometerme con la historia original era alto. No sabía por qué me había estado diciendo a mí misma que Leandro se enamoraría de Eleonora cuando fui yo quien rompió la maldición.

En aquel entonces no había tenido otra opción. Me consideraba un personaje secundario, una don nadie, una chica cualquiera que andaba cerca de él sin saber cuál era su lugar, odiada por todos. Pero aquí estaba, a su lado una vez más. Lo había alejado y puesto un límite claro entre nosotros. Aun así, él había venido a buscarme.

En cambio yo…

—No sé si deberíamos hacer esto —murmuré para mí misma, bien entrada la noche.

Este hombre increíble solo tiene ojos para mí. No para Eleonora. Para mí. No para la protagonista femenina, sino para un personaje secundario cualquiera.

Mientras contemplaba la luna a través del estrecho hueco entre las ventanas, una mano empezó a acariciarme el pelo con suavidad. Me puse rígida.

Leandro tenía los ojos abiertos y fijos en mí.

—¿Hacer qué? —preguntó.

—¿N-No estaba durmiendo?

—Te dije que fingiría.

—Entonces, me voy a dormir…

—Vale.

—¿No va a volver a su habitación?

—Después de que te duermas.

A regañadientes, lo aparté y me di la vuelta. Leandro soltó una queja.

—Vale, está bien.

Le tomé la mano y la puse alrededor de mi cintura. Entonces sentía que se ponía rígido por la sorpresa.

¿No era esto lo que quería?

—Tú… sí que sabes cómo sorprenderme —comentó.

—He aprendido a tratar con los hombres —respondí a modo de broma.

Había estado expresando su interés por mí de todo corazón, así que esto era lo mínimo que podía hacer.

Detrás de mí, escuché a Leandro respirar hondo. Pensé que iba a decir algo más, pero permaneció en silencio.

Estaba a punto de quedarme dormida cuando volvió a abrir la boca.

—Entonces… supongo que lo esperaré con ansias… —dijo con voz débil, la cara pegada a mi pelo.

♦ ♦ ♦

Me desperté con el canto de los pájaros. Tal vez porque estaba borracho, pero incluso él, que había dicho que no sería capaz de conciliar el sueño, dormía a pierna suelta mientras respiraba fuerte.

La brillante luz del sol atravesaba las cortinas. Me froté los ojos cansados e intenté levantarme, pero no pude porque el brazo de Leandro me rodeaba con fuerza la cintura. Intenté liberarme, pero pronto me cansé y volví a recostarme.

En ese momento, oí unos pasos apresurados afuera. Luego llamaron a la puerta. Antes de que siquiera pudiera responder, la puerta se abrió de golpe.

Conocía a una sola persona que abriría la puerta de esa manera: Lily. Ni siquiera Leandro la habría abierto antes de que respondiera. El pelo gris de Lily goteaba agua  como si acabara de ducharse. Parecía que había estado cortándose el pelo toda la noche. Su cabello, que antes le llegaba hasta los hombros, ahora le llegaba solo a la nuca. Estos días no paraba de comentar lo incómoda que se sentía con el pelo largo, así que me imaginé que debió terminar cortándoselo.

—Evie, ¿has visto a Su Alteza? Llamé varias veces a su puerta, pero no respondió. Así que entré y la habitación estaba va… cía.

—Hmm, sí. Aquí está.

—Oh, pasadlo bien.

Sin darme ni un segundo para admirar su nuevo aspecto juvenil, Lily cerró la puerta con los ojos abiertos como platos.

—Oye, espera. ¡Espera…! —la llamé, presa del pánico, pero la puerta siguió cerrada.

Sabía lo que estaba pensando.

¿Pasadlo bien? ¡¿Que nos… lo pasemos bien?

Debía explicárselo de inmediato. No quería ser conocida como la mujer que provocó un escándalo en casa ajena. Todo se debía a que Leandro había venido a buscarme anoche. La culpa era de este chico que no dejaba de expresar sus sentimientos hacia mí sin tener en cuenta cómo me afectaría.

Intenté apartar el brazo de Leandro con todas mis fuerzas, pero cuanto más lo intentaba, más me apretaba. No pude soportarlo más, pues mi paciencia tenía sus límites, así que golpeé el brazo fornido de Leandro con venas azules.

—¡Ay! —gritó, abriendo los ojos.

Luego entrecerró los ojos y me miró, sin comprender la situación.

Salí de la cama.

—Me tengo que ir.

—¿A dónde?

—Lily lo ha malentendido. Cree que hemos dormido juntos.

—Pero hemos dormido juntos. Ugh, me duele la cabeza.

—¿Por qué bebió tanto? Además, cree que dormimos juntos, ya sabe, cómo una pareja.

Su rostro se puso rojo al instante y tosió.

¿Por qué llamó a mi puerta anoche si iba a sentirse tan avergonzado?, me pregunté.

—Por favor, salga ahora mismo y dígale que se equivoca —proseguí.

—¿Tengo que hacerlo…? Después de todo, algún día dormiremos en la misma habitación.

Le lancé una mirada molesta.

—Vale, está bien.

—Por favor, no se anticipe.

—Al menos ya no estás enfadada…

Me crucé de brazos y resoplé. A pesar de mi fría reacción, Leandro parecía tan contento que en cualquier momento podría volar hacia el cielo. Era como ver a un perro grande meneando la cola. No debería comprar a una persona que una vez fue mi maestro con un animal, pero no había una mejor comparación que esa.

—Me voy a cambiar, así que, Alteza…, por favor, salga de la habitación.

—Te estás comportando muy diferente a anoche —comentó Leandro, llevándose la mano a la barbilla.

Lo que pasó anoche se debía a que me dejé llevar por el momento.

Coger el brazo de Leandro y ponérmelo alrededor de la cintura…

Ahora que lo pensaba, me daba cuenta de que debía haberme vuelto loca.

Hasta un idiota notaría lo que Leandro sentía por mí. Pero ¿qué hay de mí y mis sentimientos? Debo admitirlo. Al verlo tan crecido que ahora tengo que levantar la cabeza para mirarlo, sentí que se me paraba el corazón por un momento… No, varias veces.

Sin embargo, era absurdo llamar amor a este sentimiento. Me esforcé mucho cuidándolo cuando era solo un niño. ¿Cómo podría verlo como un hombre y pensar en tener una relación con él ahora que ya había crecido?

Rompiendo el hilo de mis pensamientos, empujé a Leandro fuera de la cama.

—Le dije que se fuera.

Se tambaleó un poco, mareado por el repentino movimiento. Mientras gruñía y se agarraba la cabeza, que le dolía, seguí empujándolo hacia la puerta.

Se sujetó al marcó de la puerta.

—Espera, espera…

Cuando intenté cerrarle la puerta, me lanzó una mirada de cachorro. Aunque casi caigo, me resistí.

Pero, en medio de su asombrosa actuación, de repente abrió mucho sus ojos azules y se aclaró la garganta.

—Así que, ejem, el…

Leandro levantó la cabeza y evitó mirarme.

No sabía cómo describir su extraño comportamiento, pero bajé la cabeza y miré mi ropa. Mi pijama holgado había dejado al descubierto mi pecho desnudo.

Ah, mierda.

—¡Fuera…!

Lo eché de un empujón y luego cerré la puerta de un portazo.

Aunque intentó resistirse hasta ahora, Leandro por fin juzgó que no lograría que le dejara quedarse conmigo más tiempo. Se retiró con calma.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

error: Contenido protegido