Crié a un dragón negro – Capítulo 40: De aventura

Traducido por Den

Editado por Hime


La manecilla del reloj señalaba las ocho. Todavía era temprano en la mañana, pero ya había mucha gente en la plataforma. Sorrent era una ciudad rural, y el tren rara vez viajaba. Siempre era agitado a la hora de la salida porque estaba programada sólo un par de veces a la semana.

A las ocho de la mañana, la gente esperaba el tren con destino a la capital, Tezeba. Sin embargo, la ruta no iba directamente allí, sino que pasaba por la metrópolis sureña de Lunazel y luego procedía a Tezeba en el noroeste por Edman Central o Battuanu, la región costera al oeste.

Se tardaba medio día ir de Sorrent a Lunazel, y al menos cuatro días en llegar a Tezeba desde Lunazel a través de Edman Central. Incluso podría tardar más de seis días si se perdía el tren nocturno, ya que habría que bajarse a mitad de camino y quedarse en una posada.

—Está tardando mucho.

Era natural que tardara, ya que Sorrent se encontraba en la parte más meridional del este de Laurent, y Tezeba estaba orientada hacia el noroeste. En este caso, el pergamino de teletransportación, registrado como uno de los tesoros nacionales de Laurent, era desesperadamente necesario.

Hacía más de quinientos años, en los tiempos en que los dragones defendían Laurent, una magia poderosa dominaba el sector privado, pero ahora permanecía como una leyenda. En un abrir y cerrar de ojos, ya había terminado la época en que la magia llovía y dividía la tierra.

Ahora era una era que se encontraba en la encrucijada de la magia y la ciencia, una época en la que el poder omnipotente desaparecía poco a poco y la inteligencia humana comenzaba a gobernar. Actualmente, ya no se evaluaba la magia por su mero poder. Los humanos comenzaron a incorporarla a su vida diaria. Y ahora que la leyenda había reaparecido, no sabía qué cambios traería en el futuro.

Sin embargo, aparte de ser un sutil prodigio que era vagamente conocido en el continente, a él no le interesaba el juego del mundo. Era simplemente un funcionario que trabajaba para la familia imperial de Laurent. Le importaba más resolver los incidentes actuales que los que eventualmente ocurrirían.

Sacó su libreta y volvió a consultar su agenda, que estaba perfectamente organizada por fechas:

  1. La desaparición del huevo de dragón.
  2. Tezeba, el caso de malversación de fondos del Departamento de Policía del Distrito Rendia.
  3. El asesinato en masa de esclavos en la mina Noviscosha.

Al final de la lista había un nuevo incidente agregado recientemente.

  4. El asesinato de Eleonora Asil.

Un rostro familiar apareció en sus ojos: una mujer que poseía el cuerpo de la bruja pero que no era Eleonora Asil; una mujer que sería arrastrada por las olas de confusión que el dragón traería en el futuro.

Considerando que él había decidido excluirla de sus futuras investigaciones, ahora ella ya no tenía ninguna relación con él. No tenía intención alguna de regresar al lejano campo para limpiar una casa de dos pisos muy desordenada y obligar a una mujer perezosa a comer.

Pero si el mundo realmente cambiaba, Noah no podría vivir satisfecha y en paz en el campo como había hecho hasta ahora. Si eso sucedía, sus caminos podrían volver a cruzarse…

—¿Por qué estás pensando en eso? —Una risa escapó de sus labios. Interrumpió sus pensamientos y miró el reloj plateado de su muñeca. Faltaban diez minutos para la salida. Fijó sus ojos en el tren, concentrándose en la investigación. Luego levantó el equipaje que había dejado por un momento, y se trasladó hacia la plataforma de primera clase. La multitud disminuyó gradualmente a medida que se acercaba, pero, de repente, se detuvo en seco en cierto punto. Desde una corta distancia vio un vibrante cabello familiar.

—¿Señorita Noah…?

Una mujer, que estaba sentada con piernas cruzadas en una silla que había sido toscamente tallada en un árbol, se volvió hacia él. En ese momento, ella sonrió.

—Llega tarde, lord.

—¿Cómo has llegado hasta aquí? —respondió él, medio segundo más tarde.

—Caminé con mis dos pies.

—No te hagas la graciosa. Te podrías haber caído. ¿Por qué estás aquí?

—Podría ser una despedida, ¿por qué?

—Di algo que tenga sentido. ¿La señorita Noah se despertó a esta hora y vino a despedirme? No… Antes que nada, ¿cómo supiste que me iba ahora?

—El tren regular de Sorrent a Tezeba sólo sale una vez cada cinco días, lord —respondió, levantando la cabeza triunfalmente como si hubiera oído la pregunta más estúpida.

El investigador se quedó paralizado, sin palabras.

—Te lo dije ayer. No te preocupes, le pondré ganas —La bruja se encogió de hombros.

—¿A eso te referías…?

—¿Qué otra cosa podría ser? Bueno, esa no es una buena reacción. ¿No deberías primero decir “gracias” al testigo que a pesar de los inconvenientes dijo que cooperaría activamente con la investigación?

La mente de Leonard se quedó en blanco por un momento; le resultaba difícil comprender su situación.

¿Cooperación? ¿Qué cooperación? ¿No terminó ayer? 

Noah se levantó de su asiento, presionando el sombrero de ala ancha, comprado recientemente, contra su cabello albaricoque suelto. Llevaba un vestido blanco decorado con perlas y una capa de marfil atada con soltura alrededor de su cuello.

Kyle encontró una maleta de viaje a sus pies mucho más grande que la suya propia; encima del equipaje había un niño pequeño con camisa blanca y tirantes rojos. De cualquier forma, ambos iban vestidos como viajeros.

—Oh, aquí viene el tren.

La bocina del tren se oía a medida que este se acercaba al andén. La voz del asistente resonó con fuerza en los micrófonos de las paredes de la estación.

—¡Tren a Tezeba, la capital! ¡A Tezeba, la capital, vía Lunazel y Edman Central! ¡Pasajeros, por favor den un paso atrás!

Los frenos chirriaron y, cuando se detuvo, sintieron una suave brisa en sus caras. Noah agarró rápidamente su sombrero, que casi salió volando; ató las correas con fuerza a un lado y cargó a Muell. Luego miró a Leonard, que todavía estaba clavado en su lugar.

—Es la primera clase, ¿verdad? Podemos ir juntos.

Kyle se quedó desconcertado al ver que el asistente de la estación cargó su equipaje en el tren. Entonces, ahora… ¿vas a ir a la capital conmigo?

—¿No vas a subir? —le preguntó Noah, asomando la cabeza, después de abordar.

—Ya voy…

Después de un breve momento, el investigador la siguió. Tan pronto como puso un pie en el tren, las preguntas que rondaban por su cabeza quedaron enterradas bajo el sonido del traqueteo de la máquina.

Las puertas se cerraron con el último silbido de la bocina.

La larga serie de vagones conectados avanzaba mientras los pasajeros subían y el encargado de la estación anunciaba la partida del tren.

El ferrocarril traqueteó, la chimenea expulsó una larga estela de humo gris que se fue dispersando poco a poco en la atmósfera. El sol de primavera del mediodía bañaba la vieja estación de tren. Sorrent, sin el investigador ni la bruja junto con su mascota, recuperó su calma habitual.

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