Dama Caballero – Capítulo 112: Regresé

Traducido por Kiara

Editado por Gia


Kuhn era huérfano. No recordaba haber visto nunca a sus padres cuando era niño, así que lo más probable es que fuera huérfano.

Khun también fue un esclavo. Una marca en su hombro lo designaba como tal, y en ese entonces, se le llamaba Esclavo N.º 95.

—Esclavo N.º 95, inténtalo de nuevo.

Kuhn fue entrenado en un gremio de asesinos famosos desde una edad temprana. En ese momento, habían cientos de esclavos de edad similar que eran entrenados como él. Una docena de niños moría al día debido al duro entrenamiento, y se traía otra docena más para reemplazarlos. Con una rotación tan rápida, Kuhn nunca pudo recordar a los niños que dormían a su lado.

Sin embargo, no siempre perteneció a ese gremio.

El primer recuerdo que tenía Khun fue el de ser esclavo de una joven dama de sociedad. Y aquella pequeña señorita solía tener una curiosidad peligrosa.

—¿Cuánto dolor sentirás si presiono este cigarro en tu cuerpo?

El pasatiempo favorito de la niña era que sus sirvientes sostuvieran a Kuhn mientras ella aplastaba el extremo caliente de un cigarro contra su pecho. Siempre sonreía cuando veía a Kuhn retorcerse de dolor.

—Te dije que mis zapatos siempre deben estar lustrados. ¿Olvidaste eso?

— Nunca escuché esa orden…

—Te atreves a contestarme, parece que realmente quieres que te castigue.

La joven siempre lastimaba a Kuhn por sus errores. Al principio, pensaba que sus castigos se aplicaban injustamente, pero luego se dio cuenta de que ella lo hacía únicamente por entretenimiento. Abusaba de él incluso si no tenía motivos para hacerlo; simplemente disfrutaba de su mirada de resentimiento.

—Estos bichos son tan asquerosos. Me pregunto cuál será su sabor.

Y docenas de insectos fueron forzados a entrar en la boca de Kuhn.

—¿Cómo te atreves a mirarme así? ¡Enciérralo en el cobertizo y no le des comida durante tres días!

Cada vez que algo le salía mal a la joven, descargaba su ira contra Kuhn. Había pocas posibilidades de que pudiera escapar de esa vida.

En una oportunidad, ella presionó un cigarro caliente sobre su piel como de costumbre, y Kuhn, retorciéndose por el calor y el miedo, rasgó el vestido nuevo de la damisela.

El sonido de su vestido siendo rasgado fue más fuerte que un trueno para los oídos de Kuhn.

—¡Ahh! ¡Cómo te atreves a arruinar mi vestido!

La joven dama gimió y fue a quejarse a su padre con las mejillas empapadas de lágrimas. El padre terminó comprándole a su hija un vestido nuevo con el dinero que recibió por vender a Kuhn al gremio de asesinos.

Esa llegó a ser la vida más cómoda que conoció Khun siendo un esclavo.

Si bien sufrió abusos crueles por parte de aquella señorita, nunca sintió la amenaza de muerte tan de cerca como lo hizo en el gremio de asesinos. Cada día era como caminar sobre hielo delgado, y el más mínimo desliz podía significar la perdición. Los muchachos jóvenes no eran muy útiles; no eran buenos para el trabajo duro y ocupaban mucho tiempo y comida antes de llegar a la edad adulta. Como resultado, los esclavos jóvenes se consideraban baratos y relativamente desechables. El costo del tratamiento de las lesiones de los esclavos era considerado demasiado alto para el gremio, y los instructores solían ser crueles y despiadados.

Kuhn sabía que tenía que seguir al pie de la letra las palabras del instructor o moriría. No era una exageración, dado que en más de una oportunidad vio cómo un niño volvía siendo un simple cuerpo sin vida.

Y así, Kuhn hizo todo lo que el instructor le pedía que hiciera para sobrevivir.

—De ahora en adelante, solo uno de cada siete de un grupo puede escapar de aquí con vida. No habrá más comida hasta que quede solo uno.

En ese momento, Kuhn vivía sin pensar. Solo se movía cuando los instructores le decían que lo hiciera, y asesinaba cuando así se lo ordenaban. Era simplemente una marioneta vacía que reaccionaba cuando se le indicaba, y nunca se le ocurrió que algo estaba profundamente mal en esa vida.

Con el paso del tiempo, Kuhn fue madurando y poco a poco empezó a llamar la atención por sus destacadas habilidades. Contra todo pronóstico, se graduó de ese entrenamiento infernal, y luego comenzó a aceptar asignaciones del gremio de asesinos.

«Mayordomo del barón Koldeu. Hombre de unos 30 años. Haz que parezca una muerte natural».

Misión cumplida.

«Alto funcionario del gobierno de Haruk. Hombre de unos 50 años. Después de su muerte, recupere sus documentos confidenciales».

Misión cumplida.

«Vizcondesa Brica. Mujer de unos 20 años. Haz que parezca que fue asaltada por ladrones».

Khun nunca fallaba. Como resultado, recibió el mayor número de asignaciones del gremio.

Y la última misión de Kuhn fue…

«Príncipe heredero del Imperio Ruford. Matar por cualquier método y medio posible».

Solo los hombres más talentosos y de élite fueron seleccionados para atacar el cuartel donde dormía Carlisle. Había alrededor de veinte asesinos en total, y con ese número, un noble de alto rango moriría sin que los pájaros o ratones se dieran cuenta.

Carlisle no era demasiado mayor en ese momento y, por lo tanto, no estaba clasificado como un oponente difícil. La recompensa era tan alta que muchas personas fueron asignadas a la misión para garantizar su éxito.

Kuhn, el más joven de todos ellos, asumió la función de vigilancia fuera de los barracones y se preparó para cualquier refuerzo enemigo.

El resto del equipo sacó sus armas y se metió en las barracas donde dormía Carlisle.

Un terrible grito partió el aire.

Al principio, Kuhn pensó que se trataba de la voz de Carlisle, pero pronto se dio cuenta de que varias personas eran las que estaban gritando. Sintiendo que algo había salido mal, Kuhn corrió hacia los barracones. En ese momento, pensó que tal vez se había filtrado el complot y que les esperaba una emboscada.

Sin embargo, cuando Kuhn llegó a la escena, solo había una persona. El cabello del joven, más oscuro que el cielo nocturno, ondeaba en el viento mientras miraba a sus enemigos con unos ojos fríos de color azul pálido.

Kuhn se quedó atónito ante esa sola mirada. No era una emoción que pudiera describirse con palabras, pero entendía que aquel joven sin duda era el príncipe. Carlisle era diferente a los demás y, a primera vista, Kuhn supo que era superior a cualquiera.

Sin embargo, lo que llamó su atención de inmediato fueron las escamas negras en el brazo derecho del joven. Kuhn observó cómo Carlisle usaba ese brazo monstruoso para agarrar a un hombre y destrozarlo. Se movía rápido y eficientemente, como si tuviera experiencia haciéndolo.

—¡Un monstruo!

Aproximadamente la mitad de los hombres fueron eliminados de forma rápida, mientras que el resto perdió los nervios y comenzó a huir. Carlisle se abalanzó sobre ellos, y Kuhn fue el único del grupo que sacó su espada. En ese momento, los ojos azules de Carlisle brillaron en la noche mientras se giraba hacia Kuhn.

—¿No vas a correr?

Kuhn todavía no sabía exactamente a qué se refería Carlisle en ese momento.

Y así, comenzó una batalla feroz entre ambos. Carlisle fue el oponente más fuerte al que Kuhn se había enfrentado. Luchó como si su vida dependiera de ello, pero al final, se vio obligado a sufrir una derrota como los otros asesinos.

Kuhn jadeaba en sus últimos suspiros. Llegó a sentir el toque frío y escamoso de la mano de Carlisle en su cuello y supo que todo había terminado. Sus ojos se cerraron mientras esperaba el golpe final… Sin embargo, Kuhn no sintió ningún dolor.

Al abrir los ojos, se dio cuenta de que Carlisle lo miraba fijamente.

—Mátame rápido.

Eso fue lo que le había dicho Khun, pero la respuesta que le dio Carlisle lo desconcertó un poco.

—Tengo curiosidad por saber, así que respóndeme antes de morir. ¿Compraste tiempo intencionalmente para salvar a tus compañeros?

Kuhn no se dio cuenta de que el resto había huido mientras luchaba contra Carlisle. Los otros asesinos habían visto la aterradora fuerza del príncipe. Kuhn ya sabía que lo abandonarían, pero no le importaba porque no estaba luchando para salvarlos.

—Si fallo la misión, de todos modos moriré. No vi el propósito de correr.

Khun había respondido de esa forma con una mirada gris y sin emociones.

—Pero todos los que huyeron de mí vivirán un poco más.

Las palabras de Carlisle no habían estado equivocadas, y dado que todos los asesinos de ahí eran los mejores del gremio, lo más probable era que no llegarían a matarlos a todos si volvían.

Kuhn ni siquiera había considerado eso. Tenía arraigado desde que era un niño que el fracaso significaba la muerte. Vivía la vida sin ningún otro propósito que lo impulsara, y la muerte bailaba a su lado como una compañera constante.

—¿Acaso importa que no busque vivir un poco más?

—No, en realidad no importa. Es solo que creía que estabas tratando de salvar a tus colegas, por lo que pensaba matarlos sin dolor… pero he cambiado de opinión.

Por alguna razón, Carlisle le dio una sonrisa oscura.

—Creo que seré quien termine perjudicado si mato a alguien que ya quiere morir.

Carlisle soltó el agarre en el cuello de Kuhn, quien tosió y expulsó una bocanada de aire.

—Eres mi rehén hasta que encuentre y mate a todos los hombres que se escaparon.

Después de decirle aquello, Carlisle tomó el brazo derecho de Kuhn y lo aplastó.

El sonido de huesos retorciéndose y rompiéndose sonó en el aire.

—¡Ahhh!

Kuhn había gritado cuando aquel dolor insoportable se disparó a través de su cuerpo, e inmediatamente miró al príncipe con la duda reflejada en sus ojos.

Y aún recordaba lo que Carlisle, con una voz más profunda y autoritaria, le había dicho después de aquello.

—Considera esto un castigo por tu manera tan informal de dirigirte hacia mí. Recuerda, no suelo dar segundas oportunidades. No te mataré, pero te haré sentir un dolor tan grande que te hará desear estar muerto.

Kuhn repitió aquellas palabras en su cabeza. No quedaba duda de que ese príncipe estaba loco…

Ese fue el primer encuentro entre el príncipe heredero y Kuhn.

♦ ♦ ♦

Carlisle mantuvo a Kuhn como rehén después de eso, y este dedicó su tiempo a estudiar al príncipe. El hecho de que Carlisle fuera brutal e inteligente era un eufemismo. Lo que quedaba claro era que se trataba de un hombre al cual era inevitable admirar. Fiel a su palabra, Carlisle persiguió al resto de los asesinos que habían huído aquella noche, los cuales encontraron la muerte a manos del príncipe. No tenía intención de perdonar a los que pretendían eliminarlo.

Cuando Kuhn vio morir a sus camaradas, también sintió que el tiempo que le quedaba en ese mundo estaba contado. Sin embargo, no se compadecía de sí mismo. Solo esperaba hasta que fuera su turno.

Y aún así, Kuhn sintió cierto placer al ver a Carlisle destruir también el gremio de asesinos, lugar donde Kuhn se vio obligado a entrenar y sobrevivir en su infancia. Solo un tiempo después, se dio cuenta de que el sentimiento de satisfacción que lo invadía era por sus deseos de venganza contra aquellos que lo habían hecho sufrir. Carlisle se había deshecho de casi todos los miembros del gremio y solo quedaban unos pocos fugitivos.

Unos días después de aquel suceso, Carlisle le había hablado a Kuhn en un tono indiferente.

—Considerando la marca en tu espalda, debes haber sido un esclavo. ¿Cómo te convertiste en asesino?

Kuhn no tenía nada que ocultar, por lo que le explicó brevemente de la vez que le sirvió a una joven abusiva y de cómo accidentalmente le había roto el vestido. Y que después de aquello, había sido vendido al gremio de asesinos.

Carlisle sonrió como si encontrara divertida esa historia.

Pero esa noche…

Carlisle llevó a Kuhn de regreso a la mansión donde sirvió como esclavo. Nunca se dio cuenta de cuánto resentimiento tenía por ese lugar. La joven ya era mayor ahora y ocupaba una posición importante a la cabeza de la familia. Kuhn supo inmediatamente lo que Carlisle esperaba de él.

El príncipe soltó las cadenas de Kuhn por primera vez desde que lo había capturado, para luego entregarle una espada.

Kuhn miró con desconfianza todo aquello.

—¿Qué estás haciendo? ¿No tomarás tu venganza?

Aquellas preguntas se las había hecho Carlisle con una voz monótona.

Por primera vez, Kuhn no odio derramar sangre con sus propias manos. El mundo había cambiado un poco después de que Carlisle lo había capturado. Kuhn había vivido como un títere durante años, pero en ese momento, empezaba a comprender realmente lo que era estar vivo.

En el camino de regreso tras vengarse por su difícil infancia, Kuhn le había hecho una pregunta a Carlisle.

—¿Me trajo aquí por mi historia?

—No. Hacía buen tiempo y quería salir a dar un paseo nocturno.

Ante esa vaga respuesta de parte de Carlisle, Kuhn llegó a sonreír por primera vez.

—¿Cuál es tu nombre?

—Esclavo N.º 95.

—No, ¿no tienes otro nombre aparte de ese?

Como Kuhn no respondió de inmediato, Carlisle le volvió a hablar.

—Si no tienes uno, elige alguno que te guste. Será difícil para mí llamarte de otra manera.

Kuhn lo meditó por un momento y llegó a responder sin titubeos.

—Entonces, llámeme Kuhn.

 Era una palabra que había oído antes.

—¿Kuhn? Es poco sofisticado. ¿Por qué ese nombre?

—Ya lo he oído antes. En algún lugar significa luz…

Siempre que estaba encerrado en alguna habitación, Kuhn solía fijar la mirada en los destellos de luz que brindaba el sol. No había nada que le gustara más que la palabra «luz». La luz cálida era algo con lo que Kuhn siempre había soñado.

Carlisle sonrió satisfecho ante la respuesta de Kuhn.

—Muy bien, Kuhn… suena bien. ¿Tienes un apellido?

—¿No es eso demasiado para un esclavo? ¿Necesito un apellido?

—Elige o lo haré yo.

Kuhn se tragó una maldición y pronunció la primera palabra que le vino a la mente.

—Entonces, tomaré Kasha.

—¿Kasha? ¿El apellido de la familia que te poseía?

—Sí. Es donde mis recuerdos comenzaron de todos modos.

—Eres un poco raro…

Carlisle no llegó a decir nada más sobre la decisión de Kuhn.

—Kuhn Kasha.

Lo llamó cuando deambulaban por las calles aquella noche.

—Sí… 

—¿Quieres servirme?

Kuhn, quien caminaba detrás de Carlisle, se detuvo.

—No serás un esclavo, sino un empleado. Te daré títulos y un salario de acuerdo a tu capacidad.

El príncipe le propuso aquello con una voz bastante casual.

—¿Habla en serio?

—¿No lo he hecho hasta ahora?

Kuhn quedó convencido con esas palabras. Carlisle era un hombre que no solía bromear.

Para Kuhn, un antiguo esclavo, esa fue una oportunidad extraordinaria. No había razón para dudar, pero, en ese momento,se encontró incapaz de dar una respuesta rápida.

Después de que Carlisle evaluara a Kuhn por un momento, continuó su camino y, sin siquiera mirarlo, le dijo unas palabras que Kuhn nunca olvidaría.

—Si no quieres, vete ahora. No tengo nada más que decirte.

No había ni sombra de duda sobre el camino que debía tomar Kuhn. No tenía un gremio al que volver. Siempre había creído que su vida terminaría tarde o temprano, pero Carlisle parecía no tener intención de tomarla.

El debate interno de Kuhn no duró mucho, alcanzó a Carlisle y le dijo aquellas palabras que marcarían su destino.

—Te debo mi vida, y te pagaré con mi vida.

—Que así sea.

Y de esa forma, ambos cruzaron sus caminos.

Desde entonces, Kuhn trabajó exclusivamente para Carlisle. Nunca se arrepintió de su decisión, ni una sola vez.  Él vivía por y para Carlisle.

Kuhn no esperaba nada más que una sola frase al final de cada misión.

—Buen trabajo.

Esa era toda la recompensa del mundo que necesitaba.

♦ ♦ ♦

Kuhn regresó al palacio del príncipe heredero y se paró frente a la oficina de Carlisle. El recuerdo de las lágrimas de Mirabelle tiraron de su corazón, pero se obligó a seguir hacia adelante.

Llamó a la puerta y una voz salió de la habitación en respuesta:

—Adelante.

Con el permiso otorgado, Kuhn abrió la puerta de la oficina y entró. Carlisle pareció sorprendido de verlo, y Kuhn hizo una breve reverencia.

—Estoy de vuelta.

El lugar y a la persona a dónde pertenecía.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

error: Contenido protegido