Dama Caballero – Capítulo 111: Por favor, no te vayas

Traducido por Kiara

Editado por Gia


Luego de que terminara la reunión entre Zenard y Kuhn, este último decidió aclarar sus asuntos en la mansión Blaise lo más rápido posible. No había tiempo que perder dada la posibilidad de que Carlisle pudiera perder la cordura una vez más.

A Kuhn se le había ordenado quedarse en la mansión Blaise a manera de vacaciones, al menos hasta que Mirabelle regresara al sur, por lo que no podía desobedecer las órdenes de Carlisle sin antes preparar un reemplazo. Además, Kuhn también le había prometido a Elena el proteger a su hermana. Si bien cumplir esa promesa no era parte de su misión, no quería crear una situación incómoda.

¿Será suficiente?

Kuhn plantó a su reemplazo en la casa Blaise para que Mirabelle no quedara desprotegida. Era cierto que la emboscada de Carlisle hacía que Kuhn acelerara su partida de la mansión, pero la estancia prolongada de Mirabelle en la capital era la razón por la cual le resultaba difícil volver. Realmente no podía completar su misión, pero era una situación en la que Carlisle y Elena tenían que entender.

¿Pero por qué siento que me estoy olvidando de algo?

Aunque Kuhn completó sus arreglos para dejar la mansión, tenía la inquietante sensación de que había algo que estaba pasando por alto. Sin embargo, no importaba lo mucho que lo desconcertara, no podía recordar nada más de lo que debiera ocuparse.

Kuhn apartó la idea de su cabeza y se preparó para su última tarea pendiente. Tenía que decirle a Mirabelle que se iba de la mansión.

No sé cómo será esta vez.

Anteriormente, Mirabelle se había opuesto cuando Kuhn le comunicó su intención de volver al palacio imperial como sirviente de la familia. Sin embargo, las circunstancias ahora eran diferentes. En esta ocasión, su decisión permanecería sin cambios y no reflejaría la opinión de ella en absoluto.

Y… esa era la mejor convicción que Khun tenía para irse.

♦ ♦ ♦

Era temprano en la tarde y el sol comenzaba a ocultarse bajo el horizonte. El pasillo de la mansión estaba iluminado por un resplandor rojo, pero Kuhn caminó hacia la habitación de Mirabelle sin siquiera volver la vista hacia la ventana. Llegó frente a la puerta y llamó.

—¿Quién es? —respondió una voz desde el interior de la habitación.

—Soy Kuhn —le contestó en su característico tono monótono.

Se oyó un estruendo desde el interior de la habitación. Kuhn estaba un poco desconcertado por el ruido repentino, y la voz de Mirabelle se escuchó desde más allá de la puerta:

—Por favor, espera un momento.

Kuhn podía distinguir vagamente los pasos de Mirabelle recorriendo la habitación gracias a su elevado sentido del oído. Esperó pacientemente hasta que le dieran permiso para ingresar. Por lo general, los sirvientes masculinos no entraban a menudo en la habitación de su amo y, a menos que se le pidiera que llevara objetos pesados ​​para ella, Khun se abstenía de estar ahí tanto como le fuera posible.

Se dio cuenta de que nunca antes había llamado a la puerta de Mirabelle. Hoy fue la primera vez. Sin duda alguna, el hecho de que ese día se iban a despedir y la frase «primera vez» no encajaban en absoluto. Al igual que Mirabelle y Kuhn.

El joven sirviente esbozó una sonrisa irónica mientras observaba cómo la luz del sol agonizante tocaba la puerta, ligeramente al principio, antes de convertirse en un intenso tono rojo. En cierto modo, era como ver florecer una flor, y el rostro de Mirabelle entró en la mente de Kuhn.

Pronto crecerá.

Aunque ahora parecía joven, con el tiempo maduraría y se convertiría en una mujer espléndida. Kuhn no podría ver su crecimiento, pero había una cosa de la que estaba seguro.

Será deslumbrante.

El día que acompañó a Mirabelle al palacio imperial para visitar a Elena, había observado a la joven desde su posición, en ocasiones vislumbrando su cálida y brillante sonrisa. Si bien Elena era hermosa, su hermana Mirabelle también crecería para ser impresionante.

Para entonces, la existencia de Kuhn no sería más que un simple recuerdo. Incluso si llegara a aparecer frente a Mirabelle, sus antecedentes eran demasiado pobres como para que ella le dirigiera la palabra.

Hoy sería la última vez.

La última vez en la que podría recomendarle molestos platos deliciosos, o lo arrastrara a algún lugar donde ella quisiera ir, o… o para que ella lo mirara a los ojos y le sonriera.

Hoy volvería a su tranquila vida original. De alguna manera, no se sentía tan aliviado como esperaba.

Kuhn se perdió en sus pensamientos por un momento, cuando la puerta finalmente se abrió y Mirabelle asomó la cabeza.

—Kuhn, ¿por qué estás aquí en mi habitación?

—Tengo algo importante que decirle.

—Por favor, entra.

Kuhn normalmente se habría negado a entrar en su alcoba, pero este era su último día, por lo que asintió.

Cuando entró, encontró el espacio lindamente decorado con colores cálidos. Era un mundo de diferencia con respecto a su propia habitación, la cual era escasa y sombría.

Un osito de peluche sentado junto a la cama de la joven llamó su atención. Nunca lo había notado antes. El día que entró en la habitación de Mirabelle después de que ella colapsara en el picnic, la estancia había estado demasiado oscura como para distinguir los detalles.

El oso de peluche tenía el mismo color inusual que el cabello de Kuhn. De repente, recordó las palabras que Mirabelle le había dicho cuando lo vio por primera vez.

—¿Mi oso de peluche?

Algo se agitó dentro de Kuhn mientras miraba el peluche. Mirabelle siguió su mirada y se dio cuenta de a dónde se dirigía. Se apresuró al lado de la cama para bloquear la vista del osito de peluche, con el rostro enrojecido por la vergüenza.

—¿Lo viste? —preguntó ella.

—¿Qué quiere decir?

—No, si no has visto nada…

—¿El oso de peluche? ¿O que lleva ropa similar a la mía?

El rostro de Mirabelle se puso aún más rojo que antes.

Kuhn recordó la noche en la que conoció a Mirabelle. Ella estaba tendida en el suelo, gimiendo de dolor por su enfermedad.

—No… me dejes sola. Cuando estoy enferma… odio estar sola. Estaré mejor en un rato… así que, por favor, no te vayas…

Cuando Mirabelle se quedó dormida, Khun la había metido en la cama, pero esta no había aflojado el agarre en su chaqueta. En ese momento, Kuhn había dudado. Fácilmente podría haber retirado su mano y marcharse, pero sus palabras se habían enganchado en su mente, por lo que ese día, le dejó el abrigo que ahora llevaba puesto el osito de peluche. Dicho oso que tenía el mismo aspecto que Kuhn en aquella noche.

A ella realmente le gustaba. Su pecho se apretó.

¿Qué es este sentimiento?

Había una sensación de cosquilleo en su corazón. Se sentía confundido por aquel sentimiento desconocido.

Mirabelle tosió un poco en un intento de llevar la conversación a otra parte.

—¿Por qué estás aquí?

—Es porque…

El tono de Kuhn rápidamente se volvió serio. El hecho de que se despediría de Mirabelle se mantuvo sin cambios. Su lealtad era para Carlisle, y tenía que volver a su lado antes de que sucediera algo malo.

—¡Oh, espera! —Mirabelle lo interrumpió y señaló un frutero sobre la mesa—. Todavía no es la hora de la cena, ¿verdad? Hablemos lentamente mientras comemos un poco de fruta.

Mirabelle desconocía lo que Kuhn estaba a punto de decirle, pero quedaba claro que abandonaría la habitación tan pronto como terminara. Kuhn era ese tipo de persona, por lo que pensó que tal vez el disfrutar de alguna fruta prolongaría su visita.

—No, gracias, estoy bien. —Kuhn sabía que si dudaba ahora, no sería capaz de decir lo que necesitaba. No había mucho tiempo y tenía que dejar la mansión lo antes posible—. He venido a informarle que voy a dejar de trabajar en la mansión Blaise —habló fríamente luego de reunir cierta determinación.

—¿Qué? —Hubo una pausa incómoda. Poco después, los ojos verde oscuro de Mirabelle comenzaron a brillar con ansiedad—. Oh, ¿acaso te hice sentir incómodo al pedirte que comieras fruta? Lo siento, eso no volverá a suceder en el futuro.

—No, no se trata de usted. Ya no puedo trabajar aquí por circunstancias personales.

Tan pronto como escuchó las palabras «circunstancias personales», lo primero que se le vino a la mente a Mirabelle fue su visita al palacio imperial. Ese día, Kuhn le había dicho que regresara primero, argumentando que tenía algo que atender.

—¿Cuáles son esas circunstancias personales?

—Si le digo de qué trata, ¿dejará que me vaya?

—Entonces, si no pregunto, ¿te quedarás? —expresó Mirabelle.

—No puedo.

Mirabelle se mordió el labio. Ella no quería que se fuera.

—Pero, ¿y si… y si nunca permitiera que te fueras?

Mirabelle estaba a cargo de administrar la casa de los Blaise en la capital. Todavía no era tan hábil como Elena, pero gracias a sus lecciones lo había logrado sin demasiada dificultad. Si Mirabelle decidiera que Kuhn no podía irse, eso sería todo. Por supuesto, ella no sabía que no podría retenerlo usando la fuerza, o que él podría escabullirse como una sombra silenciosa. Una expresión conflictiva cruzó el rostro de Kuhn.

—No puede. Según mi contrato, simplemente tengo que pagar una multa por abandono de trabajo.

Su contrato establecía que si no podía cumplir con sus obligaciones, tendría que pagar una cantidad diez veces superior a su salario. De repente, Mirabelle se preguntó de dónde sacaría Kuhn una cantidad tan grande de dinero.

—Kuhn, no… ¿estarás tratando de hacer algo peligroso otra vez?

Mirabelle no conocía el pasado de Kuhn, pero sabía que a veces se exponía a grandes peligros. Recordó cómo lo salvó cuando se derrumbó en su baño en el palacio, desangrándose en el suelo.

Incluso si Kuhn no regresara a un trabajo peligroso, todavía era del tipo de persona que pensaba que su vida era insignificante…

Mirabelle negó con la cabeza con firmeza.

—Entonces es aún peor. No puedes volver a hacer trabajos tan peligrosos.

—Es mi trabajo y es mi elección. Al obligarme a quedarme más tiempo, me está reteniendo contra mi voluntad.

El tono áspero de Kuhn dejó a Mirabelle sin palabras. No estaba equivocado. Kuhn simplemente estaba cumpliendo con sus deberes y Mirabelle estaba actuando como una niña al impedir su salida.

Los ojos verdes de Mirabelle se llenaron de lágrimas. No había nada más miserable que ser retenido por una persona que no le agradaba. Y, sin embargo, lo que fue peor para ella era la idea de que Kuhn desaparecería de su lado.

—Sí, es cierto, estoy tratando de retenerte. Y tú sabes bien por qué me aferro a ti con tanta fuerza —le increpó Mirabelle. Kuhn apartó la mirada, él ya sospechaba sus razones, pero no podía corresponderle—. Me gustas. Te amo. Incluso si te sientes incómodo conmigo, no puedo evitar que mis sentimientos por ti sigan creciendo.

Esta vez fue Kuhn quien se quedó sin palabras. En ocasiones, Mirabelle expresaba sus sentimientos con tanta franqueza que lo avergonzaba.

—No te vayas. Haré lo que quieras. Solo quédate a mi lado, por favor —agregó Mirabelle.

La voz de la joven se escuchaba quebrada, mientras que Kuhn la miraba con emociones encontradas.

—No diga eso. Sabe bien que los dos no podemos estar juntos.

—Eso no es verdad ¿Por qué no puedes entenderlo?

—Somos de clases sociales diferentes…

—Sé que soy la hija de un conde, pero si encuentras que mi familia es una carga, tiraré todo por la borda. Te cuidaré para que no tengas que preocuparte por nada más —declaró Mirabelle.

—Solo es una niña…

—No necesito mucho. Solo quédate conmigo.

Lágrimas calientes se deslizaron por las mejillas de Mirabelle. Mientras Kuhn observaba, su pecho se sentía como si se estuviera desgarrando. Sin embargo, no existía ninguna situación en la que pudiera aceptar el corazón de Mirabelle.

—Deje de insistir. No funcionará.

—¿Por qué no?

Ante su pregunta, el rostro de Kuhn se volvió sombrío.

—Eventualmente llegará a odiarme. Se arrepentirá de haberme elegido por encima de su estatus, su propiedad y su familia.

—¡Nunca!

—No tengo la confianza como para dejar que abandone todo por mí. —Los ojos húmedos de Mirabelle se agrandaron. Desde su punto de vista, su rechazo no era porque la odiara—. No puedo sostener su mano en este momento. Lo lamento.

Estaba a punto de darse la vuelta cuando…

Mirabelle agarró la manga de la camisa de Kuhn con desesperación. Sabía que si lo dejaba ir ahora, nunca lo volvería a ver. No importaba lo miserable o patética que pareciera…  si dejaba que Kuhn se marchara, realmente podría morir.

—Por favor, no te vayas —le rogó con lágrimas en las mejillas—. ¿Cómo puedo dejarte ir? Te quiero mucho… —Sin embargo, Kuhn no respondió—. Kuhn, solo una vez…

—Lo lamento.

Kuhn ya no podía ver a Mirabelle derramar amargas lágrimas por él.

Levantó la mano y golpeó a un costado del cuello de Mirabelle, causando que esta cayera inconsciente, por lo que Kuhn tuvo que atrapar su cuerpo antes de que llegara al suelo.

La llevó a la cama y la arropó. Incluso cuando estaba inconsciente, las lágrimas seguían saliendo de sus ojos.

—No llore, señorita. No lo valgo.

El joven miró el rostro de Mirabelle por un momento y secó las lágrimas de sus pestañas. La suave textura de su piel contra sus dedos no era algo que olvidaría fácilmente.

Khun se volvió y vio el osito de peluche junto a la cama. El oso realmente se parecía a él.

—Lo siento, pero tengo que dejarla ahora. —Kuhn miró a Mirabelle y murmuró suavemente—: Sea feliz, señorita Blaise.

Era un deseo de corazón. Esperaba que ella viviera feliz en su mundo brillante. No quería arrastrarla al pozo manchado de sangre que era su vida.


Gia
Gente, lo siento, pero tengo que decirlo. No me gusta para nada Mirabelle, sorry.

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