Dicen que nací hija de un rey – Capítulo 03: El mundo y la escala de los hombres (8)

Traducido por Lucy

Editado por Meli


—La niña tiene la sensación de que el amor por su hermano va a disminuir un poco. —expresó con melancolía Kim Sanghee

Kang Kitae tragó saliva.

La princesa debía estar loca. Ya era increíble que mantuviera una conversación igualitaria con un príncipe, pero ahora estaba diciendo algo tan irrespetuoso.

Ni siquiera dudó mientras apoyaba la cabeza en su hombro en el auto.

Qué diablos está pasando…

Nunca había visto tal reacción en sus cuarenta años.

Pronto sucedió algo aún más impactante.

—¡¿Por qué?! ¿Qué hice mal? ¿Mi maná te lastimó? ¿Es porque ella lloró? ¡La mataré! ¡El perro debe amarme!

El juicio de Kang Kitae se nubló, escuchó algo que un príncipe solo le decía al rey: «¿Qué hice mal?».

No entiendo nada.

Reflexionó sobre todo lo que no tenía sentido: ¿al príncipe le importaba que la princesa lo odiara? Cómo podía ser eso posible, ella era solo un fracaso más en el intento de concebir a un príncipe, era una persona sin importancia, que debía limitarse a adorarlo. No obstante, ¿por qué él la escoltaba? Y más importante aún, ¿por qué el rey le permitió al príncipe exponerse así?

—Pensé que eras un hermano maravilloso y de buen corazón. Así que la niña estaba realmente feliz.

—¡Soy maravilloso! ¡Soy increíblemente fuerte! —Kim Hwansung recargó su maná. Un pequeño fuego salió de su pecho.

Sí mátala, así todas tendrán más miedo a salir, exigió Kang Kitae en lo profundo de su corazón.

¡No es eso! ¡No me refería a tu poder! —Kim Sanghee quería gritar—. Es incapaz de sentir pena de una mujer.

Kim Sanghee lloró con fuerza. Dio un pequeño abrazo a la mujer que estaba tumbada a sus pies pidiendo comida.

—¿No sientes compasión por una mujer que llora de hambre?

Kim Hwansung inclinó la cabeza.

—Es una esclava.

No veía a la mujer como ser humano, para él, no significaba nada y por eso no podía tener ningún sentimiento hacia ella.

—La chica está triste. Me duele ver a alguien sufrir, incluso si es un perro que gime al lado de la carretera. Tal vez pienses que es estúpido, pero yo no puedo dejar de llorar. —Lo miró fijamente y él inclinó la cabeza, parecía confundido.

Esta sería mi segunda vez.

—¡Hermano! —Lo abrazó y lloró desconsolada.

—¡Woo, no llores! Bien. Dije que me encargaría de ello, así que cálmate.

—La chica confía en su hermano.

—Sí. Confía en mí. —Se irguió con orgullo y llamó al palacio—. ¡Traigan a todos los cocineros!

El Séptimo Batallón de la Noche, bajo el mando del príncipe, llegó a la granja: treinta y dos miembros fueron enviados de forma inicial y cuarenta y dos, más, fueron enviados completamente armados.

Así era el poder de la realeza masculina.

Uno de los batallones más fuertes del reino, cada uno de los cuales podía matar a cientos de personas, fue enviado con una llamada telefónica.

Además, cuatro cocineros del palacio real llegaron en helicóptero, acompañados de ochenta cocineros normales. También enviaron doce camiones de una tonelada, siete de arroz, y el resto de comida variada.

Los hombres de la realeza estaban locos: el rey había borrado la palabra «padre» del diccionario, y el príncipe convocó a una multitud.

Fue una gran sorpresa que incluso un cocinero real, fuera llamado para alimentar a las esclavas con el estómago vacío.

—¡Mi hermano es el mejor! —Lo abrazó con fuerza.

Kang Kitae parpadeó, tratando de entender la situación.

Es increíble que haya convocado a todos para servir a unas esclavas, solo para demostrar que es un hermano confiable. Menos mal que los caballeros, al ver que no era una emergencia, regresaron al palacio.

Kim Hwanseong demostró ser un hermano confiable y gracias al último cumplido: «Mi hermano es el mejor», las esclavas habían conseguido un día de descanso y mucha comida.

Las esclavas se acostaron boca abajo frente a Kim Sanghee y expresaron su gratitud.

Ella se sintió triste al verlas inclinarse con la cabeza en el suelo.

—Te daré una capa de Superman —dijo Kim Hwansung.

—Oh, príncipe. Esa preciosa capa de Superman es una rara herramienta mágica.

—Señor, el daño de hoy es… —habló Kang Kitae.

—Oh, no, no es así, —interrumpió el jefe medio calvo—. Los hombres usaron maná para trabajar rápidamente. Les pagué justamente.

Kim Sanghee volvió a enfadarse. Los hombres, con su maná, podían hacer muchas cosas: utilizar varias máquinas y hacer en minutos lo que a las mujeres les llevaba horas o días.

Pero obligaban a las mujeres a trabajar para ellos y además, las castigaban con latigazos.

No me gusta este mundo. Odio este tipo de cosas. 

—Y esa preciosa capa de Superman —dijo Kim Hwansung en voz alta—. Se la quité a mi hermano, pero de todas formas no la necesito.

Eres un genio, no necesitas eso. Los príncipes tienen suerte de recibir regalos, yo no recibí nada en mi cumpleaños. 

—Perro, no puedes llorar.

—¿Qué?

—El dueño, es el único que puede hacer llorar al perro. No puedes volver a llorar si yo no lo ordeno.

Oh, no. Aquí no. ¡No puedo! ¡Aguanta, imbécil!

—¡Atrápala!

Un trozo de tela cortó el cielo.

Voy a matarte. Justo cuando las esclavas me agradecían ¿Qué pasa con mi orgullo? 

Sin poder negarse, corrió con cara de felicidad y entregó la muñeca de tela a Kim Hwansung.

Oh, muero de vergüenza, ¿por qué me miran como si estuvieran celosas? Bueno, debo aceptar, que soy muy feliz comparada con ellas. Y necesito pensar en cómo podré ayudarlas en el futuro, porque sin maná y en mi posición, hay pocas esperanzas.

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