El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 24

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


Bethrion corrigió los conocimientos de Leslie aprendidos en los libros de la manera más suave que pudo, y ella parpadeó y luego asintió en señal de comprensión. Por supuesto. Lo que estaba escrito no lo era todo. Aprendía algo nuevo cada día, y su mundo se ampliaba más allá de lo que los libros le habían enseñado.

—Sir Bethrion, ¿es cierto que los descendientes del Ducado de Altera nacen con una poderosa divinidad?

Él respondió con fidelidad sin ningún atisbo de molestia a sus preguntas. Incluso explicó los detalles que no había preguntado.

—Sí, eso es cierto. Aunque el Ducado de Altera es más joven que la mayoría de las Casas nobles del Imperio, sus descendientes poseen en verdad una poderosa divinidad. Lord Konrad es reconocido como uno de los herederos más poderosos del Ducado. Tiene el título de paladín del templo de Tesentraha.

—¿No es un sacerdote, sino un paladín?

—Elegir el sacerdocio significa abandonar la nobleza. Como heredero del Ducado, eso sería imprudente para la Casa. Además, Sir Konrad es un hábil espadachín. Así que no había necesidad de que eligiera el sacerdocio.

¡Un paladín! Parpadeó mientras lo escuchaba. Los Caballeros de Rinche eran la espada del Emperador. Hicieron un juramento para proteger y luchar. Los Caballeros del templo de Tesentraha eran la espada más poderosa y divina del templo. No solo se califican en base a sus habilidades como espadachines, sino también por su divinidad. Si ambas condiciones no son satisfechas, uno no podría siquiera aplicar para convertirse en un paladín. Incluso si cumplían los requisitos, solo unos pocos terminaban el entrenamiento, que tiene fama de ser uno de los procesos más difíciles.

Sin duda, era la primera vez que ella veía uno. Pero cuando se volvió para ver al joven, él y Ruenti ya se habían ido. Hizo un pequeño mohín de decepción.

—Ahora, vayamos a la habitación y preparémonos para salir. A echar un vistazo por el centro…

—¡Hermano!

Mientras intercambiaban su conversación sobre la identidad del invitado, Ruenti había entrado en la mansión y se encontraba ahora en la misma planta que ellos. Desde el final del pasillo, emergió. Llamó a Bethrion con voz fuerte y sonora.

—¿Eh?

Pero él no estaba solo y tampoco llevaba en la cara su habitual expresión reservada y sin emociones. Las comisuras de su boca se levantaron con suavidad, y sostenía algo pequeño y blanco. Era una niña diminuta con colores que no deberían existir en el Ducado. Ruenti se quedó inmóvil mientras observaba a su hermano y a la niña de pelo plateado y ojos lilas.

Unos ojos verde oscuro se clavaron en los lilas de la niña a través de su pelo cobrizo, un poco más oscuro que el Sairaine, que desprendía un tono vino tinto.

—¿Qué es eso…, hermano?

Ante la pregunta, Bethrion se movió con gracia sin mediar palabra, y luego golpeó a su hermano en la cabeza con el puño.

—¡Oow!

Leslie sintió una punzada de dolor en la cabeza al ver cómo el puño de Bethrion conectaba con la cabeza de Ruenti. Un ruido sordo como el de una sandía aplastada resonó en el pasillo con un grito grave. Cuando el herido levantó la cabeza, ella pudo ver sus ojos verde oscuro humedecidos por las lágrimas.

Durante un rato, se frotó la cabeza para aliviar el dolor. Cuando por fin se detuvo, lo miró con odio y gritó.

—¿Por qué has hecho eso?

—Cuida tus modales. ¡No se llama a una persona “eso”, Ruenti!

—No importa. Entonces, ¿qué es eso…? ¡Ack!

La segunda vez, cayó al suelo, con todo el cuerpo temblando de dolor. Leslie miró al pelirrojo con silenciosa compasión. Cuando por fin levantó la vista, vio a un chico de pie detrás de él, oculto hasta el momento.

Unos ojos dorados en forma de luna creciente, sonrientes ante la situación, se clavaron en ella.

Hace unos momentos, estaba decepcionada porque el chico se había ido. Sentía curiosidad por el paladín, pero ahora no podía mantener el contacto visual al resurgir el recuerdo del templo.

¿Se acordará de mí? Apartó rápido la mirada. Se sentía avergonzada por lo que había ocurrido antes. Cuando se conocieron, llevaba un vestido de verano viejo, raído y sucio. Había estado llorando y tenía los ojos hinchados. Lo peor de todo es que casi se cae delante de él.

Su cara enrojeció de vergüenza al recordarlo. Esperaba por Dios que él no recordara lo que había pasado entonces. Pero, sintió que sus ojos seguían mirándola.

Se aferró a la camisa de Bethrion, sintiéndose incómoda y cohibida. Al notar su incomodidad, su hermano llamó a Konrad.

—Sir Konrad, ¿está aquí en misión oficial?

Solo entonces la mirada dorada abandonó a Leslie y viajó en busca de quien le hablaba. Una voz agradable con un toque de risa respondió.

—Sí. Vengo a entregar algo según la petición del templo a la duquesa Salvatore. Iba a despedirme, pero parece que ya hay un invitado en el Ducado.

Ignorando a Ruenti, que seguía en el suelo, Konrad se acercó a ella con una mirada de divertida curiosidad. A un paso, sonrió con los ojos formando de nuevo la forma de una luna creciente. Pensando que era de mala educación ignorarlo, Leslie se giró un poco para establecer un mínimo contacto visual y se encontró con su mirada dorada. Era como mirar fijo al sol, tan brillante y casi cegador.

Es un pensamiento que tuvo desde la primera vez que vio sus ojos.

—Encantado de conocerla, señorita. Soy el primogénito del Ducado de Altera, Konrad Alpe Altera. ¿Puedo preguntarle su nombre?

—Soy Leslie…

Ella no quería revelar su apellido aunque era muy consciente de lo descortés que era hacerlo siendo noble. Deseaba que su apellido fuera Salvatore ya. Deseaba tener más confianza, irradiando orgullo, para presentarse como “Leslie Salvatore”.

Pero, por desgracia, seguía siendo “Leslie Sperado” porque el marqués no la había liberado.

Y eso la hacía sentir más miserable y avergonzada que enfrentarse a unos ojos llorosos hinchados, a un resbalón y una caída, o a llevar un viejo vestido de verano hecho jirones.

—Leslie. Qué nombre tan bonito.

Por fortuna, Konrad no pidió más. Debió de leer la mirada de advertencia de Bethrion, o tal vez sintió su frustración. En cualquier caso, no la interrogó más.

Se limitó a sonreír de nuevo y a despedirse.

—Me despido ahora. Espero verte en el templo la próxima vez.

Con una despedida despreocupada y desenfadada, se marchó. Leslie pudo levantar del todo la cabeza cuando ya no oyó sus pasos. No había ni rastro de las canas oscuras. Cuando quedaron los tres solos en el pasillo, Ruenti levantó un dedo y la señaló. Pero se retractó rápido ante la mirada amenazadora de Bethrion.

—Entonces, ¿qué es-, quiero decir, la niña?

Con un pequeño suspiro, su hermano respondió, dejándolo sin palabras.

—Nuestra hermana pequeña.

♦ ♦ ♦

No sabía que los tortitas podían ser tan bonitas.

Leslie parpadeó ante su plato lleno de tortitas gruesas y esponjosas.

Su tamaño era gigantesco. Estaban apiladas en orden, glaseadas con salsa de olor dulce en un gran plato redondo. Alrededor había frutas caramelizadas que reflejaban la luz del candelabro, haciendo que casi parecieran relucientes. Para rematar, sobre ellas descansaba nata montada en forma de nube y una única fresa. Parecían perfectas y dudó en cortarlas.

Ya había probado las tortitas en la casa del Marqués. A veces se las comía, pero eran fallidas con una forma extraña, abolladas y rasgadas. No tenían salsa, y a veces se quedaba con la boca llena de harina seca. Por desgracia, no conocía nada mejor y nunca había tenido la oportunidad de probar una de verdad hasta ahora.

Sus ojos se abrieron de par en par en cuanto tomó un trozo esponjoso con el tenedor y se lo metió en la boca.

Sus mejillas sonrosadas se pusieron aún más rojas de felicidad.

Pero la alegría no duró, ya que se desvaneció rápido.

Está bueno, pero…

Estaba un poco triste, Bethrion fue llamado al palacio hace algún tiempo, por lo que su viaje al centro fue cancelado.

Era obvio después de pensar en ello, él era el Gran Maestre de los Caballeros Imperiales de Rinche. Era ridículo pensar que pudiera faltar un día sin previo aviso ni arreglos previos.

Aunque le dijo que estaba bien, se sintió decepcionada y triste. Masticó poco a poco las tortitas con el tenedor aún en la boca. Un torrente de dulzura inundó su boca, pero su estado de ánimo no mejoró.

Él se disculpó e incluso le hizo una promesa de viaje al día siguiente. No obstante, era descorazonador no poder ir hoy después de que sus expectativas se hubieran disparado.

No pasa nada. 

Sacudió la cabeza con energía, cortó otro trozo más grande de la tortita y le dio un mordisco. Esta vez, el placer azucarado la hizo sentirse un poco mejor.

Tenía sentido que tuviera más paciencia y se comportara como una niña buena. En primer lugar, aún no era una Salvatore. Segundo, aunque se convirtiera en una, no era su verdadera hija ni su verdadera hermana. Era una falsa Duquesa temporal con un contrato. Tercero, vino al Ducado para sobrevivir. No buscó a la Duquesa para ser amada, así que los miembros del Ducado no estaban obligados a amarla o ser amables con ella.

Pero lo fueron, haciendo que se sintiera querida. Quería convertirse en su verdadera hija y su verdadera hermana. No puedo ser así. 

Sí, no puedo ser así. No soy una Salvatore real. Soy falsa. 

Se decía a sí misma una y otra vez, mientras se llevaba la tortita a la boca. Se dio cuenta de que habían desaparecido mientras recobraba el sentido, y su determinación se hizo un poco más fuerte. Su aliento olía dulce y tenía el estómago lleno. Pero el hambre persistía.

¿Pero por qué hizo eso con el meñique?

Miró su dedo y se preguntó al azar. ¿Qué significa? ¿Es importante? Mientras pensaba, una sombra se cernió sobre ella. Levantó rápido los ojos y encontró a Ruenti de pie junto a ella con el ceño fruncido.

—Tú.

Con cada palabra y movimiento, su coleta corta y baja se balanceaba.

—¿Quién eres tú?

Sus ojos verde oscuro miraron a la niña con aparente hostilidad. La mayoría de los niños ya estarían llorando y habrían salido corriendo, pero los ojos lilas ni siquiera mostraban un atisbo de temor. Se limitó a mirar.

—Soy Leslie. Leslie Sperado.

Y su respuesta fue sorprendente. Asombrado, soltó un bufido y volvió a mirar a la chica.

—Sabía que mamá estaba intentando adoptar un niño para esa cosa. ¿Pero tú? ¿Por qué estás aquí? ¡Eres un Sperado!

Su gran mano golpeó la mesa, haciendo vibrar la madera y haciendo que el tenedor y el plato chocaran con un fuerte ruido. Se hizo el silencio entre ellos.

¿Va a llorar?

Fue Ruenti quien se sobresaltó por el ruido que había provocado. No pretendía que fuera tan amenazador. Sus ojos verde oscuro se movían de un lado a otro, muy preocupados.

Una niña estaba envuelta en los brazos de su hermano. Divertido y curioso, preguntó, pero recibió dos golpes en la cabeza en lugar de una respuesta. Su mano viajó sin pensar hasta donde Bethrion había golpeado, pues el recuerdo del dolor aún estaba fresco.

Había ido a ver a su madre a altas horas de la noche, a su regreso, pero no pudo verla. Cuando fue a buscarla esta mañana, ella ya estaba con su padre, discutiendo algunos asuntos importantes. Así que, una vez más, no obtuvo respuesta. Luego, cuando regresaba derrotado a su habitación, pasó por delante del comedor y encontró a la chica sentada sola.

¿Qué hace aquí un Sperado?

Pensó que asustándola un poco, ella le contaría todo. Pero no funcionó. No le tenía ningún miedo.

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