Herscherik – Vol. 2 – Capítulo 8 (2): Celos, odio y la salida

Traducido por Shisai

Editado por Sakuya


Y así, Herscherik y Orán cabalgaron. El pequeño se sentó frente al caballero, aferrándose a la silla con todas sus fuerzas para evitar caerse. Por supuesto, Orán mantuvo una mano sobre Herscherik para mantenerlo en su lugar, pero montar a caballo a toda velocidad era todavía una tortura horrible para el principito.

Cuando finalmente llegaron al orfanato, Herscherik sintió que había perdido la mitad de su alma en el viaje ahí. Después de que Orán lo dejó en el suelo, respiró hondo, profundamente, como para recoger esos fragmentos de su alma que se habían escapado de él en el camino.

—Príncipe, apurémonos, —instó Orán. A pesar de montar su caballo lo más rápido que pudo durante todo el camino, su respiración era lo más constante posible.

Herscherik quedó impresionado por la destreza física de su caballero. No había sido el mejor de su clase en la academia por nada, incluso si finalmente se había graduado en último lugar.

Asintió y lo siguió al orfanato. Ya eran más de las diez de la noche y, al parecer, la hora de dormir de los niños. La mayoría de las ventanas del orfanato estaban oscuras.

Tenemos que conseguir pruebas contundentes… Ya habían arrestado a Ignatz. Si la persona detrás de la operación descubriera eso, cualquier rastro de evidencia, junto con la fórmula y cualquier equipo para crear la droga, podría simplemente desaparecer, como la última vez. El plan de Herscherik era exigir una respuesta de Ignatz en el punto de arresto para que pudieran perseguir al cerebro detrás de toda la operación y poner fin a esto de una vez por todas. Pero más que eso, Herscherik quería tener en sus manos un antídoto para la droga y cualquier investigación que pudiera encontrar que pudiera usarse para crear uno.

Si bien un antídoto contrarrestaría los efectos de la droga, hacer uno requeriría documentos extensos sobre la droga en sí, que no se encontraban en ningún lugar del castillo. Casi nada sobre el asunto se encontró en el laboratorio, o en la bóveda en la que incluso Kuro luchó por entrar. La información de que podría existir un antídoto sólo se había revelado cuando el lanzador de hechizos de servicio de Mark se había puesto en contacto con un amigo del departamento de Investigación.

Por eso Herscherik necesitaba esos documentos a toda costa, pero no creía que los encontraría en el orfanato. Alguien tenía que estar introduciendo drogas de contrabando en el lugar. En lo que respecta a Herscherik, el orfanato estaba en algún punto de la línea que conectaba a la persona detrás del incidente y las drogas en sí.

—¿Octavian…? —Se encontraron con el barón Armin al entrar en el orfanato, asomando la cabeza desde una esquina—. Y el pequeño Ryoko. ¿Qué están haciendo aquí?

—Barón Armin…

El barón tenía una sonrisa amistosa, a la que Herscherik le habría devuelto una sonrisa si no fuera por el hecho de que el barón era su principal sospechoso en ese momento.

—Quédate atrás, Príncipe —Orán dio un paso adelante con la mano en la espada—. Tengo algo que preguntarle, barón… Una vez que llame a esos tres hombres que se esconden a la vuelta de la esquina.

—¡¿Octavian?! —Los ojos del barón se abrieron con sorpresa.

Orán desenvainó su espada, manteniendo la guardia en alto.

—Barón… necesito preguntarle sobre los dulces que los niños empacan… quiero decir, la droga.

Justo cuando pronunció la palabra, algo brilló a través de un rayo de luz de luna. Orán derribó con calma el objeto que volaba hacia él. Herscherik se agachó en el lugar donde cayeron para encontrar dos pequeños cuchillos arrojadizos.

—¡Barón…! —La voz de Orán, matizada por una mezcla de ira y tristeza, venía de arriba. Era evidente que había confiado en el barón. Incluso Herscherik no sospechaba de él; había parecido muy amable.

Herscherik se volvió hacia el barón y lo encontró corriendo hacia la figura oscura que había arrojado las dagas.

—No los lastimes —suplicó.

—Negativo, barón Armin. Ellos saben de nosotros —le respondió una voz que podría haber sido de un hombre o de una mujer. La figura vestía un traje de color oscuro que se mezclaba con la noche y tenía la capucha baja. Los otros dos salieron entonces, vestidos de manera similar. La única diferencia notable era su altura y una ligera variación en el tipo de daga que sostenían en sus manos.

Así que la mente maestra suprema está por encima incluso de él, pensó Herscherik. Se volvió hacia Orán.

—Llévalos vivos, por favor, Orán.

—Comprendido. —Justo cuando respondió a la orden, Orán acortó la distancia entre él y el trío en un instante. La brusquedad del movimiento retrasó un momento su reacción. Orán aprovechó ese momento con el movimiento de su espada.

Aun así, el mayor de los tres misteriosos asaltantes bloqueó el ataque con sus dagas, una empuñada en cada mano. Los otros dos se separaron y volvieron a poner algo de distancia entre ellos y Orán. El de pelo naranja frunció el ceño por lo rápido que se habían recuperado después de un ataque sorpresa.

Están bien entrenados, notó Orán mientras saltaba lejos del hombre que bloqueó su ataque. No podía matarlos, pero tenía que proteger a Herscherik al mismo tiempo. Estos tampoco eran aficionados. Contra un trío de asaltantes expertos, estaba en bastante desventaja.

Pero no perderé.

Orán sostuvo su espada en su mano dominante y sacó la funda de su cinturón con la otra. Era un estilo de doble empuñadura que rara vez adoptan los caballeros, ya que la mayoría usaba un escudo. Pero los Aldis eran todos ávidos luchadores y honraban la fuerza por encima de la adherencia a cualquier estilo. Orán se había esforzado por entrenar en todos los estilos que despertaron su interés.

Su máxima prioridad era proteger a Herscherik, pero no tenía intención de dejar escapar a las figuras encapuchadas. Eso implicó tomarlos vivos, como había ordenado su maestro. No sería fácil incapacitarlos con una espada sin matarlos, pero se podría usar una funda resistente para bloquear, mantener a sus oponentes bajo control e incluso golpear si es necesario. Orán podría incapacitarlos con una fuerza contundente bien colocada, rompiéndoles la rótula, por ejemplo.

Frente a sus enemigos, el corazón de Orán estaba tan tranquilo como siempre. Su mente permaneció despejada. A pesar de la desventaja crítica de uno contra tres, se sintió increíblemente mejor que cuando se sintió casi abrumado por la emoción al enfrentarse a Ignatz. Sabía que Herscherik había jugado un papel importante en mantener intacta su estabilidad mental ahí. El disgusto que sentía por la realeza se había disuelto en algún momento, con una nueva emoción a punto de tomar su lugar. Pero por ahora, se centró en la batalla que tenía entre manos, apretando más sus armas.

El uniforme de caballero blanco de Orán ondeó y siguió el sonido de espadas chocando.

Herscherik estaba cautivado por la batalla que tenía ante él. A pesar de las desventajas de enfrentarse a tres oponentes a la vez, tener la tarea de capturarlos vivos y tener un pequeño príncipe inútil que proteger, Orán se manejó espectacularmente. Mientras se enfrentaba al hombre alto que empuñaba dos dagas, continuó lanzándole proyectiles desde su punto ciego e incluso esquivando (lo que su oponente esperaba que fueran) ataques sorpresa del tercer enemigo. Mientras tanto, mantuvo su posición para mantener a los tres alejados de Herscherik y esperó un momento para golpear con su vaina. Esta maniobra fue mucho más fácil de decir que de hacer; todo esto era un testimonio de cómo Orán era mucho más hábil que sus tres enemigos juntos.

A medida que la paciencia de sus enemigos comenzaba a agotarse, Orán seguía luciendo estable. Parecía que planeaba esperar el momento en que sus oponentes perdieran la concentración. Además, Orán no tenía prisa. Solo tenía que ganar suficiente tiempo hasta que llegara el respaldo, tal como lo solicitó Mark. Entonces la batalla terminaría.

Debo hacer lo que pueda.

Herscherik miró al barón Armin, quien estaba visiblemente conmocionado por el combate que estalló ante él.

—¡Barón Armin! —llamó Herscherik. Al ver que el barón se fijó en él, continuó—: ¡¿Por qué vendiste esas drogas?! ¿Y usar a los niños para hacerlo…?

—No tuve elección… —respondió el barón Armin con voz débil. Aun así, sus palabras habían llegado a Herscherik a través de una pausa en el choque de espadas.

—¿No tenías otra opción?

—Necesitaba… el dinero. Para el orfanato, para los niños, ¡necesitaba ese dinero!

Fue un genuino grito de dolor. Su negocio se había desplomado desde el año anterior, lo que puso en peligro el orfanato. No importa cuántas veces lo solicitó, la ayuda del gobierno que recibió no fue más que una gota en un balde. Consideró buscar ayuda de Octavian, pero Armin no podía pedirle un préstamo después de que perdió a su prometida y se mantuvo alejado del orfanato. Con el orfanato a un paso del colapso, se le acercaron para que fuera un intermediario del tráfico de drogas.

—¡No tuve elección en el asunto! —Si se hubiera negado, los niños terminarían muriendo de hambre en las calles. Armin tenía que evitarlo a toda costa, así que aceptó la oferta, era la única forma de salvarlos—. ¡La realeza y los nobles de este país no nos ayudan ni se dignan a mirar a la gente en la cuneta! ¡Han vivido toda su vida en el regazo del lujo! ¡Se lo merecían!

Herscherik se mordió el labio. El barón Armin tenía razón en el sentido de que ningún miembro de la realeza o noble, incluido Herscherik, había vivido jamás como los huérfanos. Herscherik tenía todas las comidas preparadas para él en el castillo, donde tenía una cómoda habitación propia y mucha ropa para ponerse. Sabía que las personas que lucharon por sobrevivir habrían sentido envidia de su estilo de vida.

—¡Pero no todo el mundo es así! ¡Orán…! ¡Su prometida también! —Herscherik miró al suelo por un momento antes de tomar una decisión—. La prometida de Orán murió hace dos años debido a la misma droga que estás ayudando a vender.

—¡¿Príncipe?! —Orán le gritó a Herscherik mientras bloqueaba una daga de uno de sus enemigos.

El barón Armin se quedó sin habla. Él solo comenzó a involucrarse en la circulación de drogas recientemente, por lo que no estuvo involucrado directamente en la muerte de la prometida de Orán. Aun así, el barón no pudo evitar sentir que el suelo se estaba derrumbando bajo sus pies, descubriendo que la misma droga que estaba vendiendo había causado la muerte de la niña que siempre había echado una mano en el orfanato y se había ocupado de cuidar a los niños sin ni siquiera una queja.

—Esa droga no distingue el bien del mal. Simplemente se desliza hacia un vacío en los corazones de las personas y las lleva a finales trágicos… Además, todos son hijos de alguien o padres de alguien. Quitar una vida nunca es aceptable.

Cada una de las víctimas tenía seres queridos. Los padres que perdieron a sus hijos habían perdido su futuro, y los niños que perdieron a un padre podrían incluso haberse convertido en huérfanos indigentes. Podrían haber estado destinados a una vida más difícil que los niños del orfanato.

Algunos podrían haber dicho que era solo el castigo por recurrir a las drogas adictivas, pero la muerte llegó por igual a los nobles y a los pobres, plagando a quienes rodeaban a su presa con gran dolor. La trágica espiral solo continuaría. Además, Herscherik no creía que la muerte de algunos que se aprovecharon de la burocracia de la nación mejoraría algo. Conocía bien la realidad de la nobleza en este país. De hecho, fue la fuerza impulsora detrás del trabajo que Herscherik hacía todos los días.

—¡No puedo alimentar a estos niños con moralidad! —Gritó el barón Armin.

Herscherik sabía que este mundo no era justo, que le pasaban cosas malas a la gente buena. Estaba dolorosamente consciente de esto. Inconscientemente se pasó la mano por el bolsillo y agarró el reloj que tenía dentro. Pero, aun así… Había algo que Herscherik había grabado en su corazón el día en que el Conde Ruseria dejó este mundo: no está bien que la gente honesta y trabajadora no sea recompensada por ello. Quería un mundo donde la honestidad valiera la pena. Donde el mal fuera agraviado. Donde todos puedan compartir su felicidad.

—El mundo nunca cambiará a menos que creamos en nuestros ideales, —declaró Herscherik. En silencio, asumió que no tenía razón en todo. Sabía que tenía que transigir y utilizar tácticas deshonestas cuando fuera necesario. El trabajo honesto no siempre pone comida en la mesa. En verdad, el barón Armin se encontraba en una situación desesperada. Por eso había optado por recurrir al crimen. Lo habían arrinconado y, en el proceso, se había cansado del mundo. Se rindió, se convenció a sí mismo de que una vida delictiva era la única salida.

Herscherik pensó que tenía que cambiar el mundo para que la gente honesta fuera recompensada, que tenía que evitar que el mundo llevará el dolor a las personas amables e indignas. Sabía muy bien que todo eso era un ideal limpio y poco realista. No iba a ser fácil cambiar a las personas… cambiar una nación… cambiar el mundo. Incluso si su camino resultó ser un viaje de mil millas, o una caminata sin fin… Herscherik no pudo evitar añorar ese mundo idealista.

—¡No me importa lo que digan los demás! ¡Tenemos que expresar nuestros ideales! ¡Tenemos que quererlos! Tenemos que… ¡creer en ellos! —Herscherik gritó durante la batalla, dirigiéndose al barón Armin, pero más tratando de convencerse a sí mismo. Sabía que existía esa contradicción dentro de él. Empleó todos los medios necesarios para alcanzar su mundo ideal. ¿Pero si alguna vez tuviera que comprometer sus ideales para hacerlo…? Barón Armin, de esa manera, bien podría ser un reflejo del futuro de Herscherik.

Por eso necesito a Orán.

Herscherik se volvió hacia su caballero, que todavía estaba en combate. Estaba más seguro que nunca de ese hecho.

—¿Que se suponía que debía hacer…? —El barón Armin cayó al suelo y Herscherik se volvió hacia él—. Solo quería ayudar a los niños… no quería perderlos… tampoco quería perder este lugar… —Con las manos cubriendo su rostro, el barón se acurrucó en una bola.

Herscherik lo llamó.

—No se puede cambiar el pasado, barón… —Las cosas que ya habían sucedido eran irreversibles. El tiempo no puede dar marcha atrás. Los lamentos duraron toda la vida—. Pero cualquiera puede cambiar el futuro.

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