Traducido por Lugiia
Editado por Freyna
Violette sabía que marcharse en medio de una conversación no era muy educado. Se había saltado algunas de las formalidades aristocráticas, una tradición bastante molesta, pero al menos había logrado lo mínimo. Milania parecía una persona relajada a la que no le importaban mucho los detalles, pero no estaba segura; solo podía esperar que no le hubiera ofendido y creado otro problema que desenredar más tarde.
Pero había una cuestión más importante.
Esto es una mala idea…
Fuera de la ventana, Violette divisó un destello de un hermoso color perla iridiscente con un blanco tan inmaculado como el corazón puro de quien lo llevaba. Ella conocía ese color. Lo había visto a su lado en el desayuno de esa mañana.
—Dame un respiro… —murmuró Violette.
Debería haber fingido que no había visto la figura de color perla rodeada de una multitud de otras muestras de color. No obstante, si esas chicas volvían a acosar a Maryjun en su nombre, y si Maryjun finalmente decidía contárselo a su padre… solo de imaginarlo le daba escalofríos. Su padre no creía en la justicia como Klaude; creía que Maryjun tenía razón y Violette estaba equivocada. Cualquier reacción que tuviera sería cien veces más cruel que la intervención de Klaude en la fiesta del té.
Podía encogerse de hombros ante el dolor de las palabras, pero aún era lo suficientemente joven como para necesitar un tutor. Su casa ya era lo bastante asfixiante; él podría castigarla obligándola a ir directamente a casa después de la academia. Si tenía que pasar más tiempo allí, Violette se sentiría estrangulada.
La preocupación por su falda la retrasó, como siempre. Confiaba en sus fuertes piernas gracias al entrenamiento de su madre, pero ya no tenía ocasión de utilizarlas realmente. Sabía que si empezaba a hacer ejercicio de nuevo, Marin la alabaría; llamaría a Violette hermosa sin importar lo salvaje o musculosa que se volviera. Pero la aristocracia, y sobre todo su padre, no querían eso para ella. Querían ver a una bella y delicada dama.
Ninguno de ellos vio cuánta disciplina requería el mantenimiento de la Violette actual. De pequeña, la habían obligado a vivir como un niño desde que tenía uso de razón. Luego, después de tantos años, esperaban que se convirtiera de repente en una perfecta dama.
—¿Por qué es tan grande esta academia? —dijo entre jadeos; aquellas palabras se le escaparon involuntariamente mientras se apresuraba. Había pensado muchas veces que la academia y los terrenos eran ridículos para un alumnado tan pequeño, pero ahora lo sentía de verdad mientras atravesaba a toda prisa el jardín, sin poder correr.
—¿Adónde han ido…?
Violette había visto a Maryjun rodeada de unas cuantas personas en el patio…, pero cuando por fin llegó al sitio, unos diez minutos más tarde, no estaban por ninguna parte. No podía oír voces en ningún lugar cercano, solo el leve susurro del viento entre las flores del jardín. Por lo general, un jardín tranquilo y silencioso la haría sonreír, pero ahora solo la ponía nerviosa.
¿Habían vuelto ya a sus aulas? Violette lo dudaba. Sin embargo, sabía que buscar de forma imprudente sería una pérdida de tiempo. Se recompuso y se detuvo a respirar. Sabía dónde podría encontrar una pista: en los recuerdos de su vida pasada. Había querido olvidarlos todos, pero en un momento como este, podrían ser útiles.
Su yo del pasado había rodeado a Maryjun con un grupo de chicas, se había burlado de ella y finalmente había recurrido a la violencia. Era más que un acoso escolar, era inequívocamente criminal. Pero eso no era importante ahora, lo importante era dónde. Ella sabía qué tipo de lugares había elegido: aquellos desiertos y poco llamativos. Un lugar oscuro habría sido ideal, o fuera del campus, pero eso no sería una opción durante la hora del almuerzo. Entonces, probablemente se habrían movido a la sombra del edificio de la escuela…
—¿Allí…?
El lugar en el que pensó Violette le resultaba familiar: ella misma había intimidado una vez a Maryjun allí. Esperaba no tener que volver a pisar ese lugar. ¿Era el destino?
Se dirigió hacia allí con sigilo, una habilidad del entrenamiento de su madre que nunca había esperado utilizar. Agudizó el oído para no perderse ni un solo sonido.
Pronto lo oyó: la voz que buscaba y esperaba no oír.
—Pensar que una simple amante se convierte en la segunda esposa así como así… Qué zorra —oyó decir a alguien.
—¡Mi madre no es así…! —gritó Maryjun.
Oh tal vez no, pero sólo porque no me agradas ni tu, ni tu familia, diré que estoy de acuerdo (Que no se note lo resentido)